Actuel Marx Intervenciones, no. 13. Segundo semestre 2012, pp. 137-159. ORGANIZACIÓN ANTAGONISTA DEL PODER POPULAR EN CHILE. ORÍGENES TACHADOS DE UNA IZQUIERDA REVOLUCIONARIA.1 miguel urrutia f.2 Resumen: El artículo aborda las políticas de poder popular en Chile a partir del concepto de origen propuesto por Walter Benjamin. Se fija el hito de 1957 como inflexión en las culturas de izquierda chilena y se establece la emergencia de una subjetividad popular sin un programa de acción preciso, pero, por lo mismo, tendiente a organizar su conflictividad de manera antagonista. Se reinterpreta el debate sobre la fundación del MIR chileno en la perspectiva de una organización antagonista. Palabras clave: poder popular, politización, izquierda revolucionaria. Abstract: The article addresses the politics of the people power in Chile from the Origin concept proposed by Walter Benjamin. 1957 is the event that transforms the Chilean revolutionary left, and it sets the emergency of a popular subjectivity without an accurate action program, but, therefore, aimed to organize it's conflicts in an antagonistic way. It reinterprets the debate about the foundation of the chilean MIR in the perspective of an antagonistic organization. Keywords: people power, politicized, revolutionary left. 1 Este artículo es parte de un marco de referencia para un Programa de Investigación Histórica de la organización “Londres 38, espacio de memorias”. El artículo también ha contado con el apoyo del proyecto CONICYT PDA-02 y del proyecto FONDECYT nº 1110973. 2 Chileno, profesor de historia por la Universidad de Concepción y Dr. en sociología por la Universidad de Lovaina; dedicado a la sociología histórica de las organizaciones antagonistas; académico del Departamento de Sociología de la Universidad de Chile; coordinador de investigación histórica de “Londres 38, espacio de memorias”. 1 Actuel Marx Intervenciones, no. 13. Segundo semestre 2012, pp. 137-159. 1. 1957. El origen de la Izquierda Revolucionaria chilena puede ser situado en 1957, año en que algunas de las chilenas y chilenos más pobres aparecieron violenta y autónomamente en una historia que no les reconocía como parte de ella. Lo hicieron primero con una larga protesta estival coronada el 2 y 3 de abril, arrasando algunos hitos centrales de las principales ciudades del país3, y luego, ocupando los márgenes de esas mismas ciudades para hacer de ellos el hábitat que le habían negado los sectores dominantes (teniendo como hito la toma de “La Victoria” el 30 de octubre de 1957)4. En este “movimiento de tenaza”, quedó de manifiesto lo que en el presente trabajo llamaremos politización, pero no en el sentido convencional de una toma de conciencia que desemboca en la adhesión de los sujetos a programas racionalizados de acción, sino, mucho más simplemente, como la introducción de desórdenes en la organización funcional de la sociedad5. En este sentido, lo relevante de la “tenaza popular del 57”, consistió en mostrar que esos “desórdenes en la organización funcional de la sociedad” no eran siempre y solamente el resultado de episodios catastróficos o de “reventones históricos”, sino también, de la organización de nuevas prácticas fundadas en la relacionalidad directa de la vida en común, y en la autogestión territorial, cultural y productiva. Una parte de la izquierda chilena advirtió una nueva forma de transformación social implicada en estos procesos de politización; desde entonces mantuvo con ellos relaciones complejas, llegando a intentar una solución de continuidad mediante el proyecto del llamado Poder Popular. Sostenemos que la Izquierda Revolucionaria se formó en este encuentro complejo de la politización, como fuerza social desinstitucionalizada, y el Poder Popular, como un proyecto reflexivo tendiente a organizar las comunidades populares desde sí mismas. Por lo tanto, con la expresión Izquierda Revolucionaria no aludimos a una cima moral de ruptura con el orden burgués o capitalista, sino al mencionado encuentro y al conjunto de prácticas políticamente radicalizadas que de él se derivaron. Tampoco la noción de origen refiere a un centro estático del que provendría la Izquierda Revolucionaria como fenómeno histórico inédito6, sino que alude a la descomposición caótica de un orden republicano comprometido con la modernización capitalista; orden cuyas prácticas discursivas permitían a los poderes dominantes del periodo, narrarlo como un ascenso evolutivo, apareciendo ellos mismos como las cimas de aquella evolución. Entonces, el origen de la Izquierda Revolucionaria chilena en 1957, no indica su inicio, sino la irrupción de una originalidad histórica resultante de una nueva composición de las fuerzas sociales7. A través de ese instante nuevo y original pasaron fuerzas sociales que no se mantuvieron idénticas ni leales a él, pero tampoco a ellas mismas. 3 Milos, P., 2 de abril de 1957, LOM, Santiago, 2007. Garcés, M., Tomando su sitio. El movimiento de pobladores de Santiago, 1957-1970, LOM, Santiago, 2002. 5 Rancière, J., La mésentente. Politique et philosophie, Galilee, Paris, 1995. 6 Esta noción de origen ha sido contundentemente criticada por el deconstruccionismo. Ver Derrida, J., De la gramatologie, Les Édtions de Miniuts, Paris, 1967. 7 Es la noción de origen opuesta a la de génesis propuesta en: Benjamin, W., El origen del drama barroco alemán, Taurus, España, 1990. 