DEL VÍNCULO HISTÓRICO ENTRE EL DEMOS, LA DEMOCRACIA

Actuel Marx Intervenciones, no. 13. Segundo semestre 2012, pp. 137-159.
ORGANIZACIÓN ANTAGONISTA DEL PODER POPULAR EN CHILE.
ORÍGENES TACHADOS DE UNA IZQUIERDA REVOLUCIONARIA.1
miguel urrutia f.2
Resumen:
El artículo aborda las políticas de poder popular en Chile a partir del concepto de origen
propuesto por Walter Benjamin. Se fija el hito de 1957 como inflexión en las culturas de
izquierda chilena y se establece la emergencia de una subjetividad popular sin un
programa de acción preciso, pero, por lo mismo, tendiente a organizar su conflictividad
de manera antagonista. Se reinterpreta el debate sobre la fundación del MIR chileno en
la perspectiva de una organización antagonista.
Palabras clave: poder popular, politización, izquierda revolucionaria.
Abstract:
The article addresses the politics of the people power in Chile from the Origin concept
proposed by Walter Benjamin. 1957 is the event that transforms the Chilean
revolutionary left, and it sets the emergency of a popular subjectivity without an
accurate action program, but, therefore, aimed to organize it's conflicts in an
antagonistic way. It reinterprets the debate about the foundation of the chilean MIR in
the perspective of an antagonistic organization.
Keywords:
people power, politicized, revolutionary left.
1
Este artículo es parte de un marco de referencia para un Programa de Investigación Histórica de la
organización “Londres 38, espacio de memorias”. El artículo también ha contado con el apoyo del
proyecto CONICYT PDA-02 y del proyecto FONDECYT nº 1110973.
2
Chileno, profesor de historia por la Universidad de Concepción y Dr. en sociología por la Universidad
de Lovaina; dedicado a la sociología histórica de las organizaciones antagonistas; académico del
Departamento de Sociología de la Universidad de Chile; coordinador de investigación histórica de
“Londres 38, espacio de memorias”.
1
Actuel Marx Intervenciones, no. 13. Segundo semestre 2012, pp. 137-159.
1. 1957.
El origen de la Izquierda Revolucionaria chilena puede ser situado en 1957, año
en que algunas de las chilenas y chilenos más pobres aparecieron violenta y
autónomamente en una historia que no les reconocía como parte de ella. Lo hicieron
primero con una larga protesta estival coronada el 2 y 3 de abril, arrasando algunos hitos
centrales de las principales ciudades del país3, y luego, ocupando los márgenes de esas
mismas ciudades para hacer de ellos el hábitat que le habían negado los sectores
dominantes (teniendo como hito la toma de “La Victoria” el 30 de octubre de 1957)4. En
este “movimiento de tenaza”, quedó de manifiesto lo que en el presente trabajo
llamaremos politización, pero no en el sentido convencional de una toma de conciencia
que desemboca en la adhesión de los sujetos a programas racionalizados de acción, sino,
mucho más simplemente, como la introducción de desórdenes en la organización
funcional de la sociedad5. En este sentido, lo relevante de la “tenaza popular del 57”,
consistió en mostrar que esos “desórdenes en la organización funcional de la sociedad”
no eran siempre y solamente el resultado de episodios catastróficos o de “reventones
históricos”, sino también, de la organización de nuevas prácticas fundadas en la
relacionalidad directa de la vida en común, y en la autogestión territorial, cultural y
productiva.
Una parte de la izquierda chilena advirtió una nueva forma de transformación
social implicada en estos procesos de politización; desde entonces mantuvo con ellos
relaciones complejas, llegando a intentar una solución de continuidad mediante el
proyecto del llamado Poder Popular. Sostenemos que la Izquierda Revolucionaria se
formó en este encuentro complejo de la politización, como fuerza social
desinstitucionalizada, y el Poder Popular, como un proyecto reflexivo tendiente a
organizar las comunidades populares desde sí mismas. Por lo tanto, con la expresión
Izquierda Revolucionaria no aludimos a una cima moral de ruptura con el orden burgués
o capitalista, sino al mencionado encuentro y al conjunto de prácticas políticamente
radicalizadas que de él se derivaron.
Tampoco la noción de origen refiere a un centro estático del que provendría la
Izquierda Revolucionaria como fenómeno histórico inédito6, sino que alude a la
descomposición caótica de un orden republicano comprometido con la modernización
capitalista; orden cuyas prácticas discursivas permitían a los poderes dominantes del
periodo, narrarlo como un ascenso evolutivo, apareciendo ellos mismos como las cimas
de aquella evolución. Entonces, el origen de la Izquierda Revolucionaria chilena en
1957, no indica su inicio, sino la irrupción de una originalidad histórica resultante de
una nueva composición de las fuerzas sociales7. A través de ese instante nuevo y
original pasaron fuerzas sociales que no se mantuvieron idénticas ni leales a él, pero
tampoco a ellas mismas.
3
Milos, P., 2 de abril de 1957, LOM, Santiago, 2007.
Garcés, M., Tomando su sitio. El movimiento de pobladores de Santiago, 1957-1970, LOM, Santiago,
2002.
5
Rancière, J., La mésentente. Politique et philosophie, Galilee, Paris, 1995.
6
Esta noción de origen ha sido contundentemente criticada por el deconstruccionismo. Ver Derrida, J.,
De la gramatologie, Les Édtions de Miniuts, Paris, 1967.
7
Es la noción de origen opuesta a la de génesis propuesta en: Benjamin, W., El origen del drama barroco
alemán, Taurus, España, 1990.
