contribuciones del departamento de los estudios

C O N T R I B U C I O N E S D E L D E P A R TA M E N T O D E L O S
ESTUDIOS ETROLÓGICOS
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OSO
B
Colección S EC R ET K NOT S
Seg undo número, 2015
www.secretknots.net
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C O N T R I B U C I O N E S D E L D E P A R TA M E N T O D E L O S
ESTUDIOS ETROLÓGICOS
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Breves cuestiones
sobre la magia
JULIÁN CRUZ
PU BL I C A D O P OR S EC R ET K NOT S
Fu n d a d o e n p a r t e e n t r e l a Ac a d e m i a No r t o n I y
el Departamento de los Estudios Etrológicos
Mirad que entre los pucheros y las ollas anda Dios
Santa Teresa de Jesús
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El salón de mis padres está d ivid ido en cuatro
estancias, y en cada una de el las hay, d igamos, un altar
doméstico. A mis ojos, siempre me resultó un lugar inmenso. Puedo decir que cada habitación posee un mueble de madera sobre el que se tiene una consideración
especial. Cuando uno entra , se encuentra a su mano izquierda una estantería maciza , que está seccionada en
módulos cuadrados y separados por unas franjas muy
ampl ias. Eso hace que cada hueco posea un contraste muy def inido entre sus sombras, que permanecen al
fondo, y los objetos y las cosas que aparecen de forma
recortada , como si éstos reposaran justo en el borde, ya
que la luz los baña desde arriba.
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La estantería tiene treinta módulos, y hay una igual en
otra de las estancias. Las dos primeras secciones, tanto las que están más altas como las más bajas, corresponden a la bibl ioteca. Los objetos y los juguetes se
colocan en las dos secciones del med io, y la colección
de peonzas de mi padre ocupa un espacio privilegiado,
pues está repartida en cinco módulos centrales.
A primera vista , uno ya ve con claridad el orden de
las cosas, que han sido puestas con mucho cuidado y
mimo. Digamos que los objetos y los l ibros se corresponden entre el los por contraste de tamaño y color,
y eso ayuda a crear d istintas cadencias. Yo siempre
pensé que aquel los módulos eran lo más parecido a los
bodegones de Sánchez Cotán, que son un tipo de altares muy modernos, donde se rinde culto a las humildes
hortal izas y frutas.
A mí siempre me entusiasmaron esas pinturas.
Yo pensaba , entonces, en las cual idades modernas del
mundo catól ico, que parece que ha envejecido peor que
el protestante. Quizá todo esto se resuma en la consagración del vino y la hostia ; esto sencil lamente nos
muestra la capacidad imaginativa del catol icismo. De
modo que la d ivinidad , sabiendo que puede convertirse en forma , también puede hacerlo en cal idad de
rábano, cardo o melón. Esta gran invención del espíritu catól ico, lejos de lo que la doctrina , en el fondo,
quisiera transmitir, permitió a los pintores españoles
consagrar las cosas sencil las. Es como si todas esas
hortal izas conservaran un pequeño trozo del espíritu
d ivino, pues se las ve sosegadas, como abstraídas.
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Así pues, mientras el protestantismo quiso extirpar todos los asuntos mágicos que eran propios de las imágenes, el catol icismo ayudó a sembrar un terreno más
ambiguo, un lazo espontáneo entre el mundo profano
y el sagrado. Fueran cuáles fueran las intenciones del
catol icismo, su ambigüedad ayudó a inventar becerros
de oro en todas partes, y ése es un giro especialmente
moderno. Esa inquietud chocaba con una conciencia
que, tal vez , para estar alerta , necesitaba ser tan oscura , pues el mundo protestante hizo suya la idea de
mejorar la real idad.
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Sánchez Cotán, J., Membrillo, repollo, melón y pepino, c.1 600, (60 x 81 cm)
La maestría de la pintura barroca , en su aspecto
catól ico o protestante, no hacía de las obras algo d istinto. A pesar de que haya quien insista en lo contra-
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rio, la cal idad de aquel la pintura no se justif ica por sus
circunstancias históricas ; es algo demasiado d ifuso, ni
siquiera nos alcanza para saber porqué hay obras buenas y otras que no lo son. Ahora bien, el espíritu que
inspira a estas obras, se encuentra presente en dos formas d istintas de entender el mundo : El espíritu catól ico convivía estrechamente con lo cotid iano, y se encuentra a su manera en una celebración mística con las
cosas simples y comunes. Curiosamente, hay un equil ibrio entre lo más alto y lo más bajo, una proximidad
secreta. La pintura protestante también trasciende a su
manera , gracias a su especial maestría para dar tacto a
la vista. Ambas son pinturas que se escurren por un camino más sensual y, tal vez , más erótico. Sin embargo,
la burguesía protestante celebra la riqueza de aquel lo
que ya posee.
