WITTGENSTEIN Y SU ABORDAJE AL PROBLEMA DEL PENSAMIENTO Edson Davis Castilla Olea Trabajo de grado presentado como requisito para optar al título de Filósofo Asesor KENNETH MORENO MAY UNIVERSIDAD DE CARTAGENA FACULTAD DE CIENCIAS HUMANAS PROGRAMA DE FILOSOFÍA 2014 WITTGENSTEIN Y SU ABORDAJE AL PROBLEMA DEL PENSAMIENTO Edson Davis Castilla Olea UNIVERSIDAD DE CARTAGENA FACULTAD DE CIENCIAS HUMANAS PROGRAMA DE FILOSOFÍA Nota de aceptación ______________________________ _____________________________ _____________________________ _____________________________ ______________________________ Jurado Cartagena de Indias, Septiembre de 2014 Tabla de Contenido Introducción……………………………………………………………………..... .…..6 Capítulo 1: Evaluación de la concepción Agustiniana del lenguaje y el problema con las imágenes mentales ………………………………………………………...16 1.1 Imagen Agustiniana del lenguaje…………………………... .………………...17 1.2 Evaluación Wittgensteiniana de la noción de significado rastreada en Agustín ………………………………………………………………………………..25 1.3 El problema de las Imágenes mentales…….…………………………………40 Capítulo 2: Descripción Wittgensteiniana del problema del pensamiento……..51 2.1 Abordaje tradicional al problema del pensamiento..…………………………55 2.2 Fundamentos de la explicación tradicional del fenómeno del pensamiento………………………………………………………………………. ….62 2.3 La Concepción Wittgensteiniana del Pensamiento………. …………………69 Capítulo 3: Aplicación de la Concepción del Pensamiento de Wittgenstein al Fenómeno de la Comprensión………………………………………….. …………96 Conclusión…………. ……………………………………………………………….116 Bibliografía…. ………………………………………………………………………120 Introducción En el presente trabajo nos proponemos rastrear un problema que en filosofía ha sido de gran interés, este es, el problema del pensamiento. Este ha tratado de explicarse partiendo del hecho de que se encuentra ubicado dentro de nuestra cabeza, logrando así transformar el discurso sobre el pensamiento a un discurso sobre la forma en que el cerebro causa el pensamiento. Esta forma de verlo nos ha causado cierta perplejidad respecto a lo que ocurre en nuestro cerebro exactamente cando estamos pensando, parece que por el hecho de no poder describir aquellos procesos que ocurren dentro de nuestra cabeza, nos imposibilita describir exactamente lo que es el pensamiento. De ahí que el pensar se tenga como algo oculto, algo inmerso dentro de nuestra masa encefálica cuya explicación debemos encontrar de alguna forma. Ahora bien, a lo largo de este trabajo veremos la forma en que Wittgenstein trata este fenómeno, y el cambio que nos invita a hacer respecto a la forma de abordar el pensamiento. Mostrando a su vez las concepciones que aparecen de fondo a esa forma de ubicar el pensar dentro de nuestro cerebro, concepciones que no nos permiten describir el pensamiento desde lo realmente importante, esto es, el uso que le damos en nuestra vida, las situaciones de nuestra vida en las que es manifiesto el pensamiento. Usamos la palabra pensar, pues, para referirnos a múltiples actividades de un ser humano, no para denotar un objeto dentro de nuestra cabeza, o un proceso de carácter 6 fisiológico dentro de nuestro cerebro, de la misma forma en que la digestión ocurre en nuestro estómago. Así, el primer capítulo estará dividido en tres partes: la primera estará dedicada a describir la imagen que Wittgenstein extrae de los postulados de San Agustín, una imagen que asocia el significado de las palabras a objetos. De ahí que el significado de una palabra como árbol, se trasforma en el objeto árbol. Esta visión se fundamenta en la definición ostensiva de palabras, la cual argumenta del mismo modo que el significado de las palabras no es más que el objeto que estas denotan. Esta es, pues, una idea de significado que fundamenta la forma de abordar el problema del pensamiento, puesto que creemos que las palabras que no tienen un referente en la realidad, entonces deben tenerlo en algún otro lugar. En consecuencia, la palabra pensar ha de referirse a algo dentro de nuestra cabeza. Se crea un referente interno, de la misma forma en que hay uno externo. Por otro lado, esta idea de significado será la que evaluaremos a partir de la concepción de Wittgenstein en la segunda parte del primer capítulo, en donde mostraremos la forma en que el asociar el significado de todas las palabras a algo, ya sea de carácter físico o psicológico, lo que hace es reducir la totalidad del lenguaje a una sola forma, la de nombrar. Planteando que Wittgenstein asocia el significado no a un objeto, sino al papel que cumple esa palabra en nuestra vida. Es allí donde adquieren sentido nuestros conceptos. 7 La tercera parte del capítulo en cuestión se la dedicaremos a una consecuencia de esta noción de significado, según la cual las palabras han de estar asociadas a algo. En efecto, esta noción de significado que extraemos de Agustín, en la cual asociamos el significado de las palabras a objetos, nos lleva a creer que cuando una palabra no tiene referente, entonces nosotros, para comprenderla mucho más fácil, debemos hacernos una imagen de ella en nuestra cabeza. Esta idea nos lleva a creer que dentro de nuestro cerebro ocurre una especie de proceso interno, el cual nosotros realizamos cuando por ejemplo se nos dice la expresión ‘flor roja’, una frase que para comprenderla, deberíamos realizar el proceso de imaginar una flor que coincida con la que se me ha mencionado. Haciendo ver de esta forma que la posibilidad de imágenes mentales no solo es mencionada cuando la palabra carece de referente, sino con cualquier concepto del cual podemos crear una imagen en nuestra cabeza para comprenderla de una forma mucho más fácil. Sin embargo, podremos comprender que Wittgenstein suprime esa aparente necesidad de las imágenes mentales, puesto que no existe ninguna relación necesaria entre la imagen que yo me hago y el objeto al que ella se refiere. Así pues, una misma imagen puede referirse a muchos objetos distintos, de la misma forma en que puedo hacerme muchas imágenes de un solo objeto. Puede que a veces nos hagamos de una imagen, pero no necesariamente siempre tenemos que hacernos a una imagen para comprender un concepto que se nos dice. 8 El segundo capítulo también estará dividido en tres partes: la primera de estas partirá de la pregunta ¿Qué es el pensamiento?, atendiendo a la forma en que tradicionalmente se ha abordado este fenómeno psicológico. Dejando claro las implicaciones filosóficas que tiene una pregunta como esta, es decir, la pretensión de definir aquello que se entiende por pensamiento. Y, además, por el hecho de parecerse a la forma en que preguntamos por objetos físicos como ¿Qué es una mesa?, a la que respondemos señalando a un objeto, también nos sentimos tentados a buscar un objeto al cual señalar, aunque no tengamos uno. La segunda parte estará dedicada a mostrar el error en el que se fundamenta esa forma de abordar el fenómeno del pensar. De hecho, podremos ver que esa forma de explicar el pensamiento reposa en una confusión, puesto que se aborda el pensar como una actividad que ocurre en un lugar del cuerpo, este es, en nuestra cabeza, de la misma forma en que otras actividades fisiológicas como la digestión se encuentran ubicadas en nuestro estómago. Del mismo modo, veremos en esta parte que esa forma de explicar el pensamiento como algo ubicado en nuestro cerebro, nos induce a pensar que es algo oculto, de modo que es imposible el hecho de reconocer en las otras personas el hecho de que están pensando. En esta misma parte describiremos otra problemática respecto a la pretensión de la ciencia a tratar de explicar el fenómeno del pensar partiendo de un pilar epistemológico, este es, el principio de causa-efecto; un principio 9 que, de la misma forma en que explica a ‘cabalidad’ los fenómenos de la naturaleza, también debe explicar el fenómeno del pensamiento. Y, por último, en esta segunda parte del capítulo describiremos, muy en conexión con lo anterior, otra idea que se desprende de una mala concepción del pensamiento, puesto que vemos a éste partiendo del hecho de que ocurre en nuestro cerebro a partir de relaciones neuronales de tipo causal, conexiones neuronales casi de la misma forma en que se conectan los integrados de una calculadora; como un proceso fisiológico dentro de nuestro cerebro bien definido en donde se pueden explicar el porqué de nuestros fenómenos psicológicos y nuestras manifestaciones conductuales del pensamiento. Lo cual nos lleva a creer que el pensamiento debe ser una actividad posible para una máquina, esto en la medida en que si se programa una máquina con ciertas conexiones causales entre sus circuitos, los cuales permitan que la máquina desarrolle ciertas actividades como leer, escribir, actividades que nosotros realizamos mientras pensamos, entonces podríamos decir que una máquina también puede pensar. En la tercera parte de este segundo capítulo nos proponemos no solo plantear el error en el que se fundamentan cada una de las ideas mencionadas en la segunda parte, sino la forma distinta de Wittgenstein de ver tanto el pensamiento, como todos los fenómenos psicológicos. Así, atendiendo a la primera consideración planteada en la segunda parte de este capítulo respecto a la pregunta ¿Qué es pensar?, Wittgenstein argumenta que es menester cambiarla por una pregunta que nos traslade a la forma en que usamos esa 10 palabra, preguntándose por la explicación de su significado, para que de esa forma no se busque una definición de la palabra, sino una descripción de la forma en que usamos esa palabra en nuestra vida. Del mismo modo en que reduce al absurdo el hecho de dudar respecto de que las otras personas piensen, puesto que para él no hay nada oculto en el pensamiento, sino que es algo que reconocemos en los otros sin necesidad de mirar dentro de su cerebro. Es claro, pues, que los demás piensan, no hay nada misterioso en ello, es algo que vemos en los otros, y una certeza desde la cual partimos para tener acciones con sentido. Hablamos con los otros, expresamos lo que sentimos partiendo del hecho de que esas personas nos comprenden. Es tan claro el hecho de que ellos piensan, como de que yo también lo hago. Por lo tanto, concluiremos este capítulo mostrando que el pensamiento es un concepto íntimamente ligado a nuestra vida, a lo que somos, es un concepto que usamos para referirnos a personas, un concepto que adquiere sentido en tanto que se usa para describir acciones cotidianas. Su complejidad no se desprende del hecho de que se encuentre oculto a nuestros sentidos, sino por el hecho de estar inmerso en nuestras acciones y actividades, las cuales aparecen como telón de fondo. Es por tal razón que cuando usamos la palabra pensamiento, no la usamos para referirnos a una masa dentro de nuestra cabeza, sino para describir una habilidad entre muchas que realizamos pensando, lo que Wittgenstein denomina como operar con signos, actividades que constituyen nuestra vida. 11 La invitación que nos hará Wittgenstein será a dejar de explicar nuestros fenómenos psicológicos como si se trataran de objetos físicos o procesos fisiológicos dentro de nuestro organismo, sino de describir la forma en que usamos ese concepto en nuestra vida, el papel fundamental que cumple y las situaciones en las que es utilizado en nuestras acciones cotidianas. La clave estará en dejar de explicar, para empezar a describir, la respuesta está ahí, no hay nada detrás de la descripción. El tercer y último capítulo no estará dividido en partes, sino que aplicaremos la concepción del pensamiento que vimos en el segundo capítulo a otro fenómeno psicológico, este es, el fenómeno de la comprensión. Por consiguiente, lo primero que abordaremos en este capítulo respecto al problema de la comprensión, lo haremos partiendo de una problemática en cuestión, esta es, ¿Cuándo sabemos que una persona comprende o no una orden?, ya que se piensa que la comprensión, en tanto que ocurre en nuestra cabeza, es difícil de ser reconocido en los demás. No obstante, Wittgenstein argumentará que la comprensión es un fenómeno que nosotros podemos ver y reconocer en los demás, puesto que al escuchar una orden existen ciertos patrones de conducta que nos permiten ver en los otros el hecho de que me hayan comprendido. Como segunda instancia, en esta parte ampliaremos un poco la gramática de los conceptos psicológicos, mostrando su distinción con la gramática de otros juegos de lenguaje distintos. Así pues, en este punto del capítulo describiremos el fenómeno de la comprensión partiendo del hecho de 12 seguir reglas, puesto que esta reflexión que realiza Wittgenstein nos ayuda a comprender más la gramática que constituye los fenómenos psicológicos. El primer problema respecto al seguir reglas que abordaremos, consiste en creer que entre la regla y su aplicación se encuentra un proceso cognitivo de interpretación. Dejando claro a su vez que Wittgenstein va a plantear que entre la regla y su aplicación no hay nada en medio, sino que ambas se encuentran unidas lógicamente. Del mismo modo, veremos que Wittgenstein va a defender el uso de la regla sin justificación alguna, es decir, no existe ninguna razón para el uso que hacemos de una regla gramatical, sino que simplemente aprendemos a usarla, lo hacemos confiadamente, tal y como ocurre con las reglas de las matemáticas. Es por tal razón que este autor Austríaco argumenta que usamos las reglas ‘ciegamente’, se nos enseña a usarlas, a confiar en ellas sin razón alguna. En consecuencia, lo que Wittgenstein nos va a decir es que cuando comprendemos una regla, además de seguirla ciegamente, esa regla desarrolla