4
2
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Para demostrar cuan anteriores pueden ser las fuerzas que se recomponen en el
origen de la Izquierda Revolucionaria chilena (y por lo tanto cuan abierta ella se ha
encontrado desde entonces), apelaremos brevemente a la mitología, en tanto recurso que
las culturas suelen utilizar para contar(se) la historia de sus fuerzas. En este caso
trataremos de la cultura política democrática, en la que incluso se han producido los
sentidos de la palabra revolución. Queremos llamar la atención sobre el mito del
Minotauro en el laberinto como figuración del demos y la democracia8. En el mito
puede advertirse una asimilación del demos a la figura del Minotauro compuesta de una
parte humana (un cuerpo particularmente vigoroso) y otra parte animal (la cabeza de un
toro). Tanto el vigor corporal, como la cabeza bestial del demos, serían apaciguados con
ofrendas humanas, de manera que la propia doble naturaleza del pueblo sería la
responsable de su eterna condena al laberinto.
Hoy por hoy, las ofrendas que periódicamente reclamaría el demos,
corresponderían a cuestiones como legislación social, regulaciones al mercado de
trabajo, participación electoral o re-presentación política, y, muy cercana a ella, la redistribución del ingreso, y algunos re-conocimientos de derechos. Todas estas ofrendas
concuerdan con el lado humano del pueblo (el mito es claro en indicar que se trata de
ofrendas humanas). Incluso, y para atestiguar la noción de un demos mundializado, la
geopolítica actual afirma un tipo de ofrendas que oficialmente denomina
“intervenciones humanitarias”. Pero, ya se trate del demos globalizado, o del nacional,
éste mantendría su vernácula conducta de devorar violentamente las ofrendas que le son
conferidas, postergando así su propia completitud humana y auto-condenándose al
laberinto9.
Por más que esta narración refleje unilateralmente el inconsciente histórico de
los dominadores, donde el pueblo no solo aparece como culpable, sino que instituyendo
cíclicamente su propio encierro; el relato no logra mantener oculto que el laberinto de la
institucionalidad democrática, está cimentado en otra violencia, la del orden jurídico y
la fuerza de sus leyes10. Violencia que se observa a sí misma como justa y ciertamente
superior a la del humano-bestia (pueblo), entre otras cosas, por estar codificada en el
derecho11 (derecho que la literatura kafkiana exhibe justamente como puro encierro
laberíntico12). Así, a pesar que en el mito Occidental se reconoce que el demos
conforma un cuerpo vigoroso, no se concibe que ningún pueblo pueda encontrar una
8
Se trata de un análisis nuestro, pero muy determinado por el breve cuento de: Borges, J. L., “La casa de
Asterión”. En: Obras completas, I, Emecé Editores, B. Aires, 1967.
9
urrutia, m. & Villalobos-Ruminott, S., “Memorias antagonistas, excepcionalidad y biopolítica en la
historia social popular chilena”, Revista De-Rotar, Vol. 1, nº 1, 2008, Santiago, pp. 3-27.
10
Gargarella, R., El derecho a resistir el derecho, Miño y Dávila editores, España, 2005. / Benjamin, W.,
Tesis de filosofía de la historia, Taurus, Madrid, 1973. / Benjamin, W., “Para una crítica de la
Violencia”. En: Para una crítica de la violencia y otros ensayos. Iluminaciones IV, Taurus, España, 2001.
/ Derrida, J., Fuerza de ley. El ‘fundamento místico de la autoridad’, editorial Tecnos, Madrid, 1997.
11
El sociólogo del derecho más connotado del siglo XX llama esto un “logro evolutivo”, ver: Luhmann,
N., El derecho de la sociedad, Universidad Iberoamericana, México, 2002.
12
“Era preciso procurar comprender que ese gran organismo de justicia era en cierto modo eterno en sus
fluctuaciones, que si uno pretendía cambiar en él alguna cosa era como quitarse uno mismo el suelo
debajo de los pies y que uno mismo era el que se precipitaba en la caída en tanto que el gran organismo,
viéndose sólo muy ligeramente afectado por ello, conseguiría fácilmente una pieza de repuesto (siempre
dentro de su mismo sistema) y permanecería inmutable si no sucedía que –y esto era hasta lo más
verosímil- se hiciese aun más cerrado, aun más atento a todo cuanto ocurría, aun más severo, aun más
malo.” Kafka, F., El Proceso, Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile, 1984, p. 141.
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salida al laberinto y mucho menos pensarla con su cabeza de bestia13. Dicha salida, sin
embargo, siempre late en tiempos menores o subordinados, donde algunas reglas
concretas e inmanentes de convivencia, desplazan a la fuerza de las leyes, extrayendo
estas reglas su contenido, directamente de las formas de vida en común 14, y no de esas
supuestas evoluciones civilizatorias, que en sus momentos de crisis histórica, siempre
han presentado justificaciones trascendentales para usar la fuerza en contra de todo o
parte del pueblo.
En 1957, el mundo capitalista avanzado entraba en su tercer quinquenio de
crecimiento acelerado con estabilidad, confirmada incluso por el hecho de que algunas
crisis locales de las periferias, no afectaban el crecimiento económico mundial15. Una de
esas crisis locales había llevado al gobierno chileno a intentar alinearse con los procesos
mundiales de acumulación capitalista16. En respuesta a esta política, el Partido
Socialista Popular se había desligado del gobierno de Carlos Ibáñez, y en 1956, junto al
aun proscrito Partido Comunista, habían constituido el Frente de Acción Popular
(FRAP). El FRAP, junto –y desde- la CUT y las federaciones de estudiantes
universitarios, apoyaron el ascenso de las protestas populares frente a las alzas que el
gobierno decretó aprovechando el estío de 1957. Las protestas se hicieron tan agudas
durante los meses de febrero y marzo, que muchos dirigentes opositores comenzaron a
considerar la posibilidad de un repliegue17, especialmente después que el 30 de marzo
cayeran asesinados dos manifestantes en Valparaíso y que al día siguiente el gobierno
decretara el estado de emergencia.
