BUENA(S) NOTICIA(S) PARA LAS FAMILIAS

PATRICK GOUJON
BUENA(S) NOTICIA(S) PARA LAS FAMILIAS
Las proposiciones del cardenal Kasper
Las cuestiones suscitadas por la evolución de la familia han incitado
al Papa a convocar un sínodo extraordinario sobre este tema. Para
ello pidió al cardenal Kasper que interviniese en el consistorio de febrero de 2014. Su declaración fue muy señalada. Nos proponemos
comentar este texto que subraya la necesidad de proponer “nuevos
caminos” para que la buena noticia del Evangelio llegue a todas las
familias.
Bone(s) nouvelle(s) pour les familles, Études 158 (2014) 61-72
La idea de la familia está en
crisis. Eso lo sabemos todos. Y el
discurso que mantiene la Iglesia
sobre el tema no lo está menos. Hace ya algunos años, el 84% de los
católicos franceses declaraba no
comprender la posición de la Iglesia sobre el acceso a los sacramentos para los divorciados vueltos a
casar. Sin embargo, lo peor para
los católicos sería creer y hacer
creer que la posición de la Iglesia
se resume en algunos eslóganes.
asamblea romana: “Desafíos pastorales de la familia en el contexto
de la evangelización”. La situación
de las familias lanza un desafío a
la Iglesia sobre su misión principal, el anuncio del Evangelio. La
evangelización no se puede contentar con ser un conjunto de normas disciplinarias sino que quiere
llegar a las raíces de la fe en el corazón de las realidades de la vida
familiar, lo que está lejos de suceder.
El foso que existe entre la vida
de los católicos y la expresión oficial de la Iglesia -sin decir nada del
abismo (el término no es demasiado fuerte), entre esta última y la
mayoría de nuestros contemporáneos- afecta a la fe de todos. ¿Qué
se puede hacer para que el Evangelio de Dios pueda tener alguna
posibilidad de éxito y sea transmitido como buena noticia? La cuestión se ha tomado en serio, como
lo indica el título de la próxima
¿De qué manera puede llenar
de alegría a las familias aquello
que nosotros creemos y anunciamos? ¿Es posible abrir un camino
para las nuevas situaciones? Respondiendo positivamente diremos
que la vía tradicional de la Iglesia
es la reflexión razonable y ordinaria, lo que propiamente hablando
es un sínodo, camino común de argumentación. Que el papa haya
confiado al cardenal Kasper, conocido por su esperanza en conside-
138 rar que no todas las puertas de la
Iglesia estén cerradas, la tarea de
iluminar a sus hermanos cardenales en febrero último, y que él mismo haya decidido hacer pública su
reflexión, permite asociar un mayor número de personas a la búsqueda y el debate. Aquí presentamos lo que la reflexión del teólogo
y obispo emérito de Stuttgart puede aportar al discernimiento de la
Iglesia, tanto desde la óptica del
magisterio como desde la óptica
de los fieles. La formulación no es
la de una posición final ni la de un
consenso, sino la tentativa de responder a un desafío que no puede
ser ignorado.
La insatisfactoria zanja entre
la doctrina de la iglesia y los
creyentes llama a una
conversión
Apoyándose en la exhortación
apostólica Evangelii Gaudium,
Walter Kasper utiliza el diagnóstico que presentaba el papa Francisco. Sin ninguna incriminación
ni complacencia, la mirada que dirige a la situación actual está llena
de benevolencia, la única capaz,
según el Evangelio, de poner remedio al mal. “La familia atraviesa una crisis cultural profunda, como todas las comunidades y lazos
sociales. En el caso de la familia
la fragilidad de los lazos es particularmente grave, porque se trata
de la célula fundamental de la sociedad” (Evangelii Gaudium 66).