en nosotros cierta habilidad o capacidad que nos permite actuar de tal forma en que sea claro el hecho de que hemos comprendido esa regla. La última consideración que abordaremos respecto a su noción de gramática consiste en que, para él, la gramática no es necesaria, sino que más bien tiene un carácter arbitrario, puesto que las estructuras gramaticales que nosotros desarrollamos no son las únicas, ya que podemos imaginar gramáticas diferentes a las nuestras. De modo que por el hecho de imaginar un 13 lenguaje diferente, y que las estructuras gramaticales que regulan nuestro lenguaje no puedan ser aplicadas a ese lenguaje distinto, niega el carácter necesario que se le pretende dar a la gramática que nosotros manejamos. Por otro lado, para finalizar este tercer capítulo nos dedicaremos al papel que cumple la descripción respecto a nuestros fenómenos psicológicos. Vimos que la pretensión de la ciencia era lograr explicar nuestros fenómenos psicológicos como si se trataran de objetos físicos, o de procesos fisiológicos que ocurren en un lugar de nuestro cuerpo. El pensamiento era algo ubicado en nuestro cerebro, algo oculto. La explicación era algo necesario para lograr abordar el fenómeno del pensamiento a cabalidad, puesto que la descripción de la forma en que manifestábamos el pensamiento en nuestras acciones no era suficiente. Había que ir más allá, encontrar los correlatos neuronales que causaban esas manifestaciones. Sin embargo, Wittgenstein va a proponer, tal y como mencionamos antes, que la descripción de nuestros fenómenos psicológicos es suficiente para abordar lo que es el pensamiento. No hay ningún correlato neurológico dentro de nuestro cerebro que explique por qué amamos, odiamos, sentimos, pensamos, comprendemos, etc. La propensión de buscar una explicación no es más que el reflejo de una actitud en filosofía a pensar que la descripción no es suficiente para abordar los fenómenos psicológicos, sino que, al igual a como se explican los fenómenos físicos, también nuestros fenómenos psicológicos deben poder ser explicados. La explicación exige, pues, ir más allá de la descripción; de modo que la dificultad es, pues, tal y como lo plantea 14 Wittgenstein, hacer un pare. Cada uno de esos conceptos psicológicos adquiere sentido y deben ser comprendidos desde su posibilidad, desde donde tienen lugar, esto es, nuestras acciones más primitivas, nuestra vida. 15 1. Evaluación de la concepción Agustiniana del lenguaje y el problema con las imágenes mentales El presente capítulo estará dividido en tres partes: en la primera parte trataremos la visión del lenguaje que Wittgenstein extrae de los postulados filosóficos de San Agustín, resaltando la relación estrecha que parece haber entre las palabras y los objetos que son nombrados por las palabras. De ahí que lo que dota de significado a las palabras, según lo extraído de Agustín, son los objetos. Es por tal razón que para que un lenguaje tenga sentido, cada una de las palabras que lo conforman debe referirse a algún objeto en la realidad. Resaltando que esa visión del lenguaje que Wittgenstein muestra de Agustín es considerada como una ‘imagen primitiva del lenguaje’, puesto que reduce la totalidad del lenguaje a una sola forma de verlo, esta es, a nombrar objetos con palabras. La segunda parte de este capítulo la centraremos en la evaluación metodológica que hace Wittgenstein de la imagen del lenguaje que extrae de Agustín, una imagen que reduce el significado de las palabras al mero hecho de nombrar objetos de la realidad. Y, además, el problema con la definición ostensiva, la cual consiste al igual que en la imagen del lenguaje que Wittgenstein muestra de Agustín, en asociar el significado de las palabras a 16 objetos; una concepción que reduce la amplitud y variedad del lenguaje a una sola cosa, nombrar. Y, por último, en la tercera parte de este capítulo nos dedicaremos a rastrear una idea que se desprende de la visión del lenguaje que extrae Wittgenstein de Agustín, esta es, la idea de las imágenes mentales. En efecto, según Wittgenstein, las imágenes mentales son el resultado de extender la noción de significado rastreada en Agustín hacia todos los juegos del lenguaje, como si todas las palabras se tuvieran que referir a algo. De modo que las imágenes mentales son creadas para darle sentido a las palabras que carecen de referente en la realidad. 1.1 Imagen Agustiniana del lenguaje El propósito de esta parte del trabajo es mostrar la forma en que funciona el lenguaje para Agustín según Wittgenstein. Un lenguaje que consiste fundamentalmente en asociar el significado de las palabras a objetos de la realidad. Es relevante describir esta concepción del lenguaje en este capítulo puesto que esta pretensión de asociar el significado de las palabras a los objetos que ellas describen, es precisamente la concepción que más adelante pretendo atacar desde la posición filosófica de Wittgenstein. Dejando claro que el ver la noción de significado de esa forma, es extender la Imagen extraída de Agustín hacia todo el lenguaje, como si todas las palabras tuvieran un referente en la realidad, o un referente en algún otro lugar que las dote de significado. Así, pues, en primera instancia abordaremos la imagen de significado que Wittgenstein extrae de Agustín asociando el significado de las palabras a 17 los objetos. Y, por último, veremos que esa visión de Agustín Wittgenstein la entiende como una ‘imagen primitiva del lenguaje’, explicando en qué consiste el hecho de ser primitiva. En efecto, aprendemos desde pequeños a pensar que todas las palabras tienen un significado. Ahora bien, se tiene la pretensión de asociar el significado de las palabras a los objetos que estas denotan; de ahí que al nombrar una palabra como ‘silla’, se tiene pensado que su significado debe ser el objeto silla. Esta concepción rastreada en Agustín tiene algo que es fundamental para nuestro trabajo, y es la noción de significado según la cual las palabras se encuentran asociadas a imágenes mentales, -una idea que debemos tener en cuenta, y que desarrollaré en la última parte de este capítulo-. Así pues, el comprender una palabra según la concepción extraída de Agustín, sería captar una regla que nos permita asociar el sonido de una palabra a una cosa. Del mismo modo, en filosofía, se tiene la pretensión de pensar que las palabras dentro del lenguaje funcionan de la misma forma, es decir, su función consiste en nombrar objetos. De hecho, pensemos por ejemplo cuando le enseñamos a un niño el significado de palabras como silla, mesa, pan, casa, se las enseñamos señalándole el objeto al que se refiere esa palabra que mencionamos. Y, también a su vez, rectificamos que el niño ha comprendido el significado de una palabra como ‘manzana’, en la medida en que nos señala esa fruta. Por 18 consiguiente, partiendo de este ejemplo, no sería descabellado argumentar que el significado de las palabras es el objeto que ellas denotan, o al que se refieren. En estas palabras obtenemos, a mi parecer, una determinada figura de la esencia del lenguaje humano. Concretamente esta: Las palabras del lenguaje nombran objetos – las oraciones son combinaciones de esas denominaciones. En esta figura del lenguaje encontramos las raíces de la idea: cada palabra tiene un significado. Este significado está coordinado con la palabra. Es el objeto por el que está la palabra (Wittgenstein, Investigaciones Filosóficas, 1999, pág. 8). Esta es, por tanto, la imagen del lenguaje que puede extraerse según Wittgenstein de San Agustín, un lenguaje que, en esencia, consiste fundamentalmente en nombrar objetos con palabras, es decir, los objetos pasan a ser el significado de las palabras que conforman el lenguaje. Podemos comprender que la visión del lenguaje presentada por Agustín se reduce a una sola cosa, esta es, nombrar objetos de la realidad. Es como si el lenguaje solo estuviera compuesto de sustantivos que denotan cosas, como lo son: ‘mesa’, ‘carro’, ‘puerta’, ‘lápiz, etc. No obstante, vemos que el lenguaje no está constituido de esa forma, sino que es mucho más diverso, y que el nombrar es solo una pequeña parte del lenguaje, digamos que es solo el comienzo. Pensemos ahora el siguiente ejemplo que propone Wittgenstein para comprender la forma en que funciona el lenguaje para Agustín: 19 (…) Envío a alguien a comprar. Le doy una hoja que tiene los signos: ‘cinco manzanas rojas’. Lleva la hoja al tendero, y este abre el cajón que tiene el signo ‘manzanas’; luego busca en una tabla la palabra ‘rojo’ y frente a ella encuentra una muestra de color; después dice la serie de los números cardinales –asumo que la sabe de memoria- hasta la palabra ‘cinco’ y por cada numeral toma del cajón una manzana que tiene el color de la muestra. (Wittgenstein, Investigaciones Filosóficas, 1999, pág. 1) El proceso que describe Wittgenstein en la cita anterior, es un proceso que supone un muestrario usado por el tendero, el cual le permite comprender lo que se le ordena, comparar cada palabra con su respectiva imagen en el muestrario, y, luego, traer las cinco manzanas. Sin embargo, podríamos preguntarnos: ¿Será que cotidianamente actuamos de esa forma? ¿Necesitamos de un muestrario que nos permita comprender una orden como tráeme una manzana? O, por el contrario, ¿parece que actuáramos de forma casi que instintiva frente a una orden como ‘tráeme una manzana’? Esta idea se fundamenta en una concepción del lenguaje según la cual nosotros nos hacemos imágenes mentales de los objetos, imágenes que luego necesitamos mirar dentro de nuestra cabeza para poder comprender cuando se nos mencionan las palabras que corresponden a esas imágenes. En efecto, se tiene pensado que de la misma forma en que una palabra como ‘casa’ se refiere a un objeto de la realidad, entonces una palabra que carece de referente en la realidad como ‘Dios’, ha de referirse a un objeto o imagen dentro de mi cabeza. Una concepción que se extiende no solo a las palabras que carecen de referente en la realidad, sino que la aplicamos a todas. Así, al momento en 20 que se me nombra una palabra, yo busco dentro de mi cabeza la imagen que corresponde a ella para poder comprenderla. De ahí que: Puede decirse que esta enseñanza ostensiva de palabras establece una conexión asociativa entre la palabra y la cosa. ¿Pero qué quiere decir esto? Pues bien, puede querer decir diversas cosas; pero se piensa muy de inmediato en que al niño le viene a la mente la figura de la cosa cuando oye la palabra. (Wittgenstein, Investigaciones Filosóficas, 1999, pág. 3) Partiendo del aforismo anterior y atendiendo al ejemplo de las manzanas mencionado anteriormente, al momento en que se me da la orden “tráeme cinco manzanas rojas”, yo hago lo mismo que hizo el tendero y busco dentro de mi cabeza la imagen de una manzana, luego la imagen del color rojo, para después contar hasta cinco y de esa forma poder entregar las manzanas a quien me ordenó que se las diera. Pero, podríamos pensar entonces ¿Qué pasa con el significado de cinco? ¿Cuál es la imagen que miro dentro de mi cabeza al escuchar una palabra como esta? ¿Cómo puedo comprenderla si no tengo un objeto en mi mente que me permita entender el significado –tal y como lo entiende Agustín- de esa palabra? La imagen agustiniana del lenguaje que hemos tratado de abordar hasta este punto, Wittgenstein la concibe como una “imagen primitiva” del lenguaje. Primitiva puesto que, primero que todo simplifica la complejidad del lenguaje a una sola forma de verlo, es decir, a nombrar objetos. Y, además, reduce la diversidad del lenguaje a la forma en que lo usamos cuando aprendemos, por ejemplo, cuando somos niños; mostrando una imagen de la 21 totalidad del lenguaje demasiado simple, desconociendo la amplitud y diversidad del lenguaje. De ahí que Wittgenstein sostenga que: “ese concepto filosófico del significado reside en una imagen primitiva del lenguaje” (Wittgenstein, Investigaciones Filosóficas, 1999, pág. 2). Es pues, según la imagen Agustiniana, el hecho de nombrar objetos la esencia del lenguaje. La totalidad del lenguaje. Esta concepción del lenguaje que Wittgenstein extrae de Agustín es una visión que ha servido de fundamento a gran parte de la historia de la filosofía, puesto que tradicionalmente se ha visto el lenguaje a partir de una percepción meramente esencialista. Esto es, esencialista en la medida en que supone que detrás de las palabras debe haber un algo que las dote de significado, es decir, en este caso el significado de las palabras se halla por fuera de ellas, esto es, en los objetos. Y, en tanto que las palabras no tienen un referente empírico, entonces su referente debe estar dentro de nosotros, como una imagen, un objeto que forma parte de nuestro mundo interior. De modo que si todas las palabras han de tener un significado y el significado es el objeto al que estas se refieren; entonces ¿Qué pasa con las palabras como ‘sentido’, ‘allí’, ‘Dios’, ‘emociones’, ‘sentimientos’, ‘percepciones’, ‘pensar’, ‘dolor’, etc.? Si está claro que estas palabras no aprendemos a usarlas de la misma forma en que Agustín plantea que aprendemos a usar las otras palabras que conforman nuestro lenguaje, tales como ‘árbol’, ‘mesa’, ‘carro’, etc., palabras que se refieren a un objeto. 