• Textos Litúrgicos • Exégesis • Comentario Teológico

Domingo V Cuaresma
(Ciclo B) - 2015
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Textos Litúrgicos
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Lecturas de la Santa Misa
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Guión para la Santa Misa
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Directorio Homilético (16 - 21)
Exégesis
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P. José María Solé Roma, C. M. F.
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Comentario Teológico
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Directorio Homilético (75 - 76)
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Santos Padres
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San Agustín
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Aplicación
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P. Alfredo Sáenz, S.J.
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San Juan Pablo II
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S.S. Benedicto XVI
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P. Jorge Loring S.I.
Ejemplos Predicables
Textos Litúrgicos
Lecturas de la Santa Misa
Domingo V de Cuaresma (B)
(Domingo 22 de marzo de 2015)
LECTURAS
(Recordamos que puede optarse por las lecturas del Ciclo A, con su Prefacio propio)
Estableceré una nueva alianza
Y no me acordaré más de su pecado
Lectura del libro de Jeremías 31, 31-34
Llegarán los días —oráculo del Señor— en que estableceré una nueva Alianza con la casa de Israel y la casa de Judá.
No será como la Alianza que establecí con sus padres el día en que los tomé de la mano para hacerlos salir del país de
Egipto, mi Alianza que ellos rompieron, aunque Yo era su dueño —oráculo del Señor—.
Ésta es la Alianza que estableceré con la casa de Israel, después de aquellos días —oráculo del Señor—: pondré mi
Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones; Yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo.
Y ya no tendrán que enseñarse mutuamente, diciéndose el uno al otro: “Conozcan al Señor”. Porque todos me
conocerán, del más pequeño al más grande—oráculo del Señor—. Porque Yo habré perdonado su iniquidad y no me
acordaré más de su pecado.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial 50, 3-4.12-15
R. Crea en mí, Dios mío, un corazón puro.
¡Ten piedad de mí, Señor, por tu bondad,
por tu gran compasión, borra mis faltas!
¡Lávame totalmente de mi culpa
y purifícame de mi pecado! R.
Crea en mí, Dios mío, un corazón puro,
y renueva la firmeza de mi espíritu.
No me arrojes lejos de tu presencia
ni retires de mí tu santo espíritu. R.
Devuélveme la alegría de tu salvación,
que tu espíritu generoso me sostenga:
yo enseñaré tu camino a los impíos
y los pecadores volverán a ti. R.
Aprendió qué significa obedecer
y llegó a ser causa de salvación eterna.
Lectura de la carta a los Hebreos 5,7-9
Hermanos:
Cristo dirigió durante su vida terrena súplicas y plegarias, con fuertes gritos y lágrimas, a Aquél que podía salvarlo
de la muerte, y fue escuchado por su humilde sumisión. Y, aunque era Hijo de Dios, aprendió por medio de sus
propios sufrimientos qué significa obedecer. De este modo, Él alcanzó la perfección y llegó a ser causa de salvación
eterna para todos los que le obedecen.
Palabra de Dios.
Aclamación Jn 12, 26
“El que quiera servirme, que me siga,
Y donde Yo esté, estará también mi servidor”, dice el Señor.
Evangelio
Si el grano de trigo que cae en tierra muere, da mucho fruto
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
Según san Juan 12, 20-33
Había unos griegos que habían subido a Jerusalén para adorar a Dios durante la fiesta de Pascua. Éstos se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y
le dijeron: “Señor, queremos ver a Jesús”. Felipe fue a decírselo a Andrés, y ambos se lo dijeron a Jesús. Él les respondió:
“Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado. Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo ; pero
si muere, da mucho fruto. El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna. El
que quiera servirme que me siga, y donde Yo esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre. Mi alma ahora está turbada. ¿Y
qué diré: “Padre, líbrame de esta hora”? ¡Si para eso he llegado a esta hora! ¡Padre, glorifica tu Nombre!”.
Entones se oyó una voz del cielo: “Ya lo he glorificado y lo voy a glorificar”.
La multitud, que estaba presente y oyó estas palabras, pensaba que era un trueno. Otros decían: “Le ha hablado un ángel”.
Jesús respondió:
“Esta voz no se oyó por mí, sino por ustedes. Ahora ha llegado el juicio de este mundo, ahora el Príncipe de este mundo será arrojado afuera; y cuando
Yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí”.
Palabra del Señor
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Guión para la Santa Misa
V Domingo de Cuaresma-Ciclo B-2015
ENTRADA:
En esta Santa Eucaristía subamos con el Señor al Calvario, centro y cumbre del misterio pascual, procurando tener sus
mismos sentimientos de inmolación y adoración ante la voluntad del Padre.
LITURGIA DE LA PALABRA (Pueden utilizarse las lect. del Ciclo A)
1-LECTURA: Jer.31, 31-34
Movido a compasión Dios establece una nueva alianza con su pueblo, inscribiéndola en sus corazones.
2-LECTURA Heb.5,7-9
Nuestro Señor fue escuchado por su humilde sumisión y mediante sufrimientos aprendió la obediencia.
EVANGELIO: Jn.12,20-33
La hora de la cruz ha llegado y el Hijo será glorificado por el Padre.
PRECES
Cristo, Nuestro Señor, dirigió súplicas y plegarias a quien podía salvarlo de la muerte. Oremos también nosotros con la
confianza del Señor.
A cada intención respondemos cantando…
*Por la Iglesia que peregrina hacia la Pascua, para que el Espíritu de Dios la asocie íntimamente a Cristo, su Esposo y
Redentor. Oremos.
*Por los pueblos que sufren la violencia, para que reciban el don de la Paz y de la libertad de los hijos de Dios. Oremos.
*Por los que sufren por el peso de sus culpas, para que abriéndose a Dios, rico en misericordia, se alegren con su perdón y
salvación. oremos.
* Por los que participamos de ésta santa misa, para que penetremos en el adorable misterio de la cruz, y en ella
aprendamos a vivir muriendo cada día. oremos.
Por tu bondad, Señor, ten piedad, de tus hijos que caminan en la fe y en la esperanza, y concédeles lo que
humildemente te suplican. Por Jesucristo nuestro Señor.
LITURgIA DE LA EUCARISTÍA
oFERToRIo: movidos por la caridad ofrecemos al Padre nuestros humildes dones…
-Cirios, testimoniando que Cristo es la verdadera luz que ilumina todo hombre.
-Pan y vino, uniendo nuestras vidas al sacrificio del Señor.
ComUNIóN:
Recibamos al Señor Sacramentado, y fortalecidos con su gracia acompañémoslo diariamente en la hora de nuestra cruz.
SALIDA:
Que Nuestra Señora de los Dolores nos ayude a proseguir la “batalla espiritual” de éste tiempo, armados con la oración, el
ayuno y la limosna, y llegar a la Pascua renovados en el espíritu.