La benevolencia no atenúa la
gravedad. El cardenal Kasper enumera algunas características de las
circunstancias actuales que hoy
perjudican a la familia. Las condiciones sociopolíticas por las que
muchas familias están en el exilio,
o huidas, o bajo peligro de expulsión; económicas cuando la miseria o las condiciones y los ritmos
de trabajo vuelven precaria la vida
de familia; y las mutaciones antropológicas marcadas por un individualismo y un consumismo que se
alejan de la preocupación por el
bien común. Pero, en lugar de señalar culpables, la situación se entiende como peso y fragilidad hacia las cuales la Iglesia está llena
de compasión. Segundo elemento
de diagnóstico, y en tono más crítico, la comprobación de una separación demasiado grande entre la
doctrina de la Iglesia y los cristianos.
Esta doble constatación, la
oprimente precariedad de las situaciones familiares y el corte entre la expresión magisterial de la
Iglesia y la vida de los cristianos,
lleva a la búsqueda de métodos para hacerse comprender mejor. El
discurso de Walter Kasper se organiza alrededor de seis capítulos
de los que el segundo, tercero y
cuarto constituyen una especie de
exposición de doctrina de la Iglesia sobre la familia (“La familia en
el orden de la creación”, “Las estructuras de pecado en la vida de
familia”, “La familia en el orden
cristiano de la redención”). Sin embargo, lo esencial tiene un cierto
giro que anuncia el primer capítuBuena(s) noticia(s) para las familias 139
lo (“Descubrir de una forma nueva
el Evangelio de la familia”) y que
lleva a los dos últimos capítulos en
forma de proposición: “La familia
como Iglesia doméstica” y “A propósito de los divorciados vueltos a
casar”. Para comprender bien el
conjunto, conviene precisar este
cambio de talante. El posicionamiento teológico del cardenal Kasper se expresa de entrada como una
insatisfacción.
“Nuestra posición no puede ser
la de una simple adaptación al statu quo, sino que quiere ser una posición más radical que vuelva a las
raíces, dicho de otra manera, al
Evangelio y que, a partir de ahí,
contemple el futuro”. Esta invitación pone discretamente en guardia contra dos tentaciones. La primera es la de la acomodación a la
opinión de la sociedad. Sin embargo, el documento quisiera eliminar
la fijación en un compromiso en el
interior mismo de la Iglesia, que
llenaría de acritud y resentimiento
tanto a los que llaman a una dulcificación de la doctrina como a los
que recuerdan su enseñanza, incluso hasta la intransigencia. Rechazando claramente el statu quo, el
cardenal pretende demostrar que
la fe católica abre un futuro que
permite sobrepasar una alternativa
cerrada en la que nadie encuentre
su lugar.
¿Es realista una familia santa?
Tres capítulos exponen la visión orgánica de la fe que renueva
140 Patrick Goujon
la comprensión de la familia en el
seno de la humanidad, lo que la
lleva a su realización, pero también
lo que la relativiza radicalmente
por el celibato de Jesús. Retomando los tres tiempos de la historia
de la salvación -creación, pecado,
redención- el cardenal Kasper no
pierde de vista lo que orienta al
conjunto de esta historia, su fin, la
“boda” de la humanidad con Dios,
ni el mal que la compromete. No
utiliza este mal para amenazar a
los creyentes con una sanción que
la Iglesia debería ejecutar, sino para resaltar que es en este mismo
lugar donde sobreviene la salvación. No se olvida de recordar la
larga genealogía de Jesús que no
ha evitado la “mala reputación”.
El Salvador no viene sin enfrentarse al mal. ¿Cómo puede
ofrecer la fe cristiana una visión
que haga de la familia una realidad que salve a la humanidad de
aquello que amenaza su realización? La fuerza de la posición del
cardenal Kasper reside en la capacidad de argumentar desde el seno
de la tradición católica, sin perder
nunca de vista el objetivo universal de la salvación en Cristo Jesús.
Es ahí donde se encuentran las
principales acechanzas de los razonamientos teológicos cuyas nociones más clásicas son a menudo
o mal comprendidas o difíciles de
manejar. Para Walter Kasper, el
matrimonio es una realidad cultural universal y una ayuda de Dios
para la humanidad: “El Evangelio
de la familia se remonta a los orígenes de la humanidad. Es un viá-
tico dado a la humanidad por el
Creador. Así, se encuentra en todas las culturas de la humanidad
una alta estima del matrimonio y
la familia”.