4 2 Actuel Marx Intervenciones, no. 13. Segundo semestre 2012, pp. 137-159. Para demostrar cuan anteriores pueden ser las fuerzas que se recomponen en el origen de la Izquierda Revolucionaria chilena (y por lo tanto cuan abierta ella se ha encontrado desde entonces), apelaremos brevemente a la mitología, en tanto recurso que las culturas suelen utilizar para contar(se) la historia de sus fuerzas. En este caso trataremos de la cultura política democrática, en la que incluso se han producido los sentidos de la palabra revolución. Queremos llamar la atención sobre el mito del Minotauro en el laberinto como figuración del demos y la democracia8. En el mito puede advertirse una asimilación del demos a la figura del Minotauro compuesta de una parte humana (un cuerpo particularmente vigoroso) y otra parte animal (la cabeza de un toro). Tanto el vigor corporal, como la cabeza bestial del demos, serían apaciguados con ofrendas humanas, de manera que la propia doble naturaleza del pueblo sería la responsable de su eterna condena al laberinto. Hoy por hoy, las ofrendas que periódicamente reclamaría el demos, corresponderían a cuestiones como legislación social, regulaciones al mercado de trabajo, participación electoral o re-presentación política, y, muy cercana a ella, la redistribución del ingreso, y algunos re-conocimientos de derechos. Todas estas ofrendas concuerdan con el lado humano del pueblo (el mito es claro en indicar que se trata de ofrendas humanas). Incluso, y para atestiguar la noción de un demos mundializado, la geopolítica actual afirma un tipo de ofrendas que oficialmente denomina “intervenciones humanitarias”. Pero, ya se trate del demos globalizado, o del nacional, éste mantendría su vernácula conducta de devorar violentamente las ofrendas que le son conferidas, postergando así su propia completitud humana y auto-condenándose al laberinto9. Por más que esta narración refleje unilateralmente el inconsciente histórico de los dominadores, donde el pueblo no solo aparece como culpable, sino que instituyendo cíclicamente su propio encierro; el relato no logra mantener oculto que el laberinto de la institucionalidad democrática, está cimentado en otra violencia, la del orden jurídico y la fuerza de sus leyes10. Violencia que se observa a sí misma como justa y ciertamente superior a la del humano-bestia (pueblo), entre otras cosas, por estar codificada en el derecho11 (derecho que la literatura kafkiana exhibe justamente como puro encierro laberíntico12). Así, a pesar que en el mito Occidental se reconoce que el demos conforma un cuerpo vigoroso, no se concibe que ningún pueblo pueda encontrar una 8 Se trata de un análisis nuestro, pero muy determinado por el breve cuento de: Borges, J. L., “La casa de Asterión”. En: Obras completas, I, Emecé Editores, B. Aires, 1967. 9 urrutia, m. & Villalobos-Ruminott, S., “Memorias antagonistas, excepcionalidad y biopolítica en la historia social popular chilena”, Revista De-Rotar, Vol. 1, nº 1, 2008, Santiago, pp. 3-27. 10 Gargarella, R., El derecho a resistir el derecho, Miño y Dávila editores, España, 2005. / Benjamin, W., Tesis de filosofía de la historia, Taurus, Madrid, 1973. / Benjamin, W., “Para una crítica de la Violencia”. En: Para una crítica de la violencia y otros ensayos. Iluminaciones IV, Taurus, España, 2001. / Derrida, J., Fuerza de ley. El ‘fundamento místico de la autoridad’, editorial Tecnos, Madrid, 1997. 11 El sociólogo del derecho más connotado del siglo XX llama esto un “logro evolutivo”, ver: Luhmann, N., El derecho de la sociedad, Universidad Iberoamericana, México, 2002. 12 “Era preciso procurar comprender que ese gran organismo de justicia era en cierto modo eterno en sus fluctuaciones, que si uno pretendía cambiar en él alguna cosa era como quitarse uno mismo el suelo debajo de los pies y que uno mismo era el que se precipitaba en la caída en tanto que el gran organismo, viéndose sólo muy ligeramente afectado por ello, conseguiría fácilmente una pieza de repuesto (siempre dentro de su mismo sistema) y permanecería inmutable si no sucedía que –y esto era hasta lo más verosímil- se hiciese aun más cerrado, aun más atento a todo cuanto ocurría, aun más severo, aun más malo.” Kafka, F., El Proceso, Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile, 1984, p. 141. 3 Actuel Marx Intervenciones, no. 13. Segundo semestre 2012, pp. 137-159. salida al laberinto y mucho menos pensarla con su cabeza de bestia13. Dicha salida, sin embargo, siempre late en tiempos menores o subordinados, donde algunas reglas concretas e inmanentes de convivencia, desplazan a la fuerza de las leyes, extrayendo estas reglas su contenido, directamente de las formas de vida en común 14, y no de esas supuestas evoluciones civilizatorias, que en sus momentos de crisis histórica, siempre han presentado justificaciones trascendentales para usar la fuerza en contra de todo o parte del pueblo. En 1957, el mundo capitalista avanzado entraba en su tercer quinquenio de crecimiento acelerado con estabilidad, confirmada incluso por el hecho de que algunas crisis locales de las periferias, no afectaban el crecimiento económico mundial15. Una de esas crisis locales había llevado al gobierno chileno a intentar alinearse con los procesos mundiales de acumulación capitalista16. En respuesta a esta política, el Partido Socialista Popular se había desligado del gobierno de Carlos Ibáñez, y en 1956, junto al aun proscrito Partido Comunista, habían constituido el Frente de Acción Popular (FRAP). El FRAP, junto –y desde- la CUT y las federaciones de estudiantes universitarios, apoyaron el ascenso de las protestas populares frente a las alzas que el gobierno decretó aprovechando el estío de 1957. Las protestas se hicieron tan agudas durante los meses de febrero y marzo, que muchos dirigentes opositores comenzaron a considerar la posibilidad de un repliegue17, especialmente después que el 30 de marzo cayeran asesinados dos manifestantes en Valparaíso y que al día siguiente el gobierno decretara el estado de emergencia. En la noche del 1 de abril un militar mató en Santiago a la estudiante de la Universidad de Chile, Alicia Ramírez, delegada a la FECH por la carrera de enfermería. Alicia venía de una asamblea en la que no había logrado resolverse un llamado a continuar el movimiento. Así, el 2 de abril, la protesta en el centro de Santiago, Concepción y Valparaíso, prescindió de una convocatoria oficial Eran las 8 de la mañana (…) cuando los jóvenes estudiantes del Instituto Nacional tuvieron que resolver (…) o bien entrar al Instituto (…) o cruzar la Alameda (…). Tenían que resolverlo solos, allí mismo, sin el consejo de ningún dirigente de la FECH, de la CUT, del FRAP, o del Instituto. (…) No hubo acuerdo [pero] una parte de ellos se apartó del restó y cruzó la Alameda (…). 