Anotaciones del libro Mariano Azuela y los ferrocarriles

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S
ergio Ortiz Hernán,
Mariano Azuela y los ferrocarriles
Alberto Vital Díaz1
[email protected]
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De vez en cuando surgen voces en contra del trabajo
académico. Hace pocos meses Juan Domingo Argüelles publicó un volumen y allí pone en crisis la creencia
de que la lectura hace más cultos y felices a los pueblos,
la de que es posible leer El Quijote a edad temprana y
la de que los académicos hacemos tareas útiles. Juan
Domingo añadió una parodia del estilo académico. O,
más que parodia, una caricatura. Los académicos no
deberíamos rehuir el debate con autores como Argüelles, pues de la discusión saldrían beneficiadas ambas
partes: las de los escritores y periodistas culturales, de
un lado, y la de los académicos, del otro.
Los académicos llevaríamos a ese diálogo – debate - discusión diversas pruebas de la calidad y de la
pertinencia de nuestro trabajo cotidiano. Una de ellas,
fresca, muy seria, contundente, sería el libro que hoy
se presenta. Los tomos de Sergio Ortiz Hernán saben
combinar la erudición y la amenidad, la especialidad y
la amplitud de miras, la disciplina y la multidisciplina.
Sergio narra y analiza, conversa y escudriña, ordena y
abre una suerte de aspersión de posibilidades de examen y cotejo.
Los acérrimos críticos del esfuerzo académico se
enfrentan aquí a un contrincante de gran peso. ¿Juan
Domingo acusa de ilegible la escritura de los especialistas? Que se acerque entonces a la prosa clara, grata,
fluida, documentada de Sergio Ortiz Hernán. ¿Gabriel
Zaid considera que ya hay “demasiados libros”? Que
goce entonces las páginas de Mariano Azuela. Creador
del ferrocarril como personaje en las letras mexicanas.
1 Es licenciado en Letras por la UNAM, doctor en Filología por la
Universidad de Constanza; doctor en Letras por la Universidad de
Hamburgo, con una tesis titulada El arriero en el Danubio, publicada por la UNAM en 1994. Actualmente es investigador de tiempo
completo del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM y
miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Entre sus muchos
libros publicados están las novelas Jardín errante, editada por Sigo
XXI, en 1998, Tractatus Vitae, editada por la Fundación Juan Rulfo,
en 2002, Headhunters, de la colección El Viejo Pozo, en el 2003, Escenas no incluidas (novela) y El canon intangible (ensayos), publicados por la Editorial Terracota, en 2009 y 2010), entre otros. También
es autor de la extraordinaria biografía Noticias sobre Juan Rulfo, de
editorial RM, que apareció en el 2004.
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¿Piensa el propio Zaid que el libro sólo sirve, desde
Platón, como instrumento en la estrategia del respectivo autor para obtener algún tipo de poder, incluso el
poder máximo, el del conductor de la República? Que
vea entonces cómo los libros también pueden ser, más
que escaleras al poder, rescates y repasos de quienes,
como Mariano Azuela, supieron enfrentarse al poder y
lo desnudaron en sus mecanismos y resortes, incluido
el poder de los de abajo, de los en medio.
El enfoque propuesto por Sergio Ortiz Hernán es
muy estimulante para quienes nos ocupamos de la literatura mexicana. El volumen tiene que convertirse en
texto de referencia obligada para quienes estudian a
Azuela, así como los procedimientos para la construcción de personajes, la narrativa mexicana en general
y de la Revolución Mexicana en particular y el ingreso
de México y América Latina a la modernidad tecnológica. El ferrocarril como personaje. He aquí uno de
los muchos caminos para la narrativa mexicana en un
momento, primera mitad del siglo xx, en que la literatura empezaba a ser claramente desplazada de la
construcción del imaginario colectivo en nuestro país,
en nuestro continente. Ortiz Hernán nos muestra el
esfuerzo de un escritor nuestro de primer orden por
literalmente subirse al vagón de la modernidad, a fin
de no quedarse en el andén de la pura nostalgia, como
lo hacía José Tomás de Cuéllar al escandalizarse de
las transformaciones que el ferrocarril operaba en la
provincia mexicana.
Si contáramos todos los datos nuevos y revisitados
que incluye el volumen, no acabaríamos nunca. Hay
que considerar que cuenta con ocho apéndices, cada
uno de los cuales es un pequeño tratado sobre temas
tan diversos y afines como la comparación literaria entre “La fiesta de las balas”, de Martín Luis Guzmán, y
“Oro, caballo y hombre”, de Rafael F. Muñoz, o como la
recepción del ferrocarril en México. Impresiona y alecciona la gran suma total de información que el autor
hace pasar por la fluidez maestra de su prosa. Celebro
que hoy nos acompañe el doctor Miguel Guadalupe
Rodríguez Lozano, quien en su doble calidad de especialista en literatura mexicana y de coordinador del
Centro de Estudios Literarios del Instituto de Investigaciones Filológicas de la ya centenaria Universidad
Nacional representa a la máxima instancia de examen
y rescate de nuestras letras en todo el país. El diálogo entre Sergio Ortiz Hernán y el Centro de Estudios
Literarios puede ser una manera de rendir justo reconocimiento a quien desde distintas trincheras y bajo
circunstancias no pocas veces heroicas y épicas ha
sabido irnos entregando piezas fundamentales para
un conocimiento que a fin de cuentas es conocimiento
de nosotros mismos.
Hacer un libro se ha vuelto entre nosotros una tarea, sí, tan épica como hacer, cualquier día de estos,
una revolución mexicana. No hay demasiados libros
en el país; hay muy pocos lectores. Hacer un tratado
a la antigua manera de los grandes eruditos es una
tarea doblemente épica y heroica. El volumen que hoy
presentamos merece crear sus lectores, llegar a ellos,
convocarlos, provocarlos, exigirles respuesta. Las
presentaciones de libros son como las presentaciones
en sociedad de las quinceañeras. Es probable que la
elaboración de este libro haya tomado más de quince años. Es, en todo caso, uno de los frutos de una
vida noblemente entregada al estudio, a la generosidad, al amor, a la paternidad, a la inteligencia. Si se
me preguntara qué objeto levantar a la vista de todos
en plena noche de quince de septiembre, yo no propondría que se alzara un coloso de equívoco aspecto;
sugeriría que se alzara en vilo una colección de libros,
y entre ellos estaría este tomo tan bien editado. Alzar
libros sería una forma de retar a todos aquellos que
día a día nos roban a los escritores la posibilidad de
seguir educando a este país tan urgido de estructuras
sólidas para el conocimiento, estructuras hoy amenazadas por el disolvente diario de las pantallas, por el
corrosivo ácido de lo mediático.
No puedo, por cierto, dejar de reconocer que este
libro, como toda buena obra, es un trabajo colectivo.
Me constan la asiduidad sin desmayo y la entereza de
esos auténticos ángeles de la guarda editorial que son
Tere Márquez y Stella Cuéllar. Detrás de todo gran libro
hay una gran mujer, ya sea porque lo escribió, ya sea
porque lo revisó y editó, ya sea porque realizó gestiones para que los discos con archivos electrónicos se
convirtieran en esa mágica prolongación de la inteligencia y la imaginación (Borges dixit) que es todo libro.
Sugiero que todos nos vayamos un día de estos a leer
Mariano Azuela, creador del ferrocarril como personaje
en las letras mexicanas a alguno de los patios o de las
aulas o salas del Museo Nacional de los Ferrocarriles. Es el sitio ideal. Tendremos magníficas anfitrionas.
Inmejorables.