Esta doble afirmación busca
hacer creíble la fe respecto a la familia: la visión cristiana de la familia puede interesar a toda persona. Es un camino de salvación,
lo que permite a cada uno no creerse solo ni perdido. Lo desarrollará
en el capítulo quinto. De momento, el cardenal prosigue: “Se la entiende como la comunidad de vida
del hombre y la mujer con sus hijos. Esta tradición de la humanidad se encuentra en diferentes culturas y bajo expresiones diferentes.
Al principio, el lazo familiar estaba inserto en la familia ampliada
o en el clan. A pesar de todas las
diferencias, que no son más que de
detalle, la institución de la familia
es el mandamiento original de toda la humanidad”.
Notemos la definición de la familia. Entendida como “comunidad de vida del hombre y de la
mujer con sus hijos”, según los
términos tradicionales, la concepción cristiana del matrimonio se
comprende como una apropiación
de las costumbres de la humanidad
entera. Por eso puede declarar que
“la institución de la familia es el
mandamiento original de la cultura de toda la humanidad”. Así,
pues, a la familia se la considera
de gran valor, porque es a través
de ella que se ordena la cultura, es
decir, se orienta hacia su realización. Por eso, la realización de la
cultura se expresa universalmente,
prosigue Kasper, en “la regla de
oro que manda amar al otro como
a sí mismo”. Válida en toda cultura, esta exigencia de respeto al
otro, retomada por Jesús en el Sermón de la montaña, proporciona
“un criterio seguro para emitir un
juicio sobre la poligamia, el matrimonio forzado, la violencia en el
matrimonio y en la familia, el machismo, la discriminación de las
mujeres, la prostitución, así como
sobre las condiciones económicas
modernas, y las condiciones de trabajo y de salario que se oponen a
la familia”.
En esta exigencia común a todas las culturas, el teólogo expone
lo que clásicamente se conoce como “ley natural” y que sirve como
“regla directriz”, es decir como
aquello que permite orientarse.
Haciendo de la familia la institución que es “el mandamiento original de la cultura”, introduce en
la argumentación la posibilidad de
tomar distancia de cara a los malentendidos que rodean la noción
de “ley natural”. Aun cuando a veces se la presenta como algo que
se impondría a todos exteriormente, se trata de un criterio universalmente dado a la conciencia humana para orientarse. La tradición
cristiana lo identifica con el mandamiento del amor al prójimo que
no se impone más que en la medida de la conversión del corazón, es
decir, en un acto libre e interior de
la voluntad. La familia, que instituye culturalmente a la sociedad,
toma por guía esta regla de oro coBuena(s) noticia(s) para las familias 141
mo criterio de discernimiento que
permite “en cada momento saber
lo que, en relación entre el hombre,
la mujer y los hijos, corresponde a
la dignidad de la otra persona humana”.
La fuerza de la tradición cristiana es la de enfrentarse con realismo a todo aquello que intenta
deshumanizar a la persona. Walter
Kasper retoma la enseñanza tradicional de la Iglesia sobre el pecado mostrándonos el peso existencial. Desde ahí se pasa revista sin
disimulo a las realidades que amenazan alienar al hombre: las relaciones hombre/mujer, las relaciones de maternidad, de fraternidad
y, últimamente en aquello que nos
afecta a todos, la muerte. “La alienación fundamental es la muerte
(Gn 3,19; Rm 5,12) y todos los poderes de la muerte que hacen estragos en el mundo y que llevan la
muerte y la ruina. Ellas también
causan dolor en la familia”. Se
vuelve a ver aquí el talante evangélico de la reflexión del teólogo
que encuentra eco en el comienzo
de la Constitución pastoral sobre
la Iglesia en el mundo de este tiempo, Gaudium et spes: “Las alegrías
y esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de este
tiempo, de los pobres sobre todo y
de todos los que sufren, son también las alegrías y esperanzas, las
tristezas y las angustias de los discípulos de Cristo, y no hay nada
verdaderamente humano que no
encuentre eco en su corazón”.