13 Por eso el cuento del aparentemente conservador Borges es tan subversivo (y tan poco inocente su obsesión literaria por los laberintos). No solo porque escribe desde los pensamientos de Asterión el Minotauro, sino porque estos dan cuenta de una madurez que Occidente nunca ha alcanzado, la de la aceptación de sus límites. Se puede objetar a nuestro punto de vista que Borges compone un Minotauro, opuesto al demos; aristocratizado incluso; dado que el mismo Asterión cuenta que, en su paseo fuera del laberinto, no se reconoció en la grey, en la plebe, ni en el vulgo; pero en este rechazo –y en la parodia monárquica del mito- ubicamos la condición de una subjetividad política revolucionaria: no aceptar las categorías de los dominadores, siempre peyorativas y reductoras de las subjetividades populares a la condición de masas informes, con caras “desconocidas y aplanadas, como la mano abierta” (Borges, op. cit., p. 683). 14 Nancy, J. L., La communauté désoeuvrée, Christian Bourgois, París, 1983. / Agamben, G., Medios sin fin. Notas sobre la política, Pre-Textos, Valencia, 2001. / Agamben, G., La comunidad que viene, PreTextos, Valencia, 2006. / Guattari, F., Cartografías del deseo, La marca, Buenos Aires, 1995. / Deleuze, G., “La isla desierta”. En: La isla desierta y otros textos. Textos y entrevistas (1953-1974), Pre-Textos, Valencia, 2005. 15 Brenner, R., Turbulencias en la Economía Mundial, LOM, Santiago, 1999. 16 Este proceso es explicado en el punto 3 de este mismo trabajo. 17 Milos, op. cit. 4 Actuel Marx Intervenciones, no. 13. Segundo semestre 2012, pp. 137-159. A las 11 horas grupos espontáneos venidos de cualquier parte se habían unido a los jóvenes institutanos [Más tarde] la composición social de la masa callejera comenzó a cambiar. Al comenzar la tarde se había reportado ya el saqueo de los Almacenes París, de la joyería Praga, de dos armerías (…). La tarde se presentó extremadamente crítica. Numerosas “pobladas” comenzaron a desplazarse hacia distintos objetivos. Algunas se dirigieron a apedrear el edificio de El Mercurio. Otras, al Palacio de Justicia, al Congreso Nacional. Otras, al mismo Palacio de la Moneda. Algunos grupos intentaron incendiar el Mercado Central. Otros prendieron fuego a buses atrapados y garitas de la locomoción colectiva18. Siguiendo el mito democrático occidental, se diría que entre 12 y 18 vidas de su propia humanidad fueron devoradas por el minotauro del demos solo aquel 2 de abril de 195719. Pero la historia posterior mostró que la propia estructura mitológica de la política occidental resultó interpelada aquel año. Durante el otoño e invierno de 1957 las movilizaciones parecieron entrar en un reflujo completamente razonable para los marcos de análisis de la izquierda de la época. Las pobladas volvieron literalmente a las cloacas de las grandes ciudades (como por ejemplo, los márgenes del Zanjón de la Aguada en Santiago)20, pero militantes de base, que especialmente el Partido Comunista había reclutado desde mucho antes de 1957 (incluso desde su trabajo en los campos, previo a la migración de estos sujetos 21), impulsaron la ocupación de terrenos baldíos con fines habitacionales, iniciativa que ya el 30 de octubre del mismo 1957 marcó un hito fundamental con la toma de las Chacras de La Feria donde hasta hoy se ubica la Población “La Victoria”. Se demostraba así, que lo que el demos chileno había devorado unos meses antes, no era solo una parte de su propia humanidad –humanidad puesta ahora como demanda de un espacio digno en el cual habitar- sino una parte del laberinto republicano que desde el siglo XIX venía cercando las posibilidades de una “política del demos”, es decir, de la democracia. Según su mito fundante, el estado se constituyó para proteger a los individuos de la amenaza que representaban unos para otros en tanto miembros del demos bestial. Esta misma idea del individuo, pero investido del derecho natural de propiedad, conformó el eje del estado republicano chileno desde el siglo XIX. Así, la Izquierda Revolucionaria Chilena se originó entre sectores de militantes e “intelectuales orgánicos” preocupados por comprender y participar de aquel proceso que, entre el verano y la primavera de 1957, había permitido a una parte del demos, acompasar el arrasamiento destructivo, con la conquista de un espacio para su vida en común. Esta interpelación del demos a las militancias de izquierda afectó en primer lugar a las menos dicotomizadas por el contexto de la Guerra Fría. Aunque todos irreconciliables entre sí, trotskistas, maoístas, comunistas libertarios y algunos 18 Salazar, G., Violencia Política Popular en las ‘Grandes Alamedas’. Santiago de Chile 1947-1987, Ediciones Sur, Santiago, 1990, pp. 270-272. 19 Según Salazar, op. cit., hubo entre 12 y 18 muertos solo en las protestas del 2 de abril de 1957 y solo en Santiago. 20 De Ramón, A., Santiago de Chile (1541-1991). Historia de una sociedad urbana, Editorial MAPFRE, España, 1992. 