Edita: Cofradía del Santísimo Cristo de la Misericordia y María Santísima de la Victoria PRESENTACIÓN "No os pido más que Le miréis" (Sta. Teresa de Jesús. camino de perfección. 26,3.) Y a eso hemos venido, Señor y Maestro, a miraros, a contemplaros en los diversos momentos de Vuestra divina Pasión que por amor a nuestra débil humanidad habéis padecido. En nombre de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo comenzamos este pregón que ha de exaltar, sin ser sermón de cura (pues el pregonero no lo es), los momentos centrales de los últimos días de Nuestro Señor Jesucristo en la tierra, adónde vino por salvarnos y poder así, muriendo a los pecados, resucitar con Cristo a vida nueva y mejor. El Dr. D Juan Manuel Martín Robles nació hace ahora 40 años en esta noble y hermosa villa de Berja al amparo y protección de nuestra Madre querida de Amor, la Virgen de Gádor. Recibió las aguas bautismales en esta Parroquia de "La Anunciación", donde también participó plenamente de la Eucaristía por primera vez. Desde niño contempló las imágenes de la Semana Santa, como sólo los niños saben mirarlas, casi hipnotizados y llenos de inocencia: "Tiene pupa"- oímos decir al paso de nuestro Señor en boca de los más pequeños. Con los ojos fijos en nuestro Señor procesiones y, sufriente en cuanto empezó pudo, a admirar vistió la las túnica confeccionada por las amorosas manos de su abuela. Acompañando primero a San Juan de la Palma, el discípulo amado, y conforme los años fueron pasando no era sólo acompañar sino llevar el dolor de nuestra Madre la Virgen de los Dolores como costalero a todos los virgitanos y a los que, como servidor siendo aún niño, veníamos a ver las procesiones desde otros pueblos cercanos. Cursó estudios de EGB en el colegio "Celia Viñas" y en el Instituto "Sierra de Gádor", para marchar a licenciarse y doctorarse en Historia del Arte en la Universidad de Granada. En esta ciudad no abandonó su pertenencia a las cofradías sino que compaginaba la procesión de la Virgen de los Dolores de esta villa con su labor en la cuadrilla de costaleros del Santísimo Cristo de San Agustín de la ciudad universitaria. Hasta que, por razones de salud, tuvo que dejar de portar sobre el costal a las queridas imágenes; de portar el dolor a unirse plenamente a la Pasión de Cristo padeciendo él mismo los dolores y lesiones propios de los que son costaleros. Deportista en su juventud, ahora, a la vista está que no, fueron los mismos impedimentos que le apartaron del costal los que le alejaron del deporte. Interesado siempre en las artes, (fue actor de teatro aficionado en el instituto), su vida ha transcurrido siempre en especialmente relación el arte con la Historia religioso. Con del Arte, numerosas publicaciones sobre artistas actuales por su actual trabajo como director del Museo "Casa Ibáñez" de Olula del Río, exceptuando algunas "picardías", toda su vida antes de llegar a Olula del Rió ha estado relacionada con el arte y la Historia de la ciudad granadina con trabajos sobre la Capilla Real y las diversas piadosas imágenes que en la geografía española encontramos. Profesor interino en la Universidad de Jaén y Máster en Museología, tiene una gran preparación académica y laboral como comisario en numerosas exposiciones. De todo lo mencionado y de lo que ha quedado en el tintero, debe estar orgulloso por el gran esfuerzo que le ha costado tanto a él como a su familia. Por su labor actual como director del Museo "Casa Ibáñez" ha conocido a dos grandes pintores españoles aún vivos: D. Antonio López, el mejor pintor realista de la actualidad, y don Andrés García Ibáñez, al que sabe bien sobrellevar. Como sólo Dios sabe hacer las cosas, hizo que acabara su presente peregrinaje en Olula del Río, donde actualmente servidor es párroco, y, aunque casi paisanos (soy de El Ejido), allí nos conocimos y enseguida