Hay un espíritu caprichoso en ambos : la del propietario que se ve a sí mismo rodeado de sus pasiones, y la
de la vía ascética , que es una ley de otra d istancia. Incluso hoy para nosotros, los melones, repol los y membril los de Sánchez Cotán viven su propia vida ; parece
que se encuentran suspend idos en el aire.
Es por eso que a mí me elevan sus hortal izas y,
por tanto, siento que el las son parte de un espíritu d istinto. Esto es profundamente laico. Por eso mis padres
cuidan con del icadeza a sus objetos, y los colocan de
tal manera que parece que cada uno es un ídolo d istinto. Pero se ve en el los un equil ibrio entre el coleccionismo protestante y el ascetismo catól ico, y eso le
aporta más riqueza.
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En el primer módulo de la izquierda , hay un belén pagano formado en su conjunto por ídolos de d istintas culturas. Se ven enf iladas varias calaveras con
gorros cónicos, que fueron traídas de México. Están
tal ladas con la maestría que otorga muchas veces la
ingenuidad del escultor amateur. A su lado hay varias
gal l initas y otras miniaturas hechas por algún maestro
desconocido, pues todas son algo rud imentarias y primitivas, pero esa cond ición es la que inspira extrañeza
y asombro. Al fondo, subidos a un pequeño pedestal
de madera , se encuentran un santo, cuyas alas son más
parecidas a las de una mosca que a las de un ángel , un
cazador que está montado en un elefante, pues se trata
de un f iguril la hindú, y un cordero que se asemeja mucho al markhor del Tíbet.
En los dos siguientes módulos vemos, en primer
plano, una procesión de animales y soldados de miniatura. Son juguetes de los años cincuenta , aunque desconozco si mi padre los tuvo de niño. Hay un grupo de
zapadores pintados en sutiles tonos ocres y granates.
A su lado, un elefante, un oso polar, un camel lo y un
cocodrilo parecen estar de charla. Aunque el paso del
tiempo los haya consumido, hay algo, que no sé qué es,
que los hace más atractivos a la vista.
Justo a la derecha aparece una cabeza. Tiene el pelo
oxigenado y una sonrisa cánd ida. Se trata de un personaje de hierro, Sprite Boy, que la compañía Coca Cola
creó en los años cincuenta. Se usa como hucha y las monedas se introducen por un pequeña rend ija que se esconde en su pelo. El muñeco no había tenido nada que
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ver con el refresco Sprite, que se vendería años después. Yo sé que fue una gran adquisición de mis padres,
y el los sabían lo bien que encajaba justo al lado de la
f igura de Mao Zedong , que es de las más antiguas de la
casa y a la que yo tengo un especial cariño. Las dos f iguras se rodean y se corresponden, pues hay entre el las
un amor enredado, aunque no quisieran reconocerlo de
cara a sus países. La f igura de Mao es especial porque
yo de pequeño estaba con mis padres en París cuando la
compraron, y a mí siempre me pareció un santo más de
la casa. Está hecho en porcelana y él levanta el brazo,
saludando. Ya d igo que, como siempre me ha acompañado desde pequeño, no puedo evitar mirarle y verme
a mí mismo de vacaciones en París. Esa actitud es seria
y me conmueve, y hay ciertas cosas que siento viendo
su f igura y se me escapan de la conciencia. Cada vez
que lo veo sólo recuerdo mi infancia , de modo que voy
reconociendo a través de su imagen ciertos momentos
que había olvidado, como si los recuperase viendo una
fotograf ía.
Me siguen sorprend iendo algunos criterios de
la cultura comunista. Uno de el los es la ambición moderna de soterrar los mitos y las fuerzas irracionales.
Esta es una cuestión que depend ía de la ind iscutible
idea del progreso.
Aún así, al mismo tiempo que el material ismo histórico intentó asociar la imaginación con el oscurantismo,
se han ido descubriendo sus sanas contrad icciones,
pues el comunismo se ha sostenido con sus mitos y sus
imágenes.