21 Loyola, M., “Los pobladores de Santiago, 1952-1964: Su fase de incorporación a la vida política nacional”, en: http://www.archivochile.com/Mov_sociales/mov_pobla/MSmovpobla0013.pdf [08/05/2012]. 5 Actuel Marx Intervenciones, no. 13. Segundo semestre 2012, pp. 137-159. socialcristianos transidos por experiencias de miseria popular, vieron la violencia desatada del pueblo como el síntoma de un nuevo descontento insoluble en el marco de la modernización capitalista; pero también advirtieron –aunque con menor énfasis- que este descontento implicaba otra vía de construcción de la política, no exclusivamente centrada en racionalidades y lógicas programáticas para tomarse el estado y actuar desde él, sino que considerando los propios tiempos y espacios populares como fermento y condición para las transformaciones estructurales y el advenimiento del socialismo. Ha habido relativo consenso en indicar que, a lo menos una parte de este proceso, puede ser descrito como una abrupta politización de la sociedad chilena, pero, en su versión más extendida, esta interpretación pasa por alto los elementos de ruptura del mito democrático occidental implicados en esa politización. Dicha ruptura es vital para nuestro análisis, pues en ella se configuraron algunos aciertos y también parte de los fracasos de la Izquierda Revolucionaria chilena. 2. Excursus sobre politización, Izquierda Revolucionaria y democracia. En sentido neutral, normalmente se ha interpretado la politización como una tendencia de las masas populares a negociar sus intereses con otros grupos, mediados por el sistema de partidos políticos en el marco general del republicanismo22, es decir, Asterión debe habitar el laberinto para que se realice su interés en devorar a los humanos sacrificados. Desde este mismo enfoque se sostiene que la politización tiene pasajes de perversión, que son precisamente aquellos en los que el demos incurre en los excesos devoradores de las ofrendas sacrificadas para él, es decir, cuando alguna parte del sistema de partidos, o más frecuentemente algún caudillo, aquieta al Minotauro atendiendo un monto de demandas populares que no son acordes con los niveles de desarrollo de la sociedad (se piensa fundamentalmente en el desarrollo económico, pero, dependiendo de la naturaleza de las demandas populares, también puede aludirse a niveles de desarrollo social, cultural y político). Se considera que el populismo ha solido acabar con el republicanismo, dando paso a regímenes simplemente autoritarios o dictatoriales23. Este concepto dominante de la politización, está ligado con el mecanismo de diferenciación funcional, que según una de las corrientes fundadoras de las ciencias sociales, permite mantener la cohesión de sociedades complejas como la moderna24. En el fondo, dicho mecanismo no es más que la extrapolación de la división social del trabajo desarrollada por el capitalismo industrial del siglo XIX, y exacerbada por las líneas de montaje en las fábricas del siglo XX (el régimen fordista como nueva pieza del laberinto): cada individuo, así como cada parte de la sociedad, deben especializarse más y más en una tarea determinada. Recientemente en Chile, gobiernos de distinto signo se han defendido de algunas interpelaciones y protestas, calificándolas de políticas o politizadas. De manera paradójicamente inversa, las culturas de izquierda se han acusado recíprocamente de 22 Garretón, M. A. & Moulian, T., Análisis coyuntural y proceso político: la fase del conflicto en Chile: 1970-1973, Ediciones Centro América, Costa Rica, 1978. / Garretón, M. A. & Moulian, T., La Unidad Popular y el conflicto político en Chile, Ediciones Minga, Santiago, 1983. 23 Garretón, M. A., Hacia una nueva era política: estudio sobre las democratizaciones, FCE, Santiago, 1995. 24 Durkheim, E., La divisón del Trabajo Social, Amorrortu, Buenos Aires, 1986. / Para una crítica ponderada de este aserto ver: Habermas, J., Teoría de la acción comunicativa, II. Crítica de la razón funcionalista, Taurus, Madrid, 1999. 6 Actuel Marx Intervenciones, no. 13. Segundo semestre 2012, pp. 137-159. favorecer formas de despolitización25. A pesar del carácter aparentemente contrapuesto de las dos posiciones reseñadas, reconocemos un área de intersección relevante entre las denostaciones de la politización y algunas críticas a la despolitización. Buena parte de las acusaciones a la politización han sido formuladas en lenguajes más cercanos a comunitarismos nacionalistas y conservadores26, que a un liberalismo segmentador y utilitarista. Así, se ha criticado la politización como injerencia de los partidos políticos en conflictos que, según la oligarquía, deben ser resueltos directamente entre las personas; por ejemplo, entre los patrones y sus trabajadores. También se ha criticado conservadoramente a la politización en tanto práctica que ha pretendido deliberar racionalmente todas los espacios de convivencia ya establecidos (hacienda, familia, iglesia, fábrica, escuela; entre otros)27. Pero, desde el punto de vista de sus efectos prácticos, sostenemos que todas estas críticas se han alineado para mantener la subordinación de la política a esa peculiar forma de integración capitalista que ha propuesto cohesionar el cuerpo del demos, dividiéndolo, segmentándolo, diferenciándolo y especializándolo por compartimentos; en definitiva, actualizando con lenguaje científico social, el mito occidental del necesario laberinto jurídico encargado de retener al pueblo e incluso salvarlo de su lado bestial28. Todo lo que no se ha atenido a esta pauta ha sido condenado como politización. Es cierto que también se ha dado este nombre a la sobreideologización y el fanatismo de determinados grupos, pero, estos fenómenos no componen por si mismos a la politización, sino que son una derivación particular de ésta. Entre las críticas a la despolitización, es relevante la que -de un modo algo cínico- se ha desprendido de la llamada “renovación socialista chilena”, corriente iniciada con posterioridad al golpe de 197329. Desde este campo se ha sostenido que la política se potenció al reconocerle autonomía respecto de las determinaciones clasistas y economicistas. Una esfera política diferenciada y articulada mediante un sistema de partidos, sería entonces una de las conquistas irrenunciables de nuestra reciente modernidad. Toda desafección a tal sistema de partidos es considerada por lo tanto como una despolitización que arriesga caer en corporativismos y autoritarismos populistas30. 