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)
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Directorio Homilético
Nuevo Directorio Homilético
II. LA INTERPRETACIóN DE LA PALABRA DE DIoS EN LA LITURgIA
16. La reforma litúrgica post-conciliar ha hecho posible la predicación en la misa a partir de una selección más rica de los
textos bíblicos. Pero, ¿qué podemos decir de los mismos? En la práctica, con frecuencia el homileta responde a esta
pregunta consultando los comentarios bíblicos para dar un cierto background a las lecturas y así ofrecer un tipo de
aplicación moral general. Lo que falta a veces, es la sensibilidad sobre la peculiar naturaleza de la homilía como parte
integrante de la Celebración Eucarística. Si la homilía es comprendida como parte orgánica de la misa, entonces está claro
que se le pide al homileta que considere las diversas lecturas y oraciones de la celebración como algo crucial para la
interpretación de la Palabra de Dios. Estas son las palabras del Papa Benedicto XvI: «La reforma promovida por el Concilio vaticano II ha mostrado sus frutos enriqueciendo el acceso a la Sagrada Escritura,
que se ofrece abundantemente, sobre todo en la Liturgia de los domingos. La estructura actual, además de presentar
frecuentemente los textos más importantes de la Escritura, favorece la comprensión de la unidad del plan divino, mediante
la correlación entre las lecturas del Antiguo y del Nuevo Testamento, “centrada en Cristo y en su misterio Pascual”» (vD
57). El Leccionario actual es el resultado del deseo expresado por el Concilio «a fin de que la mesa de la Palabra de Dios se
prepare con más abundancia para los fieles ábranse con mayor amplitud los tesoros de la Biblia, de modo que, en un
período determinado de años, se lean al pueblo las partes más significativas de la Sagrada Escritura» (SC 51). Los Padres del
Concilio Vaticano II, no obstante, no sólo nos han transmitido este Leccionario, también han indicado los principios para la
exégesis bíblica que se refieren en particular a la homilía. 17. El Catecismo de la Iglesia Católica presenta los tres criterios de interpretación de las Escrituras, enunciados por el
Concilio, en los términos siguientes: «1. Prestar una gran atención «al contenido y a la unidad de toda la Escritura». En efecto, por muy diferentes que sean los
libros que la componen, la Escritura es una en razón de la unidad del designio de Dios, del que Cristo Jesús es el centro y el
corazón, abierto desde su Pascua.
Por el corazón de Cristo se comprende la sagrada Escritura, la cual hace conocer el corazón de Cristo. Este corazón estaba
cerrado antes de la Pasión porque la Escritura era oscura. Pero la Escritura fue abierta después de la Pasión, porque los que
en adelante tienen inteligencia de ella consideran y disciernen de qué manera deben ser interpretadas las profecías (Santo
Tomás de Aquino, Expositio in Psalmos, 21,11: CEC 112). 2. Leer la Escritura en “la Tradición viva de toda la Iglesia”. Según
un adagio de los Padres, “la sagrada Escritura está más en el corazón de la Iglesia que en la materialidad de los libros
escritos”. En efecto, la Iglesia encierra en su Tradición la memoria viva de la Palabra de Dios, y el Espíritu Santo le da la
interpretación espiritual de la Escritura (CEC 113). 3. Estar atento “a la analogía de la fe”. Por “analogía de la fe”
entendemos la cohesión de las verdades de la fe entre sí y en el proyecto total de la Revelación (CEC 114)». Si es cierto que estos criterios son útiles para la interpretación de la Escritura en cualquier ámbito, lo son de modo
particular cuando se trata de preparar la homilía para la Misa. Los consideramos singularmente en relación a la homilía. 18. El primero es el «contenido y la unidad de toda la Escritura». El bellísimo pasaje de santo Tomás de Aquino, citado por
el Catecismo, pone en evidencia la relación entre el Misterio Pascual y las Escrituras. El Misterio Pascual desvela el
significado de las Escrituras, “oscuro” hasta ese momento (cf. Lc 24,26-27). Visto con esta luz, el trabajo del homileta es el
de ayudar a los fieles a leer las Escrituras a la luz del Misterio Pascual, de manera que Cristo pueda revelarles el propio
corazón, que según santo Tomás coincide aquí con el contenido y el corazón de las Escrituras. 19. La unidad de toda la Escritura está incluida en la estructura misma del Leccionario, en el modo en como está distribuida
en el curso del Año Litúrgico. En el centro encontramos las Escrituras con las que la Iglesia proclama y celebra el Triduo
Pascual. Este viene preparado por el Leccionario Cuaresmal y ampliado por el del Tiempo Pascual. Del mismo modo ocurre
para el ciclo de Adviento-Navidad-Epifanía. Y además, la unidad de toda la Escritura está incluida al mismo tiempo en la
estructura del Leccionario Dominical y del Leccionario de las Solemnidades y de las Fiestas. En el centro está el pasaje del
Evangelio del día; la lectura del Antiguo Testamento viene escogida a la luz del Evangelio, mientras que el Salmo
responsorial está inspirado en la lectura que lo precede. El texto del Apóstol, en las celebraciones dominicales, presenta una
lectura discontinua de las Cartas y, por lo tanto, no está normalmente, de manera explícita, en relación con las otras
lecturas. No obstante, en virtud de la unidad de toda la Escritura, con frecuencia es posible encontrar relaciones entre la
segunda lectura y los pasajes del Antiguo Testamento y del Evangelio. Se puede constatar que el Leccionario invita con
insistencia al homileta a considerar las lecturas bíblicas como mutuamente iluminadas o, por usar todavía las palabras del
Catecismo y de la Dei Verbum, a ver el «contenido y la unidad de toda la Escritura». 20. El segundo es «la Tradición viva de toda la Iglesia». En la Verbum Domini, el Papa Benedicto XVI ha puesto el acento
sobre un criterio fundamental de la hermenéutica bíblica: «el lugar originario de la interpretación escriturística es la vida de
la Iglesia» (VD 29). La relación entre la Tradición y la Escritura es profunda y compleja y, ciertamente, la Liturgia representa
una manifestación importante y única de esta relación. Existe una unidad orgánica entre la Biblia y la Liturgia; a lo largo de
los siglos en los que las Sagradas Escrituras se estaban escribiendo y el canon bíblico tomaba forma, el pueblo de Dios se
reunía regularmente para celebrar la Liturgia. Para ser más exactos, los escritos eran, en buena parte, creados para tales
asambleas (cf. Col 4,16). El homileta debe tener en cuenta los orígenes litúrgicos de las Escrituras y considerarlas con el fin
de ver cómo hacer que se pueda aprovechar un texto en el nuevo contexto de la comunidad a la que predica. Es aquí, en el
momento de la proclamación, cuando el texto antiguo se manifiesta todavía vivo y siempre actual. La Escritura formada en
el contexto de la Liturgia es ya Tradición; la Escritura proclamada y explicada en la Celebración Eucarística del Misterio
Pascual es, del mismo modo, Tradición. A lo largo de los siglos se ha acumulado un tesoro excepcional interpretativo de esta
Celebración Litúrgica y de la proclamación en la vida de la Iglesia. El misterio de Cristo viene conocido y valorado, cada vez
más profundamente, por la Iglesia y el conocimiento de Cristo por parte de la Iglesia es Tradición. De este modo, el homileta
está invitado a acercarse a las lecturas de una celebración no como a una selección arbitraria de textos sino como a una
oportunidad de reflexionar sobre el significado profundo de estos pasajes bíblicos con la Tradición viva de la Iglesia entera,
así como la Tradición encuentra expresiones en las lecturas escogidas y armonizadas o en los textos de oración de la
Liturgia. Estos últimos también son monumentos de la Tradición y están orgánicamente conectados con la Escritura ya que
han sido tomados directamente de la Palabra de Dios o se inspiran en ella. 21. El tercero es «la analogía de la fe». En sentido teológico, se refiere al nexo entre las diversas doctrinas y la jerarquía de
las verdades de fe. El núcleo central de nuestra fe es el Misterio de la Trinidad y la invitación dirigida a participar de la Vida
Divina. Esta realidad ha sido revelada y realizada a través del Misterio Pascual; de lo dicho hasta ahora se deriva que el
homileta debe, por un lado, interpretar las Escrituras de modo que tal misterio sea proclamado y, por otro, guiar al pueblo
para que entre en el misterio a través de la celebración de la Eucaristía. Este tipo de interpretación ha constituido una parte
esencial de la predicación apostólica desde los inicios de la Iglesia, como leemos en la Verbum Domini: «Llegados, por decirlo así, al corazón de la “Cristología de la Palabra”, es importante subrayar la unidad del designio divino
en el Verbo encarnado. Por eso, el Nuevo Testamento, de acuerdo con las Sagradas Escrituras, nos presenta el Misterio
Pascual como su más íntimo cumplimiento. San Pablo, en la Primera carta a los Corintios, afirma que Jesucristo murió por
nuestros pecados “según las Escrituras” (15,3), y que resucitó al tercer día “según las Escrituras” (1 Cor 15,4). Con esto, el
Apóstol pone el acontecimiento de la muerte y Resurrección del Señor en relación con la historia de la Antigua Alianza de
Dios con su pueblo. Es más, nos permite entender que esta historia recibe de ello su lógica y su verdadero sentido. En el
Misterio Pascual se cumplen “las palabras de la Escritura, o sea, esta muerte realizada ‘según las Escrituras’ es un
acontecimiento que contiene en sí un logos, una lógica: la muerte de Cristo atestigua que la Palabra de Dios se hizo ‘carne’,
‘historia’ humana”. También la Resurrección de Jesús tiene lugar “al tercer día según las Escrituras”: ya que, según la
interpretación judía, la corrupción comenzaba después del tercer día, la palabra de la Escritura se cumple en Jesús que
resucita antes de que comience la corrupción. En este sentido, san Pablo, transmitiendo fielmente la enseñanza de los
Apóstoles (cf. 1 Cor 15,3), subraya que la victoria de Cristo sobre la muerte tiene lugar por el poder creador de la Palabra de
Dios. Esta fuerza divina da esperanza y gozo: es este en definitiva el contenido liberador de la revelación pascual. En la
Pascua, Dios se revela a sí mismo y la potencia del amor trinitario que aniquila las fuerzas destructoras del mal y de la
muerte» (VD 13).