congeniamos. La tierra une mucho. He dicho casi paisanos, pero no, somos paisanos, porque me considero virgitano pues, aunque sólo en ocasiones esporádicas vengo por aquí, desde la niñez he visitado este pueblo y ya en el seminario, acompañado por D. Antonio Manzano y D. José Miguel Robles, he acudido y he aprendido a querer a nuestra Madre querida de Gádor y san Tesifón. Con don Francisco Escámez, el Padre Paco, desarrollamos la etapa pastoral en el último curso de Teología y en la ermita de la Virgen, siendo diácono, hice mi primera boda. Cuando en el año 2000 sufrí una grave enfermedad (los médicos no creían que sobreviviera) no faltaron las oraciones a la Virgen de Gádor por lo que siempre he estado y estaré agradecido a este pueblo. Me adoptó la Virgen como un hijo más y una querida familia que me considera el "hijo cura". "¿Juanma, el pregonero? Bueno, ya veremos que sale", pensé para mí. Pues aunque relacionado con las cosas de la Iglesia de forma académica, no sabía que había sido costalero hasta que un día, por circunstancias personales, estaba él en Misa y en vez de arreglar el retablo escuchó lo que Dios le tenía que decir. hablamos largo rato y el Señor volvió a tocar aquel corazón que de niño miraba hipnotizado la imagen de Cristo sufriente. Si fue una sorpresa la elección del pregonero, más grande fue la elección del presentador. Pero eso es algo que sólo Dios y Juanma lo saben y así debe quedar. Querido Juanma, querido paisano y feligrés, todo esto, como ya he dicho, no es mérito sólo tuyo, sino que es mérito, primero, de Dios que trajo a la fe; y, además, de tus queridos padres, Juan y Encarna, padres orgullosos de verte aquí hoy, y, por supuesto, de tu querida compañera, amiga y esposa, Elena, granadina que te llevó a casarte en un bello templo de aquella ciudad y que, como tú a Andrés, te sobrelleva y soporta tus enfados, "cuando algo no sale", con paciencia; que te acompaña allá donde vas y sabe estar a tu lado, porque "el amor todo lo alcanza" (Sta. Teresa) Hoy, Juanma, eres tú el que tiene que acercarnos a Dios para que esta Cuaresma y Semana Santa no se quede en meros días de folclore sino que sean verdaderos días de fe, esperanza y caridad, días de Amor a Dios, días de morir a nosotros para que Cristo resucitado viva en nuestros corazones y hogares, vivamos en paz y demos gloria a su Nombre. Gracias por traerme de nuevo a esta querida tierra, gracias por tu amistad y paciencia. Gracias por anunciarnos la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Y ahora, Juanma, como tantas veces oíste antaño: "Vamos poquito a poco". Haznos mirarle sólo a Él. Víctor M. Fernández Maldonado, Cura de Olula del Río. Berja, 21 de marzo de 2015. PREGÓN Un año más, como desde hace tantos, cuando la Primavera impregne el aire de cálidos olores a Pasión y los ángeles comiencen a pintar tu cielo con colores de Renovación, que no por conocidos me resultarán menos intensos que la última vez que embriagaron mi alma, quiero volver a ti. Un año más, y ya son cuarenta con sus idas y venidas, quiero volver para reunirme contigo y rezar en tus calles ante la presencia de Cristo en su infinita Misericordia; humilde en su Entrada Triunfal a lomos de una Borriquita; Cautivo por nuestros pecados; acompasado en su caminar Nazareno hacia el Gólgota; sereno, majestuoso y rebosante de compasión en su Buena Muerte, Crucificado de Cabrillas y Expiración; yacente en el Sepulcro y gloriosamente Resucitado. Un año más, con la firme promesa de volver una y otra vez, quiero regresar para perderme en tus días y noches de belleza alpujarreña acompañando a Nuestra Madre en su bendita Victoria; en su infinito Amor y Esperanza; en su advocación de las Mercedes; y en su triste Amargura. Compartiendo con Ella, en silencio y con lágrimas contenidas, sus infinitos Dolores y su desconsolada Soledad acompañada por