Alejandra Mateos Gismera 6º Al bajar se giró lentamente. Y con la nariz y las cejas un poquito más serias, levantó la mano y la agitó un par de veces en señal de despedida. Recibió una sonrisa desde el interior del vehículo, que con tranquilidad rutinaria se alejó rodando. Suspiró con contundencia y volvió a contemplar lo que esperaba antes de entrar, al fin, a clase… La Selva. Serían cuatro o cinco metros de Selva, pero era más profunda y peligrosa que la Selva Amazónica o la Pedriza. No estaba seguro de que fuesen lo mismo, pero había leído que en ambas había amenazas, animales desconocidos, y árboles tan, tan, tan altos como los que tenía ahí delante. Miró al frente. Cuando los árboles se movían, veía partes del Mundo al Otro Lado de la Selva. Y veía una esquina del columpio del arenero, donde se había librado la Gran Guerra de Piedras y Palos, en la que fue alcanzado y estuvo mucho tiempo con las manos desolladas y heridas en las rodillas. Distinguía también la cara de Lucía, mirando hacia arriba. La persona que estaba a su lado era la maestra. La reconocía por las pulseras de la mano que sostenía el cuaderno verde, y que quedaba, más o menos, a la altura de la cara de Lucía. Miró fijamente al frente. A la Selva. Echó aire de golpe y se le arrugó un poquito más la nariz. Estrujó bien las manos en torno a las asas de la mochila, a la altura del pecho,... y avanzó a la Aventura. Ocurrió muy rápido, como todos los días. Según puso pié en zona salvaje, esquivó una rama-paraguas que lanzó el gran roble que era el padre de Dani. Se había girado para saludar a la madre de Guille, y el intrépido aventurero tuvo que agacharse para no verse enredado en los largos pañuelos y collares que ésta llevaba siempre, como un sauce llorón. Al salir de debajo del último pliegue del pañuelo, hoy naranja, se apartó rápidamente a la izquierda y saltó hacia adelante. Quedarían dos, o incluso, 1’6666666666666666666666666666666periódico metros para llegar al Otro Lado. Deslizándose entre otros dos árboles, abandonó la zona salvaje, y se precipitó con Lucía y el resto, al Otro Lado. Y el cuaderno verde y la maestra se giraron para recibirle. ¿Por qué, en una calle tan grande, los adultos se amontonaban en medio de la entrada del Cole?
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