Es esta unidad del diseño divino, la que ha hecho que el homileta ofrezca una catequesis doctrinal y moral durante la
homilía. Desde el punto de vista doctrinal, la naturaleza divina y humana de Cristo unidas en una sola persona, la divinidad
del Espíritu Santo, la capacidad ontológica del Espíritu y del Hijo de unirse al Padre en el compartir la vida de la Santa
Trinidad, la naturaleza divina de la Iglesia en la que estas realidades son conocidas y compartidas: estas y otras verdades
doctrinales han sido formuladas como el sentido profundo de lo que las Escrituras proclaman y los sacramentos cumplen.
En la homilía, estos datos doctrinales no van presentados como partes de un tratado elevado o de una explicación
escolástica, en la que los misterios pueden ser explorados y diseccionados en profundidad. Tales datos doctrinales guían, de
todos modos, al homileta y le garantizan que alcanzará, al predicar, el significado más profundo de la Escritura e del
Sacramento.
(Continuará…)
(Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Directorio Homilético, 2014, nº 16 - 21)
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Exégesis
P. José María Solé Roma, C. M. F.
Sobre la Primera Lectura (Jer 31,31-34)
Esta profecía es considerada la perla más preciosa del Libro de Jeremías:
- Prenuncia que tras el fracaso definitivo de la Alianza del Sinaí, va ella a ser sustituida por una Alianza Nueva y Eterna. A
Jeremías debemos esta expresión: 'Nueva Alianza', que se nos ha hecho tan familiar.
- Como características de la Nueva Alianza, frente a la cual es muy imperfecta, y sólo prefigurativa, y por tanto abolida, la
Vieja Alianza, señala Jer:
a) Su 'Interioridad'. En la Alianza Vieja, Ley escrita en tablas de piedra. En la Alianza Nueva, Ley escrita en los corazones.
b) La 'intimidad' y cordialidad de relaciones entre Dios y nosotros. Recogiendo este espíritu de la Nueva Alianza, cual la
promete Jeremías y luego Ezequiel, resume San Pablo: 'Moraré y viviré en medio de ellos. Y seré su Dios y ellos serán mi
Pueblo. Y seré para vosotros Padre; y vosotros seréis para mí hijos e hijas, dice el Señor' (2 Cor 6, 17; cfr Ez 37, 27; Jer 31,
33).
c) El perdón total de todos los pecados. La iluminación interior de todas las almas (v 35).
- Esta Nueva Alianza ha quedado inaugurada con la muerte y resurrección de Cristo. Esto nos enseña claramente el mismo
Jesús cuando al instituir el Memorial perenne de su Sacrificio Redentor dice:
'Este Cáliz es la Nueva Alianza en mi sangre, la que por vosotros es derramada'(Lc 22, 20): 'Esta es mi sangre de la Alianza
que es por todos derramada en remisión de los pecado'(Mt 26,28). San Pablo argumenta: 'Al decir 'nueva' declara caducada
la anterior (Heb 8, 13). La 'Alianza' del Calvario nos da en verdad y plenitud lo que la del Sinaí sólo podía dar en sombra y
figura: Perdón de los pecados; vivencia filial con el Padre; inhabitación del Espíritu Santo.
Sobre la Segunda Lectura (Heb 5, 7-9)
Cristo es el Único-Sumo-Eterno-Sacerdote de la Nueva Alianza:
- Primeramente se nos da la definición y condiciones del sacerdote (vv 1-4): El sacerdote debe ser:
a) Miembro de la familia humana; b) Representar a los hombres ante Dios; c) Ofrecer sacrificios expiatorios; d) Tener
entrañas de compasión con sus hermanos los hombres; e) Ser llamado y aceptado por Dios al sacerdocio. Es evidente que
nadie como Cristo tiene estas condiciones: Verbo Encarnado, Hombre-Dios, es Pontífice sumo y único. Entre las figuras del
Viejo Testamento prefigura el sacerdocio de Cristo, mejor aún que el sacerdocio de Aarón, el de Melquisedec. La Escritura
presenta a Melquisedec Rey de Salem y sacerdote del Altísimo (Gén 14, 18), 'Tipo' muy logrado del Mesías: Rey-Sacerdote
(Heb 7, 1-24.).
- En los v.v. de la lectura litúrgica de hoy nos pone de relieve cómo en el sacerdocio de Cristo, Sacerdote y Víctima forman
una única unidad. El Decreto de Dios que le confiere el sacerdocio eterno (v 6), le llama también a ser Víctima (Jn 10, 18).
La aceptación voluntaria y amorosa con que el Hijo Encarnado cumple la voluntad del Padre, dan al 'Siervo-Hijo' la
experiencia dolorosa de la obediencia; pero a la vez le constituyen Sacerdote Perfecto y Víctima perfecta:
- 'Sacerdote Perfecto': 'Porque no tenemos un Pontífice incapaz de compadecerse de nuestras flaquezas; antes bien, a
excepción del pecado, ha sido en todo probado igual que nosotros' (Heb 4, 15). Nos gana el amor y la confianza este
nuestro Pontífice 'que en los días de su vida mortal ofreció plegarias y súplicas con vehemente clamor y lágrimas' (v 7)
- 'Víctima Perfecta': consumado su Sacrificio-Obediencia, es glorificado a la diestra del Padre. 'Y glorificado, viene a ser para
cuantos le obedecen (creen en El) autor de salvación eterna' (v 9). En razón de este su sacerdocio eterno podemos orar así:
'Te pedimos, Dios Todopoderoso, que nos consideres siempre como miembros de Aquel en cuyo Cuerpo y Sangre
comulgamos'.
Sobre el Evangelio (Juan 12,20-33)
Muy cercanos ya a la conmemoración del ministerio Redentor leemos esta emotiva escena:
- Un grupo de gentiles, adheridos a la fe y esperanza de Israel (Hech. 10, 2), buscan con grande deseo a Jesús. Jesús ve en
ellos las primicias del fruto de su Pasión. A ésta la llama su 'glorificación', porque levantado en la cruz atraerá a Sí todos los
corazones (Jn 8, 28).
- Los v.v. 24-26 recogen hermosas instrucciones de Jesús sobre el valor del sufrimiento. El dolor es valorizado. Los
seguidores de Cristo debemos ahora acompañarle en la cruz; con esto entramos en el misterio de la Redención y
adquirimos el derecho de ser partícipes de su Gloria (vv 24-26).