San Juan. Y como no, dirigiendo mis ojos hacia aquella mujer valiente y piadosa, de nombre Verónica, que con infinito amor enjugó el rostro de nuestro Señor. Un año más, con mi corazón mirando hacia la Sierra para buscar el cálido amparo de Nuestra Bendita Madre de Gádor, quiero compartir contigo esos Siete Días en los que tu pueblo fervoroso ora y celebra su Fe en las calles. Esa Semana en la que todos unen sus plegarias en torno a Cristo en la crueldad de su Pasión, en la tristeza de su Muerte y en la gloria de su Resurrección. En la que apostando sus corazones esperanzados en cada uno de los bellos escondites de tu geografía, los virgitanos saludan con gozo a María siempre Virgen y comparten sus benditas lágrimas. ¿Podrás acunarme de nuevo en tu antiguo regazo de tierra mariana? ¿Querrás impregnarme de nuevo con el aire cofrade que respiran tus calles y plazas centenarias? ¿Dejarás abiertas tus puertas cristianas, para que en silencio mi alma pueda franquearlas? Dime que sí, porque un año más quiero regresar a ti, mi Berja, para vivir, como si nunca me hubiese ido, tu bendita Semana Santa. *** Reverendo Señor Cura Párroco, don Juan José Martínez Tur; Reverendo Padre don Víctor Fernández, Párroco de Olula del Río; Excelentísimo Señor Alcalde Presidente del Ilustrísimo Ayuntamiento de Berja, don Antonio Torres López, y Excelentísimo Señor Alcalde Presidente del Ayuntamiento de Olula del Río, Don Antonio Martínez Pascual; Corporación municipal y estimadas autoridades civiles; Hermanos Mayores y miembros de las Juntas Directivas de las distintas Hermandades y Cofradías de la Ciudad de Berja; Señoras y Señores; Virgitanos y virgitanas, cofrades, amigos y amigas, hermanos en la Fe todos. ¿Cómo evitar emocionarse cuando uno ha de abrir su corazón, sin reservas ni reparos, ante sus seres más queridos, sus amigos, su pueblo y sus hermanos? ¿Ante tantos y tantos con los ha compartido algunos de sus más trascendentes momentos cofrades y cristianos? Esa fue la primera duda que me asaltó cuando la joven Cofradía del Santísimo Cristo de la Misericordia y María Santísima de la Victoria me brindó el inmenso honor de ser pregonero de nuestra Semana Santa, distinción que nunca podré agradecerle con mis palabras. Y ahora, ¿cómo hacerlo ahora tras las hermosas palabras, impregnadas de oración y Fe cristiana, de su presentación, padre Víctor? Estoy convencido de que nunca encontraré una contestación racional a estas preguntas. La hallaré en mi alma. En esa voz en mi interior que me dice que siempre que con dudas he cruzado las puertas de este centenario templo de La Anunciación que esta tarde nos acoge, nuestra bendita Madre me ha dado la respuesta justa, su amparo y las fuerzas necesarias. Por eso estoy seguro que también hoy será Ella la que, desde su Trono de dulzura y comprensión, me concederá la palabra justa para pregonar nuestra Semana Santa. Una Semana de Pasión, gala y orgullo de tus hijos virgitanos, que es tuya y es mía desde hace muchos años y de la que me vas a permitir, Berja, que recupere hoy de mi alma alborotada algunos de mis recuerdos más íntimos, de esos que siempre me acompañan, para contártelos al oído en un susurro de emoción contenida, para que no notes mi palabra entrecortada. Recuerdos que seguro otros muchos, con los que en ocasiones compartimos en el tiempo aquellos momentos, rememorarán junto a nosotros con la confianza cierta de que tantos y tantos esfuerzos, semilla fuerte e imperecedera de nuestra celebración presente, no cayeron en terreno baldío, sino que sirvieron para hacerte tan hermosa como eres hoy. Pero no nos dejemos llevar aún por la emoción de que en tan sólo una semana nuevamente tus calles se llenarán de fervor y oración, de olor a incienso y quejidos flamencos que en forma de oración romperán la madrugada, de capillos y peinetas, de marchas procesionales y