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Apenas podría decirse cuánto tiempo han ded icado las
sociedades comunistas a sus iconos ; me ref iero, y no es
una cosa rara , a los muñecos, carteles, pinturas, esculturas, incluso relojes, tazas o toal las con las ef igies de
sus santones.
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En la otra estantería también hay varios altares
para objetos. Entre mis favoritos, está una bola tal lada
en madera. Es de un tamaño considerable, mayor que
las que se encuentran en las boleras. No posee una curvatura bien hecha , y los huecos que sirven para introducir los dedos son irregulares. Es una bola fascinante,
como si hubiese sido esculpida por un tímido cromañón. Sobre su superf icie, tres bandas de hierro oxidado
forman una rara “n” curvada. Yo siempre pensé que era
un juguete de un mundo ya desaparecido. Siempre me
imaginé a un grupo de cromañones d isfrutando de una
partida de bolos. En cualquier caso, la bola fue seguramente hecha por algún ingenioso carpintero, que tuvo
una sensibil idad extraña , pues le d io un acabado muy
primitivo y seductor.
Yo veo en esta bola una expresión de calma que es comparable con la de un santo sonriente. La miro y no dejo
de pensar en el desconocido artista que decid ió que así
tenía que ser, con todas sus imperfecciones.
Del resto de objetos no hablaré, porque no acabaría
nunca de contar sus historias. Pero no puedo pasar por
alto el que es sin duda mi objeto favorito.
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Mi padre estuvo una temporada de joven en México,
y a él le gustaba tanto su folclore, que l lenó la casa de
recuerdos de al l í. Uno de estos preciados souvenirs es
un circuito movido por una manivela , que recrea un
paso fúnebre. Las f iguras son simples garbanzos a los
que se les ha cubierto con una pequeña sotana negra. A
med ida que giramos la manivela , la procesión se d irige
a la entrada del inf ierno, recreada como un demonio
gigante abriendo la boca , que engul le a las pobres legumbres. El circuito está construido sobre una caja de
cartón en forma de “u” achatada. Así pues, cuando el
paso fúnebre atraviesa la boca , éste se d irige através
del cuerpo mismo del inf ierno, que se da la vuelta. Al
f inal del trayecto, vuelve a retomar su punto inicial.
De pequeño me entusiasmaba y no dejaba de hacer girar el mol inil lo, pues me reía de todos aquel los pobres
garbanzos que no pod ían escapar. Como sabía que el los
volverían de nuevo, a veces me negaba a seguir girando
la manivela , de modo que les dejaba un tiempo al calor
del inf ierno, vueltos del revés. Sin duda , gracias a ese
siniestro juguete aprend í ciertas cosas del mal y de la
risa que le acompaña. También l legué a sentir cierta
pena por aquel los garbanzos, y por eso veo a los viejos
y me gusta pensar que tienen ese aspecto de legumbres.
Porque si uno le pinta dos ojil los a un garbanzo, la expresión es de mucha tristeza.
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Hay posesiones que nos han acompañado siempre y nos regalan su f iel amistad. Hemos aprend ido de
el las y el las no nos piden nada , sólo nuestro placer. Incluso, puede que estos preciados tesoros l leguen a ocupar el mismo rango de afecto que podríamos tener por
un famil iar o un amigo, y entonces nada nos separa.
He sido un gran lector de tebeos desde que era
niño, pero sólo hay una colección que releo todos los
años. Se trata de Las aventuras de Tintín. Si bien hay
otros tebeos que guardo un rincón especial de mi memoria , hay pocas cosas que me gustan más que esos álbumes.
Cuando yo era pequeño, mi padre me regaló
unas pel ículas de d ibujos que habían sido adaptadas
de las historietas, pero el d ibujo era torpe y feo. Aún
así, me entusiasmaban. Luego con los años, dejé a un
lado las pel ículas y leí con gusto los álbumes. Yo me d í
cuenta de ciertas cosas que hoy me siguen sorprend iendo de estos tebeos, y de su capacidad para excitarme.
Hergé poseía una gran destreza para componer viñetas,
y su gama de colores me resultaba tan cál ida y acogedora que, simplemente con detenerme en el las, pod ía
pasarme varios minutos sin enterarme de lo que estaba
leyendo. Es así que durante años no le presté atención
a la historia , y sólo d isfrutaba de las l íneas y los colores. Yo siempre pensé que estaban tan bien hechas que
debían ser estud iadas por los pintores y los d irectores
de cine.