22 Una de las formas de explicar lo que ocurre con estas palabras que carecen de referente empírico, se desprende del argumento de que así como la palabra ‘árbol’ denota un objeto en el mundo físico, una palabra como ‘dolor’ designa un objeto en una especie de ‘mundo interno’, este es, en nuestra cabeza. De ahí que parece que existieran dos mundos opuestos entre sí, estos son, un mundo interno y uno externo; cada uno de ellos compuestos por distintos objetos. Hay proposiciones de las que podemos decir que describen hechos del mundo material (mundo externo). Hablando sin rodeos, tales proposiciones tratan de objetos físicos: cuerpos, fluidos, etc. No estoy pensando en especial en las leyes de las ciencias naturales, sino en proposiciones tales como "los tulipanes del jardín están en plena lozanía" o "Smith vendrá dentro de un momento". Por otra parte, hay proposiciones que describen experiencias personales, como cuando el sujeto de un experimento psicológico describe sus experiencias sensoriales; por ejemplo, su experiencia visual, con independencia de lo que los cuerpos son realmente ante sus ojos y, nota bene, con independencia también de cualquier proceso que pueda observarse que se realiza en su retina, sus nervios, su cerebro u otras partes de su cuerpo. (Es decir, con independencia de los hechos tanto físicos como fisiológicos.) (Wittgenstein, Cuaderno Azúl y Marrón, 2007, pág. 78) En consecuencia, es claro que existirían proposiciones que se refieren a un mundo interno y a otro externo; y la forma como comúnmente usamos el lenguaje para referirnos a esos dos mundos nos lleva a pensar que es prácticamente igual si decimos: “tengo un libro” y “tengo un dolor”. De modo que, en la visión tradicional de la filosofía, estas dos proposiciones han de ser 23 tratadas de la misma forma puesto que tienen la misma estructura gramatical, con la única diferencia de que se refieren a objetos que hacen parte de un mundo externo y otro interno. Es pues, la existencia del mundo interno al sujeto el lugar en donde reposan todas esas imágenes mentales que le brindan el significado a las palabras que carecen de referente empírico. Imágenes que para Agustín nosotros necesitamos al momento en el que se nos nombra una palabra, para poder comprenderla. Y, en consecuencia, es allí donde guardamos las imágenes mentales que nos hacemos de los objetos, puesto que la imagen mental parece estar conectada de forma necesaria a la palabra que nombra el objeto. Es pues, la concepción Agustiniana del lenguaje, una visión que tiene una noción de significado bastante reducida. Pero es una concepción que nos ayudará a comprender una actitud que se ha tenido en el trascurso de la historia de la filosofía, una concepción que, a pesar de todo, sigue siendo adoptada en la actualidad. Esta idea según la cual el significado de las palabras son los objetos; y si las palabras se refieren, por ejemplo, a percepciones internas o emociones que pertenecen al mundo interno del ser humano, entonces el objeto que le dé significado debe estar dentro de nuestra cabeza, va a ser de vital importancia para el propósito de este trabajo de grado; y va a ser algo que estará presente como fundamento casi que en todos los capítulos siguientes. Es, pues, lo que plantea Wittgenstein, no solo mostrar la posición filosófica de Agustín frente al lenguaje, sino mostrar una actitud que ha 24 creado muchos problemas en la historia de la filosofía, problemas fundamentados en una imagen reducida y confundida del funcionamiento del lenguaje. 1.2 Evaluación Wittgensteiniana de la noción de significado rastreada en Agustín En esta parte del trabajo nos proponemos analizar la noción de significado extraída por Wittgenstein de San Agustín, explicando la confusión gramatical que aparece como fundamento a esa pretensión de asociar el significado de las palabras a los objetos, mencionada en el capítulo anterior. Esta evaluación que hace Wittgenstein a la postura filosófica que extrae de Agustín, es importante para mi trabajo puesto que ataca una actitud filosófica: la de pensar que todas las palabras han de tener un objeto que las dote de significado, desconociendo que palabras que se refieren a un objeto de la realidad como ‘casa’, no cumplen la misma función dentro del lenguaje a palabras como ‘pensamiento’, las cuales se refieren a habilidades internas del individuo, pero que no tienen un referente al cual nombran. En suma, Wittgenstein va a decir que cada uno de estos conceptos se refiere a ‘juegos de lenguaje’ distintos, a formas de usar el lenguaje totalmente diferentes; -una categoría que explicaré más adelante-. Así pues, en primera instancia podremos ver en qué consiste la evaluación que hace Wittgenstein de la concepción del lenguaje extraída de Agustín. En segunda instancia explicaremos el problema con la definición ostensiva, una definición que, al igual que como vimos en Agustín, asocia las 25 palabras a los objetos. Y, por último, aclararemos la relación que establece Wittgenstein entre los juegos y el lenguaje, una relación de vital importancia para comprender su posición frente al lenguaje. Ahora bien, es casi normal ver el significado de las palabras de la forma descrita en la parte anterior de mi trabajo, es decir, buscando asociar las palabras a los objetos. De ahí que si le preguntamos a una persona por el significado de la palabra ‘manzana’, y esta persona encuentra una manzana que le sirva de muestra para decirnos ¡esto es una manzana! no es para nada descabellado, antes por el contrario, es absolutamente normal. Es de esa forma como aprendemos a usar algunas palabras del lenguaje. Es una forma de usarlo. Así, es como si hubiese una relación necesaria entre el concepto y el objeto que describe. Pensemos en la relación que extrae Wittgenstein de Agustín entre los objetos y las palabras que se refieren a los objetos. Wittgenstein argumenta que pensar que los objetos son los que dotan de significado a las palabras, no es más que una concepción apoyada en la definición ostensiva. De hecho, la definición ostensiva tal y como vimos en el capítulo anterior, Wittgenstein la describe como aquella definición que asocia el significado de las palabras a los objetos que las palabras nombran. De modo que el significado de la palabra ‘mesa’ se trasforma en el objeto ‘mesa’. Imaginemos por ejemplo a un niño que se le enseña que el significado de la palabra ‘puerta’ se refiere a ese objeto que le señalamos, es a esto a lo 26 que se le llama “definición ostensiva”. Una definición en la que se asocia el significado de una palabra con un objeto. No obstante Wittgenstein propone que no se denomine definición ostensiva sino “enseñanza ostensiva de palabras” (Wittgenstein, Investigaciones Filosóficas, 1999, pág. 9). En efecto, la determinación de no llamar a este aprendizaje del lenguaje como definición ostensiva de palabras consiste en el hecho de que al niño no se le explica nada, sino que se le enseña a usar las palabras en determinados casos, que reaccione frente a la palabra que se le dice; a entender que las palabras tienen cierta finalidad y función dependiendo del lugar del lenguaje en el que se usen. Es por esto que Wittgenstein plantea que: “El niño emplea esas formas primitivas de lenguaje cuando aprende a hablar. El aprendizaje del lenguaje no es aquí una explicación, sino un adiestramiento” (Wittgenstein, Investigaciones Filosóficas, 1999, pág. 2). Por otra parte, Wittgenstein argumenta que el problema filosófico con la definición ostensiva consiste fundamentalmente en el hecho de que se piensa que esta definición logra darle una explicación al significado de las palabras que no se queda en el lenguaje, sino que trasciende hacia algo por fuera de él, esto es, en el mundo. Y que por tanto, el hecho de trascender el lenguaje es lo que le da la importancia a esa definición. Sin embargo, esta pretensión de asociar el significado de las palabras a cosas, y no atendiendo al uso de estas dentro del lenguaje, y la finalidad o función que cumplen en nuestra vida, es lo que Wittgenstein quiere atacar de frente, negando el hecho de fundamentar la 27 forma de ver el lenguaje en una relación con la realidad en términos extra lingüísticos. Wittgenstein establece que la definición ostensiva puede ser malinterpretada. Esto puesto que, por ejemplo, al señalarle a un niño que por primera vez escucha el concepto ‘carro’, y decirle ‘eso es un carro’, ese niño perfectamente podría preguntarse si lo que se le está señalando que se llama carro es a la puerta solamente, la parte de adelante, o a cualquier otro lugar del mismo. Así, se necesitan muchas otras especificaciones en la definición ostensiva para que sea lo suficientemente clara. En consecuencia, esta enseñanza ostensiva no supone una relación inmediata entre la palabra que se nombra y el objeto que corresponde a esa palabra. Una relación que supone el hecho de que el niño que se le nombra la palabra ‘manzana’, se le viene a la mente la imagen que corresponde a esa palabra, lo que le permitirá luego poder utilizarla. ¿No supone en cambio la comprensión de una palabra como manzana el hecho de que esa persona reaccione correctamente frente a esa palabra?, ¿El hecho de que sepa usarla con independencia de mirar una imagen en mi cabeza que corresponda a esa palabra? ¿Es que acaso aprendemos a usar todas las palabras de la misma forma? es decir ¿mostrándonos el objeto al que se refiere? Entender el significado de las palabras reduciéndolo al mero hecho de nombrar objetos, según Wittgenstein, es una visión que necesita ser revisada. 28 De hecho, debemos tener en cuenta que no todas las palabras tienen un referente en la realidad que las dote de significado. Tal como lo mencionamos antes, existe un número infinito de palabras como lo son: ‘no’, ‘número’, ‘pensar’, ‘significado’ etc., a las cuales podríamos decir que, atendiendo a la noción de significado extraída de Agustín, les corresponde un referente mental, un objeto mental. (Wittgenstein, Cuaderno Azúl y Marrón, 2007, pág. 28). Y, aunque ninguna de estas palabras tenga un referente en la realidad que determine su significado, son palabras que comúnmente utilizamos. La dificultad antes mencionada radica en el hecho de malinterpretar la definición ostensiva, en extenderla y tomarla como una definición necesaria al momento de querer explicar el significado de una palabra, cualquiera que sea. Esto es, nos lleva a buscar en los sustantivos entidades u objetos correspondientes a estos (Wittgenstein, Cuaderno Azúl y Marrón, 2007, pág. 30). Del mismo modo, abordemos ahora la crítica más importante que hace Wittgenstein a la definición ostensiva, la cual consiste en que para poder comprender el significado de una palabra se necesita tener claro previamente el lugar que esa palabra tiene en el lenguaje. Para más claridad sobre esto, es menester comprender el siguiente aforismo: Se podría, pues, decir: la definición ostensiva explica el uso – el significado – de la palabra cuando ya está claro qué papel debe jugar en general la palabra en el lenguaje. 29 Así, cuando sé que otro me quiere explicar el nombre de un color, la explicación ostensiva ‹‹esto se llama sepia›› me ayudará a entender la palabra.- y esto puede decirse si no se olvida que ahora se originan todo tipo de cuestiones en relación con las palabras ‹‹saber›› o ‹‹estar claro››. (Wittgenstein, Investigaciones Filosóficas, 1999, pág. 11) A partir de la cita anterior, nos queda claro que la definición ostensiva nos ayuda a comprender el significado de una palabra, sí y solo sí entendemos previamente el lugar que esa palabra ocupa dentro del lenguaje. Es por tal razón que Wittgenstein sostiene que: Considera aún este caso: Le explico a alguien el ajedrez; y comienzo señalando una pieza y diciendo: “Este es el rey. Puede moverse así y así, etc., etc.”.- en este caso diremos: las palabras “este es el rey” (o “Esta se llama ‘rey’”) son una explicación de la palabra sólo si el aprendiz ya ‘sabe lo que es una pieza de un juego’. Es decir, si ya ha jugado otros juegos o ha observado ‘con comprensión’ el juego de otros- y cosas similares. Solo entonces podrá también preguntar relevantemente al aprender el juego: “¿Cómo se llama esto?” – a saber, esta pieza del juego. Podemos decir: sólo pregunta con sentido por la denominación quien ya sabe servirse de ella. (Wittgenstein, Investigaciones Filosóficas, 1999, pág. 12) En esta cita Wittgenstein asemeja el lenguaje al juego del ajedrez. Las piezas del ajedrez las movemos conforme a reglas las cuales regulan la forma en que jugamos, la forma en que usamos esas piezas. Del mismo modo ocurre con las palabras, estas las usamos conforme a reglas de nuestro lenguaje, un conjunto de reglas que nos permiten usar las palabras y saber combinarlas. 