Lo que el Concilio expresaba
en términos de solidaridad con el
142 Patrick Goujon
género humano, en razón de una
común humanidad, se transforma
aquí en exigencia de un servicio de
consolación, actitud fundamental
en el cristianismo (pensemos en la
parábola del buen samaritano). Del
reconocimiento de las amenazas
que pesan sobre la humanidad y
que se abaten sobre ella, el cardenal Kasper extrae, en nombre de la
esperanza cristiana, un deber de
consolación. Es el sentido de todo
el capítulo siguiente, “La familia
en el orden cristiano de la redención”. El camino de la consolación
es un camino que no se recorre
más que en la conversión del corazón hasta lo más hondo. Kasper la
ilustra a partir de la actitud de Jesús en la controversia con los escribas sobre el divorcio (Mt 19,
3-9). Actuando así, se adelanta al
rechazo que su exposición ha provocado hasta ese momento. Jesús
rechaza firmemente entrar en la casuística de los doctores y afirma
que el repudio no fue concedido
más que en razón de la dureza de
corazón de los hombres. “Al principio de la creación no era así”. Los
discípulos se asustan por la respuesta, pero Kasper subraya su coherencia. En efecto, la curación del
corazón solo puede ser dada: “no
es posible más que por la conversión y por el don de un corazón
nuevo”. Por eso, prosigue, este corazón es dado por la venida del
Reino de Dios, “por la conversión
y por el don de un corazón nuevo”.
Así se comprende que la indisolubilidad sea una característica esencial del matrimonio en el sentido
de que expresa y simboliza la fide-
lidad indefectible de Dios a la humanidad que promete dar un corazón de carne a los que libremente
escojan la conversión y manifiesten su solidaridad con los otros,
particularmente con los más vulnerables. La buena noticia reside
en esta fidelidad que comparten
Dios y el hombre: “Pertenece a la
dignidad del hombre tomar decisiones definitivas. Forman parte
inherente de la historia de una persona; la marcan para siempre. […]
La ruptura de estas promesas
arrastra heridas profundas. Cierto,
las heridas se pueden curar, pero
la cicatriz permanece y no cesa de
hacer sufrir: se continúa viviendo
-y se debe hacer-, pero con dolor”.
Esta buena noticia de la fidelidad posible a un compromiso definitivo -buena noticia porque manifiesta la fecundidad de la libertad
humana- no es pensable más que
en estrecho lazo con el perdón que
Dios concede a los que sufren la
prueba de la dureza de su corazón.
“Aquellos que vuelven al Señor,
gracias a la misericordia y al perdón, tienen la posibilidad de la curación y de un nuevo comienzo”.
Este camino de conversión y
de renovación del corazón no es
posible sin la “formación del corazón” que se resume en tres palabras-clave: “petición, agradecimiento, perdón”. Esta formación
del corazón encuentra su lugar en
el Evangelio para la familia, en lo
que el cardenal Kasper llama “la
Iglesia doméstica”, y a la que consagra un nuevo capítulo. Manifiesta a cada uno, sea cual sea su esta-
do, casado, célibe, abandonado(a)
por su pareja, o que esté sin contacto con su familia, que no está
nunca “solo ni perdido”. Inspiradas
en las comunidades de base de
África, Asia o América latina, las
“iglesias domésticas” son espacios
de acogida de la Iglesia y constituyen el tejido en el cual las familias
nucleares, cuyo modelo está hoy
en crisis, puedan inserirse. Son refugio para los niños cuyos padres
están ausentes o separados, para
las personas mayores, las personas
divorciadas, los familiares solteros… Comunidades espirituales y
misioneras, estas “iglesias domésticas” ofrecen vivir una práctica
del Evangelio, en comunión con la
Iglesia.