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Me ref iero a que hay en el las un grado de observación
muy del icado. Yo veo, al mismo tiempo, una reducción
de la forma que está bien aprend ida de la Bauhaus y
su apl icación al d iseño gráf ico ; o en su soltura para
con las l íneas del grabado japonés y el art decó; o al
estud io de las escenas de la pintura barroca , muy en
especial al género de los caprichos. Se sabe que una de
las fuentes de Hergé era el National Geographic y que
de ahí recogía muchas imágenes. Pero si uno observa el
cuidado con el que están hechos sus paisajes y sus escenas, verá minuciosamente la bel leza con que pretend ía
hacer todo. Incluso en las escenas menos favorables o
más anod inas, hay un gusto ref inado.
Hergé tuvo ese mismo cuidado con los objetos,
que en ocasiones han conseguido más protagonismo
que sus personajes. Por ejemplo, cuando Tintín y el Capitán Haddock acceden a la cripta secreta del Castil lo
de Moul insart, los objetos ocupan todas las escenas. Es
como si Hergé hubiera querido decirnos lo mucho que
d isfrutaba d ibujándolos, y así nos lo hizo ver. A med ida que Tintín y Haddock recorren la cripta , aparecen
más objetos y éstos cada vez son más raros. En la cripta
se veían máscaras oni, africanas e indonesias ; jarrones
antiguos y muebles victorianos ; fetiches precolombinos y estatuas de Buda ; bustos griegos y muñecos trad icionales de algún país f icticio.
Como ya d ije antes, la escena de Hergé comparte con
este cuadro el gusto por la acumulación y es d if ícil no
sentir que uno ve ambas cosas y tiene la sensación de
estar en un museo destartalado. Es algo más propio del
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coleccionista que del académico, que recoge y apila las
ruinas. A decir verdad , yo pienso en sus viñetas y veo
cómo estas han sido enlazadas con las fantasías de los
pintores de caprichos.
Esto me d irige a una escena de La oreja rota. Al principio del álbum, el bedel que se encarga del cuidado y la
l impieza del museo etnográf ico, se encuentra cantando
y está embobado con su canción. Pero cuando el hombre deja de canturrear y pasar el plumero, se da cuenta
que ha desaparecido un val ioso fetiche de su vitrina.
Pero esto no tiene importancia. Más bien se trata de los
objetos que han acompañado al bedel mientras cantaba
y que también aparecen después. Son imágenes detal ladas de ídolos e instrumentos de otras culturas, que
muchas veces surgen en primer plano. Hay una escultura , fuera profana o rel igiosa , de un busto africano, que
Hergé ha tratado con f idel idad. Estos gestos aparecían
inadvertidos en sus anteriores trabajos. El tratamiento de Hergé con la cultura africana resulta , a los ojos
de muchos, tal vez racista. Pero se trata más bien de
mirar de cerca. Los primeros negros de Hergé estaban
reducidos a formas geométricas, a la vez que las l íneas
marcadas se daban la mano con toscas formas curvas.
A Tintín, en cambio, se le veía menos contrahecho. Los
negros, sin embargo, adoptaban un aspecto deforme.
Yo siempre tuve la sensación de ver a una tableta de
chocolate que dulcemente sonríe. El hecho de que se
hubiera despreciado a los negros, en el pasado, también tuvo que ver con la idea sintetizada que se tenía de
el los. Aquí, Hergé, se l imitó a expresar un mundo más
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do más abstracto e ideal , determinado por la forma de
rosca de las bocas que poseen los negros, y de ése miedo que había f lorecido en Occidente con ciertas historias de canibal ismo. Pero, como ya d ije antes, Hergé
consiguió dar un giro sorprendente : había pasado de
una abstracción cómica a una comprensión del valor
abstracto de las formas africanas, de modo que cuando
d ibujó el busto al que me referí al principio, lo hizo con
la sensibil idad que poseían otros artistas de su tiempo.
El trabajo de Hergé ha sido muchas veces descrito, realmente desde no hace mucho tiempo, de racista , fascista y sexista. Puede que estos juicios resulten
oportunos pues Hergé nunca abandonó los estereotipos, pero a todos los trató con una sabia ironía. Más
al lá de estas consideraciones, los estereotipos traducidos al d ibujo son formas más precisas, y muchas veces
demuestran la destreza del artista como observador.