30 Lo que Wittgenstein quiere mostrarnos con la analogía entre el lenguaje y el ajedrez es que así como necesitamos comprender lo que es una pieza de juego, comprender lo que es el ajedrez para poder entender cuando se nos dice ‘este es el rey’; del mismo modo ocurre con las palabras, para poder comprender una palabra como ‘banco’, necesitamos conocer las diversas posibilidades en que esta palabra podría utilizarse dentro de una proposición, dentro del lenguaje. En consecuencia, algo que se desprende de esta concepción, es que al nosotros conocer el lenguaje, y conocer el lugar que ocupan las palabras dentro del lenguaje, nos conduce a no buscar el significado de las palabras en objetos externos a ellas, sino a mirar dentro del lenguaje mismo, es decir, mirar el uso que le damos al lenguaje y las posibles combinaciones que podemos darle a las palabras dentro del mismo. De modo que, este cambio de perspectiva en cuanto a la noción de significado nos permite cambiar la pregunta ¿Qué es el significado de una palabra? Por la pregunta ¿A qué se parece la explicación de una palabra? (Wittgenstein, Cuaderno Azúl y Marrón, 2007, pág. 27). Esta forma de preguntar por el significado ya no implica la búsqueda del significado en una entidad interna o cosa, sino que se refiere al uso de la palabra, a la relación que tiene esa palabra con otras dentro del lenguaje. Es por tal razón que Wittgenstein argumenta que: “Para una gran clase de casos de utilización de la palabra ‘significado’- aunque no para todos los casos de su utilización- puede explicarse esta palabra así: El significado de 31 una palabra es su uso en el lenguaje” (Wittgenstein, Investigaciones Filosóficas, 1999, pág. 16). Por tanto, podemos comprender que Wittgenstein propone una visión de significado en la que no se reduzca a éste al mero hecho de nombrar objetos, que el significado de una palabra no se convierta en el objeto que describe. En efecto, ejemplifiquemos la visión Agustiniana; esto es, el significado de la palabra ‘rojo’ debería ser un objeto rojo, puesto que no existe algo como “el objeto rojo en sí”. No obstante, miremos lo que dice Wittgenstein al respecto: “Algo rojo puede ser destruido, pero el rojo no puede ser destruido y es por eso por lo que el significado de la palabra ‘rojo’ no depende de la existencia de una cosa roja” (Wittgenstein, Investigaciones Filosóficas, 1999, pág. 22). Es claro pues, que mirar el significado de las palabras asociándolas a los objetos es para Wittgenstein algo incorrecto, puesto que no hay ninguna relación necesaria entre las palabras y las cosas, sino una confusión en cuanto a la forma en que funciona el lenguaje. Ahora bien, no es que Wittgenstein niegue el hecho de que nosotros aprendemos ciertas palabras del lenguaje empleando la enseñanza ostensiva de palabras, sino que lo problemático en todo esto es el hecho de pensar que todo el lenguaje se reduce a esa visión, que todo el lenguaje funciona de la misma forma. De ahí que: Agustín describe, podríamos decir, un sistema de comunicación; solo que no todo lo que llamamos lenguaje es este sistema. Y esto debe decirse en muchos casos en que surge la cuestión: 32 “¿Es esta representación apropiada o inapropiada?” la respuesta es entonces: “Sí, apropiada; pero solo para este dominio estrictamente circunscrito, no para la totalidad de lo que pretendemos representar. Es como si alguien explicara: “los juegos consisten en desplazar cosas sobre una superficie según ciertas reglas…”- y le respondiéramos: Pareces pensar en juegos de tablero; pero esos no son todos los juegos. Puedes corregir tu aplicación restringiéndola expresamente a esos juegos. (Wittgenstein, Investigaciones Filosóficas, 1999, pág. 9) A partir de la cita anterior entendemos que Wittgenstein propone una visión mucho más amplia del lenguaje, puesto que no trata de reducir la complejidad y amplitud del significado a una sola cosa, sino todo lo contrario, asocia el significado al uso de las palabras dentro del lenguaje; y, pues, una palabra no tiene un solo uso sino que tiene muchos. Por ejemplo, pensemos en la palabra ‘banco’, esta palabra dicha así sola, casi que no nos dice nada, puesto que puede tener un uso distinto si se refiere a una entidad del estado conocida como ‘Banco’, o puede referirse simplemente a un objeto que sirve para sentarnos llamado ‘banco’. De modo que, esa palabra adquiere sentido en la medida en que se use con otras palabras dentro de una proposición, dentro de un lenguaje en el que cobre sentido. Así, por ejemplo, una proposición como: ‘que hermoso es ese banco en el que estas sentada’, o ‘qué grande es la sede del banco en el que trabajas’, deja ver las distintas formas en que puede usarse una misma 33 palabra, y qué distinto puede llegar a ser su sentido dependiendo de dónde se use. Ahora bien, el asunto va mucho más allá, es decir, con Wittgenstein las palabras no solo adquieren sentido en tanto que son usadas con otras dentro de una proposición, sino que en la medida en que el significado de las palabras nos remite al uso que damos a estas en nuestra vida, éstas están íntimamente ligada a nuestras acciones, a nuestras actividades, es decir, adquieren sentido en tanto que las usamos en nuestra vida, no solo por el hecho de estar relacionadas con otras palabras dentro de una proposición. Esto es, pues, entre otras cosas, lo que agrega Wittgenstein al problema del significado. El problema de reducir la noción de significado a una sola forma se puede rastrear atendiendo a la analogía realizada por Wittgenstein entre el juego de ajedrez y el lenguaje. De la misma forma en que no se puede entender el significado de juegos pensando en el hecho de que todos los juegos se realizan sobre un tablero; tampoco se puede pensar en el lenguaje como si se tratara de uno solo, esto es, como si el lenguaje solo funcionara de una sola forma y fuera uno solo. De modo que de la misma forma en que hay muchos juegos, también hay muchos lenguajes. Wittgenstein utiliza esta semejanza entre el lenguaje y los juegos para denominar a los distintos lenguajes en los que son usadas las palabras como ‘juegos del lenguaje’ (Wittgenstein, Investigaciones Filosóficas, 1999, pág. 10). 34 Partiendo de lo anterior, revisemos por ejemplo aquello que nosotros entendemos como juego. Comúnmente la pregunta que realizaríamos sería ¿Qué es un juego? Una pregunta que exige una definición. No obstante, al querer definir la palabra juego entramos en ciertas descripciones de las distintas formas en las que jugamos, los distintos juegos. De modo que no encontramos una definición específica que logre atrapar todos los juegos en una definición. Sin embargo, alguien podría decir que eso no es una definición, puesto que solo describimos distintos juegos, distintas actividades a las que denominamos juegos, pero no podemos definir lo que es el juego en sí, no logramos atrapar digamos que la esencia del juego. En suma, lo que aparece de fondo en una pregunta como ¿qué es un juego?, es una pregunta por aquello que tienen en común todas aquellas actividades que le llamamos juegos. Así pues, del mismo modo ocurre con el lenguaje cuando se nos pregunta ¿Qué es el lenguaje? Puesto que nos sentimos tentados a buscar una definición que atrape todo aquello que denominamos lenguaje. En relación con esto, Wittgenstein establece lo siguiente: Aquí topamos con la gran cuestión que yace tras todas estas consideraciones.- Podría objetarse ahora: “¡Tú cortas por lo fácil! Hablas de todos los juegos de lenguaje posibles, pero no has dicho en ninguna parte qué es lo esencial de un juego de lenguaje, y, por tanto, del lenguaje. Qué es común a todos esos procesos y los convierte en lenguaje, o en partes del lenguaje. Te ahorras, pues, justamente la parte de la investigación que te ha dado en su tiempo los mayores quebraderos de cabeza, a saber, 35 la tocante a la forma general de la proposición y del lenguaje.” Y eso es verdad.- En vez de indicar algo que sea común a todo lo que llamamos lenguaje, digo que no hay nada en absoluto común a estos fenómenos por lo cual empleamos la misma palabra para todos – sino que están emparentados entre sí de muchas maneras diferentes. Y a causa de este parentesco, o de estos parentescos, los llamamos a todos “lenguaje”. (Wittgenstein, Investigaciones Filosóficas, 1999, pág. 25) Wittgenstein defiende claramente el hecho de pesar que no existe algo en común a todo aquello que denominamos lenguaje, puesto que pensar de esa forma implica buscar una especie de esencia en el lenguaje, una esencia que determine aquello que puede o no denominarse lenguaje. De la misma forma ocurre con los juegos, no existe algo común a todos ellos, sino que existen ciertos rasgos, parecidos entre cada uno de ellos, y son esos parecidos los que le permiten ser denominados como juegos. De ahí por ejemplo: (...) Como se ha dicho: ¡no pienses, sino mira! Mira, por ejemplo, los juegos de tablero con sus variados parentescos. Pasa ahora a los juegos de cartas: aquí encuentras muchas correspondencias con la primera clase, pero desaparecen muchos rasgos comunes y se presentan otros. Si ahora pasamos a los juegos de pelota, continúan manteniéndose varias cosas comunes pero muchas otras se pierden. (Wittgenstein, Investigaciones Filosóficas, 1999, pág. 25) Es claro pues, que no existe algo común a todas aquellas cosas que denominamos juegos. Wittgenstein propone una visión de todos ellos como los 36 miembros de una familia, los cuales no tienen algo en común, sino que todos comparten ciertos rasgos entre sí. De modo que: No puedo caracterizar mejor esos parecidos que con la expresión “parecidos de familia”: pues es así como se superponen y entrecruzan los diversos parecidos que se dan entre los miembros de una familia: estatura, facciones, color de ojos, andares, temperamento, etc., etc. Y diré: los juegos componen una familia. (Wittgenstein, Investigaciones Filosóficas, 1999, pág. 26) En consecuencia, por ejemplo, así como existe el juego de lenguaje empleado por el albañil, en el que B le pasa las piedras a A, también existe el juego de lenguaje en el que, por ejemplo, se le enseña a un niño a usar la palabra banco. De modo que Wittgenstein llama juego de lenguaje a muchas cosas distintas. De ahí que Wittgenstein argumente que: Podemos imaginarnos también que todo el proceso del uso de palabras en (2) es uno de esos juegos por medio de los cuales aprenden los niños su lengua materna. Llamaré a estos juegos ‘juegos de lenguaje’ y hablare a veces de un lenguaje primitivo como un juego de lenguaje. Y los procesos de nombrar las piedras y repetir las palabras dichas podrían llamarse también juegos de lenguaje. Piensa en muchos usos que se hacen de las palabras en juegos en corro. (Wittgenstein, Investigaciones Filosóficas, 1999, pág. 10) Vemos, pues, que Wittgenstein no habla de un lenguaje, como si el lenguaje se usara de una sola forma, sino que habla de ‘juegos de lenguaje’, en la medida en que se usa de manera diversa, varía el sentido de las palabras en cuanto a nuestra forma de usarlas en cada uno de los juegos en los que puede 37 ser utilizada. Es por tal razón que este autor Austríaco asemeja el papel de las palabras al de una caja de herramientas: “Piensa en las herramientas de una caja de herramientas: hay un martillo, unas tenazas, una sierra, una regla, un tarro de cola, cola, clavos y tornillos. Tan diversos como las funciones de estos objetos son la funciones de las palabras” (Wittgenstein, Investigaciones Filosóficas, 1999, pág. 11). Por lo tanto, así como las herramientas tienen varias funciones distintas, también ocurre con las palabras dentro del lenguaje, varían sus funciones dependiendo del juego de lenguaje en el que se usen, dependiendo del papel que esas palabras cumplan en nuestra vida. Ahora bien, teniendo en cuenta lo que hemos argumentado hasta este punto del trabajo respecto a la noción de significado planteada por Wittgenstein, en la cual sostiene que el significado de las palabras está referido al uso que le damos a estas dentro del lenguaje y a la relación que esas palabras podrían tener con otras dentro del lenguaje, también es clara la relevancia que este autor le da a la finalidad o función que cumplen las palabras en nuestra vida, puesto que tal como lo mencioné antes, el significado de las palabras está íntimamente relacionado al uso que le damos, y el uso no es más que las acciones en las que empleamos el lenguaje. La acción aparece como telón de fondo a nuestro lenguaje, como su último fundamento (Wittgenstein, Sobre la Certeza, 1988, pág. 134). Por lo tanto, pensar en un lenguaje con sentido no implica pensar en que las palabras que la conforman se refieran a objetos, lo que se necesita es que las palabras sean utilizadas de forma correcta, teniendo en cuenta el lugar 38 que estas ocupan dentro del lenguaje y los distintos juegos de lenguaje en los que puede usarse esa palabra. Y, además, teniendo en cuenta la relación que esa proposición tiene con otras proposiciones dentro del lenguaje. Del mismo modo, sabiendo que el sentido de las palabras está ligado a nuestras acciones, que las palabras las entendemos dependiendo la situación en la que se digan, el juego en el que se empleen. Y, además, entendiendo el lenguaje como un todo, puesto que siempre para comprender una palabra se necesita saber el conjunto de posibilidades en donde podría usarse esa palabra. De no ser así, pensemos entonces: ¿Qué haríamos con exclamaciones como ¡Agua! ¡Fuera! ¡Ay! ¡Auxilio! ¡Bien! ¡No!? (Wittgenstein, Investigaciones Filosóficas, 1999, pág. 17). ¿Cómo podríamos entender estas exclamaciones si no es porque conocemos las distintas formas en las que se pueden usar dentro del lenguaje? Es, pues, claro que las palabras, al igual que las proposiciones, no adquieren sentido en el lenguaje debido a su carácter representativo, debido a que se refieran a objetos de la realidad; sino en cuanto al uso que tienen dentro del lenguaje, en cuanto a las relaciones que se establecen entre las palabras para formar las proposiciones. Un uso de las palabras guiado conforme a reglas. De modo que Wittgenstein propone comprender la noción de significado de las palabras analizando el lenguaje mismo y no buscando posibles soluciones por fuera de este. 39 1.3 El problema de las Imágenes mentales La última parte del primer capítulo de este trabajo de grado, tiene como propósito mostrar la reflexión que hace Wittgenstein respecto a las imágenes mentales. Es menester revisar este problema puesto que la necesidad de las imágenes mentales aparece como resultado de la misma confusión del lenguaje que he venido tratando en las dos partes anteriores de mi trabajo. Una confusión que se extenderá a la pregunta principal que encierra la problemática de todo la tesis, esta es, ¿Qué es el pensamiento? En efecto, se piensa que así como palabras tienen un referente en la realidad, al momento de referirnos a palabras que no tienen un referente empírico, entonces nos inclinamos a decir que ese referente está dentro de nosotros, en nuestra cabeza. Así pues, es como si la imagen que yo me hago en la cabeza se convirtiera en un requisito necesario para comprender una palabra que se me dice, y que no tiene referente en la realidad. La línea argumentativa que desarrollaremos en esta parte del trabajo se centrará, en primera instancia, en explicar en lo que consiste la confusión que fundamenta la necesidad de las imágenes mentales. Como segunda instancia explicaremos la evaluación que hace Wittgenstein a esta aparente necesidad de las imágenes mentales para comprender una palabra, o seguir una orden que se me da. Tratando de explicar claramente la forma en que el autor Austríaco habla de un especie de impulso psicológico a pensar que cuando a mí se me dice una palabra, yo tengo que hacerme una imagen en mi cabeza que corresponda a esa palabra. 