En la noche del 1 de abril un militar mató en Santiago a la estudiante de la
Universidad de Chile, Alicia Ramírez, delegada a la FECH por la carrera de enfermería.
Alicia venía de una asamblea en la que no había logrado resolverse un llamado a
continuar el movimiento. Así, el 2 de abril, la protesta en el centro de Santiago,
Concepción y Valparaíso, prescindió de una convocatoria oficial
Eran las 8 de la mañana (…) cuando los jóvenes estudiantes del Instituto
Nacional tuvieron que resolver (…) o bien entrar al Instituto (…) o
cruzar la Alameda (…). Tenían que resolverlo solos, allí mismo, sin el
consejo de ningún dirigente de la FECH, de la CUT, del FRAP, o del
Instituto. (…) No hubo acuerdo [pero] una parte de ellos se apartó del
restó y cruzó la Alameda (…).
13
Por eso el cuento del aparentemente conservador Borges es tan subversivo (y tan poco inocente su
obsesión literaria por los laberintos). No solo porque escribe desde los pensamientos de Asterión el
Minotauro, sino porque estos dan cuenta de una madurez que Occidente nunca ha alcanzado, la de la
aceptación de sus límites. Se puede objetar a nuestro punto de vista que Borges compone un Minotauro,
opuesto al demos; aristocratizado incluso; dado que el mismo Asterión cuenta que, en su paseo fuera del
laberinto, no se reconoció en la grey, en la plebe, ni en el vulgo; pero en este rechazo –y en la parodia
monárquica del mito- ubicamos la condición de una subjetividad política revolucionaria: no aceptar las
categorías de los dominadores, siempre peyorativas y reductoras de las subjetividades populares a la
condición de masas informes, con caras “desconocidas y aplanadas, como la mano abierta” (Borges, op.
cit., p. 683).
14
Nancy, J. L., La communauté désoeuvrée, Christian Bourgois, París, 1983. / Agamben, G., Medios sin
fin. Notas sobre la política, Pre-Textos, Valencia, 2001. / Agamben, G., La comunidad que viene, PreTextos, Valencia, 2006. / Guattari, F., Cartografías del deseo, La marca, Buenos Aires, 1995. / Deleuze,
G., “La isla desierta”. En: La isla desierta y otros textos. Textos y entrevistas (1953-1974), Pre-Textos,
Valencia, 2005.
15
Brenner, R., Turbulencias en la Economía Mundial, LOM, Santiago, 1999.
16
Este proceso es explicado en el punto 3 de este mismo trabajo.
17
Milos, op. cit.
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Actuel Marx Intervenciones, no. 13. Segundo semestre 2012, pp. 137-159.
A las 11 horas grupos espontáneos venidos de cualquier parte se habían
unido a los jóvenes institutanos [Más tarde] la composición social de la
masa callejera comenzó a cambiar.
Al comenzar la tarde se había reportado ya el saqueo de los Almacenes
París, de la joyería Praga, de dos armerías (…).
La tarde se presentó extremadamente crítica. Numerosas “pobladas”
comenzaron a desplazarse hacia distintos objetivos. Algunas se dirigieron
a apedrear el edificio de El Mercurio. Otras, al Palacio de Justicia, al
Congreso Nacional. Otras, al mismo Palacio de la Moneda. Algunos
grupos intentaron incendiar el Mercado Central. Otros prendieron fuego a
buses atrapados y garitas de la locomoción colectiva18.
Siguiendo el mito democrático occidental, se diría que entre 12 y 18 vidas de su
propia humanidad fueron devoradas por el minotauro del demos solo aquel 2 de abril de
195719. Pero la historia posterior mostró que la propia estructura mitológica de la
política occidental resultó interpelada aquel año.
Durante el otoño e invierno de 1957 las movilizaciones parecieron entrar en un
reflujo completamente razonable para los marcos de análisis de la izquierda de la época.
Las pobladas volvieron literalmente a las cloacas de las grandes ciudades (como por
ejemplo, los márgenes del Zanjón de la Aguada en Santiago)20, pero militantes de base,
que especialmente el Partido Comunista había reclutado desde mucho antes de 1957
(incluso desde su trabajo en los campos, previo a la migración de estos sujetos 21),
impulsaron la ocupación de terrenos baldíos con fines habitacionales, iniciativa que ya
el 30 de octubre del mismo 1957 marcó un hito fundamental con la toma de las Chacras
de La Feria donde hasta hoy se ubica la Población “La Victoria”. Se demostraba así, que
lo que el demos chileno había devorado unos meses antes, no era solo una parte de su
propia humanidad –humanidad puesta ahora como demanda de un espacio digno en el
cual habitar- sino una parte del laberinto republicano que desde el siglo XIX venía
cercando las posibilidades de una “política del demos”, es decir, de la democracia.
Según su mito fundante, el estado se constituyó para proteger a los individuos de
la amenaza que representaban unos para otros en tanto miembros del demos bestial. Esta
misma idea del individuo, pero investido del derecho natural de propiedad, conformó el
eje del estado republicano chileno desde el siglo XIX.
Así, la Izquierda Revolucionaria Chilena se originó entre sectores de militantes e
“intelectuales orgánicos” preocupados por comprender y participar de aquel proceso
que, entre el verano y la primavera de 1957, había permitido a una parte del demos,
acompasar el arrasamiento destructivo, con la conquista de un espacio para su vida en
común. Esta interpelación del demos a las militancias de izquierda afectó en primer
lugar a las menos dicotomizadas por el contexto de la Guerra Fría. Aunque todos
irreconciliables entre sí, trotskistas, maoístas, comunistas libertarios y algunos
18
Salazar, G., Violencia Política Popular en las ‘Grandes Alamedas’. Santiago de Chile 1947-1987,
Ediciones Sur, Santiago, 1990, pp. 270-272.