Ésta es una cual idad del d ibujo que no puede someterse a los valores culturales. Se trata de una id iotez decir
que sí se puede abstraer una manzana y no a un negro,
pues erróneamente se presupone que el d ibujo de una
manzana no está sometido a cuestiones éticas, y el otro
sí lo está.
Pero es curioso que desde hace varias décadas, los álbumes de Tintín hayan provocado tantas antipatías.
Puede que uno de estos motivos se deba a la preocupación por la psicología de sus personajes, como si se
tratara de decir que la actitud de éstos se hal la en la
de Hergé. Esta preocupación obsesiva la he encontrado muchas veces en d ivertidos ensayos sobre la sexua-
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l idad de Tintín. Todas las versiones eran irrepetibles
por absurdas, y de tan entretenidas se prestaban a buenas fábulas. Las hay que insisten en la ambigua homosexual idad del protagonista , que aparece reprimida.
Hay otras que exponen que Tintín no es que sea homosexual , sino asexual , y que nada erótico ni lascivo
le interesa. Y, junto a estas, las que se contentan con
sugerir que hay algo virginal en Tintín, que es fruto de
su aspecto aniñado. De hecho, esta versión se sirve de
sus antagonismos, pues Haddock y Tornasol vendrían
a representar el agotamiento de la sexual idad , que uno
manif iesta en continuos ataques de histeria , propiciados en buena med ida por sus habituales curdas, y el
otro, por una genial idad unida a la locura.
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Después de todo, los que no pud ieron resolver
los enigmas sobre Las aventuras de Tintín, simplemente se los han inventado. Por eso no es extraño encontrarse publ icaciones piratas de al l í o al lá. Así pues, nos
hal lamos ante un género simpático creado por sus admiradores y detractores. A un lado se encuentran aquel los que, d irigidos por su fantasía , crean versiones de
nuevos relatos, muchas veces de álbumes precedentes,
que el los retoman y continúan. También han aparecido versiones piratas que han unido a otros personajes
de tebeos u otros autores. Yo recuerdo una serie, que
logró seducirme por su fuerza , que era una adaptación
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de los cuentos de Lovecraft. Otras que me vienen al
recuerdo son versiones irónicas, como Tintin au Tibet
Occupé, Tintin chez le psycheanaliste, Tintin et L’affaire
des Khmers Rouges y, mi favorito, Tintin et le tournesol
transgénique.
Anónimo, Le tournesol transgénique, c.2003
Y luego han sido las ed iciones pornográf icas
las que más han f lorecido de manera clandestina. Muchas de estas recrean la relación sexual entre Tintín y
Haddock. Pud ieran ser estas historias de amor, pero
ustedes se imaginarán que el placer más grande de los
que las han d ibujado era el de mostrar sexo, y nada
más. También encontramos versiones heterosexuales,
como Tintin fait au porno o Zinzin Maître du Monde.
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Se trata del gemelo mal igno y engreído del original ,
pero conserva con ironía el mismo aspecto infantil que
su hermano.
En aquel tebeo aparece una escena en la que Zinzín fol la con una congoleña , que en seguida me recuerda a la
Angelfood McSpade de Robert Crumb. Al f inal , cuando él se calza los zapatos y se marcha con un batín, la
chica se despide satisfecha d iciendo : «¡Y pensar que
en Europa todos los pequeños blancos deben ser como
Zinzín!».
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Exem, Zinzin Maître du Monde, Tchang Ed., France, 1985
Todas estas versiones piratas comparten una
misma pasión, aunque esté d irigida por d iferentes motivaciones del espíritu. Se trata , pues, del estilo de d ibujo de Hergé. Es más bien a través de éstas historias
que el lector se recrea en las combinaciones de la forma
y el color. Vemos, entonces, que estas versiones falsas
nunca pierden su absoluta referencia de los originales.
Esto nos permite trasladarnos de unas a otras sin que
nos resulte extraño. Por más raro que sea lo que ocu-
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rren en estas versiones, siempre se mantiene una f iel
correspondencia. No se trata de verlas como simples
parod ias, no. Son historias a las que se les antoja ser
paralelas y creíbles, porque saben que la riqueza de
Hergé está en lo icónico de su trabajo. Así pues, ocurre con el los que la autoría se d isuelve, y Tintín pasa a
ocupar el puesto de la d ivinidad que puede ser representada por miles de fetiches.
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