40 Y, por último, explicaremos que las palabras que se refieren a objetos en el mundo, y las que se refieren a fenómenos internos como percepciones, emociones, etc., no están regidas por las mismas reglas gramaticales, de modo que la distinción entre estas dos realidades, es decir, la interna y la externa, Wittgenstein no las verá partiendo de una distinción ontológica, sino de una distinción meramente gramatical. Esa concepción del lenguaje extraída por Wittgenstein de los postulados de Agustín, produce otra confusión correspondiente al hecho de asociar el significado de las palabras a objetos de la realidad. Esto es claro atendiendo a palabras que carecen de un referente como lo son: ‘amor’, ‘dolor’, ‘pasión’, etc., el hecho de que estas palabras carezcan de referente en la realidad nos hace pensar que su referente debe estar ubicado en otro lugar. De ahí que: Y hacemos aquí lo que hacemos en miles de casos similares: Puesto que no podemos indicar una acción corporal que llamemos señalar la forma (en contraposición, por ejemplo, al color), decimos que corresponde a estas palabras una actividad espiritual. Donde nuestro lenguaje hace presumir un cuerpo y no hay un cuerpo, allí, quisiéramos decir, hay un espíritu. (Wittgenstein, Investigaciones Filosóficas, 1999, pág. 14) Partiendo de esta visión podemos comprender que el hecho de que palabras carezcan de referente en la realidad, entonces podríamos decir que su referente debe estar dentro de nosotros, esto es, en nuestra cabeza. En la medida en que su referente no está en un mundo físico, ha de estar en uno mental. De modo que, por ejemplo, cuando se nos nombra una palabra, 41 entonces nosotros hacemos una imagen de esa palabra en nuestra cabeza para luego poder comprenderla. Es pues, como si la imagen en la cabeza fuera algo necesario para comprender un determinado concepto. Imaginemos por ejemplo el hecho de que a alguien se le dé una orden, tal y como lo hace Wittgenstein en el siguiente aforismo: Si yo doy a alguien la orden “tráeme una flor roja de esta pradera”, ¿Cómo sabrá él qué tipo de flor traerme, puesto que yo le he dado solamente una palabra? Ahora bien, la respuesta que uno podría sugerir en primer lugar es la de que él fue a buscar una flor roja llevando una imagen de rojo en su mente, comparándola con las flores para ver cuál de ellas tenía el color de la imagen. Ahora bien, existe tal modo de buscar, y no es en modo alguno esencial que la imagen que usamos tenga que ser una imagen mental. (Wittgenstein, Cuaderno Azúl y Marrón, 2007, pág. 29) Este ejemplo que establece Wittgenstein supone una situación en la que se le da una orden a alguien, ‘tráeme una flor roja”, y, pues, esta persona necesita hacerse una imagen en la cabeza de la flor y del color rojo para de esa manera obedecer la orden que se le dio. Hasta este punto parece que no hay nada raro, puesto que la idea no parece del todo descabellada, es decir, nosotros puede que nos hagamos una imagen para comprender una palabra y obedecer una orden. Pero, ¿será que cotidianamente actuamos de esa forma? Es decir, ¿necesitamos siempre de una imagen mental para obedecer una orden tan simple como ‘tráeme una flor roja’? 42 Wittgenstein no niega el hecho de que pueda que algunas veces nos hagamos imágenes mentales de las cosas, pero no siempre ocurre eso. Es más, hasta podríamos decir que cotidianamente nuestra acción es de carácter casi que instintiva. Además que, tal como él lo establece en el aforismo anterior, la imagen con la que yo podría comparar alguna palabra no necesariamente debe ser mental, sino que puede ser una copia o imagen física que corresponda a la palabra. Así, pues, se nos da una orden como la antes mencionada y la obedecemos sin necesidad de hacer imágenes en nuestra cabeza. Es por esta razón que este autor Austríaco argumenta que: “pero este no es el único modo de buscar y no es el modo usual. Vamos, miramos a nuestro alrededor, damos unos pasos hasta una flor y la cogemos, sin compararla con nada” (Wittgenstein, Cuaderno Azúl y Marrón, 2007, pág. 29). Ahora bien, para reducir casi que al absurdo la necesidad de imágenes mentales, Wittgenstein realiza el siguiente razonamiento: Para ver que esto no es necesario recuérdese que yo podría haberle dado la orden ‘imagine una mancha amarilla’. ¿Tenderían todavía a suponer que el imagina primero una mancha amarilla, solo para comprender mi orden, y luego imagina una mancha amarilla que case con la primera? (Ahora bien, yo no digo que esto no sea posible. Solo que presentándolo de este modo queda patente inmediatamente que no es necesario que suceda. (Wittgenstein, Cuaderno Azúl y Marrón, 2007, pág. 39) Según el aforismo anterior, para lograr comprender una orden tal como ‘imagina una mancha amarilla’, se necesita tener una imagen en la cabeza de la orden que se me dio. Es decir, se necesita imaginar una imagen que sirva de 43 imagen para comparar la imagen de la mancha que se me ordenó imaginar. Lo que nos quiere mostrar Wittgenstein con esta orden es que sería absurdo tener que hacer algo como eso, mostrando que en realidad no necesitamos hacer eso, que nosotros no actuamos de esa forma para comprender y seguir una orden. Esta concepción supone ciertos malentendidos respecto a la forma en que funciona el lenguaje. De modo que el significado de la palabra se ve como una entidad metafísica, algo que está por fuera de la palabra, alejado del lenguaje, algo que yo tengo que buscar en mi cabeza puesto que es allí donde me he hecho a imágenes mentales que dotan de significado a las palabras. Sin embargo, revisemos qué tanta relación existe entre nuestras imágenes mentales y las palabras, puesto que parece haber cierta relación casi de carácter necesario entre estas. Pensemos en lo siguiente: ¿Qué es lo que realmente nos viene a las mientes cuando entendemos una palabra? – ¿No es algo como una figura? ¿No puede ser una figura? Bueno, supón que al oír la palabra ‘cubo’ te viene a las mientes una figura. El dibujo de un cubo, pongamos por caso. ¿Hasta qué punto esta figura puede ajustarse a un empleo de la palabra ‘cubo’ o no ajustarse a él? – Quizás digas: ‘eso es sencillo’; -si me viene a las mientes esa figura y señalo, por ejemplo, un prisma triangular y digo que es un cubo, entonces este empleo no se ajusta a la figura.- ¿Pero no se ajusta? He elegido el ejemplo intencionadamente de manera que sea muy fácil imaginarse un método de proyección según el cual la figura ajusta después de todo. La figura del cubo nos insinuó ciertamente un determinado empleo, pero yo también podría 44 emplearla de manera diferente. (Wittgenstein, Investigaciones Filosóficas, 1999, pág. 44) Vemos pues, que Wittgenstein primero que todo supone el hecho de que realmente se nos viene a la mente imágenes al momento de escuchar una palabra, por ejemplo la palabra ‘cubo’ (Wittgenstein, Investigaciones Filosóficas, 1999, pág. 51). Ahora bien, pensemos hasta qué punto hay una relación entre lo que yo me imagino y el objeto que estoy imaginando. En efecto, si en vez de imaginar un cubo llego a imaginar una figura que solo tenga tres lados, entonces se debería pensar que no estoy en lo correcto. Sin embargo, el autor Austríaco argumenta que una figura no nos obliga a imaginarla de una sola forma, puesto que podría imaginarse de formas distintas, emplearla de formas distintas. De ahí que lo que nos imaginamos puede ajustarse a una determinada figura o no. El pensar en que una figura tiene solo una forma de aplicación y no otra, es estar cerrados a una sola forma, negando así las posibilidades de cualquier otra. Wittgenstein habla de una especie de ‘impulso psicológico’ que nos induce a pensar en que al nombrarnos una palabra como ‘cubo’ tenemos que imaginar la figura exacta que se encuentra relacionada con esa palabra, una figura unida intrínsecamente al concepto. De ahí que, Wittgenstein plantee que: ¿Pero entonces de qué tipo era mi error?; ¿Del que podría expresarse así: yo creía que la figura me forzaba a un empleo determinado? ¿Cómo pude, pues, creer eso? ¿Qué es lo que he creído? ¿Acaso hay una figura, o algo semejante a una figura, 45 que nos fuerce a una aplicación determinada, y mi error era por tanto una confusión?- Pues podríamos sentirnos inclinados a expresarnos también así: estamos a lo sumo bajo una compulsión psicológica, no lógica. (Wittgenstein, Investigaciones Filosóficas, 1999, pág. 44) A partir del aforismo anterior, podemos comprender que Wittgenstein ve en nosotros una especie de compulsión de carácter psicológico a pensar que la palabra ‘cubo’ tendría que evocarnos una imagen en específico. No obstante, Wittgenstein establece que una palabra como ‘cubo’ puede evocarnos distintas imágenes, no necesariamente una sola. O, por el contrario, puede evocarnos una imagen que se refiera no solo a esa figura sino también a otras. En suma, Wittgenstein plantea que puede que al escuchar una palabra nos imaginemos algo, puede que algo aparezca en nuestra mente, pero no hay ninguna relación necesaria entre esa imagen y la palabra que la produce. Y, además, incluso puede que la palabra nos evoque a nosotros la imagen correcta, pero puede que no tenga la misma aplicación, es decir, puede que esa imagen también corresponda a otra palabra además de la primera. Es por tal razón que Wittgenstein establece que: “Y ahora lo esencial es que veamos que al oír la palabra puede que nos venga a las mientes lo mismo y a pesar de todo ser distinta su aplicación” (Wittgenstein, Investigaciones Filosóficas, 1999, pág. 51). Ahora bien, por otro lado, otra de las ideas que aparece como fundamento de las imágenes mentales es la contraposición filosófica 46 concerniente a lo interno y lo externo. En efecto, hay palabras que se refieren a los objetos del mundo, sustantivos que se refieren a un objeto de la realidad. Y, por otro lado, existen palabras que no se refieren a un objeto de la realidad, y que, por tanto, podemos decir que se refiere a un objeto dentro de nuestra mente (Wittgenstein, Cuaderno Azúl y Marrón, 2007, pág. 21). Estas son, pues, las dos realidades comprendidas dentro del mundo filosófico. Asimismo, estas dos realidades son descritas por proposiciones, unas que se refieren a hechos del mundo, y otras que describen experiencias personales o internas del hombre. Ahora bien, Wittgenstein establece que aquellas categorías o conceptos con los cuales nos referimos a estados de conciencia como los de ‘dolor’, no están fundamentados bajo la misma gramática que las palabras con las que nos referimos a los objetos de la realidad (Wittgenstein, Investigaciones Filosóficas, 1999, pág. 79). Es por tal razón que la distinción entre lo interno y lo externo, consiste más bien en el hecho de ser juegos del lenguaje distintos. Cada una de las palabras como por ejemplo: sentimiento, percepciones, emociones, corresponden al juego de lenguaje de lo interno. Y, por otro lado, las palabras que se refieren a objetos de la realidad corresponden al juego de lenguaje de lo externo. En consecuencia, Wittgenstein argumenta que la distinción entre lo interno y lo externo es una distinción que más que ontológica, es de índole gramatical. La forma en que nos referimos a lo interno y a lo externo solamente varía en tanto a nuestros modos de expresión, es decir, en cuanto a la forma en que nos referimos a esas dos realidades. En tanto que se refiere a dos 47 juegos de lenguaje distintos (Wittgenstein, Investigaciones Filosóficas, 1999, pág. 32). Por lo tanto, hay que tener claro que Wittgenstein no niega que esas dos realidades existan, es decir, él no niega que haya algo como lo interno y lo externo. No obstante, lo que él si sostiene es que cuando nos referimos a ellas, lo hacemos fundamentados en una confusión gramatical. Lo cual conlleva a que se traten a los conceptos que se refieren a objetos de la realidad, de la misma forma en que se tratan a los conceptos que carecen de referente empírico. Este malentendido se ve reflejado en este aforismo que plantea el autor Austríaco: Nuestro examen es por ello de índole gramatical. Y este arroja luz sobre nuestro problema quitando de en medio malentendidos. Malentendidos que conciernen al uso de las palabras; provocados, entre otras cosas, por ciertas análogas entre las formas de expresión en determinados dominios de nuestro lenguaje. (Wittgenstein, Investigaciones Filosóficas, 1999, pág. 34) Así, lo que propone Wittgenstein es tratar lo interno y lo externo teniendo en cuenta que se refiere a dos juegos de lenguaje diferentes, entendiendo que es