19
Según Salazar, op. cit., hubo entre 12 y 18 muertos solo en las protestas del 2 de abril de 1957 y solo en
Santiago.
20
De Ramón, A., Santiago de Chile (1541-1991). Historia de una sociedad urbana, Editorial MAPFRE,
España, 1992.
21
Loyola, M., “Los pobladores de Santiago, 1952-1964: Su fase de incorporación a la vida política
nacional”,
en:
http://www.archivochile.com/Mov_sociales/mov_pobla/MSmovpobla0013.pdf
[08/05/2012].
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socialcristianos transidos por experiencias de miseria popular, vieron la violencia
desatada del pueblo como el síntoma de un nuevo descontento insoluble en el marco de
la modernización capitalista; pero también advirtieron –aunque con menor énfasis- que
este descontento implicaba otra vía de construcción de la política, no exclusivamente
centrada en racionalidades y lógicas programáticas para tomarse el estado y actuar
desde él, sino que considerando los propios tiempos y espacios populares como
fermento y condición para las transformaciones estructurales y el advenimiento del
socialismo. Ha habido relativo consenso en indicar que, a lo menos una parte de este
proceso, puede ser descrito como una abrupta politización de la sociedad chilena, pero,
en su versión más extendida, esta interpretación pasa por alto los elementos de ruptura
del mito democrático occidental implicados en esa politización. Dicha ruptura es vital
para nuestro análisis, pues en ella se configuraron algunos aciertos y también parte de
los fracasos de la Izquierda Revolucionaria chilena.
2. Excursus sobre politización, Izquierda Revolucionaria y democracia.
En sentido neutral, normalmente se ha interpretado la politización como una
tendencia de las masas populares a negociar sus intereses con otros grupos, mediados
por el sistema de partidos políticos en el marco general del republicanismo22, es decir,
Asterión debe habitar el laberinto para que se realice su interés en devorar a los
humanos sacrificados. Desde este mismo enfoque se sostiene que la politización tiene
pasajes de perversión, que son precisamente aquellos en los que el demos incurre en los
excesos devoradores de las ofrendas sacrificadas para él, es decir, cuando alguna parte
del sistema de partidos, o más frecuentemente algún caudillo, aquieta al Minotauro
atendiendo un monto de demandas populares que no son acordes con los niveles de
desarrollo de la sociedad (se piensa fundamentalmente en el desarrollo económico, pero,
dependiendo de la naturaleza de las demandas populares, también puede aludirse a
niveles de desarrollo social, cultural y político). Se considera que el populismo ha solido
acabar con el republicanismo, dando paso a regímenes simplemente autoritarios o
dictatoriales23.
Este concepto dominante de la politización, está ligado con el mecanismo de
diferenciación funcional, que según una de las corrientes fundadoras de las ciencias
sociales, permite mantener la cohesión de sociedades complejas como la moderna24. En
el fondo, dicho mecanismo no es más que la extrapolación de la división social del
trabajo desarrollada por el capitalismo industrial del siglo XIX, y exacerbada por las
líneas de montaje en las fábricas del siglo XX (el régimen fordista como nueva pieza del
laberinto): cada individuo, así como cada parte de la sociedad, deben especializarse más
y más en una tarea determinada.
Recientemente en Chile, gobiernos de distinto signo se han defendido de algunas
interpelaciones y protestas, calificándolas de políticas o politizadas. De manera
paradójicamente inversa, las culturas de izquierda se han acusado recíprocamente de
22
Garretón, M. A. & Moulian, T., Análisis coyuntural y proceso político: la fase del conflicto en Chile:
1970-1973, Ediciones Centro América, Costa Rica, 1978. / Garretón, M. A. & Moulian, T., La Unidad
Popular y el conflicto político en Chile, Ediciones Minga, Santiago, 1983.
23
Garretón, M. A., Hacia una nueva era política: estudio sobre las democratizaciones, FCE, Santiago,
1995.
24
Durkheim, E., La divisón del Trabajo Social, Amorrortu, Buenos Aires, 1986. / Para una crítica
ponderada de este aserto ver: Habermas, J., Teoría de la acción comunicativa, II. Crítica de la razón
funcionalista, Taurus, Madrid, 1999.
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favorecer formas de despolitización25. A pesar del carácter aparentemente contrapuesto
de las dos posiciones reseñadas, reconocemos un área de intersección relevante entre las
denostaciones de la politización y algunas críticas a la despolitización. Buena parte de
las acusaciones a la politización han sido formuladas en lenguajes más cercanos a
comunitarismos nacionalistas y conservadores26, que a un liberalismo segmentador y
utilitarista. Así, se ha criticado la politización como injerencia de los partidos políticos
en conflictos que, según la oligarquía, deben ser resueltos directamente entre las
personas; por ejemplo, entre los patrones y sus trabajadores. También se ha criticado
conservadoramente a la politización en tanto práctica que ha pretendido deliberar
racionalmente todas los espacios de convivencia ya establecidos (hacienda, familia,
iglesia, fábrica, escuela; entre otros)27. Pero, desde el punto de vista de sus efectos
prácticos, sostenemos que todas estas críticas se han alineado para mantener la
subordinación de la política a esa peculiar forma de integración capitalista que ha
propuesto cohesionar el cuerpo del demos, dividiéndolo, segmentándolo,
diferenciándolo y especializándolo por compartimentos; en definitiva, actualizando con
lenguaje científico social, el mito occidental del necesario laberinto jurídico encargado
de retener al pueblo e incluso salvarlo de su lado bestial28. Todo lo que no se ha atenido
a esta pauta ha sido condenado como politización. Es cierto que también se ha dado este
nombre a la sobreideologización y el fanatismo de determinados grupos, pero, estos
fenómenos no componen por si mismos a la politización, sino que son una derivación
particular de ésta.