25 Para la historiografía, ver por ejemplo: Grez, S., “Escribir la historia de los sectores populares ¿Con o sin política incluida? A propósito de dos miradas a la historia social (Chile, siglo XIX)”, Política, Volumen 44, 2005, pp. 17-31. 26 Cousiño, C. & Valenzuela, E., Politización y monetarización en América Latina, Cuadernos del Instituto de Sociología de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Santiago, 1994. 27 Ibídem. 28 De Gaudemar, J. P., El orden y la producción. Nacimiento y formas de la disciplina de fábrica, Editorial Trotta, Paris, 1991. / Foucault, M., Defender la sociedad, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2006. 29 En el último tiempo, los esfuerzos historiográficos más extensos por abordar el tema de la renovación socialista y su evidente relación con la historia del partido MAPU, han sido realizados por la historiadora Cristina Moyano, sin embargo, en sus excelentes trabajos no son tratados los temas que consideramos fundamentales para aproximarnos a la cuestión de la politización y la despolitización en Chile. Ver Moyano, C., El MAPU durante la dictadura. Saberes y prácticas políticas para una microhistoria de la renovación socialista en Chile, Ediciones Universidad Alberto Hurtado, Santiago, 2010. / Hemos entonces recurrido directamente a literatura de teoría política que da cuenta de la renovación del socialismo chileno: Lechner, N., La democracia en Chile, Ediciones Signos, Buenos Aires, 1970. / Lechner, N., La conflictiva y nunca acabada construcción del orden deseado, FLACSO, Santiago, 1984. / Garretón y Moulian, op. cit., 1978. / Garretón y Moulian, op. cit., 1983 / Garretón, op. cit. 30 Garretón, M., La sociedad en que vivi(re)mos. Introducción sociológica al cambio de siglo, LOM, Santiago, 2000. / Tironi, E., Autoritarismo, modernización y marginalidad, SUR, Santiago, 1990. / Para una visión crítica ver: Salazar, op. cit., 1990. 7 Actuel Marx Intervenciones, no. 13. Segundo semestre 2012, pp. 137-159. No cabe duda que frente al marxismo mecánico y economicista que promovió la Academia de Ciencias de la URSS, la autonomía de la política puede resultar una noción liberadora; sin embargo, el funcionamiento concreto de nociones equivalentes a ésta durante el siglo XX, mostró su compromiso intrínseco con los procesos de modernización asociados a la división capitalista del trabajo y el subsecuente aumento exponencial en la segmentación de la sociedad. Según los principios modernizadores postulados con fuerza desde mediados del siglo XX31, en sociedades complejas – industriales o posindustriales-, la cohesión no puede alcanzarse mediante la simple igualdad, sino dividiendo las tareas de cada segmento social para especializarlos en dicha tarea. Desde entonces se ha sostenido que mientras más definidas y diferenciadas estén dichas tareas (funciones), mayores serán las posibilidades de segmentación especializada y mejor el funcionamiento general de la sociedad. Dicho de modo aun más concreto e histórico, se consideró que la mejor manera de atender los asuntos en común, era no hacerlo en común, sino diferenciada y segmentadamente. En cierto sentido, se actuó confiando en que los asuntos en común, se atendían mejor, privadamente. El paradójico precepto de fondo fue: mientras menos nos confundamos o contaminemos con “los otros”, mejor nos integraremos con ellos; lo que también podría expresarse como: lo mejor que se puede hacer por los demás, es concentrarse en hacer bien lo propio. La renovación socialista, y la socialdemocracia en general, han intentado solucionar esta aparente paradoja de la modernización, adhiriendo al republicanismo de raíz decimonónica y relevando de allí la idea de espacio público. Lo público se propuso como opuesto a lo privado, precisamente porque su modo de operar no se reduciría a lo meramente funcional32. Así, la política correspondería a un segmento de tareas sociales cuya especialización no proviene de la funcionalidad técnica, sino de supuestas virtudes que deben ser sancionadas como tal por un “público” o audiencia (que aplaude o rechaza mediante elecciones periódicas). El político no pertenecería al segmento de los trabajadores comunes que orientan su acción hacia la producción, sino que actuaría en, y para, un espacio público depositario en última instancia de una soberanía electoral. Lo anterior evidencia una concepción de la política aun inscrita en la división del trabajo y la segmentación social, construyendo así su carácter de esfera autónoma, diferenciada de lo común. Fue por eso que en el Chile del siglo XX estas nociones ayudaron a articular un nuevo bloque social dominante, que mantuvo a la oligarquía tradicional en su centro. Una política identificada con el estado republicano y limitada en sus funciones, fue históricamente parte del orden defendido por la oligarquía chilena. En tal sentido, la llamada renovación socialista, ha resultado ser una contribución a la naturalización de este escenario33. 