- La escena de los v.v. 27-29 evoca la de Getsemaní: La 'Hora' ya tan cercana sume el alma de Jesús en suma angustia. Jesús
clama al Padre le libere de aquella Hora (v 26). Como en Getsemaní, tras este grito de su voluntad natural, su voluntad
racional se entrega totalmente a la del Padre. Acepta el Sacrificio para gloria del Padre (v 28). También como en Getsemaní,
el Padre envía consuelo y vigor a su Hijo (28b). El Hijo, por su amor y obediencia, con su Sacrificio, glorifica al Padre (v 28),
derrota a Satanás (v 31) y salva a todos los hombres (v 32).
(Solé Roma, J. m., Ministros de la Palabra, ciclo "B", Herder, Barcelona, 1979)
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Comentario Teológico
Directorio Homilético
Advertencia: Recordemos que hoy, quinto domingo de Cuaresma del ciclo B, se puede leer el evangelio del ciclo A, la
resurrección de Lázaro (Jn 11,1-45). En realidad, dicho evangelio del ciclo A armoniza mejor con el carácter bautismal de la
Cuaresma. La cuaresma es el recorrido que los catecúmenos realizan para recibir el bautismo en el día de Pascua. Por esta
razón el Directorio Homilético, al hablar del quinto domingo de Cuaresma y pensando en los tres ciclos, comenta el evangelio
de la resurrección de Lázaro.
Domingo V de Cuaresma
75. «Lázaro, nuestro amigo, está dormido; voy a despertarlo». La exhortación el domingo precedente de san Pablo, a
despertar a los que se han dormido, encuentra una viva expresión en el último y más grande de los «signos» de Jesús en el
cuarto Evangelio: la resurrección de Lázaro. La naturaleza definitiva de la muerte, enfatizada en el hecho de que Lázaro está
muerto desde hace cuatro días, parece suponer un obstáculo todavía mayor que el de hacer brotar agua de una roca o
devolver la vista a un ciego de nacimiento. No obstante marta, puesta delante de esta situación, hace una profesión de fe
similar a la de Pedro: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo». Su fe no
está en lo que Dios podría cumplir en el futuro, sino en lo que Dios está cumpliendo ahora: «Yo soy la Resurrección y la
vida». Aquel «yo soy», que recorre toda la narración de Juan, clara alusión a la auto-revelación de Dios a moisés, aparece
en los pasajes evangélicos de todos estos domingos. Cuando la samaritana habla del mesías, Jesús le responde: «Yo soy, el
que habla contigo». En la narración del ciego, Jesús dice: «mientras estoy en el mundo, yo soy la luz del mundo». Y hoy nos
dice: «Yo soy la Resurrección y la vida». La clave para recibir esta vida es la fe: «¿Crees esto?». Pero incluso marta duda
después de su ardiente profesión de fe y, cuando Jesús pide que se quite la losa del sepulcro, pone como objeción que ya
huele mal. Y es aquí, una vez más, que se recuerda cómo seguir a Cristo es un compromiso que dura toda la vida y, ya sea
que nos preparamos a recibir los Sacramentos de la Iniciación dentro de dos semanas, como sea que hemos vivido tantos
años como católicos, debemos luchar sin interrupción para reforzar y hacer más profunda nuestra fe en Cristo. 76. La resurrección de Lázaro es el cumplimiento de la promesa de Dios proclamada en la primera lectura por medio del
profeta Ezequiel: «Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros». El corazón del misterio
Pascual consiste en el hecho de que Cristo ha venido para morir y resucitar de nuevo, para hacer por nosotros exactamente
lo que ha hecho por Lázaro: «Desatadlo y dejadlo andar». Él nos libera, no solo de la muerte física sino de tantas otras
muertes que nos afligen y nos convierten en ciegos: el pecado, las desventuras, las relaciones interrumpidas. Para nosotros
los cristianos es, por tanto, esencial sumergirse de forma continua en su misterio Pascual. Como proclama el prefacio de
este día: «El cual, hombre mortal como nosotros, que lloró a su amigo Lázaro, y Dios y Señor de la vida, que lo levantó del
sepulcro, hoy extiende su compasión a todos los hombres y por medio de sus sacramentos los restaura a una nueva vida».
El encuentro semanal con el Señor crucificado y resucitado expresa nuestra fe en el hecho de que Él es, aquí y ahora,
nuestra resurrección y nuestra vida. Esta convicción es la que nos hace capaces, el domingo siguiente, de acompañarle en
su entrada en Jerusalén, diciendo con Tomás: «vamos también nosotros y muramos con él».
(CONgREgACióN PARA EL CULTO DiViNO y LA DiSCiPLiNA DE LOS SACRAmENTOS, Directorio Homilético, 2014, nº 75 - 76)
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Santos Padres
San Agustín
Si el grano de trigo no muere
8. "Había también algunos gentiles, de los que habían venido para adorar en las fiestas. Estos se acercaron, pues, a
Felipe, que era de Betsaida de Galilea y le rogaban diciendo: Señor, queremos ver a Jesús. Viene Felipe y se lo dice a
Andrés, y Andrés y Felipe conjuntamente se lo dicen a Jesús". Veamos la respuesta que les dio Jesús. He aquí que los judíos
quieren matarle, y los gentiles quieren verle. Pero también eran de los judíos aquellos que gritaban: Bendito el que viene en
el nombre del Señor, Rey de Israel, Unos circuncidados, otros sin circuncidar, eran como dos paredes, que, viniendo de
lados diversos, se juntaban con ósculo de paz en la única fe de Cristo. Escuchemos la voz de la piedra angular. Respondióles,
pues, Jesús, diciendo: Es llegada la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. Podrá pensar alguno que se sentía
glorificado porque los gentiles querían verle. Pero no es así. Preveía que los mismos gentiles, después de su pasión y
resurrección, habían de creer por todas las naciones, porque, como dice el Apóstol, una obcecación parcial ha invadido a
Israel, hasta que la plenitud de las gentes haya entrado. Tomando ocasión de este deseo de los gentiles que querían verle,
anuncia la plenitud futura de las gentes y afirma que está al caer la hora de su glorificación, verificada la cual en el cielo, las
gentes abrazarían la fe. Por lo que estaba predicho: Ensálzate, ¡oh Dios!, sobre los cielos, y tu gloria sobre toda la tierra.
Esta es la plenitud de las gentes, de la que dice el Apóstol: Parcial obcecación ha caído sobre Israel hasta que entre la
plenitud de las gentes.
9. Pero convenía que a la excelsitud de su glorificación precediese la humildad de su pasión; por lo cual añadió: En
verdad, en verdad os digo que, si el grano de trigo que cae en la tierra no muriere, queda él solo; pero, si muriere, da
mucho fruto. Hacía alusión a sí mismo. Él era el grano que había de morir y multiplicarse: morir por la infidelidad de los
judíos, y multiplicarse por la fe de los pueblos.