Entre las críticas a la despolitización, es relevante la que -de un modo algo
cínico- se ha desprendido de la llamada “renovación socialista chilena”, corriente
iniciada con posterioridad al golpe de 197329. Desde este campo se ha sostenido que la
política se potenció al reconocerle autonomía respecto de las determinaciones clasistas y
economicistas. Una esfera política diferenciada y articulada mediante un sistema de
partidos, sería entonces una de las conquistas irrenunciables de nuestra reciente
modernidad. Toda desafección a tal sistema de partidos es considerada por lo tanto
como una despolitización que arriesga caer en corporativismos y autoritarismos
populistas30.
25
Para la historiografía, ver por ejemplo: Grez, S., “Escribir la historia de los sectores populares ¿Con o
sin política incluida? A propósito de dos miradas a la historia social (Chile, siglo XIX)”, Política,
Volumen 44, 2005, pp. 17-31.
26
Cousiño, C. & Valenzuela, E., Politización y monetarización en América Latina, Cuadernos del
Instituto de Sociología de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Santiago, 1994.
27
Ibídem.
28
De Gaudemar, J. P., El orden y la producción. Nacimiento y formas de la disciplina de fábrica,
Editorial Trotta, Paris, 1991. / Foucault, M., Defender la sociedad, Fondo de Cultura Económica, Buenos
Aires, 2006.
29
En el último tiempo, los esfuerzos historiográficos más extensos por abordar el tema de la renovación
socialista y su evidente relación con la historia del partido MAPU, han sido realizados por la historiadora
Cristina Moyano, sin embargo, en sus excelentes trabajos no son tratados los temas que consideramos
fundamentales para aproximarnos a la cuestión de la politización y la despolitización en Chile. Ver
Moyano, C., El MAPU durante la dictadura. Saberes y prácticas políticas para una microhistoria de la
renovación socialista en Chile, Ediciones Universidad Alberto Hurtado, Santiago, 2010. / Hemos
entonces recurrido directamente a literatura de teoría política que da cuenta de la renovación del
socialismo chileno: Lechner, N., La democracia en Chile, Ediciones Signos, Buenos Aires, 1970. /
Lechner, N., La conflictiva y nunca acabada construcción del orden deseado, FLACSO, Santiago, 1984. /
Garretón y Moulian, op. cit., 1978. / Garretón y Moulian, op. cit., 1983 / Garretón, op. cit.
30
Garretón, M., La sociedad en que vivi(re)mos. Introducción sociológica al cambio de siglo, LOM,
Santiago, 2000. / Tironi, E., Autoritarismo, modernización y marginalidad, SUR, Santiago, 1990. / Para
una visión crítica ver: Salazar, op. cit., 1990.
7
Actuel Marx Intervenciones, no. 13. Segundo semestre 2012, pp. 137-159.
No cabe duda que frente al marxismo mecánico y economicista que promovió la
Academia de Ciencias de la URSS, la autonomía de la política puede resultar una
noción liberadora; sin embargo, el funcionamiento concreto de nociones equivalentes a
ésta durante el siglo XX, mostró su compromiso intrínseco con los procesos de
modernización asociados a la división capitalista del trabajo y el subsecuente aumento
exponencial en la segmentación de la sociedad. Según los principios modernizadores
postulados con fuerza desde mediados del siglo XX31, en sociedades complejas –
industriales o posindustriales-, la cohesión no puede alcanzarse mediante la simple
igualdad, sino dividiendo las tareas de cada segmento social para especializarlos en
dicha tarea. Desde entonces se ha sostenido que mientras más definidas y diferenciadas
estén dichas tareas (funciones), mayores serán las posibilidades de segmentación
especializada y mejor el funcionamiento general de la sociedad. Dicho de modo aun
más concreto e histórico, se consideró que la mejor manera de atender los asuntos en
común, era no hacerlo en común, sino diferenciada y segmentadamente. En cierto
sentido, se actuó confiando en que los asuntos en común, se atendían mejor,
privadamente. El paradójico precepto de fondo fue: mientras menos nos confundamos o
contaminemos con “los otros”, mejor nos integraremos con ellos; lo que también podría
expresarse como: lo mejor que se puede hacer por los demás, es concentrarse en hacer
bien lo propio.
La renovación socialista, y la socialdemocracia en general, han intentado
solucionar esta aparente paradoja de la modernización, adhiriendo al republicanismo de
raíz decimonónica y relevando de allí la idea de espacio público. Lo público se propuso
como opuesto a lo privado, precisamente porque su modo de operar no se reduciría a lo
meramente funcional32. Así, la política correspondería a un segmento de tareas sociales
cuya especialización no proviene de la funcionalidad técnica, sino de supuestas virtudes
que deben ser sancionadas como tal por un “público” o audiencia (que aplaude o
rechaza mediante elecciones periódicas). El político no pertenecería al segmento de los
trabajadores comunes que orientan su acción hacia la producción, sino que actuaría en,
y para, un espacio público depositario en última instancia de una soberanía electoral.
Lo anterior evidencia una concepción de la política aun inscrita en la división del
trabajo y la segmentación social, construyendo así su carácter de esfera autónoma,
diferenciada de lo común. Fue por eso que en el Chile del siglo XX estas nociones
ayudaron a articular un nuevo bloque social dominante, que mantuvo a la oligarquía
tradicional en su centro. Una política identificada con el estado republicano y limitada
en sus funciones, fue históricamente parte del orden defendido por la oligarquía chilena.