una confusión gramatical el tratarlos como si fueran iguales. Una confusión que se ha tratado a lo largo de todo este capítulo, puesto que veíamos que la crítica que le hace Wittgenstein a la imagen Agustiniana del lenguaje consiste, además de en su pretensión reduccionista a pensar que el lenguaje solo funciona de la misma forma, es decir, nombrando objetos de la realidad; también en fundamentar su concepción filosófica según 48 la cual el lenguaje solo tendría sentido si cada una de las palabras tiene un referente empírico. De modo que, si las palabras como sentimiento, emociones, percepciones, no tienen por ejemplo un referente empírico, entonces su referente debe estar ubicado dentro de nosotros, en nuestra mente, viendo el lenguaje de lo interno de la misma forma en como vemos el juego de lo externo. Del mismo modo también pudimos comprender que Wittgenstein negó la necesidad de una imagen mental para comprender el significado de una palabra, puesto que no existe ninguna relación necesaria entre una imagen mental y la palabra que se me dice. Una misma imagen puede corresponder a distintas palabras, del mismo modo en que una palabra puede evocar distintas imágenes. De modo que, aunque muchas veces pueda que nosotros nos hagamos una imagen cuando se nos da alguna orden, eso no implica que siempre lo tengamos que hacer. Lo importante está en comprender que no hay ningún carácter de necesidad en el crear imágenes mentales al escuchar una palabra, no hay ninguna relación entre las palabras y las imágenes. Su significado no es comprendido mucho más fácil si me creo una imagen, sino por el hecho de conocer la gramática de la palabra. El lugar que tiene la palabra dentro del juego de lenguaje en el que es utilizada. Y, además, Wittgenstein nos muestra que la forma en como actuamos cotidianamente no es de la forma en que se nos dice una palabra, luego hacemos una imagen de la palabra, para entonces después comprenderla. No ocurre de esa manera en todas las circunstancias. Wittgenstein establece que 49 cotidianamente actuamos casi que por instintito, solo se nos nombra una palabra y actuamos conforme a ella. 50 2. Descripción Wittgensteiniana del problema del pensamiento En el presente capítulo, tal y como aparece en el título, nos proponemos analizar aquello que Wittgenstein entiende como ‘pensamiento’, tema central de este trabajo de grado. Tratando de describir la forma en que aborda este problema, esto es, partiendo de la forma en que usamos la palabra pensamiento. Ahora bien, es menester describir la forma en que Wittgenstein ve este fenómeno puesto que, como mostraré en este capítulo, tradicionalmente se piensa que el pensamiento está ubicado en un lugar específico, es decir, en nuestra cabeza. Una idea que no parece ser nada descabellada, pero que esconde una concepción del lenguaje fundamentada en un error, puesto que se piensa en el pensamiento como una actividad que en oposición a las actividades que realizamos con nuestro cuerpo- esta se realiza en nuestra cabeza, desconociendo que la gramática que regula aquello que hace parte de lo interno del sujeto como lo son el pensamiento, las emociones, los sentimientos, no es la misma que regula las palabras que describen actividades físicas. Así, pues, en primera instancia estableceremos la forma en que tradicionalmente se ha tratado el pensamiento, es decir, partiendo de la pregunta ¿Qué es el pensamiento?, mostrando las implicaciones filosóficas 51 que se extraen de una pregunta como esta. Y, a su vez, mostrando cada una de las consecuencias que se extraen de esta forma de abordar el fenómeno del pensamiento. En segunda instancia explicaremos el error en el que se fundamenta esa forma de abordar el fenómeno del pensar. Un error que se desprende de la imagen agustiniana del lenguaje, según la cual el significado de las palabras se encuentra asociada al objeto que ellas nombran. Además que esa forma de explicar el pensamiento reposa en una confusión, puesto que se aborda el pensar partiendo del hecho de que es una actividad que ocurre en un lugar del cuerpo, es decir, en nuestra cabeza, de la misma forma en que otras actividades como la digestión se encuentra ubicada en nuestro estómago, o el escribir tiene lugar en nuestra mano. Del mismo modo podremos comprender que esa forma de ver el pensamiento como algo ubicado en nuestro cerebro, nos induce a pensar que es algo oculto, de modo que es imposible el hecho de reconocer en las otras personas el hecho de que están pensando. Así pues, ese es otro problema que enfrentaremos en esta segunda parte. Por otro lado, describiremos la forma en que la ciencia trata de explicar el fenómeno del pensar, es decir, partiendo del hecho de que el pensamiento debe ser explicado a partir de un pilar epistemológico, este es, el principio de causa-efecto; un principio que, de la misma forma en que explica a ‘cabalidad’ los fenómenos de la naturaleza, también debe explicar el fenómeno del 52 pensamiento. Y, por último, en esta parte del capítulo traeremos a colación otra idea que se desprende de una mala concepción del pensamiento, puesto que se ve el pensamiento partiendo del hecho de que ocurre en nuestro cerebro a partir de relaciones causales entre neuronas, como un proceso físico bien definido; entonces el pensamiento debe ser una actividad posible para una máquina, esto en la medida en que si se programa una máquina con ciertas conexiones causales entre sus circuitos, los cuales permitan que la máquina desarrolle ciertas actividades como leer, escribir, actividades que nosotros realizamos, entonces podríamos decir que una máquina puede pensar. De modo que cualquier máquina que sea programada para hacer nuestras actividades a partir de circuitos en sus integrados, entonces piensa. Y, en la última parte de este capítulo revisaremos cada una de las confusiones mencionadas en la segunda parte de este capítulo, desde la confusión en la que se fundamenta la forma de preguntar sobre el pensamiento, hasta el hecho de que una máquina pueda pensar, mostrando a su vez la forma en que este autor Austríaco propone que se deben tratar tanto el pensamiento, como todos los fenómenos psicológicos. Así pues, Wittgenstein cambia la pregunta antes mencionada acerca del pensamiento tratando de abordar ese concepto partiendo de la forma en que lo usamos, preguntándose por la explicación del significado de esa palabra, para que de esa forma no se busque una definición de la palabra, sino una descripción de la forma en que la usamos. Del mismo modo en que reduce al absurdo el hecho de dudar respecto de que las otras personas piensen, puesto que para él no 53 hay nada oculto en el pensamiento, sino que es algo que reconocemos en los otros sin necesidad de mirar dentro de su cerebro. Es claro pues, que los demás piensan, no hay nada misterioso en ello, es tan claro como el hecho de que yo también lo hago. En consecuencia, concluiremos este capítulo mostrando que el pensamiento es un concepto íntimamente ligado a nuestra vida, a lo que somos, es por tal razón que él ataca cualquier reducción del pensamiento a cuestiones meramente biológicas. Esto argumentando que el pensamiento es una habilidad que nosotros desarrollamos en tanto que seres humanos, que cuando usamos la palabra ‘pensamiento’ no lo hacemos para referirnos a una cabeza que es la que piensa, o a una masa dentro de nuestra cabeza que es la que piensa, dejando de lado todo lo demás, sino que nos referimos a una persona. Es pues, el mismo razonamiento que utiliza Wittgenstein para negarle la posibilidad de pensar a una máquina, puesto que para que haya pensamiento debe estar ligado a una vida, debe tener un contexto en nuestra vida y no un lugar en nuestra cabeza. No se trata de circuitos que funcionan causalmente en nuestro cerebro, y que causan nuestros pensamientos, sino de habilidades que son manifiestas en nuestras acciones, por ejemplo cuando pensamos leyendo, hablando, escribiendo, etc. Por lo tanto, lo que él propone es una forma distinta de ver el fenómeno del pensar, de ver que no es un concepto que puede ser atrapado con una definición, sino que es una palabra que usamos en muchas situaciones distintas, y para describir muchas cosas diferentes. 54 2.1 Abordaje tradicional al problema del pensamiento En esta primera parte del segundo capítulo, describiremos la forma en que comúnmente se ha tratado de explicar lo que ocurre cuando decimos que alguien está pensando. Tratando de mostrar que, tradicionalmente, se ve el pensamiento ubicado dentro de nuestra cabeza, de la misma forma en que otras actividades que realizamos con nuestro cuerpo las podemos localizar en un lugar en específico. Así pues, en este capítulo nos centraremos en presentar esta posición frente al pensamiento, tratando de enumerar varias de las dificultades que se extraen de dicha posición. 1) La primera de las dificultades se refiere al hecho de que comúnmente se tiene la pretensión de preguntarse por las cosas, ya sean objetos físicos, sentimientos, emociones, pensamientos, con la estructura de la pregunta ¿Qué es tal cosa?, es decir, es esta una forma de preguntarse por las cosas que es bastante reconocida por casi todas las personas. Del mismo modo, normalmente abordamos el problema respecto al pensamiento preguntándonos ¿qué es pensar?, una pregunta que, en principio, parece no tener nada de malo. Una pregunta como la anteriormente mencionada parece exigirnos una definición respecto a lo que significa en sí el pensamiento. No obstante, ¿qué definición podríamos dar para responder a una pregunta de tal tipo? ¿Podríamos decir que el pensamiento es una actividad que se ubica en nuestra cabeza, de la misma forma en que la digestión ocurre en nuestro estómago? 55 Es claro que, aunque no es nada sencillo el dar una definición de lo que es el pensamiento, parece que tenemos que dar una (Wittgenstein, The Big Typescript, 2005, pág. 51). De la misma manera, imaginemos por ejemplo cuando le preguntamos a cualquier persona ¿qué es el pensamiento?, seguramente titubeará al momento de responder la pregunta y tratará de ubicar el pensamiento dentro de algún lugar del cuerpo, asemejándolo a otras actividades que realizamos con nuestro cuerpo como comer, beber, etc. En suma, esta pregunta causa en nosotros cierta inclinación a tratar de buscar algo que corresponda al pensamiento, es decir, algo dentro de nosotros que dote de significado a esa palabra. Así, la salida más práctica y que comúnmente utilizamos es diciendo que es una actividad que realizamos con nuestra cabeza. Por consiguiente, detrás de la formulación de esa pregunta se esconde todo un trasfondo, es decir, de la misma forma en que preguntamos ¿qué es un árbol?, nos inclinamos a preguntar ¿qué es el pensamiento? Y pensamos que por el hecho de que la estructura de la pregunta sea la misma, entonces debemos tratarla de la misma forma, es decir, buscando una definición, una definición que ubique el significado de la palabra en algún lugar del cuerpo. Entonces, así como la palabra árbol denota algo fuera de nosotros, la palabra pensamiento denota algo dentro de nosotros (Wittgenstein, Cuaderno Azúl y Marrón, 2007, pág. 34). 56 Esta inclinación a preguntar por el pensamiento de la forma ¿qué es pensar?, tal como lo mencioné antes, nos lleva a buscar un lugar a ese fenómeno en nuestro cuerpo. Por esta razón, aunque no sabemos exactamente qué lugar señalar en nuestro cuerpo al escuchar una pregunta como esa, parece que tenemos que señalar hacia algún lugar (Wittgenstein, Cuaderno Azúl y Marrón, 2007, pág. 27). Por lo tanto, pensamos que el pensamiento es una actividad que realizamos en un lugar específico de nuestro cuerpo, un lugar al que le llamamos cerebro, o mente; asemejándolo a las otras actividades que realizamos con nuestro cuerpo que son de carácter fisiológico de órganos como el corazón o el estómago; y otras actividades de carácter mental como sentir, desear, etc. A propósito de esto Wittgenstein argumenta que: Si uno piensa el pensamiento como algo específicamente humano, orgánico, uno está inclinado a preguntar: ¿Podría haber una prótesis para pensar?. "El pensamiento" no es nada orgánico, y no debería ser comparado con algo orgánico, el cual pudiera ser reemplazado, digamos, por algo inorgánico, como por una prótesis. (Wittgenstein, The Big Typescript, 2005, pág. §48) 2) La segunda dificultad se refiere a que el problema del pensamiento no solo se ha tratado de resolver buscándole una definición que logre explicar en sí lo que es el pensar, sino que también se ha visto como algo misterioso, algo oculto a nuestros sentidos, algo de carácter casi metafísico, ya que no tenemos una certeza de lo que ocurre en realidad en el momento en que decimos que pensamos. De ahí que Wittgenstein plantee que: 57 Nos parece a nosotros – y así decimos – como si viajamos a través del pensamiento como cuando viajamos a través de un paisaje que vemos y que supuestamente debemos describir, pero del cual no recordamos lo suficiente para que podamos dar una descripción detallada. Así mismo, creemos nosotros, no podemos describir el pensar después que él ocurre, porque una cantidad de procesos ocultos y sutiles se nos han escapado. Nos gustaría ver todas esas sutiles interconexiones debajo de un lente de aumento, por así decirlo. (Wittgenstein, Gramática Filosófica, 2007, pág. 31) Por lo tanto, queremos explicar el pensamiento atendiendo a una explicación detallada, pero en tanto que tiene lugar en nuestra cabeza, creemos que al momento en que ocurre, deben ocurrir a su vez muchos procesos ocultos que se nos escapan al momento de querer describirlo. Del mismo modo, otra consideración que se desprende de esta forma del ver el pensamiento consiste en que, en la medida en que decimos que el pensamiento tiene lugar dentro de nuestro cerebro, entonces es algo que nos impide reconocer en los otros el hecho de que están pensando, a menos de que le abramos la cabeza a las otras personas para llegar a saberlo. Esta imposibilidad de reconocer en los otros el hecho de que piensen es algo muy importante, porque se ve el pensamiento como una certeza de la que solamente yo podría estar seguro en tanto que se trata de mí, es decir, el hecho de que el pensamiento esté ubicado dentro de mi cerebro me asegura el hecho de que yo pienso, pero me impide reconocerlo en los otros (Wittgenstein, Zettel, 2009, pág. 73). Por tal razón, parece que el hecho de ver a los otros escribiendo, leyendo, o haciendo cualquier otra actividad, no me garantiza que 58 sean personas pensantes, puesto que podrían ser no más que autómatas o máquinas. 