31 Lambert, J., América Latina, estructuras sociales e instituciones políticas, Ariel, Barcelona, 1970. / Germani, G., Política y sociedad en una época de transición: de la sociedad tradicional a la sociedad de masas, Paidos, Buenos Aires, 1968. 32 Lechner, op. cit. / Lechner, N., Los patios interiores de la democracia. Subjetividad y Política, Fondo de Cultura Económica, Santiago, 1990. / Lechner, N., Las sombras del mañana. La dimensión subjetiva de la política, LOM, Santiago, 2002. / Garretón, op. cit., 2000. 33 Que la renovación socialista fue compleja, polimorfa, polisémica, diversa, multidimensional, plural, multifocal, con escalas macro y micro-históricas, etc., comporta un completo truismo, y no puede por tanto impedir sacar conclusiones sobre la miseria final de sus ideas y de sus inscripciones en la historia concreta. 8 Actuel Marx Intervenciones, no. 13. Segundo semestre 2012, pp. 137-159. En este trabajo reservamos entonces el término politización para las prácticas sociales con y sin discurso que, al contrario de fragmentar el cuerpo del demos, han incrementado su consistencia en distintas zonas, permitiéndoles operar de manera versátil y polivalente, a la manera de lo que más contemporáneamente se ha denominado actor-red (segmentos intercambiables, jerarquías flexibles, acoplamientos múltiples, procesos emergentes y variables)34. Estas prácticas de politización se han caracterizado por constituir al cuerpo del demos como un asunto en común, sin atenerse a las distinciones instituidas entre lo público y lo privado, acrecentando así, la capacidad de la sociedad y los sujetos para construirse a sí mismos (autonomía). La politización ha consistido entonces en el anuncio de otra comprensión de la política, no como subsistema donde el público realiza su soberanía evaluando el virtuosismo de potenciales estadistas, sino como el conjunto de prácticas que ponen en común a los seres humanos como cuerpo de la sociedad35. Ha sido esta puesta en común lo que ha redundado en resistencias a aceptar la diferenciación funcional como único y sacrificial camino hacia una vida mejor. En el siglo XX, vastos sectores del pueblo chileno adhirieron con expectativas a los procesos de modernización y desarrollo, pero las claras señales de estancamiento durante la segunda mitad de los cincuenta36, contribuyeron a desatar la politización ya descrita. Así, los sujetos, supuestamente definidos por la sujeción a sus cuerpos individuales, comenzaron a sentir un poco más intensamente las experiencias de un vigoroso cuerpo común y colectivo. Esto se expresó en que, frente a la lógica de los esfuerzos individuales y competitivos coordinados externamente por el estado y el mercado, despuntó discretamente una sensación de que la prosperidad podía alcanzarse en la cooperación con los otros37. La politización proveniente de este adusto cuerpo social, tampoco se limitó a la coagulación de masas indiferenciadas, dando inicio más bien a una trama continua donde las fuerzas de unos cuerpos no suponían ya los límites a la libertad de otros, sino la expansión de sus posibilidades. Las zonas del cuerpo social que comenzaban a tramarse de este modo, tampoco tendieron a transformarse en órganos especializados, lo cual no solo descolocó a los mentores de la modernización, sino también a las militancias de izquierda, autoconcebidas como órganos pensantes y conductores del proletariado38. No obstante, las culturas de izquierda más críticas de las burocracias, contribuyeron a la politización descrita, e incluso iniciaron intentos de afianzarla hegemónicamente mediante una estrategia política abierta e inacabada que, desde fines de los sesenta, fue nombrada como “poder popular”. Ni la politización descrita, ni el poder popular, llegaron a ser mayoritarios. Sin embargo, es bastante plausible que el golpe de estado de 1973 obedeció en lo fundamental a la necesidad de detener el desarrollo de esta politización. Al 11 de 34 Latour, B., Reensamblar lo social. Una introducción de la teoría del actor-red, Editorial Manantial, Buenos Aires, 2008. 35 Deleuze, G. & Guattari, F., Mille Plateux. Capitalisme et schizophrénie 2, Les éditions de Minuit, Paris, 2004. / urrutia, m. & Villalobos-Ruminott, op. cit. / Foucault, op. cit., 2006. / urrutia, m., Luchas anti-neoliberales en América Latina e inmunización política en Chile, Tesis de Doctorado en Sociología, Universidad de Lovaina, 2006. 36 Ver sección siguiente. 37 Salazar, G., “De la generación chilena del '68: ¿omnipotencia, anomia, movimiento social?”, Revista Proposiciones, nº 12, 1986. / Garcés, op. cit. 38 Salazar, G., Notas acerca del Nuevo Proyecto Histórico del Pueblo de Chile, mimeo, Hull, 1982. 9 Actuel Marx Intervenciones, no. 13. Segundo semestre 2012, pp. 137-159. septiembre de 1973, los militantes más expuestos a la politización, no habían alcanzado a romper con la vieja matriz sacrificial de la política, sintieron entonces como un deber, asumir la defensa completa del cuerpo social. Al torturar y desaparecer los cuerpos de estos militantes, el bloque social dominante buscó racionalmente ocasionar una intensificación de sus muertes individuales para transferirlas al cuerpo del demos. No solo la Izquierda Revolucionaria había presentido la fractura del mito democrático occidental a partir de 1957, también la dominación había estado preparando una nueva versión del laberinto, con cimientos terroristas puestos desde el estado. 