En tal sentido, la llamada renovación socialista, ha resultado ser una contribución a la
naturalización de este escenario33.
31
Lambert, J., América Latina, estructuras sociales e instituciones políticas, Ariel, Barcelona, 1970. /
Germani, G., Política y sociedad en una época de transición: de la sociedad tradicional a la sociedad de
masas, Paidos, Buenos Aires, 1968.
32
Lechner, op. cit. / Lechner, N., Los patios interiores de la democracia. Subjetividad y Política, Fondo
de Cultura Económica, Santiago, 1990. / Lechner, N., Las sombras del mañana. La dimensión subjetiva
de la política, LOM, Santiago, 2002. / Garretón, op. cit., 2000.
33
Que la renovación socialista fue compleja, polimorfa, polisémica, diversa, multidimensional, plural,
multifocal, con escalas macro y micro-históricas, etc., comporta un completo truismo, y no puede por
tanto impedir sacar conclusiones sobre la miseria final de sus ideas y de sus inscripciones en la historia
concreta.
8
Actuel Marx Intervenciones, no. 13. Segundo semestre 2012, pp. 137-159.
En este trabajo reservamos entonces el término politización para las prácticas
sociales con y sin discurso que, al contrario de fragmentar el cuerpo del demos, han
incrementado su consistencia en distintas zonas, permitiéndoles operar de manera
versátil y polivalente, a la manera de lo que más contemporáneamente se ha
denominado actor-red (segmentos intercambiables, jerarquías flexibles, acoplamientos
múltiples, procesos emergentes y variables)34. Estas prácticas de politización se han
caracterizado por constituir al cuerpo del demos como un asunto en común, sin atenerse
a las distinciones instituidas entre lo público y lo privado, acrecentando así, la capacidad
de la sociedad y los sujetos para construirse a sí mismos (autonomía). La politización ha
consistido entonces en el anuncio de otra comprensión de la política, no como
subsistema donde el público realiza su soberanía evaluando el virtuosismo de
potenciales estadistas, sino como el conjunto de prácticas que ponen en común a los
seres humanos como cuerpo de la sociedad35. Ha sido esta puesta en común lo que ha
redundado en resistencias a aceptar la diferenciación funcional como único y sacrificial
camino hacia una vida mejor.
En el siglo XX, vastos sectores del pueblo chileno adhirieron con expectativas a
los procesos de modernización y desarrollo, pero las claras señales de estancamiento
durante la segunda mitad de los cincuenta36, contribuyeron a desatar la politización ya
descrita. Así, los sujetos, supuestamente definidos por la sujeción a sus cuerpos
individuales, comenzaron a sentir un poco más intensamente las experiencias de un
vigoroso cuerpo común y colectivo. Esto se expresó en que, frente a la lógica de los
esfuerzos individuales y competitivos coordinados externamente por el estado y el
mercado, despuntó discretamente una sensación de que la prosperidad podía alcanzarse
en la cooperación con los otros37.
La politización proveniente de este adusto cuerpo social, tampoco se limitó a la
coagulación de masas indiferenciadas, dando inicio más bien a una trama continua
donde las fuerzas de unos cuerpos no suponían ya los límites a la libertad de otros, sino
la expansión de sus posibilidades. Las zonas del cuerpo social que comenzaban a
tramarse de este modo, tampoco tendieron a transformarse en órganos especializados, lo
cual no solo descolocó a los mentores de la modernización, sino también a las
militancias de izquierda, autoconcebidas como órganos pensantes y conductores del
proletariado38. No obstante, las culturas de izquierda más críticas de las burocracias,
contribuyeron a la politización descrita, e incluso iniciaron intentos de afianzarla
hegemónicamente mediante una estrategia política abierta e inacabada que, desde fines
de los sesenta, fue nombrada como “poder popular”.
Ni la politización descrita, ni el poder popular, llegaron a ser mayoritarios. Sin
embargo, es bastante plausible que el golpe de estado de 1973 obedeció en lo
fundamental a la necesidad de detener el desarrollo de esta politización. Al 11 de
34
Latour, B., Reensamblar lo social. Una introducción de la teoría del actor-red, Editorial Manantial,
Buenos Aires, 2008.
35
Deleuze, G. & Guattari, F., Mille Plateux. Capitalisme et schizophrénie 2, Les éditions de Minuit,
Paris, 2004. / urrutia, m. & Villalobos-Ruminott, op. cit. / Foucault, op. cit., 2006. / urrutia, m., Luchas
anti-neoliberales en América Latina e inmunización política en Chile, Tesis de Doctorado en Sociología,
Universidad de Lovaina, 2006.
36
Ver sección siguiente.
37
Salazar, G., “De la generación chilena del '68: ¿omnipotencia, anomia, movimiento social?”, Revista
Proposiciones, nº 12, 1986. / Garcés, op. cit.
38
Salazar, G., Notas acerca del Nuevo Proyecto Histórico del Pueblo de Chile, mimeo, Hull, 1982.
9
Actuel Marx Intervenciones, no. 13. Segundo semestre 2012, pp. 137-159.
septiembre de 1973, los militantes más expuestos a la politización, no habían alcanzado
a romper con la vieja matriz sacrificial de la política, sintieron entonces como un deber,
asumir la defensa completa del cuerpo social. Al torturar y desaparecer los cuerpos de
estos militantes, el bloque social dominante buscó racionalmente ocasionar una
intensificación de sus muertes individuales para transferirlas al cuerpo del demos. No
solo la Izquierda Revolucionaria había presentido la fractura del mito democrático
occidental a partir de 1957, también la dominación había estado preparando una nueva
versión del laberinto, con cimientos terroristas puestos desde el estado.