3) La tercera dificultad, la cual se desprende de lo anterior, se ve reflejada en la pregunta: ¿Puede pensar una máquina?, puesto que el hecho de que una máquina también pueda hacer ciertas actividades que nosotros solo le adjudicamos a seres que piensan, tales como escribir, leer, entonces podríamos decir que la máquina también piensa. Y, además, la explicación epistemológica que se le da al fenómeno del pensamiento consiste en el hecho de que este ocurre en nuestra cabeza de la misma forma en que ocurren los procesos dentro de una máquina, a saber, por medio de relaciones causales, solo que en vez de ser realizadas por circuitos entre los integrados de la máquina, esta relación causal ocurre entre las neuronas del cerebro. Esto nos lleva a creer que si a una máquina se la pudiera programar de una forma parecida con estos procesos que ocurren dentro de nuestra cabeza, a partir de otros circuitos, logrando así que la máquina lea, hable etc., se podría decir que la máquina piensa, ya que incluso podría expresarnos sentimientos tan complejos como el dolor, etc. ¿Calcula la calculadora? Imagina que hubiera aparecido por casualidad una calculadora, y que alguien aprieta casualmente sus botones (o un animal anda sobre ellos) y ella realiza el producto 25 x 20. Quiero decir: es esencial a la matemática que sus signos se usen también en lo civil. Es el uso fuera de la matemática, es decir, el significado de los signos, lo que convierte en matemática el juego de signos. (Wittgenstein, Observaciones Sobre los Fundamentos de las Matemáticas, 1987, pág. 5) 59 4) La última de las dificultades que mencionaremos respecto a los postulados de Wittgenstein sobre el fenómeno del pensamiento, y que se desprende de la posibilidad de que las máquinas piensen, es la pretensión de la ciencia de querer explicar nuestro pensamiento acudiendo a explicaciones causales. Es como si el modelo epistemológico utilizado por la ciencia para explicar cuestiones de hecho, fenómenos que corresponden al mundo físico, fuera una especie de modelo a seguir para aquello que no hace parte del mundo físico, es decir, del mundo de lo mental (Wittgenstein, Zettel, 2009, pág. 103). A partir de lo anterior pensemos en la postura planteada por Paul Churchland, en la cual niega totalmente la existencia de algo como el pensamiento o el deseo. Argumentando que ese discurso acerca de lo mental debe desaparecer y ser cambiado por una explicación científica de la forma en que funciona el cerebro, y a su vez, de la forma en que el cerebro puede sustentar y explicar todo aquello a lo que denominamos estados mentales (Churchland, 1996). Por tanto, para la ciencia, la única explicación posible que se le podría dar al pensamiento debe ser desde el punto de vista causal, es decir, el pensamiento es causado por el movimiento de las neuronas dentro de nuestro cerebro. La causa es el movimiento de nuestras neuronas, y, a su vez, el pensamiento es el efecto de su movimiento. A partir de ello podemos extraer que todo aquello que hace parte de nuestra vida interna, nuestras emociones, 60 sensaciones, percepciones, han de ser explicadas partiendo de una explicación causal. En suma, la consecuencia que podemos inferir de esta parte del trabajo, no es simplemente el hecho de que el pensamiento se trate de la misma forma en que se tratan los hechos de la realidad, o que la ciencia trate de explicar la forma en que pensamos fundamentándose en el modelo epistemológico, es decir, partiendo de la ley de causa-efecto como si nuestro pensamiento se tratara de algún objeto mental causado por otro. El problema más importante que debemos tener presente en este punto del trabajo, y que será vital en todo el trascurso del mismo, es el hecho de que no solo el pensamiento se reduce y debe ser explicado por el modelo científico, reduciéndolo a algo meramente biológico; sino que todo aquello que hace parte de lo interno como el pensamiento, los sentimientos, las emociones, las percepciones, todo se debe reducir y explicar desde ese modelo científico. A saber, todo lo que somos, lo que forma parte de nuestro interior se debe ver desde el modo de representación de la ciencia, no se puede ver desde otro punto de vista que no sea ese, el científico. En consecuencia, atendiendo a la visión tradicional respecto al pensamiento, no sería el hombre el que piensa, sino su cerebro, no es el hombre el que mira, el que oye, el que siente, sino un órgano en específico, este es, el cerebro. 61 2.2 Fundamentos de la explicación tradicional del fenómeno del pensamiento En esta parte del segundo capítulo nos proponemos describir el error que nos muestra Wittgenstein sobre el que reposa esa forma tradicional de ver el fenómeno del pensamiento que mencioné en la primera parte de este capítulo, en la que vimos que el pensamiento se trata, en primera instancia, partiendo del hecho de que es una actividad ubicada en nuestra cabeza, de la misma forma en que también hay otras actividades como la digestión que se ubican en nuestro estómago. En segunda instancia, trataremos la carencia de sentido que Wittgenstein establece respecto al dudar frente al hecho de que los otros piensan, mostrando el error sobre el que esta idea reposa. Como tercer punto, abordaremos el error en el que se fundamenta la pretensión de la ciencia de darle una explicación epistemológica no solo al pensamiento, sino a todo aquello que forma parte de nuestro interior, como los sentimiento, las emociones, las percepciones, etc. Y, por último, la descripción del problema de la habilidad que se le pretende adjudicar a las máquinas, esta es, la de pensar, mostrando el error en el que se fundamenta dicha posibilidad. Ahora bien, la forma de la pregunta ¿Qué es el pensamiento?, es una forma de preguntar por los fenómenos bastante utilizada, de modo que esa estructura de la pregunta parece que la podemos usar independientemente de que sea un objeto o un sentimiento por lo que estemos preguntando. Por consiguiente, parece que esa estructura de la pregunta la podemos extender a nuestros fenómenos psicológicos. 62 Por otro lado, esta pregunta nos inclina a buscar algún objeto que se refiera a la palabra pensamiento, de la misma forma en que otras palabras como mesa se refieren a un objeto físico. Además de esto, este estilo de pregunta nos exige una definición, de ahí que la pregunta antes mencionada implica que se defina todo aquello que nosotros denominamos pensar, aunque cuando queremos definir esta palabra parece que no encontráramos la forma de hacerlo, y aun así, tenemos que hacerlo de alguna u otra forma (Wittgenstein, Cuaderno Azúl y Marrón, 2007, pág. 27). En consecuencia, se trata de atrapar dentro de una definición todas las distintas formas en las que usamos la palabra pensamiento, es decir, las distintas manifestaciones y conductas en las que decimos que una persona está pensando. No obstante, Wittgenstein no dice que la pregunta acerca de qué es el pensamiento sea incorrecta, o que carezca de sentido, sino más bien que tiende a confundir a quien se le pregunta, y además, que solamente adquiriría sentido si nosotros se lo damos (Wittgenstein, Cuaderno Azúl y Marrón, 2007, pág. 34). Por lo tanto, algo que debemos tener en cuenta respecto a este punto, es el hecho de que la estructura de la pregunta sobre el pensamiento nos causa un espasmo en nuestra cabeza al momento de querer describir el fenómeno del pensar (Wittgenstein, Cuaderno Azúl y Marrón, 2007, pág. 27). De hecho, esa forma de preguntar, al asemejarse por ejemplo a la pregunta ¿qué es un árbol?, la cual respondemos señalando un objeto, nos lleva entonces a pensar que a la pregunta ¿qué es el pensamiento?, también 63 debemos buscar algo a lo que debamos señalar, un lugar, un objeto dentro de nuestra cabeza. Cabe resaltar hasta este punto de la argumentación que la forma de explicar el fenómeno del pensamiento de la misma manera en que explicamos los fenómenos físicos, parte de una confusión, parte de un error de carácter metodológico respecto a nuestra descripción del pensamiento, puesto que se trata a este como si se tratara a un objeto físico, y no como un concepto que utilizamos para describir muchas actividades distintas, las cuales cobran sentido en nuestra vida. Acabamos de ver que la pretensión de ubicar el pensamiento dentro del cerebro es una confusión, ya que el pensamiento no se trata de un objeto al cual debamos buscarle un lugar, tal y como ocurre con los objetos físicos como la silla, la mesa, etc. Como consecuencia de esta concepción se desprende la imposibilidad que aparentemente hay para reconocer que los otros también piensan, puesto que, en la medida en que se ve el pensamiento como algo que ocurre en nuestro cerebro, entonces parece que está oculto, es algo que solamente podemos asegurar de nosotros mismos, pero no de los demás, ya que no tengo evidencia alguna para creer que ellos también están pensando. En suma, se duda de que la otra persona piensa, por una confusión respecto al desconocer los juegos de lenguaje en donde es posible la duda. Esto, puesto que es bien sabido que para Wittgenstein el juego de la duda tiene sentido en ciertas situaciones específicas. La duda respecto a si un determinado árbol que veo es de una fruta o de otra, tiene sentido perfectamente, puesto que podría equivocarme respecto a la aseveración que 64 hago; pero ¿realmente tiene sentido el dudar frente al hecho de que los demás piensen? ¿Qué sentido o finalidad tendría una pregunta como esta? Es por tal razón que Wittgenstein argumenta que: Es decir, las preguntas que hacemos y nuestras dudas, descansan sobre el hecho de que algunas proposiciones están por fuera de duda, son –por decirlo de algún modo- los ejes sobre los que giran aquellas. Es decir, el que en la práctica no se pongan en duda ciertas cosas pertenece a la lógica de nuestras investigaciones científicas. Pero no se trata de que no podamos investigarlo todo y que, por lo mismo, nos debamos conformar forzosamente con la suposición. Si quiero que la puerta se abra, los goznes deben mantenerse firmes. Mi vida se basa en darme por satisfecho con muchas cosas. (Wittgenstein, Sobre la Certeza, 1988, pág. 44) Por lo tanto, Wittgenstein plantea que hay proposiciones, certezas, que no tienen ningún sentido poner en duda, puesto que es algo que constituye nuestra vida. Son conceptos a partir de las cuales describimos nuestra forma de ver el mundo. De ahí que Wittgenstein argumente que: “la conciencia está tan claramente en su rostro y comportamiento, como en mí mismo” (Wittgenstein, Zettel, 2009, pág. 44). Lo que podemos concluir de lo anterior es que es normal que en la práctica, en nuestra cotidianidad, algunas cosas no se pongan en duda, como el hecho de reconocer que las otras personas piensan, por ejemplo, cuando las vemos escribiendo, leyendo, etc., independientemente de que no tenga una relación directa con las neuronas dentro de su cerebro. 