10. Luego, exhortando a seguir las huellas de su pasión, dice: Quien ama a su alma, la perderá. Lo cual de dos modos
puede entenderse: Quien la ama, la pierde; esto es, si la amas, la pierdes. Si quieres tener vida en Cristo, no temas morir
por Cristo. También de otro modo: Quien ama a su alma, la perderá. No la ames si no quieres perderla; no la ames en esta
vida para no perderla en la eterna. Con esta última interpretación parece estar más de acuerdo el sentido evangélico,
porque dice a continuación: Y quien odia a su alma en este mundo, la guarda para la vida eterna. Luego en la frase anterior:
Quien la ama, se sobrentiende; en este mundo, ése la perderá; y quien la odia también en este mundo, ése la conserva para
la vida eterna. Profunda y admirable sentencia, de qué modo tiene el hombre en su mano el amor a su alma, para hacerla
perecer, y el odio, para que no perezca. Si la has amado malamente, entonces la has odiado; pero, si le has tenido odio
bueno, entonces la has amado. Felices quienes la odiaron atendiendo a su conservación, para no perderla enfrascados en su
amor. Pero cuida mucho de no caer en la tentación de quererte matar a ti mismo por entender que de este modo debes
odiar a tu alma en este mundo. Pues por esto algunos malignos y perversos, y más crueles y más criminales homicidas para
consigo mismos, se arrojan a las llamas, en el agua se ahogan, lánzanse por precipicios y perecen. No son éstas las
enseñanzas de Cristo; antes bien, al demonio, que le instigaba a precipitarse, le respondió: Aléjate, satanás, porque está
escrito: No tentarás al Señor Dios tuyo. Y a Pedro, indicándole el género de muerte con que había de glorificar a Dios, le
dijo: Cuando eras joven, te ceñías y caminabas por donde querías; pero, cuando seas viejo, otro te ceñirá y te llevará a
donde tú no quieras. Estas palabras son clara expresión de que quien sigue las huellas de Cristo no se ha de dar la muerte a
sí mismo, sino que ha de ser otro quien se la dé. Pero, cuando se halle en la alternativa y sea forzoso al hombre escoger
entre dos cosas, o traspasar la ley de Dios, o morir bajo la espada del perseguidor, elija entonces morir por amor a Dios
antes que vivir teniendo a Dios ofendido; entonces debe odiar a su alma en este mundo, a fin de guardarla para la vida
eterna.
11. El que me sirve, sígame. ¿Qué quiere decir sígame, sino imíteme? Cristo padeció por nosotros, dice el apóstol
San Pedro, dejándonos ejemplo para que sigamos sus pisadas. Esto es lo que significa: Si alguno me sirve, sígame. ¿Cuál es
el fruto? ¿Cuál la recompensa? ¿Cuál el premio? Y donde yo estoy, dice, allí estará también mi servidor. Amémosle
desinteresadamente, para que el precio de ese servicio sea estar con Él. Porque ¿dónde se estará bien sin El o dónde se
estará mal estando con Él? óyelo más claramente: Si alguno me sirve, mi Padre le honrará. ¿Con qué honor sino con el de
estar en compañía de su Hijo? Estas palabras: mi Padre le honrará, parecen ser una explicación de las anteriores: Donde yo
estoy, allí estará también mi servidor. Pues ¿qué mayor honor puede esperar el adoptivo que estar donde está el Hijo único,
no igualado a la divinidad, sino asociado a su eternidad?
12. Debemos más bien indagar qué se entiende por servir a Cristo, a cuyo servicio se promete tan grande
recompensa. Si por servir a Cristo entendemos preparar lo necesario al cuerpo, o cocer y servir los alimentos que ha de
cenar, o darle la copa y escanciar la bebida, estas cosas las hicieron quienes pudieron gozar de su presencia corporal, como
marta y maría cuando Lázaro era uno de los comensales. Pero de este modo también el perverso Judas sirvió a Cristo, pues
él era el que llevaba la bolsa, y aunque hurtase criminalmente de las cosas que en ella se metían, sin embargo, por su
medio se preparaba lo necesario. De aquí es que, cuando el Señor le dijo: Lo que haces, hazlo pronto, algunos pensaron que
le mandaba preparar algo por ser día de fiesta, o dar alguna limosna a los pobres. Por lo tanto, en modo alguno diría el
Señor de tales servidores: Donde yo estoy, allí estará también mi servidor; y: Si alguno me sirve, mi Padre le honrará; pues
vemos que Judas, que servía tales cosas, más bien que honrado, es reprobado. Pero ¿por qué hemos de buscar en otro
lugar qué se entiende por servir a Cristo y no lo hemos de ver en estas mismas palabras? Cuando dijo: Si alguno me sirve,
sígame, dio a entender que quería decir: Si alguno no me sigue, éste no me sirve. Sirven, pues, a Cristo los que no buscan
sus propios intereses, sino los de Jesucristo. Sígame, esto es, vaya por mis caminos y no por los suyos, según está escrito en
otra parte: Quien dice que permanece en Cristo, debe caminar por donde El caminó. Si da pan al pobre, debe hacerlo por
caridad, no por jactancia; no buscar en ello más que la buena obra, de modo que no sepa la mano izquierda lo que hace la
derecha, esto es, que se aleje la codicia de la obra caritativa. El que de este modo sirve, a Cristo sirve, y a él con justicia se
le dirá: Lo que hiciste a uno de mis pequeños, a mí me lo hiciste. Y no solamente el que hace obras corporales de
misericordia, sino el que ejecuta cualquiera obra buena por amor de Cristo (entonces serán obras buenas, cuando el fin de
la ley es Cristo para la justicia de todo creyente) es siervo de Cristo hasta llegar a aquella magna obra de caridad que es dar
la vida por los hermanos, esto es, darla por Cristo. Porque también esto ha de decir Cristo por sus miembros: Cuando por
éstos lo hicisteis, por mí lo hicisteis. El mismo se dignó hacerse y llamarse ministro de esta obra, cuando dice: Así como el
Hijo del hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida por muchos. De donde se sigue que cada cual es ministro
de Cristo, por las mismas cosas que lo es el mismo Cristo. Y a quien de este modo sirve a Cristo, su Padre le honrará con el
extraordinario honor de estar con su Hijo y jamás acabará su felicidad.
13. Hermanos, no penséis que el Señor dijo estas palabras: Donde yo estoy, allí estará también mi servidor,
solamente de los obispos y clérigos buenos. vosotros podéis servir también a Cristo viviendo bien, haciendo limosnas,
enseñando su nombre y su doctrina a los que pudiereis, haciendo que todos los padres de familia sepan que por este
nombre deben amar a la familia con afecto paternal. Por el amor de Cristo y de la vida eterna avise, enseñe, exhorte,
corrija, sea benevolente y mantenga la disciplina entre todos los suyos ejerciendo en su casa este oficio eclesiástico y en
cierto modo episcopal, sirviendo a Cristo para estar con El eternamente. Ya muchos de los que se contaban entre vosotros
prestaron a Cristo el máximo servicio de padecer por El: muchos que no eran obispos ni clérigos, jóvenes y doncellas,
ancianos con otros de menor edad, muchos casados y casadas, muchos padres y madres de familia, en servicio de Cristo,
entregaron sus almas por el martirio, y con los honores del Padre recibieron coronas de gloria.
SAN AgUSTÍN, Tratados sobre el Evangelio de San Juan (t. XIv), Tratado 51, 8-13, BAC madrid 19652 ,
211-17
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Aplicación
P. Alfredo Sáenz,S.J.
CRISTO ANUNCIA LA PROXIMIDAD DE SU “HORA”
Este domingo cierra la serie de los domingos de Cuaresma y, en cierto modo, nos introduce ya en el tema central del año
litúrgico: el Misterio Pascual. El episodio que nos relata la perícopa evangélica que acabamos de escuchar se ubica en los
últimos días de la vida de Jesús, en los días que precedieron inmediatamente a su Pasión. Durante toda su existencia, Cristo
no soñó con otra cosa que con su Pasión, su bautismo de sangre, sus bodas de sangre. Los preliminares de ese acto
supremo fueron su unción en Betania, su solemne entrada en Jerusalén, y este encuentro con los gentiles o griegos que, por
intermedio de Felipe, quisieron conocer al Señor.