3. Un Movimiento de Izquierda Revolucionaria en Chile.
Hemos afirmado que la politización de los años 60 en Chile, no provino de algún
proyecto reflexivo de cambio social como el de la Izquierda Revolucionaria, sino que al
revés, esta corriente se configuró reconociendo los espacios que abrían los procesos de
politización. Una prueba de esto es el Movimiento 3 de Noviembre (M3N) fundado en
1961, en el octavo aniversario de la CUT, por Clotario Blest, quien aun era su
presidente39. No obstante, en este mismo hecho, se puede advertir que la Izquierda
Revolucionaria no consistió solo en una nueva forma de problematizar la política, sino
también en un conjunto de pequeños grupos fuertemente abocados a sus propios
problemas de organización y luego de convergencia.
El M3N se proclamó abiertamente partidario de la insurrección anticapitalista y
propuso una base programática que, según Luis Vitale, condujo a la fundación del
MIR40. En efecto, este movimiento exigió:
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Nueva Constitución.
Reforma Agraria Integral.
Reforma Urbana.
Abolición de los monopolios capitalistas y expropiación de las empresas
imperialistas.
Expropiación de los bancos particulares, de las fábricas y gran comercio y su
administración por parte de los trabajadores.
Dirección y administración de la economía del país por los Consejos de Obreros
y Campesinos.
Defensa activa de la Revolución Cubana.
El M3N ilustra uno de los componentes de la Izquierda Revolucionaria,
caracterizado por una historia de minorías al interior de la izquierda chilena. En
situación similar se encontraron una serie de organizaciones trotskistas como el Partido
Obrero Revolucionario y el Partido Trotskista Revolucionario. Aunque estas tendencias
captaron militantes descolgados de los Partidos Comunista y Socialista, tuvieron un
tronco histórico de militantes originarios. Algo similar ocurrió con la influencia del PC
chino, que dio origen a movimientos como el Partido Comunista Revolucionario. El
anarquismo solo aparece en la literatura consultada a través de individuos puntuales,
pero su carácter de dirigentes sindicales hace presumible una orientación comunista
libertaria. Una vía distinta la constituyeron militantes descolgados de los partidos de
39
Echeverría, M., Anitihistoria de un luchador: Clotario Blest 1823-1990, LOM, Santiago, 1993.
Vitale, L., Contribución a la historia del MIR (1965-1970), Ediciones Instituto de Movimientos
Sociales Pedro Vuskovic, Santiago, 1999.
40
10
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izquierda tradicional, pero que no se afiliaron a las tendencias minoritarias precedentes,
sino que formaron sus propias organizaciones. Entre estas últimas contamos al
Movimiento de Universitarios de Izquierda (MUI), compuesto mayoritariamente por ex
militantes de las Juventudes Comunistas de la Universidad de Concepción. Aunque
suele decirse que éste fue un frente social del MIR, lo cierto es que su formación fue
anterior, de ahí que haya mantenido una identidad distinta a la del Frente de Estudiantes
Revolucionarios41.
Buena parte de estos colectivos políticos ya expresaban la convergencia desde otros
grupos más pequeños, pero es posible distinguir otra categoría de agrupaciones con
confluencias más complejas, como el Movimiento de Fuerzas Revolucionarias
(heredero del M3N), el Partido Socialista Popular y la Vanguardia Revolucionaria
Marxista. Estos dos últimos reconocidos como las fuentes formadoras del MIR por su
ex secretario general, Andrés Pascal42.
Es pluasible que en ese proceso de convergencia, el MIR fue la orgánica con mayor
nivel de agregación. A su congreso fundacional, efectuado el 15 de agosto de 1965 “(..)
en la calle San Francisco Nº 269, local facilitado por el anarquista Ernesto Miranda,
asistieron delegados del PSP, de la VRM, el sector sindicalista encabezado por Clotario
Blest y un grupo escindido del PSR, liderado por Norman Gamboa y Patricio
Figueroa”43. La primera dirección nacional del MIR estuvo encabezada por Enrique
Sepúlveda, de tendencia trotskista, lo que según Luis Vitale no implicó la imposición de
tal línea sobre el movimiento. Contrariamente, Carlos Sandoval, identifica un periodo
de hegemonía trotskista entre 1964 [sic] y 1967 al que caracteriza como “ ‘prehistoria’
del Movimiento de Izquierda Revolucionaria”44. Esto ha generado una polémica entre
Sandoval y Vitale, la que además de su interés intelectual y político, repone –a nuestro
juicio- un rasgo del periodo sobre el que discuten; esto es, la imputación de los avances
y estancamientos de la organización a las concepciones insurreccionales puestas en
juego.
Efectivamente, en la fundación y desarrollo inmediato del MIR, los procesos de
politización no contaron con un análisis específico45. En contrapartida, la declaración de
principios aprobada por el congreso fundacional del MIR, debe ser considerada como
una síntesis magistral de todas las críticas que en la época se hacían a la izquierda
tradicional46. De ahí en más, prácticamente todos los análisis consultados sobre el
desarrollo del MIR hasta su congreso de 1967 y posterior quiebre de 1969, dejan en un
segundo plano las nuevas composiciones de fuerzas sociales en las que la organización
se engastaba. Los jóvenes dirigentes de Concepción, encabezados por Miguel Enríquez,
exigieron la operacionalización de la declaración de principios y particularmente de una
tesis insurreccional que había sido leída en el congreso fundacional por el propio
Enríquez. La interpretación histórica ya hegemónica respecto de este proceso, enfatiza
el profundo impacto que la revolución cubana y otras experiencias de lucha armada en
41
urrutia, m. & Barra, A., “Historias de vida para la comprensión de un movimiento social”, en: Revista
Chilena de Temas Sociológicos, nº 1,1995, Santiago.