silencios, de Cristos de andar costalero y de palios con sabor a cielo… de la tenue luz de las velas que en la noche virgitana iluminarán los bellos rostros de nuestros sagrados titulares mientras tú, Berja, con gozo compruebas cómo tus hijos más jóvenes toman el relevo de una Semana Santa que parece eterna. Así que déjame que antes de glosar el presente admirado y refulgente de tu Pasión mire hacia atrás, aunque sólo sea por unos instantes emocionados, para rememorar aquella Semana Santa en la que di mis primeros pasos y me hice mayor; aquella a la que, por la satisfacción de sentirme de nuevo unido a ella, mi mente regresa hoy con la misma intensidad del pasado. Déjame que te recuerde aquellos Domingos de Ramos en los que nuestro misterio era viviente, y un juvenil Cristo montado sobre una borriquilla de humilde atavío alpujarreño procesionaba por tus calles centenarias. O aquella Semana Santa de 1992, ya lejana, en la que por vez primera vi procesionar por las calles de Alcaudique a nuestra Borriquita; y cómo no, aquella primera estación penitencial de María Santísima del Amor y la Esperanza, portada por su cuadrilla de costaleras, un radiante Domingo de 1996. ¡Cuántas bellas estampas! Permíteme que rememore mis primeros pasos, aún pequeños y dubitativos, en tu Semana Santa. Aquellos que di, como penitente, en la tarde-noche del Viernes Santo. Déjame que te confiese que aún recuerdo, como si no hubiesen pasado los años, aquella túnica negra y aquel capillo rojo que, confeccionados por sabias y amorosas manos femeninas, durante años me vestí para acompañar en su estación penitencial a San Juan de la Palma. Aquel joven Evangelista que desde su paso movido por ruedas, cuando aún no acompañaba a nuestra Soledad, nos indicaba a todos, con gesto compungido y ojos vidriosos, que delante de él marchaba yacente el que al tercer día había de resucitar. También déjame que te cuente de aquellos Jueves Santos en los que, ya no tan niño, con inmensa complacencia me metía bajo la trabajadera del paso para acompañar a la Virgen de los Dolores en su estación penitencial, compartiendo sentimientos y lágrimas con aquella primera cuadrilla de costaleros que tuvo tu Semana Santa. Una cuadrilla a la que me incorporé, por casualidades del destino, el mismo Jueves Santo de 1992 en el que un nuevo grupo de costaleros aliviaban a Nuestro Padre Jesús Nazareno del peso de su bendita Cruz. Y déjame que me sincere contigo, por primera vez y como nunca antes lo hice con nadie, y te confiese que después de aquel otros pasos fueron el refugio de mi sentir cofrade, pero en ninguno abrigué la Pasión como en tus calles, bajo el manto protector de nuestra Dolorosa y a la voz de mi capataz. Aquella que aún me parece oír diciendo izquierda “alante”, derecha atrás cada vez que veo un paso de palio revirar. Consuélame diciéndome que aún no has olvidado, ni olvidarás, las fúnebres notas de Ione sonando en la silenciosa Madrugada del Jueves al Viernes Santo. Que no has podido olvidar, como yo tampoco he querido hacer nunca, aquellos lánguidos sones con los que nuestro querido párroco don Antonio Durán nos llamaba a los virgitanos, desde las altas torres del templo parroquial, para que rezando el Vía+Crucis acompañásemos al Cristo de la Expiración por unas taciturnas calles cuyo sosiego quedaba sólo alterado por la oración amorosa de tus hijos e hijas. Consiénteme que recupere de mi recuerdo la bella estampa de María Santísima de la Amargura bajando, en Vía+Crucis y sobre humildes andas, el camino de la Ermita, donde aquella joven cofradía “de los estudiantes” animada por don Antonio Romera tuviese su primera “casa”; o la de aquel Martes Santo de 1995 en el que sola, a los pies de la Cruz vacía, la vi procesionar en la noche oscura de tu señorial calle Agua. Permíteme también que recuerde con palabras emocionadas aquel Jueves Santo