Los gentiles de nuestro evangelio eran extranjeros en Israel, pero simpatizaban con la religión de Moisés y hasta cierto
punto observaban la Ley. El texto nos dice que habían venido a celebrar la fiesta, precisamente la fiesta de Pascua, en que
Jesús había de morir. Su presentación ante el Señor fue como un presagio de la conversión del mundo gentil. En verdad
tenía fundamento aquella frase envidiosa de los fariseos: "Todo el mundo se va tras él". Cristo sería glorificado también por
los gentiles: como Buen Pastor daría su vida para congregar en la unidad a griegos y judíos, es decir, a los potenciales hijos
de Dios que estaban dispersos. Sin duda que mientras Jesús conversaba con estos extranjeros, tendría en su mente el
exaltante panorama de esa gran multitud que a lo largo de los siglos se congregaría en su Iglesia.
Jesús les explicó el misterio de la próxima Pascua. No sería una Pascua como las demás, como la que los judíos celebraban
todos los años. Sería la Pascua final, la definitiva, la que daría todo su sentido a la Pascua judía, la Pascua del propio Jesús.
"Ha llegado la hora —les dice— en que el Hijo del hombre va a ser glorificado". Esta expresión, "la hora", no es desdeñable.
Pocos días después, diría Jesús en la Ultima Cena: "Padre, mi hora ha llegado". Y cuando Judas se acercara al Huerto: "He
aquí que ha llegado la hora", exclamaría el Señor. Decir, pues, que ha llegado la hora significa que ha llegado el momento
culminante de su vida, el momento soñado desde el instante de su encarnación. La hora de su glorificación. Pero esa hora
pasaba inevitablemente por la cruz.
Impresiona escuchar de labios de Cristo la expresión que sigue: "Os aseguro que si el grano de trigo que cae en tierra no
muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto". El mismo Jesús es el grano de trigo, que morirá en la cruz, que se
hundirá en la tierra de su sepultura, que entrará en la oscuridad de la tumba. Pero esa, y no otra, es la condición de su
fecundidad. Sólo así será capaz de comunicar la vida a los hombres que habían perecido. Si Cristo no hubiera muerto,
permaneceríamos alienados, extraños a la vida de la gracia. La desintegración de la semilla es la condición de su fecundidad.
También a nosotros, amados hermanos, especialmente ahora que estamos ya por entrar en la Semana Santa, nos llega la
invitación de Jesús: "El que quiera servirme, que me siga". El servidor de Cristo debe seguir a Cristo, y el camino de Cristo
pasa por el sacrificio. Si quiere salvarse, no podrá amarse a sí mismo; deberá aborrecerse en este mundo, si quiere
guardarse para la vida eterna. La expresión es dura, pero es del Señor. Y no tenemos derecho a omitirla. El que se pone
como centro a sí mismo, el que elude toda mortificación, el que sólo busca su felicidad terrena, el que ha resuelto darse
todos los gustos en esta vida, en una palabra, "el que ama su vida, la perderá".
Al decir estas cosas, Jesús comenzó a entrever lo amarga que sería su Pasión, y anticipó acá las palabras que luego
pronunciaría con tono trágico en Getsemaní: "Mi alma ahora está turbada. ¿Y qué diré: Padre, líbrame de esta hora?". A
este grito alude el autor de la epístola a los hebreos, en el texto elegido para la segunda lectura de hoy: "Cristo dirigió,
durante su vida terrena, súplicas y plegarias, con fuertes gritos y lágrimas a aquel que podía salvarlo de la muerte". Porque
si bien su espíritu estaba pronto, con todo su carne era aún flaca. Sin embargo, agrega enseguida: "¡Pero si para eso he
llegado a esta hora! ¡Padre, glorifica tu nombre!". Y entonces se oyó una voz del cielo: "Ya lo he glorificado y lo volveré a
glorificar". Ya había sido glorificado en su Bautismo del Jordán, así como a través de sus milagros, y sobre todo en los
fulgores de su Transfiguración. Pero su Padre lo volvería a glorificar, esta vez de manera irreversible, resucitándolo de entre
los muertos.
¡Qué drama comienza a desatarse en el corazón de Jesús! Él quiere la vida. Pero para alcanzarla, debe pasar por la muerte.
Y ello no implica una decisión fácil. Por eso se advierte un dejo de angustia en su expresión. Sin embargo, como haría luego
en el Huerto, acepta desde ya su sacrificio, acepta atravesar "su hora" como un atleta, acepta hacer su pascua, su tránsito
al Padre: por la muerte a la vida. Máxime sabiendo que su aparente derrota, su temporal abandono, sería el preludio del
triunfo definitivo, de su inagotable fecundidad, de su victoria total sobre el Príncipe de este mundo, como lo llama al
demonio en el evangelio de hoy, que por la muerte del Salvador sería radicalmente expulsado de sus dominios. La lucha de
Cristo con el demonio, con el adversario, afecta a toda la humanidad. El triunfo del Señor signaría la derrota del enemigo del
linaje humano.
Tal será el fin del drama. Porque el efecto último del Misterio Pascual no es el juicio del mundo y del demonio, sino la
capacidad de atraer a toda la humanidad hacia Cristo. Y ello comenzará a realizarse cuando Jesús sea elevado en alto, tema
al que nos referimos el domingo pasado. Lo dice el Señor al fin del evangelio de hoy: "Cuando yo sea levantado en alto
sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí". En este anuncio hay una alusión al género de muerte que se prepara a afrontar.
Pero hay también un indicio de su elevación al cielo el día de su Ascensión, momento culminante de todo el proceso
pascual.
Pronto nos vamos a acercar a recibir el Cuerpo de Jesús en la comunión. La Eucaristía es el memorial de la cruz del Señor.
Jesús es el grano de trigo que ha muerto por nosotros para volverse eucaristía, que se ha dejado moler en la cruz para
ofrecerse como alimento nuestro. Así se ha hecho fecundo y quiere, al penetrar en nuestro interior, dar mucho fruto. No se
lo impidamos por nuestra negligencia. Dejemos que se introduzca en nosotros como la levadura en la masa.
(SAENZ, A., Palabra y Vida, Ciclo B, Ediciones Gladius, Buenos Aires, 1993, p. 100-103)
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San Juan Pablo II
«Señor, queremos ver a Jesús» (Jn 12, 21).
Así dijo a Felipe, que era de Betsaida, la gente que había llegado a Jerusalén de diversas partes. Cuando aquí, en este lugar,
en los límites de la gran Roma, donde hasta hace algún tiempo todo era solamente campo, llegó la gente de varias partes
de Italia, parecía que dijesen lo mismo: ¡Queremos ver a Cristo en medio de nosotros! Queremos que El habite con
nosotros; que aquí se levante su casa. Nos conocemos poco entre nosotros. Querernos que El nos haga conocernos
mutuamente, que nos haga acercarnos recíprocamente, para que ya no seamos extraños, sino que lleguemos a ser una
comunidad...
El Profeta Jeremías habla en la primera lectura de la alianza cada vez más estrecha que Dios quiere hacer con la casa de
Israel. Dado que el pueblo de Israel no mantuvo la alianza precedente, Dios quiere constituir con él otra más sólida e
interior: «Pondré mi ley en su interior y la escribiré en su corazón, y seré su Dios y ellos serán mi Pueblo» (Jer 31, 33).
Queridos hermanos y hermanas: Dios ha realizado con nosotros la nueva y a la vez definitiva alianza en Jesucristo, que,
como dice hoy San Pablo, «vino a ser para todos los que le obedecen causa de salud eterna» (Heb 5, 9).
Esta alianza se basa en la perfecta obediencia del Hijo al Padre. En virtud de esta obediencia, Cristo «fue escuchado» (Heb
5, 7), y es escuchado siempre; El mantiene ininterrumpidamente esta unión del hombre con Dios que se estableció en su
cruz. «La Iglesia —como afirma el Concilio— es sacramento o signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la
unidad de todo el género humano» (Lumen gentium, 1).
Vosotros que habéis formado aquí una célula viva de la Iglesia, esto es, vuestra parroquia, habéis expresado de modo
particular esta alianza con Dios en la que queréis perseverar con la gracia de Jesucristo.