La solidaridad con las alegrías
y angustias de los hombres de nuestro tiempo destaca sobre lo que se
pudiera llamar una Iglesia de la
consolación que sostiene y que permite crecer en fe, esperanza y caridad. Puesta en práctica por estas
iglesias domésticas, reunión de
proximidad y de comunión eclesial, la Iglesia ofrece así a cada uno
lo que le permite profundizar el
sentido de su relación con Cristo,
abierta en primer lugar “a aquellos
que sufren de tantas formas, a los
pequeños y sencillos” a los que pertenece el Reino de Dios. Es este tejido eclesial renovado, en el deseo
de una conversión del conjunto de
la Iglesia fiel a la misericordia de
Dios que la funda, lo que permite
al cardenal Kasper, en un último
capítulo, atender al “problema de
los divorciados vueltos a casar”.
Buena(s) noticia(s) para las familias 143
La misericordia de Dios es la
fidelidad a su propio amor
mente, mucho más de lo que la opinión pública, católicos incluidos,
pueda pensar.
La familia es sujeto de la evangelización al mismo tiempo que
objeto de la solicitud benevolente
de sus pastores. Muchas situaciones no son solo dolorosas, sino que
afectan a las células de la primera
evangelización que son las familias. ¿Cómo los niños educados en
la fe cristiana que no verán nunca
a sus padres aproximarse a los sacramentos podrán crecer en un
acercamiento vivo y verdadero a
la Iglesia? Para poder avanzar,
Kasper se apoya en la dinámica de
conversión de toda la Iglesia, que
ha situado como condición de la
evangelización. Recuerda el principio de indisolubilidad que une en
Dios fidelidad y misericordia, pues
distingue dos situaciones de divorcios civiles y de sus consecuencias
por actitudes eclesiales diferenciadas. Sin embargo, antes debe responder a una objeción frecuentemente promovida en la Iglesia, a
saber, que no es posible ninguna
novedad.
Por ejemplo, desde el punto de
vista jurídico, el Código de derecho canónico de 1983 (canon
1093) ya no lanza excomuniones,
como sucedía en el Código precedente de 1917. Desde el punto de
vista pastoral, subrayando lo que
ve como insuficiencias, Kasper recuerda las aperturas que han sido
posibles, invitando a estar particularmente atentos a las personas a
las que no habría que someter de
entrada al mazazo de una ley general. Evoca, en fin, la historia doctrinal y pastoral de la Iglesia, apoyándose en particular en un estudio
llevado a cabo en 1972 por el “profesor Joseph Ratzinger”: “Desde
muy pronto ya, la Iglesia ha tenido
la experiencia de que la apostasía
entre los cristianos existe. Durante las persecuciones hubo cristianos que, por debilidad, renegaron
de su bautismo. Para estos lapsi, la
Iglesia desarrolló la práctica canónica de la penitencia vivida como
un segundo bautismo, no por el
agua sino por las lágrimas. Después del naufragio del pecado,
aquel que se ahogaba podía disponer, no de un segundo barco, pero
sí de una tabla de salvación” (citado por Jean Gaudemet).
La resistencia de ciertos católicos a la historia es tal que acaban
por confundir la verdad de Dios
con la inmutabilidad de las prácticas y expresiones de fe. Kasper toma buena cuenta de no fundar su
argumentación únicamente a partir de ejemplos históricos de la evolución de la doctrina del matrimonio, sino que, manteniendo el
principio de indisolubilidad, muestra que la atención mostrada por la
Iglesia ha evolucionado profunda144 Patrick Goujon
El autor desarrolla entonces
una analogía con la situación de
los divorciados vueltos a casar: no
es que sea posible un segundo matrimonio (no un “segundo barco”)
sino una “tabla de salvación”: la
participación de la comunión.
El cardenal Kasper va explícitamente más lejos que las recomendaciones del Papa Benedicto
XVI sobre este tema en 2012, que
retomaba las indicaciones que había dado cuando era responsable
de la Congregación para la doctrina de la fe en 1994: que los divorciados vueltos a casar podían participar de la “comunión espiritual”,
pero no de la “comunión sacramental”. Kasper, para no quedarse
solo con una argumentación lógica, aunque atenta al bien de los divorciados, evoca las posiciones que
los Padres de la Iglesia hubiesen
podido tomar en este sentido. Recordar que no hay uniformidad
doctrinal y pastoral en la Iglesia
ofrece sin duda una ocasión de
avanzar. El cardenal Kasper se
adelanta a las querellas que los especialistas podrían presentar y exhibe como último argumento un
artículo del Credo: “Creo en el perdón de los pecados”. “La misericordia de Dios no es una gracia barata que dispense de la conversión”.