de 1990 en el que por primera vez Verónica limpió piadosamente el dulce rostro de nuestro Nazareno; o aquella jubilosa noche de Martes Santo de 1997 en la que, tras años de esfuerzo cofrade, Jesús Cautivo de Medinaceli y María Santísima de las Mercedes llegaban desde su barrio de San Roque hasta este templo parroquial. Y déjame confesarme de nuevo, incluso a riesgo de desnudar por completo mi alma, y decirte toda la paz y consuelo que sentí la primera vez que me encontré, hace apenas unos años y aún lejos de tus calles, con la mirada infinitamente amorosa de ese Cristo moreno que derrama su Misericordia sobre nosotros. ¡Cuántas imágenes perduran aún adormecidas en mi memoria cofrade! ¡Cuántos sentimientos, sonidos y olores me recuerdan a tu Semana Santa! Pero dejemos atrás mi melancolía y nuestra nostalgia, porque hoy tu Semana Santa se merece las mejores frases que mi voz sea capaz de pronunciar en esta tarde de Cuaresma, abrigada por los corazones de todos aquellos que te quieren y te aman. De todos aquellos cofrades y virgitanos que hoy, como antes hicieron otros que gozan ya de la eterna presencia del Padre, hacen posible que durante los Siete Días Santos tus centenarias calles se llenen de sentimiento y fervor, de silencio, lágrimas y oración, para recordarnos que nuestro júbilo es que aquel que padeció y murió por nuestros pecados, al tercer día resucitó. Más no adelantemos el paso, y antes de regocijarnos en su Resurrección gritemos con una sola voz: ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! Alegre alabanza que junto el tintinear infantil de las campanillas, el dulce aroma del incienso que impregnará el aire de la soleada mañana y los sones lejanos de los primeros acordes cofrades anunciarán que nuestra Semana Santa alborea ya por las calles de Alcaudique. Barrio centenario que de Domingo en Domingo de Ramos se convierte en las puertas de la Jerusalén virgitana, para que desde allí, entre palmas y ramas de olivo, con júbilo de niños hebreos seguidos de rojos capillos, Jesús venga a nuestro encuentro montado, como anunciase el Profeta, en una humilde Borriquita. Por fin llega el momento en el que por primera vez en esta Semana Santa oigamos con expectación la voz del capataz diciendo ¡A esta es! Tras ella, el golpe seco del llamador y la primera levantá costalera para que el misterio de la Entrada Triunfal de Nuestro Padre Jesús en Jerusalén se ponga en la calle con el caminar acompasado que ha de guiarlo, ya mediado el día, hasta nuestro templo parroquial. Y tras la Borriquita, siguiendo en todo momento sus esforzados pasos, María Santísima del Amor y la Esperanza dulcemente mecida bajo palio verde por las calles virgitanas. Virgen de llanto contenido, Madre compasiva y abnegada; espejo en el que se miran todas aquellas mujeres que un día, a sus hijos, regalaron la vida y su alma. Así comienza nuestra Semana Santa. Entre emociones contenidas que en este Domingo de Ramos habrán de aflorar nuevamente cuando, en la hora en la que los últimos rayos de Sol tiñan el cielo de tenues colores primaverales, resuene la voz de Pilatos gritando ¡Ecce Homo. Aquí tenéis al hombre! y Cristo en su infinita Misericordia se presente ante el pueblo virgitano abatido tras el castigo del látigo romano, coronado de espinas y maniatado. Así, desde las alturas de Los Cerrillos, con paso costalero que aliviará el dolor de la injusta pena infringida, nuestra cofradía más joven comenzará a andar con devoción para que, cuando caiga la noche, podamos mirarnos en los ojos misericordiosos de aquel Cristo que iluminará la primera noche de Pasión virgitana. Mientras tanto, en la lejanía de su sobrio oratorio, María Santísima de la Victoria enjugará en un paño de soledad sus lágrimas… gotas de rocío fecundador de Fe y Esperanza. Y tras la intensidad de nuestro Domingo de Ramos, nuevamente Berja se llenará