Si alguno os preguntase por qué lo habéis hecho, le podríais responder así, como dice hoy el Profeta: nosotros queremos
que Él sea nuestro Dios y nosotros su Pueblo; queremos que sus leyes estén escritas en nuestro corazón.
Vosotros buscáis un apoyo para vuestros corazones y vuestras conciencias. Buscáis un apoyo para vuestras familias. Queréis
que sean estables, que no se disuelvan; que constituyan esos hogares vivos del amor, en los cuales el hombre puede
calentarse cada día. Perseverando en el vínculo sacramental del matrimonio, queréis transmitir la vida a vuestros hijos y,
junto con la vida, la educación humana y cristiana. Cada uno de vosotros, queridos padres, advierte profundamente esta
gran responsabilidad que está vinculada a la dignidad del padre y de la madre. Sabéis que de esto depende vuestra propia
salvación y la de vuestros hijos. ¿Cómo soy padre? ¿Qué madre soy yo? He aquí las preguntas que os hacéis más de una
vez. Vosotros os alegráis y yo con vosotros, de cada uno de los bienes que se manifiesta en vosotros, en vuestras familias,
en vuestros hijos; me alegro con vosotros de sus progresos en la escuela, del desarrollo de sus conciencias jóvenes. Queréis
que se hagan verdaderamente "hombres". Y esto depende, en gran medida, de lo que adquieren en la casa paterna. Nadie
puede sustituiros en esta obra. La sociedad, la nación, la Iglesia se construyen sobre la base de los fundamentos que echáis
vosotros.
Precisamente por esto es necesario que apoyemos fuertemente toda nuestra vida, y ante todo la vida familiar, sobre
Jesucristo. Porque El, que «vino a ser causa de salvación eterna para todos» (Heb 5, 9), nos indica cada día los caminos de
esta salvación. Con la palabra y el ejemplo nos enseña cómo debemos vivir. Nos muestra cuál es el sentido profundo y
último de la vida humana.
Y si el hombre está seguro de este sentido de la vida, entonces todos los problemas, incluso los ordinarios y cotidianos, se
resuelven en concordancia con él.
La vida se desarrolla entonces al mismo tiempo en el plano humano y divino.
Hoy oímos que el Señor Jesús preanuncia su muerte. Este es ya el V domingo de Cuaresma; estamos muy próximos a la
Semana Santa, al triduo sacro que nos recordará nuevamente de modo particular su pasión, muerte y resurrección. Por esto
las palabras con que el Señor anuncia su fin ya cercano hablan de la gloria: «Es llegada la hora en que el Hijo del hombre
será glorificado... Ahora mi alma se siente turbada. ¿Y qué diré?... Padre, glorifica tu nombre» (Jn 12, 23. 27-28). Y
finalmente pronuncia las palabras que manifiestan tan profundamente el misterio de la muerte redentora: «Ahora es el
juicio de este mundo... Y yo, si fuere levantado de la tierra, atraeré todos a mí» (Jn 12, 31-32). Esta elevación de Cristo
sobre la tierra es anterior a la elevación en la gloria: elevación sobre el leño de la cruz, elevación de martirio, elevación de
muerte.
Jesús preanuncia su muerte también en estas palabras misteriosas: «En verdad, en verdad os digo que, si el grano de trigo
no cae en la tierra y muere, quedará solo; pero si muere, llevará mucho fruto» (Jn 12, 24). Su muerte es prenda de la vida,
es la fuente de la vida para todos nosotros. El Padre Eterno preordinó esta muerte en el orden de la gracia y de la salvación,
igual que está establecida, en el orden de la naturaleza, la muerte del grano de trigo bajo la tierra, para que pueda
despuntar la espiga dando fruto abundante. El hombre después se alimenta de este fruto que se hace pan cotidiano.
También el sacrificio realizado en la muerte de Cristo se hace comida de nuestras almas bajo las apariencias de pan.
Preparémonos a vivir la Semana Santa, el triduo sacro, la muerte y la resurrección. Aceptemos esta vida cuya fuente es su
sacrifico. Vivamos esta vida alimentándonos con la comida del Cuerpo y la Sangre del Redentor, crezcamos en ella para
alcanzar la vida eterna.
(Homilía en la Parroquia de San Buenaventura, en Torre Spaccata, 1 de abril de 1979)
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Benedicto XVI
Queridos hermanos y hermanas:
En el pasaje evangélico de hoy, san Juan refiere un episodio que aconteció en la última fase de la vida pública de Cristo, en
la inminencia de la Pascua judía, que sería su Pascua de muerte y resurrección. Narra el evangelista que, mientras se
encontraba en Jerusalén, algunos griegos, prosélitos del judaísmo, por curiosidad y atraídos por lo que Jesús estaba
haciendo, se acercaron a Felipe, uno de los Doce, que tenía un nombre griego y procedía de Galilea. "Señor —le dijeron—,
queremos ver a Jesús" (Jn 12, 21). Felipe, a su vez, llamó a Andrés, uno de los primeros apóstoles, muy cercano al Señor, y
que también tenía un nombre griego; y ambos "fueron a decírselo a Jesús" (Jn 12, 22). En la petición de estos griegos
anónimos podemos descubrir la sed de ver y conocer a Cristo que experimenta el corazón de todo hombre. Y la respuesta
de Jesús nos orienta al misterio de la Pascua, manifestación gloriosa de su misión salvífica. "Ha llegado la hora de que sea
glorificado el Hijo del hombre" (Jn 12, 23). Sí, está a punto de llegar la hora de la glorificación del Hijo del hombre, pero esto
conllevará el paso doloroso por la pasión y la muerte en cruz. De hecho, sólo así se realizará el plan divino de la salvación,
que es para todos, judíos y paganos, pues todos están invitados a formar parte del único pueblo de la alianza nueva y
definitiva. A esta luz comprendemos también la solemne proclamación con la que se concluye el pasaje evangélico: "Yo,
cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí" (Jn 12, 32), así como el comentario del Evangelista: "Decía esto
para significar de qué muerte iba a morir" (Jn 12, 33). La cruz: la altura del amor es la altura de Jesús, y a esta altura nos
atrae a todos.
Muy oportunamente la liturgia nos hace meditar este texto del evangelio de san Juan en este quinto domingo de Cuaresma,
mientras se acercan los días de la Pasión del Señor, en la que nos sumergiremos espiritualmente desde el próximo domingo,
llamado precisamente domingo de Ramos y de la Pasión del Señor. Es como si la Iglesia nos estimulara a compartir el estado
de ánimo de Jesús, queriéndonos preparar para revivir el misterio de su crucifixión, muerte y resurrección, no como
espectadores extraños, sino como protagonistas juntamente con él, implicados en su misterio de cruz y resurrección. De
hecho, donde está Cristo, allí deben encontrarse también sus discípulos, que están llamados a seguirlo, a solidarizarse con él
en el momento del combate, para ser asimismo partícipes de su victoria.
El Señor mismo nos explica cómo podemos asociarnos a su misión. Hablando de su muerte gloriosa ya cercana, utiliza una
imagen sencilla y a la vez sugestiva: "Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho
fruto" (Jn 12, 24). Se compara a sí mismo con un "grano de trigo deshecho, para dar a todos mucho fruto", como dice de
forma eficaz san Atanasio. Y sólo mediante la muerte, mediante la cruz, Cristo da mucho fruto para todos los siglos. De
hecho, no bastaba que el Hijo de Dios se hubiera encarnado. Para llevar a cabo el plan divino de la salvación universal era
necesario que muriera y fuera sepultado: sólo así toda la realidad humana sería aceptada y, mediante su muerte y
resurrección, se haría manifiesto el triunfo de la Vida, el triunfo del Amor; así se demostraría que el amor es más fuerte que
la muerte.