Así es posible preservar a la vez
tanto la indisolubilidad del matrimonio -que Kasper nunca pone en
cuestión- y la misericordia, a condición de que se viva la conversión,
que sólo puede esperarse de los divorciados en el caso de que el conjunto de la Iglesia manifieste una
actitud radical de conversión.
El cardenal Kasper, de alguna
manera, ha preparado doblemente
el terreno. Por una parte, el documento está construido de tal manera que se comprende que la invitación a la evangelización de la
familia solo se puede hacer en la
Iglesia al precio de un camino de
conversión, de vuelta a las raíces
evangélicas de la doctrina. Descubre como su centro que la regla de
oro (amar al otro como a sí mismo)
se funda en la revelación del amor
de Dios por la humanidad y que,
en fidelidad indefectible a este
amor, Dios es misericordioso. La
llamada escuchada en el corazón
de todas las culturas respecto de la
dignidad es recibida, en la fe, como viniendo del amor de Dios por
la humanidad. Si el respeto a la
dignidad pasa por la fidelidad, la
fidelidad conduce al perdón allí
mismo donde ha sido herida, en razón misma del perdón que Dios
concede por su indefectible amor.
La invitación a la conversión ofrecida por la Iglesia a los divorciados
vueltos a casar, no puede venir más
que de una Iglesia dispensadora del
perdón de Dios.
Por esto la Iglesia está llamada
a ser signo: “¿Cómo puede la Iglesia ser el signo del lazo indisoluble
entre la fidelidad y la misericordia
en su acción pastoral con los divorciados vueltos a casar por lo civil?”. Si hay que distinguir entre
las situaciones en que se puede declarar nulidad, sin que este procedimiento se pueda extender bajo
pena de sospecha de un juridicismo hipócrita por parte de la Iglesia, la práctica de la “tabla de salvación” -según un término del que
no convendría abusar- abre la vía
sacramental, no de un segundo matrimonio, sino de la reconciliación
y de la comunión, que no serán verBuena(s) noticia(s) para las familias 145
daderamente fecundas más que en
la verdad de un corazón penitente
y deseoso de convertirse.
El cardenal Kasper no prejuzga para nada los trabajos y las futuras decisiones. Su reflexión teológica y pastoral recuerda a la
Iglesia entera que su doctrina ha
encontrado su fundamento en un
hombre, Cristo Jesús, testigo de la
salvación ofrecida por un Dios cuya misericordia será siempre acogedora para todo el que se vuelva
hacia Él.
Tradujo y condensó: FRANCESC PERIS, S.J.
“La mentalidad patriarcal ve la realidad de forma dicotómica: varón y mujer, blanco y negro, cuerpo y espíritu, hombre y naturaleza. Estas polaridades
son definidas por oposición y establecen una jerarquía entre ellas en términos de superior/inferior. Esta jerarquización, construida culturalmente, se
legitima definiéndola como el orden “natural” del mundo. Por eso en muchas
culturas las mujeres asumen como natural el ser consideradas como inferiores a los varones. Es una obscenidad que en la actualidad uno de los negocios
más lucrativos a nivel global, codeándose en el ranking con el comercio de
armas o el tráfico de drogas, sea la trata y la explotación sexual de mujeres”
(p. 18)
“Hablar hoy de justicia y predicar el amor al prójimo sin hacerse cargo
de la feminización de la pobreza y la violencia contra las mujeres en todo el
mundo y el déficit de estima y amor, el odio y la desvalorización que arrastran como colectivo desde hace siglos, muchas veces legitimado por las tradiciones y la religión, es una ceguera intolerable” (p. 21)
Lucía R amon, “Mujeres de cuidado. Justicia, cuidado y transformación”
(Cristianisme i Justícia, n. 176)
146 Patrick Goujon