de oración y sentir cofrade en la tarde-noche del Martes Santo. Cuando nazarenos de capillo dorado portando encendidos ciriales de rojo penitencial anuncien la presencia en nuestras calles de aquel que quedó en soledad, abandonado por sus discípulos, tras ser apresado en Getsemaní: nuestro Cautivo de Medinaceli. Cristo de hechura sevillana cuya tristeza aliviará tu pueblo junto a la Madre amada, María Santísima de las Mercedes. Titulares de hermosa cofradía de barrio para los que se engalanarán de oración e incienso las calles virgitanas. ¡Y cómo habría de ser de otra forma para acompañar a aquel que Cautivo por nuestros pecados entregó su destino en manos del Padre! ¡Cómo habría de ser de otra manera para compartir el dolor de aquella Madre bajo palio azul mecido por suave andar costalero por la que una saeta romperá el cadencioso silencio primaveral! Noche de Miércoles Santo, capirotes negros que sólo dejan ver ojos vidriosos inundan tus calles. Silencio respetuoso y miradas al cielo para ver que, hundido en un calvario de claveles rojos hasta el blanco paño de pureza que cubre su divina desnudez, Cristo, en su Buena Muerte, inicia su andar de solera cofrade tras, no sin esfuerzo, dejar atrás las altas puertas de nuestro templo parroquial. Y al tiempo que tu Cruz se eleva al cielo virgitano, con los primeros acordes de una corneta cofrade, un mismo pesar aflorará en todas las almas que, año tras año, te sueñan: el de no encontrar tan alta escalera que permita subir al madero para, con amor agradecido, retirar la espina que clavada en tu ceja prolonga tu triste pesar. Tras de ti, María en su bendita Amargura pasea su angustia, desconsuelo y aflicción bajo un trono de estrellas doradas por las calles virgitanas. Allí, en cada rincón, como uno solo, todos los corazones alzarán su voz al cielo pidiendo: ¡mece con ternura su palio, costalero! Ya se acerca el final. Jesús ha sido traicionado, juzgado sumariamente y condenado cual vil malhechor. Ha llegado el momento de que, en la noche templada del Jueves Santo, cargue con su Cruz hacia el Gólgota, buscando en su triste caminar la compasión de una mirada que alivie su pesar. Y bien pronto la habrá de encontrar en los ojos de aquella joven valiente que con amor de madre enjugó su rostro herido. Aquella en cuyo bendito lino quedó marcada a sangre y fuego la efigie de Nuestro Señor. Aquella mujer Verónica que en la tarde virgitana, acompañada de mantillas y capirotes marfil bajo los que se refugian ojos de mujer cofrade, te esperará resignada. Aquella con la que, como cada Primavera, te encontrarás a los pies de las esbeltas y mudas torres de nuestro de templo parroquial, mientras al cielo de Berja se eleva la primera saeta de tu larga noche. Padre Nazareno, ¡qué pesada la carga, Cruz redentora de nuestros pecados, que sobre tu ajada espalda has de soportar! ¿Aliviará su peso el amor que tu pueblo virgitano te profesa? Qué fácil saberlo, dulce Nazareno, mirando a tus ojos de infinita compasión. Ojos a los que tu pueblo se dirigirá una y otra vez buscando encontrarse contigo. Ojos que buscaré por rincones escondidos y solitarios durante tu pausado caminar, ayudado por aquellos hombres que sobre su costal alivian tu penar, hasta encontrarme contigo entre la multitud de hijos agradecidos que en ti encuentran Consuelo, Refugio y Paz. Mismo Alivio, Favor y Paz que hallaremos, tras de ti Nazareno, bajo el palio enlutado de nuestra Reina de los Dolores. Madre y Corredentora cuyo corazón fue cruelmente traspasado por siete puñales. La que a los pies de la Cruz te acompañó hasta el final. Bella Virgen Dolorosa de antiguo rostro granadino y mirada perdida; estrella radiante en la noche oscura de nuestros pesares. ¡Ay Madre, no nos dejes caer en la tristeza ni en la desolación! Cuando en la noche oscura aún resuenen los sones de la última marcha cofrade