Con todo, el hombre Jesús, que era un hombre verdadero, con nuestros mismos sentimientos, sentía el peso de la prueba y
la amarga tristeza por el trágico fin que le esperaba. Precisamente por ser hombre-Dios, experimentaba con mayor fuerza el
terror frente al abismo del pecado humano y a cuanto hay de sucio en la humanidad, que él debía llevar consigo y
consumar en el fuego de su amor. Todo esto él lo debía llevar consigo y transformar en su amor. "Ahora —confiesa— mi
alma está turbada. Y ¿qué voy a decir? ¿Padre, líbrame de esta hora?" (Jn 12, 27). Le asalta la tentación de pedir: "Sálvame,
no permitas la cruz, dame la vida". En esta apremiante invocación percibimos una anticipación de la conmovedora oración
de Getsemaní, cuando, al experimentar el drama de la soledad y el miedo, implorará al Padre que aleje de él el cáliz de la
pasión.
Sin embargo, al mismo tiempo, mantiene su adhesión filial al plan divino, porque sabe que precisamente para eso ha
llegado a esta hora, y con confianza ora: "Padre, glorifica tu nombre" (Jn 12, 28). Con esto quiere decir: "Acepto la cruz", en
la que se glorifica el nombre de Dios, es decir, la grandeza de su amor. También aquí Jesús anticipa las palabras del Monte
de los Olivos: "No se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lc 22, 42). Transforma su voluntad humana y la identifica con la de
Dios. Este es el gran acontecimiento del Monte de los Olivos, el itinerario que deberíamos seguir fundamentalmente en
todas nuestras oraciones: transformar, dejar que la gracia transforme nuestra voluntad egoísta y la impulse a uniformarse a
la voluntad divina.
Los mismos sentimientos afloran en el pasaje de la carta a los Hebreos que se ha proclamado en la segunda lectura.
Postrado por una angustia extrema a causa de la muerte que se cierne sobre él, Jesús ofrece a Dios ruegos y súplicas "con
poderoso clamor y lágrimas" (Hb 5, 7). Invoca ayuda de Aquel que puede liberarlo, pero abandonándose siempre en las
manos del Padre. Y precisamente por esta filial confianza en Dios —nota el autor— fue escuchado, en el sentido de que
resucitó, recibió la vida nueva y definitiva. La carta a los Hebreos nos da a entender que estas insistentes oraciones de
Jesús, con clamor y lágrimas, eran el verdadero acto del sumo sacerdote, con el que se ofrecía a sí mismo y a la humanidad
al Padre, transformando así el mundo.
Queridos hermanos y hermanas, este es el camino exigente de la cruz que Jesús indica a todos sus discípulos. En diversas
ocasiones dijo: "Si alguno me quiere servir, sígame". No hay alternativa para el cristiano que quiera realizar su vocación. Es
la "ley" de la cruz descrita con la imagen del grano de trigo que muere para germinar a una nueva vida; es la "lógica" de la
cruz de la que nos habla también el pasaje evangélico de hoy: "El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este
mundo, la guardará para la vida eterna" (Jn 12, 25). "Odiar" la propia vida es una expresión semítica fuerte y encierra una
paradoja; subraya muy bien la totalidad radical que debe caracterizar a quien sigue a Cristo y, por su amor, se pone al
servicio de los hermanos: pierde la vida y así la encuentra. No existe otro camino para experimentar la alegría y la verdadera
fecundidad del Amor: el camino de darse, entregarse, perderse para encontrarse.
Queridos amigos, la invitación de Jesús resuena de forma muy elocuente en la celebración de hoy en vuestra parroquia,
pues está dedicada al Santo Rostro de Jesús: el Rostro que "algunos griegos", de los que habla el evangelio, deseaban ver; el
Rostro que en los próximos días de la Pasión contemplaremos desfigurado a causa de los pecados, la indiferencia y la
ingratitud de los hombres; el Rostro radiante de luz y resplandeciente de gloria, que brillará en el alba del día de Pascua.
Mantengamos fijos el corazón y la mente en el Rostro de Cristo.
Queridos hermanos y hermanas de esta comunidad parroquial, el amor infinito de Cristo que brilla en su Rostro
resplandezca en todas vuestras actitudes, y se convierta en vuestra "cotidianidad". Como exhortaba san Agustín en una
homilía pascual, "Cristo padeció; muramos al pecado. Cristo resucitó; vivamos para Dios. Cristo pasó de este mundo al
Padre; que no se apegue aquí nuestro corazón, sino que lo siga en las cosas de arriba. Nuestro jefe fue colgado de un
madero; crucifiquemos la concupiscencia de la carne. Yació en el sepulcro; sepultados con él, olvidemos las cosas pasadas.
Está sentado en el cielo; traslademos nuestros deseos a las cosas supremas" (Discurso 229, D, 1).
Animados por esta convicción, prosigamos la celebración eucarística, invocando la intercesión maternal de María para que
nuestra vida sea un reflejo de la de Cristo. Oremos para que todos aquellos con quienes nos encontremos perciban siempre
en nuestros gestos y en nuestras palabras la bondad pacificadora y consoladora de su Rostro. Amén.
(Homilía en la Parroquia Romana del Santo Rostro de Jesús, en La Magliana,
V Domingo de Cuaresma, 29 de marzo de 2009)
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P. Jorge Loring S.I.
1.- En el Evangelio de hoy se nos narra que unos gentiles le pidieron a Felipe que les llevara a Jesús. Esto me da pie para
hablar de la mediación entre nosotros y Dios.
2.- Dice la Biblia que Jesús es el GRAN MEDIADOR con el Padre.
3.- Pero esto no quita que haya otros mediadores secundarios, como la Virgen y los Santos.
4.-La Santísima Virgen es la Gran Medianera. Dios lo que querido así.
5.- Jesús pudo haber aparecido en el mundo ya adulto, pero Dios ha querido que viniera por medio de maría.
6.- Por eso el camino de maría es el mejor para llegar a Jesús: a JESÚS PoR mARÍA.
7.- Nuestras peticiones son mejor acogidas por Jesús en manos de maría que en las nuestras sucias y pecadoras.
8.- Y lo mismo podemos buscar por intercesores a los santos. A Dios le gusta que busquemos santos intercesores. Por eso
Dios hace milagros por medio de ellos. Porque los milagros los hace Dios.
9.- Hay santos muy milagrosos, como el P. Pío. Pero también podemos pedir milagros a otros santos que merecen estar en
los altares y todavía no están porque todavía no han hecho milagros que se haya podido comprobar.
(…)
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Ejemplos Predicables
“Si el grano de trigo no muere”
Hubo una vez una pobre joven tísica que salió a pasear su tristeza por las soledades de un bosque. En derredor todo le
habla de la vida, menos su pobre cuerpo enfermo que se cae de a pedazos y que no le habla más que de la muerte. Al
primer beso del sol de la primavera estallan los pimpollos en los árboles, se abren los capullos de la rosas y se desata la
lengua agarrotada de las aguas. La joven ve que todo vive y ella sola muere, y los latidos del corazón se le suben a los labios
y un grito de rebeldía resuena en medio de la soledad del bosque.
- ¡No, yo no quiero morir todavía! ¡yo no quiero morir todavía! ¿ahora que todo vive voy a morirme yo? ¡no, yo no
quiero morir todavía!
¿Y no es éste, mis hermanos, el grito de la humanidad ante el hecho ineludible de la muerte? ¡Nadie quiere morir todavía!
El niño no quiere morir todavía porque quiere llegar a joven; el joven no quiere morir todavía porque quiere llegar a viejo, y
el viejo no quiere morir todavía y se agarra con ansia a las zarzas del camino para no caer en la sepultura.
Y es que todos sentimos aletear dentro de nosotros un espíritu que no quiere morir porque es inmortal.
(Romero, Francisco. Recursos oratorios. Editorial “Sal Terrae”. Santander, 1959. Pag.382)
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