42
Pascal, A., Balance histórico del MIR y su lucha revolucionaria, mimeo, 1986.
43
Vitale, op. cit., p. 7.
44
Sandoval, C., M.I.R. (una historia), Tomo I, Santiago, Sociedad Editorial Trabajadores, Santiago, 1990.
45
Salazar, op. cit., 1986.
46
Palieraki, E., Histoire critique de la «nouvelle gauche» latino-américaine. Le Movimiento de Izquierda
Revolucionaria (MIR) dans le Chili des années 1960, Thèse pour obtenir le grade Docteur en histoire de
l’Université Paris I et de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Paris, 2009.
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el tercer mundo, especialmente la del pueblo vietnamita, ocasionaron en el MIR. En
términos positivistas esta interpretación resulta inapelable, en tanto que reproduce la
literalidad de los discursos, y deriva de dicha literalidad los nudos del desarrollo
efectivo del MIR47. Así, los problemas para implementar la lucha armada en Chile se
presentan como el verdadero tribunal que dirime el valor histórico de esta organización.
El asalto a la dirección del movimiento que ejecutaron los jóvenes de Concepción en
el Congreso de 1967, es presentado como un unívoco ajuste de cuentas con la
inoperancia insurreccional del trotskismo. Ajuste que los autores enseguida transfieren a
la historia de la organización48, poniendo particularmente bajo sospecha su rechazo a las
elecciones; el que hacen aparecer como una burda dicotomía frente a la cuestión armada
e insurreccional49. Sin embargo, al atravesar estos mismos debates con la cuestión -para
nosotros fundamental- de la politización y el cuestionamiento del mito democrático,
aparece una problemática, a lo menos, ajena a la literalidad.
Nos parece que en este punto, el debate Vitale/Sandoval se autosubvierte para
presentar como diferencias, lo que en su literalidad funcionaba como confrontación.
Tienen diferencias ciertamente, en el problema del fundamento social de la
insurrección; pero más allá de los personalismos jugados en el congreso del 1967,
ambos autores contribuyen a reconocer la potencia del enunciado sobre una guerra
revolucionaria prolongada50. Claramente se esbozó allí un dispositivo de pasaje hacia
los ritmos complejos pero también más consistentes de la politización, con una nueva
concepción revolucionaria despegada de los resabios jacobinos. Lo que Vitale y
Sandoval traman por debajo de su confrontación literal, es otra violencia revolucionaria.
La violencia simple y terrible de prescindir de los héroes. No de las militancias
comprometidas y audaces, sino de esos héroes mitológicos que siempre "salvan al
demos del demos” (ya en las transiciones democráticas, ya en las correcciones del
desviacionismo). Sin héroes, también cambian de signo los análisis que confrontan la
falta de democracia interna en el MIR con su proyecto de poder popular.
Por esta vía se puede reentrar a los desafíos aun mayores que enfrentó y deberá
volver a enfrentar una organización como el MIR.
Solo como una muestra al respecto, finalizaremos mostrando el problema de
fondo que el MIR logró afrontar en el palno de lo que Benjamin denominó “el estado de
excepción como regla”51. El MIR vivió al respecto una experiencia de difícil acceso a la
literalidad: los estados de excepción en que el poder suspende su propio derecho, están
articulados temporalmente. El estado de excepción dictatorial chileno no hubiese sido
posible sin la usurpación que hizo el derecho de la vida en común durante toda la fase
de democracia desarrollista. Sin esa democracia segmentadora y jerarquizante, el golpe
del 73 habría tenido otro tipo de obstáculos democráticos reales. Del mismo modo, la
pax democrática que conocemos hoy, es inconcebible sin haber hecho pasar al demos
por el laberinto terrorista de la dictadura. Para un partido como el MIR, expresar todo
47
Ídem anterior.
Pinto, J., “¿Y la historia les dio la razón? El MIR en Dictadura, 1973-1981”. En: Valdivia, V.; Álvarez,
R. & Pinto, J., Su revolución contra nuestra revolución. Izquierdas y derechas en el Chile de Pinochet
(1973-1981), LOM, Santiago, 2006.
49
Palieraki, op. cit.
50
Ver Aguiló, H., “Balance autocrítico de mi militancia revolucionaria”, en:
http://www.puntofinal.cl/551/balance.htm [01/09/2010].
51
Benjamin, op cit., 1973.
48
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esto, en medio de una democracia altamente mistificada, fue una tarea tan demoledora
que en ocasiones terminó perdiéndose en voluntarismos partisanos.
Igualmente demoledor resultó para el MIR su análisis de un modelo de
acumulación en el que las conquistas sociales abonaban un colosal deterioro en las
correlaciones de fuerza del trabajo respecto del capital. Por supuesto que nunca fue una
alternativa el renunciar a dichas conquistas, que fueron la materialización de los
procesos de politización. Pero todas las regulaciones económicas tuvieron por finalidad
estabilizar los procesos de acumulación, de manera que por debajo de los grandes o
pequeños progresos en el bienestar del demos, el capital acumulaba unos poderes
económicos incontrarrestables que elevaban la escala destructiva de su competencia a
los niveles que solo hoy podemos apreciar. El MIR y la Izquierda Revolucionaria
mundial, habitaron unos intersticios históricos donde estas cuestiones se presentaron
con una urgencia y claridad, que, sin embargo, no eran inmediatamente traducibles a los
tiempos de la fuerza politizadora y los vigores del cuerpo democrático.
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