3. Un Movimiento de Izquierda Revolucionaria en Chile. Hemos afirmado que la politización de los años 60 en Chile, no provino de algún proyecto reflexivo de cambio social como el de la Izquierda Revolucionaria, sino que al revés, esta corriente se configuró reconociendo los espacios que abrían los procesos de politización. Una prueba de esto es el Movimiento 3 de Noviembre (M3N) fundado en 1961, en el octavo aniversario de la CUT, por Clotario Blest, quien aun era su presidente39. No obstante, en este mismo hecho, se puede advertir que la Izquierda Revolucionaria no consistió solo en una nueva forma de problematizar la política, sino también en un conjunto de pequeños grupos fuertemente abocados a sus propios problemas de organización y luego de convergencia. El M3N se proclamó abiertamente partidario de la insurrección anticapitalista y propuso una base programática que, según Luis Vitale, condujo a la fundación del MIR40. En efecto, este movimiento exigió: Nueva Constitución. Reforma Agraria Integral. Reforma Urbana. Abolición de los monopolios capitalistas y expropiación de las empresas imperialistas. Expropiación de los bancos particulares, de las fábricas y gran comercio y su administración por parte de los trabajadores. Dirección y administración de la economía del país por los Consejos de Obreros y Campesinos. Defensa activa de la Revolución Cubana. El M3N ilustra uno de los componentes de la Izquierda Revolucionaria, caracterizado por una historia de minorías al interior de la izquierda chilena. En situación similar se encontraron una serie de organizaciones trotskistas como el Partido Obrero Revolucionario y el Partido Trotskista Revolucionario. Aunque estas tendencias captaron militantes descolgados de los Partidos Comunista y Socialista, tuvieron un tronco histórico de militantes originarios. Algo similar ocurrió con la influencia del PC chino, que dio origen a movimientos como el Partido Comunista Revolucionario. El anarquismo solo aparece en la literatura consultada a través de individuos puntuales, pero su carácter de dirigentes sindicales hace presumible una orientación comunista libertaria. Una vía distinta la constituyeron militantes descolgados de los partidos de 39 Echeverría, M., Anitihistoria de un luchador: Clotario Blest 1823-1990, LOM, Santiago, 1993. Vitale, L., Contribución a la historia del MIR (1965-1970), Ediciones Instituto de Movimientos Sociales Pedro Vuskovic, Santiago, 1999. 40 10 Actuel Marx Intervenciones, no. 13. Segundo semestre 2012, pp. 137-159. izquierda tradicional, pero que no se afiliaron a las tendencias minoritarias precedentes, sino que formaron sus propias organizaciones. Entre estas últimas contamos al Movimiento de Universitarios de Izquierda (MUI), compuesto mayoritariamente por ex militantes de las Juventudes Comunistas de la Universidad de Concepción. Aunque suele decirse que éste fue un frente social del MIR, lo cierto es que su formación fue anterior, de ahí que haya mantenido una identidad distinta a la del Frente de Estudiantes Revolucionarios41. Buena parte de estos colectivos políticos ya expresaban la convergencia desde otros grupos más pequeños, pero es posible distinguir otra categoría de agrupaciones con confluencias más complejas, como el Movimiento de Fuerzas Revolucionarias (heredero del M3N), el Partido Socialista Popular y la Vanguardia Revolucionaria Marxista. Estos dos últimos reconocidos como las fuentes formadoras del MIR por su ex secretario general, Andrés Pascal42. Es pluasible que en ese proceso de convergencia, el MIR fue la orgánica con mayor nivel de agregación. A su congreso fundacional, efectuado el 15 de agosto de 1965 “(..) en la calle San Francisco Nº 269, local facilitado por el anarquista Ernesto Miranda, asistieron delegados del PSP, de la VRM, el sector sindicalista encabezado por Clotario Blest y un grupo escindido del PSR, liderado por Norman Gamboa y Patricio Figueroa”43. La primera dirección nacional del MIR estuvo encabezada por Enrique Sepúlveda, de tendencia trotskista, lo que según Luis Vitale no implicó la imposición de tal línea sobre el movimiento. Contrariamente, Carlos Sandoval, identifica un periodo de hegemonía trotskista entre 1964 [sic] y 1967 al que caracteriza como “ ‘prehistoria’ del Movimiento de Izquierda Revolucionaria”44. Esto ha generado una polémica entre Sandoval y Vitale, la que además de su interés intelectual y político, repone –a nuestro juicio- un rasgo del periodo sobre el que discuten; esto es, la imputación de los avances y estancamientos de la organización a las concepciones insurreccionales puestas en juego. Efectivamente, en la fundación y desarrollo inmediato del MIR, los procesos de politización no contaron con un análisis específico45. En contrapartida, la declaración de principios aprobada por el congreso fundacional del MIR, debe ser considerada como una síntesis magistral de todas las críticas que en la época se hacían a la izquierda tradicional46. De ahí en más, prácticamente todos los análisis consultados sobre el desarrollo del MIR hasta su congreso de 1967 y posterior quiebre de 1969, dejan en un segundo plano las nuevas composiciones de fuerzas sociales en las que la organización se engastaba. Los jóvenes dirigentes de Concepción, encabezados por Miguel Enríquez, exigieron la operacionalización de la declaración de principios y particularmente de una tesis insurreccional que había sido leída en el congreso fundacional por el propio Enríquez. La interpretación histórica ya hegemónica respecto de este proceso, enfatiza el profundo impacto que la revolución cubana y otras experiencias de lucha armada en 41 urrutia, m. & Barra, A., “Historias de vida para la comprensión de un movimiento social”, en: Revista Chilena de Temas Sociológicos, nº 1,1995, Santiago. 42 Pascal, A., Balance histórico del MIR y su lucha revolucionaria, mimeo, 1986. 43 Vitale, op. cit., p. 7. 