tras el palio de nuestra Señora de los Dolores, de nuevo las centenarias calles virgitanas se llenarán en este Jueves Santo de capirotes de barrio. Capirotes negros que con promesa de silencio inundarán el viejo camino cofrade que llega desde Benejí para llenar la noche de sigilo y oración callada. Tan sólo el lento, lánguido y grave tañer de un ronco tambor romperá el triste silencio. El marcará los pasos, de costero a costero, de aquel Crucificado de serena muerte que bajo la advocación del Santísimo Cristo de Cabrillas nos recuerda a todos la dulce enseñanza de Amor incondicional que Jesús nos legó desde el madero. Instrumento de martirio y señal de Salvación. Pasarán las horas, y cuando aún no hayamos secado las lágrimas que inundarán nuestro corazón apenado por el peso de la Cruz de nuestros pecados, nuevamente el silencio se hará en la larga Madrugada, en aquellas horas sacras que nos hablarán de Vida y Muerte, de Sacrificio y Comprensión. Horas de recogimiento y reflexión en las que Berja caminará junto al Cristo de la Expiración en el particular Vía+Crucis que habrá de llevar a sus hijos, estación tras estación, oración tras oración, a solicitar el perdón de sus pecados y prepararse para la triste noticia que está por llegar. Silencio cubiertos. y Viernes Adoración al Santo. Horas Santísimo. de dolor, Altares luto, desconsuelo y aflicción. Cristo ha muerto en la Cruz y Berja, con amor de hija siempre agradecida, ha descolgado su bendito cuerpo, con desconsoladas lágrimas ha limpiado sus llagas y lo ha depositado en su Sepulcro. Triste y alto sitial en el que en la tarde callada pedirá a sus hijos que lo porten, con elegante caminar, para que todo tu pueblo te pueda rezar. Qué serena tu muerte y que grande tu enseñanza… ¡acúnalo en tu paso costalero, que no ha muerto, que tan sólo duerme! Tras de Ti, nazarenos de capillo blanco y mantillas de luto riguroso anuncian el pausado marchar de María en su Soledad acompañada por el joven discípulo amado, San Juan de la Palma. Él nos anuncia, con su gesto y su mirada, la triste noticia de la muerte del que delante de ellos va; ella, la Madre querida y amada, mira compungida, sin poder reprimir las lágrimas, los negros hierros con los que el Bendito Cuerpo al madero quedo clavado. Así, entre silencios, sones de capilla y marchas acompasadas, se nos va yendo la triste noche desesperanzada… Noche tras la que llegará la alegría de una nueva y soleada mañana. Domingo, Domingo de Pascua. La promesa se ha cumplido. Al que dejaron en el sepulcro, ya no está en el… ¡Vive! ¡Ha Resucitado! Cristo ha triunfado sobre la muerte y se presenta ante nosotros en la radiante y alegre mañana. En aquella gloriosa hora en la que el júbilo volverá a inundar las calles donde todo comienza cada Semana Santa virgitana: aquellos rincones del barrio de Alcaudique por los que Jesús Resucitado, victorioso frente a la muerte, iniciará su paseo triunfal hasta llegar, entre repique de campanas y oraciones solazadas, a nuestro templo parroquial para alegría de todos aquellos que en Ti depositan su Fe y su Esperanza. Y al final… como dijo el capataz ¡Ahí queó! Pero no terminará aquí nuestra Semana Santa. Porque con la alegría de saber que el que murió por nuestros pecados ha resucitado a la vida eterna, en nuestro recuerdo quedarán para siempre grabadas las lágrimas derramadas, los suspiros ahogados y las oraciones calladas; los compases cofrades y las saetas en tus calles escuchadas; la suave mecida de un palio y el dulce andar costalero que a Cristo acompaña. Tantas y tantas bellas estampas. Imágenes que perdurarán imborrables hasta el próximo Domingo de Ramos, cuando de nuevo, con convicciones renovadas, volvamos a vivir en tus calles, Berja, tu bendita Semana Santa. Juan Manuel Martín Robles Berja, 21 de marzo de 2015
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