11 87 silbatos y palabras S ergio Ortiz Hernán, Mariano Azuela y los ferrocarriles Alberto Vital Díaz1 [email protected] 1 De vez en cuando surgen voces en contra del trabajo académico. Hace pocos meses Juan Domingo Argüelles publicó un volumen y allí pone en crisis la creencia de que la lectura hace más cultos y felices a los pueblos, la de que es posible leer El Quijote a edad temprana y la de que los académicos hacemos tareas útiles. Juan Domingo añadió una parodia del estilo académico. O, más que parodia, una caricatura. Los académicos no deberíamos rehuir el debate con autores como Argüelles, pues de la discusión saldrían beneficiadas ambas partes: las de los escritores y periodistas culturales, de un lado, y la de los académicos, del otro. Los académicos llevaríamos a ese diálogo – debate - discusión diversas pruebas de la calidad y de la pertinencia de nuestro trabajo cotidiano. Una de ellas, fresca, muy seria, contundente, sería el libro que hoy se presenta. Los tomos de Sergio Ortiz Hernán saben combinar la erudición y la amenidad, la especialidad y la amplitud de miras, la disciplina y la multidisciplina. Sergio narra y analiza, conversa y escudriña, ordena y abre una suerte de aspersión de posibilidades de examen y cotejo. Los acérrimos críticos del esfuerzo académico se enfrentan aquí a un contrincante de gran peso. ¿Juan Domingo acusa de ilegible la escritura de los especialistas? Que se acerque entonces a la prosa clara, grata, fluida, documentada de Sergio Ortiz Hernán. ¿Gabriel Zaid considera que ya hay “demasiados libros”? Que goce entonces las páginas de Mariano Azuela. Creador del ferrocarril como personaje en las letras mexicanas. 1 Es licenciado en Letras por la UNAM, doctor en Filología por la Universidad de Constanza; doctor en Letras por la Universidad de Hamburgo, con una tesis titulada El arriero en el Danubio, publicada por la UNAM en 1994. Actualmente es investigador de tiempo completo del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM y miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Entre sus muchos libros publicados están las novelas Jardín errante, editada por Sigo XXI, en 1998, Tractatus Vitae, editada por la Fundación Juan Rulfo, en 2002, Headhunters, de la colección El Viejo Pozo, en el 2003, Escenas no incluidas (novela) y El canon intangible (ensayos), publicados por la Editorial Terracota, en 2009 y 2010), entre otros. También es autor de la extraordinaria biografía Noticias sobre Juan Rulfo, de editorial RM, que apareció en el 2004. 88 11 silbatos y palabras ¿Piensa el propio Zaid que el libro sólo sirve, desde Platón, como instrumento en la estrategia del respectivo autor para obtener algún tipo de poder, incluso el poder máximo, el del conductor de la República? Que vea entonces cómo los libros también pueden ser, más que escaleras al poder, rescates y repasos de quienes, como Mariano Azuela, supieron enfrentarse al poder y lo desnudaron en sus mecanismos y resortes, incluido el poder de los de abajo, de los en medio. El enfoque propuesto por Sergio Ortiz Hernán es muy estimulante para quienes nos ocupamos de la literatura mexicana. El volumen tiene que convertirse en texto de referencia obligada para quienes estudian a Azuela, así como los procedimientos para la construcción de personajes, la narrativa mexicana en general y de la Revolución Mexicana en particular y el ingreso de México y América Latina a la modernidad tecnológica. El ferrocarril como personaje. He aquí uno de los muchos caminos para la narrativa mexicana en un momento, primera mitad del siglo xx, en que la literatura empezaba a ser claramente desplazada de la construcción del imaginario colectivo en nuestro país, en nuestro continente. Ortiz Hernán nos muestra el esfuerzo de un escritor nuestro de primer orden por literalmente subirse al vagón de la modernidad, a fin de no quedarse en el andén de la pura nostalgia, como lo hacía José Tomás de Cuéllar al escandalizarse de las transformaciones que el ferrocarril operaba en la provincia mexicana. Si contáramos todos los datos nuevos y revisitados que incluye el volumen, no acabaríamos nunca. Hay que considerar que cuenta con ocho apéndices, cada uno de los cuales es un pequeño tratado sobre temas tan diversos y afines como la comparación literaria entre “La fiesta de las balas”, de Martín Luis Guzmán, y “Oro, caballo y hombre”, de Rafael F. Muñoz, o como la recepción del ferrocarril en México. Impresiona y alecciona la gran suma total de información que el autor hace pasar por la fluidez maestra de su prosa. Celebro que hoy nos acompañe el doctor Miguel Guadalupe Rodríguez Lozano, quien en su doble calidad de especialista en literatura mexicana y de coordinador del Centro de Estudios Literarios del Instituto de Investigaciones Filológicas de la ya centenaria Universidad Nacional representa a la máxima instancia de examen y rescate de nuestras letras en todo el país. El diálogo entre Sergio Ortiz Hernán y el Centro de Estudios Literarios puede ser una manera de rendir justo reconocimiento a quien desde distintas trincheras y bajo circunstancias no pocas veces heroicas y épicas ha sabido irnos entregando piezas fundamentales para un conocimiento que a fin de cuentas es conocimiento de nosotros mismos. Hacer un libro se ha vuelto entre nosotros una tarea, sí, tan épica como hacer, cualquier día de estos, una revolución mexicana. No hay demasiados libros en el país; hay muy pocos lectores. Hacer un tratado a la antigua manera de los grandes eruditos es una tarea doblemente épica y heroica. El volumen que hoy presentamos merece crear sus lectores, llegar a ellos, convocarlos, provocarlos, exigirles respuesta. Las presentaciones de libros son como las presentaciones en sociedad de las quinceañeras. Es probable que la elaboración de este libro haya tomado más de quince años. Es, en todo caso, uno de los frutos de una vida noblemente entregada al estudio, a la generosidad, al amor, a la paternidad, a la inteligencia. Si se me preguntara qué objeto levantar a la vista de todos en plena noche de quince de septiembre, yo no propondría que se alzara un coloso de equívoco aspecto; sugeriría que se alzara en vilo una colección de libros, y entre ellos estaría este tomo tan bien editado. Alzar libros sería una forma de retar a todos aquellos que día a día nos roban a los escritores la posibilidad de seguir educando a este país tan urgido de estructuras sólidas para el conocimiento, estructuras hoy amenazadas por el disolvente diario de las pantallas, por el corrosivo ácido de lo mediático. No puedo, por cierto, dejar de reconocer que este libro, como toda buena obra, es un trabajo colectivo. Me constan la asiduidad sin desmayo y la entereza de esos auténticos ángeles de la guarda editorial que son Tere Márquez y Stella Cuéllar. Detrás de todo gran libro hay una gran mujer, ya sea porque lo escribió, ya sea porque lo revisó y editó, ya sea porque realizó gestiones para que los discos con archivos electrónicos se convirtieran en esa mágica prolongación de la inteligencia y la imaginación (Borges dixit) que es todo libro. Sugiero que todos nos vayamos un día de estos a leer Mariano Azuela, creador del ferrocarril como personaje en las letras mexicanas a alguno de los patios o de las aulas o salas del Museo Nacional de los Ferrocarriles. Es el sitio ideal. Tendremos magníficas anfitrionas. Inmejorables.
© Copyright 2025