44 Sandoval, C., M.I.R. (una historia), Tomo I, Santiago, Sociedad Editorial Trabajadores, Santiago, 1990. 45 Salazar, op. cit., 1986. 46 Palieraki, E., Histoire critique de la «nouvelle gauche» latino-américaine. Le Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) dans le Chili des années 1960, Thèse pour obtenir le grade Docteur en histoire de l’Université Paris I et de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Paris, 2009. 11 Actuel Marx Intervenciones, no. 13. Segundo semestre 2012, pp. 137-159. el tercer mundo, especialmente la del pueblo vietnamita, ocasionaron en el MIR. En términos positivistas esta interpretación resulta inapelable, en tanto que reproduce la literalidad de los discursos, y deriva de dicha literalidad los nudos del desarrollo efectivo del MIR47. Así, los problemas para implementar la lucha armada en Chile se presentan como el verdadero tribunal que dirime el valor histórico de esta organización. El asalto a la dirección del movimiento que ejecutaron los jóvenes de Concepción en el Congreso de 1967, es presentado como un unívoco ajuste de cuentas con la inoperancia insurreccional del trotskismo. Ajuste que los autores enseguida transfieren a la historia de la organización48, poniendo particularmente bajo sospecha su rechazo a las elecciones; el que hacen aparecer como una burda dicotomía frente a la cuestión armada e insurreccional49. Sin embargo, al atravesar estos mismos debates con la cuestión -para nosotros fundamental- de la politización y el cuestionamiento del mito democrático, aparece una problemática, a lo menos, ajena a la literalidad. Nos parece que en este punto, el debate Vitale/Sandoval se autosubvierte para presentar como diferencias, lo que en su literalidad funcionaba como confrontación. Tienen diferencias ciertamente, en el problema del fundamento social de la insurrección; pero más allá de los personalismos jugados en el congreso del 1967, ambos autores contribuyen a reconocer la potencia del enunciado sobre una guerra revolucionaria prolongada50. Claramente se esbozó allí un dispositivo de pasaje hacia los ritmos complejos pero también más consistentes de la politización, con una nueva concepción revolucionaria despegada de los resabios jacobinos. Lo que Vitale y Sandoval traman por debajo de su confrontación literal, es otra violencia revolucionaria. La violencia simple y terrible de prescindir de los héroes. No de las militancias comprometidas y audaces, sino de esos héroes mitológicos que siempre "salvan al demos del demos” (ya en las transiciones democráticas, ya en las correcciones del desviacionismo). Sin héroes, también cambian de signo los análisis que confrontan la falta de democracia interna en el MIR con su proyecto de poder popular. Por esta vía se puede reentrar a los desafíos aun mayores que enfrentó y deberá volver a enfrentar una organización como el MIR. Solo como una muestra al respecto, finalizaremos mostrando el problema de fondo que el MIR logró afrontar en el palno de lo que Benjamin denominó “el estado de excepción como regla”51. El MIR vivió al respecto una experiencia de difícil acceso a la literalidad: los estados de excepción en que el poder suspende su propio derecho, están articulados temporalmente. El estado de excepción dictatorial chileno no hubiese sido posible sin la usurpación que hizo el derecho de la vida en común durante toda la fase de democracia desarrollista. Sin esa democracia segmentadora y jerarquizante, el golpe del 73 habría tenido otro tipo de obstáculos democráticos reales. Del mismo modo, la pax democrática que conocemos hoy, es inconcebible sin haber hecho pasar al demos por el laberinto terrorista de la dictadura. Para un partido como el MIR, expresar todo 47 Ídem anterior. Pinto, J., “¿Y la historia les dio la razón? El MIR en Dictadura, 1973-1981”. En: Valdivia, V.; Álvarez, R. & Pinto, J., Su revolución contra nuestra revolución. Izquierdas y derechas en el Chile de Pinochet (1973-1981), LOM, Santiago, 2006. 49 Palieraki, op. cit. 50 Ver Aguiló, H., “Balance autocrítico de mi militancia revolucionaria”, en: http://www.puntofinal.cl/551/balance.htm [01/09/2010]. 51 Benjamin, op cit., 1973. 48 12 Actuel Marx Intervenciones, no. 13. Segundo semestre 2012, pp. 137-159. esto, en medio de una democracia altamente mistificada, fue una tarea tan demoledora que en ocasiones terminó perdiéndose en voluntarismos partisanos. Igualmente demoledor resultó para el MIR su análisis de un modelo de acumulación en el que las conquistas sociales abonaban un colosal deterioro en las correlaciones de fuerza del trabajo respecto del capital. Por supuesto que nunca fue una alternativa el renunciar a dichas conquistas, que fueron la materialización de los procesos de politización. Pero todas las regulaciones económicas tuvieron por finalidad estabilizar los procesos de acumulación, de manera que por debajo de los grandes o pequeños progresos en el bienestar del demos, el capital acumulaba unos poderes económicos incontrarrestables que elevaban la escala destructiva de su competencia a los niveles que solo hoy podemos apreciar. El MIR y la Izquierda Revolucionaria mundial, habitaron unos intersticios históricos donde estas cuestiones se presentaron con una urgencia y claridad, que, sin embargo, no eran inmediatamente traducibles a los tiempos de la fuerza politizadora y los vigores del cuerpo democrático. Bibliografía citada: Agamben, G., La comunidad que viene, Pre-Textos, Valencia, 2006. Agamben, G., Medios sin fin. Notas sobre la política, Pre-Textos, Valencia, 2001. Aguiló, H., “Balance autocrítico de mi militancia revolucionaria”, en: http://www.puntofinal.cl/551/balance.htm [01/09/2010]. 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