65 Sin embargo, a partir de esta idea se desprende otra problemática, la cual pudimos ver en la primera parte de este segundo capítulo en la que argumentábamos que la ciencia ha tratado de darle una explicación epistemológica al fenómeno del pensamiento, una explicación fundamentada en un principio científico denominado causa-efecto. Veíamos que según el científico Paul Churchland todo el discurso acerca de lo mental, ya sea el pensamiento, los sentimientos, las emociones, deben ser suprimidas y ser explicadas a partir de explicaciones físicas de la forma en que funciona el cerebro. En síntesis, una explicación coherente del pensamiento, sería una explicación que encontrara la forma en que el cerebro causa dicho fenómeno del pensar (Churchland, 1996). A partir de lo anterior podemos concluir que de la misma forma en que los hechos del mundo son explicados ‘perfectamente’ bajo este principio, a saber, el principio de causa y efecto, entonces también dicho principio podría ser aplicado a nuestros fenómenos mentales, logrando así describir el fenómeno del pensamiento con el mismo éxito. El error que comete la ciencia es tratar el fenómeno del pensamiento únicamente como si se tratara de un fenómeno físico que tiene un lugar en nuestro cerebro. En otras palabras, el pensamiento sería un objeto en mi cabeza, como lo es una moneda en mi bolsillo. Extendiendo a su vez el principio epistemológico de causa y efecto a un ámbito totalmente distinto, como lo son nuestros fenómenos psicológicos, como si se tratara de la misma cosa. Es por tal razón que Wittgenstein plantea que: “No obstante, 66 ¡cuidémonos de pensar en términos de efecto y causa!” (Wittgenstein, Zettel, 2009, pág. 107). Podemos comprender que según el modelo epistemológico antes mencionado, la forma de explicar el pensamiento debe ser reduciendo todo el discurso acerca de lo interno a explicaciones causales, de la forma en que funciona el cerebro. Mostrando la forma en que las conexiones dentro del cerebro dan origen a eso tan extraño que denominamos pensar. En suma, si el leer, escribir, jugar, enamorarse, sentir dolor, no son más que el resultado de conexiones causales causadas por neuronas dentro de nuestro cerebro, ¿entonces qué cosa nos diferenciaría de máquinas que también pudieran ser programadas para realizar las mismas funciones que nosotros, atendiendo a distintas conexiones entre los circuitos de sus integrados? Esta es una pregunta que se desprende de una reflexión realizada por Wittgenstein, en la cual plantea que: “Ahora bien, si pensar consiste en escribir o hablar, ¿por qué no podría hacer esto una máquina? ¿Podría la máquina tener dolor?” (Wittgenstein, Gramática Filosófica, 2007, pág. 31). Esta reflexión es muy importante, y Wittgenstein ataca esa posibilidad de adjudicar la habilidad del pensamiento a las máquinas de forma categórica. En efecto, se tiene pensado que el pensamiento funciona como una especie de proceso mecánico que ocurre en un lugar oculto dentro de nuestra cabeza, un proceso similar al que, por ejemplo, podríamos ver en una calculadora. De ahí que Wittgenstein plantee que comúnmente se ve al pensamiento de la siguiente 67 forma: “(…) Pensar es una actividad, como calcular” (Wittgenstein, Gramática Filosófica, 2007, pág. 47). En efecto, el mirar el pensamiento de esa forma nos obliga a buscar correlaciones dentro de nuestro cerebro que se asemejen a la forma en que funciona la máquina, es decir, los procesos mecánicos que permitirían que una máquina pudiera leer o escribir, deben ser semejantes a los procesos cerebrales que ocurren en nuestra cabeza y que nos permiten realizar esas actividades. No obstante, pensemos el siguiente aforismo: Preguntamos: ¿qué es el pensamiento?, ¿qué tiene que tener algo para que pueda cargar con la función de pensar? Y esta pregunta parece análoga a: ¿qué es una máquina de coser? O ¿Cómo trabaja una?, ¿cómo teje? Pero la respuesta podría ser: mire la puntada, todo lo que es esencial a la máquina de coser puede verse en ella. Todo lo demás puede ser así o asá. (Wittgenstein, The Big Typescript, 2005, pág. §48) Lo que Wittgenstein nos muestra con este aforismo, es que, primero que todo, nuestro pensamiento no se encuentra oculto, y que, por tanto, no se encuentra localizado en nuestra cabeza sino que es manifiesto en nuestras acciones o actividades que realizamos. Como segunda consideración, tal y como lo mencionamos antes, la forma de la pregunta ¿Qué es el pensamiento?, nos hace equivocar, puesto que se buscan relaciones dentro de nuestra cabeza que doten de significado a la palabra pensamiento. Es por tal razón que la semejanza entre el pensamiento como proceso mecánico, y la posibilidad de que las máquinas piensen, se encuentran fundamentados en un error, puesto que se ve al pensamiento como una actividad de carácter 68 mecánico dentro de nuestra cabeza, y no como una palabra que nosotros aprendemos a usar en nuestra vida, como una palabra que usamos para describir distintas actividades humanas. Es por esa razón que Wittgenstein plantea en el aforismo anterior que lo esencial a lo que es una máquina de coser no está en definirla, o en saber exactamente qué es, sino en su puntada, es decir, en la forma en que se usa, en el papel que esta desempeña. 2.3 La Concepción Wittgensteiniana del Pensamiento En la segunda parte de este capítulo pudimos comprender que la forma tradicional de abordar el fenómeno del pensamiento se encuentra fundamentada en errores o confusiones. Sin embargo, solamente usamos los argumentos de Wittgenstein para describir en qué consisten esas confusiones; pero no fuimos más allá en la argumentación frente a ellas. Por lo tanto, en este capítulo nos proponemos establecer la concepción que tiene Wittgenstein respecto al pensamiento, una posición absolutamente contraria a la concepción tradicional, una concepción que Wittgenstein va a entender como un ‘operar con signos’. Pues bien, en primera instancia mostraré cada uno de los argumentos que Wittgenstein presenta frente a la forma en que tradicionalmente se ha tratado de explicar el pensamiento. A saber, como primera medida abordaré el problema del pensamiento que se desprende a partir de la pregunta ¿Qué es pensar?, mostrando la forma en que Wittgenstein plantea que se debe abordar ese fenómeno, es decir, cambiando la estructura de la pregunta por ¡Cómo explicamos el pensamiento! 69 Del mismo modo, en segunda instancia describiremos el error y carencia de sentido en el que se fundamenta la imposibilidad de reconocer en los otros la habilidad del pensamiento, una idea que se desprende, como ya lo he mencionado, del hecho de que se ubique el pensamiento dentro de nuestra cabeza. Como tercer punto, además, mostraremos la evaluación que hace este autor austriaco frente al hecho de ubicar el pensamiento dentro de nuestra cabeza, una concepción defendida por la ciencia en la que se tiende a reducir el pensamiento, los sentimientos, las emociones, a explicaciones causales dentro de nuestro cerebro, asemejando todos nuestros fenómenos psicológicos a objetos físicos, o a procesos fisiológicos. Como cuarto punto de esta última parte, plantearemos los argumentos que sostiene Wittgenstein frente a la posibilidad de que una máquina pueda pensar, mostrando que esta idea se desprende del ver al pensamiento como el resultado de un proceso de carácter mecánico dentro de nuestro cerebro, en donde todo lo que denominamos pensar, ha de ser atribuido a la relación causal que se da entre las neuronas. Lo cual nos lleva a creer que si se lograra programar los integrados de una máquina para que realizara las mismas actividades que nosotros, entonces se podría decir que esta piensa. Así pues, el pensar aparece como el resultado de conexiones de carácter causal dentro de nuestro cerebro, originando así todo aquello propio de nuestros fenómenos psicológicos. Sin embargo, esta es una idea que Wittgenstein va a negar rotundamente, argumentando que la imposibilidad de que una máquina pueda pensar consiste en el hecho de que el pensamiento es 70 una habilidad que adquiere sentido en tanto que forma parte de nuestra vida. El pensamiento es, pues, un concepto íntimamente ligado a múltiples acciones que forman parte de nuestra vida, ya que no llamamos pensamiento a una sola cosa, sino a múltiples actividades que nos constituyen. Por otro lado, en la segunda parte de este capítulo vimos que la forma tradicional de abordar el pensamiento es partiendo de la pregunta ¿Qué es pensar?, y también vimos que una pregunta como esta, primero que todo, nos lleva a pensar que necesitamos un objeto al cual señalar, puesto que esa estructura de pregunta la utilizamos comúnmente, por ejemplo, cuando se nos pregunta ¿Qué es un árbol?, y nosotros señalamos dicho objeto. Y, además, la segunda consecuencia de esta pregunta consiste en que nos lleva a pensar que debemos buscar una definición de lo que llamamos pensamiento. En efecto, el tratamiento que hace Wittgenstein a la pregunta sobre el pensamiento, es decir, -¿Qué es pensar?- supone un cambio respecto a la estructura de la pregunta, puesto que, según él, es la estructura de la pregunta sobre el pensamiento lo que complica el poder describir de manera adecuada el fenómeno del pensar. En consecuencia, Wittgenstein en vez de preguntar ¿qué es tal cosa?, se pregunta ¿qué es una explicación del significado de tal cosa? (Wittgenstein, Cuaderno Azúl y Marrón, 2007, pág. 27). Por lo tanto, el cambio en la forma de abordar la pregunta acerca del significado de una palabra tiene una intención específica, y consiste en que al preguntarnos por la explicación del significado nos lleva a traer este concepto a 71 tierra firme (Wittgenstein, Cuaderno Azúl y Marrón, 2007, pág. 27), es decir, a no buscar el significado de las palabras en un objeto, sino en el uso que le damos, en el conjunto de actividades en las que usamos las palabras. Así pues, preguntarnos por la explicación del significado nos ayudará a entender lo que es el significado. Por ende, el entender la noción de significado de esta forma lo que nos permite es que no busquemos el significado de la palabra pensamiento en un objeto o un lugar dentro de nuestra cabeza, o que tratemos de encontrar una definición que atrape todo aquello que denominamos pensar, sino atendiendo a la explicación que le damos a esa palabra, es decir, al uso que le damos dentro de nuestro lenguaje. Este cambio respecto a la estructura de la pregunta realizada por Wittgenstein lo que pretende es que no se pregunte ¿qué es el pensamiento?, sino ¿cómo usamos la palabra pensamiento?, puesto que esta pregunta nos ayuda a entender el significado de la palabra pensar, es decir, nos ayuda a entender las distintas situaciones de nuestra vida en que la usamos. Por lo tanto, vemos que Wittgenstein propone una visión del pensamiento en la que no se tome a éste en comparación con otras actividades de nuestro cuerpo, ya sean de carácter fisiológico o mental, sino atendiendo al uso que realizamos de esa palabra, es decir, a las distintas situaciones en las que podemos reconocer que alguien está pensando o no. Aún así, esta concepción según la cual el pensamiento está ubicado dentro de nuestra cabeza es una idea que ha sido difundida bastante, de modo que si le 72 preguntamos a alguien en dónde tiene lugar su pensamiento, no sería nada extraño que nos señalara su cabeza. Sin embargo, pensemos en las razones que tenemos para decir que nuestro pensamiento ocurre dentro de nuestra cabeza. Debemos tener en cuenta que esta concepción la hemos aprendido desde pequeños, pero cuando reflexionamos acerca del fundamento que sostiene esta idea, nos muestra lo endeble que es. En efecto, el asociar el lugar del pensamiento en nuestra cabeza parte, en principio, de una falsa analogía de la forma en que usamos el lenguaje. Por ende, nos referimos al pensamiento como si se tratara de una actividad que tiene lugar en nuestra cabeza, de la misma forma en que la digestión es una actividad que ocurre en nuestro estómago (Wittgenstein, The Big Typescript, 2005, pág. § 48). En consecuencia, vemos que esa forma de usar el lenguaje de una manera indistinta, nos lleva a ver el pensamiento como una actividad que ocurre en nuestra cabeza, de la misma forma en que la actividad de escribir ocurre en nuestra mano. Se piensa pues, que nuestros fenómenos psicológicos tienen una causa física, y, por tanto, debemos buscarle su ubicación dentro de nuestro cuerpo. Atendiendo a esta confusión, miremos el siguiente aforismo: “¿Dónde sientes el pesar?” –En el alma- ¿Qué consecuencias sacamos de esta ubicación? Una estriba en que no hablamos de un lugar corporal del pesar. Sin embargo, apuntamos a nuestro cuerpo, como si el pesar estuviera en él. ¿Se debe esto a que experimentamos una molestia corporal? Ignoro la causa. No 73 obstante, ¿Por qué debo suponer que es una molestia corporal? (Wittgenstein, Zettel, 2009, pág. 89) Es menester comprender que aquello que aparece como substrato de esta concepción, y que Wittgenstein resalta en este punto en el que nos referimos al pensamiento de la misma forma en que hablamos de actividades físicas que localizamos en un lugar de nuestro cuerpo, es que la gramática que regula las palabras que se refieren a objetos físicos, o procesos de carácter fisiológico, no es igual a la gramática que constituye los conceptos que se refieren a nuestros fenómenos de carácter interno, como lo es el pensar, el sentir, el tener emociones, etc., es por tal razón que Wittgenstein argumenta que: Quizás la razón principal por la que tenemos una inclinación tan grande a hablar de la cabeza como del lugar de nuestros pensamientos es esta: la existencia de las palabras “pensar” y “pensamiento” junto a las palabras que denotan actividades (corporales), tales como escribir, hablar, etc., nos hace buscar una actividad, diferente de estas, pero análoga a ellas, que corresponda a la palabra ‘‘pensar’’. Cuando las palabras tienen prima facie en nuestro lenguaje ordinario gramáticas análogas, nos inclinamos a intentar interpretarlas análogamente; es decir, tratamos de hacer valer la analogía en todos los campos. (Wittgenstein, Cuaderno Azúl y Marrón, 2007, pág. 34) Por ende, el hecho de ver que las gramáticas de palabras que se refieren a fenómenos psicológicos, y fenómenos físicos, son análogas, nos hace abordarlas de maneras similares, desconociendo que cada una de esas palabras debe ser abordada desde la gramática que la constituye. Así, tal y 74 como lo vimos en el primer capítulo, los conceptos que se refieren a lo interno y a lo externo no pueden ser tratados de la misma forma, puesto que varían en tanto que se refieren a distintos juegos del lenguaje (Wittgenstein, Investigaciones Filosóficas, 1999, pág. 10). Por otro lado, es menester aclarar aquello que Wittgenstein entiende por gramática, puesto que, si bien, vimos que el juego de lenguaje de lo interno y el externo están constituidos por distintas gramáticas, entonces debemos aclarar aquello que entiende Wittgenstein por gramática. En efecto, la noción de gramática que describe este autor austríaco le da un sentido distinto respecto al significado de las palabras, un significado que como vimos en el primer capítulo, despoja a las palabras de cualquier posible asociación de su significado a objetos, ya sean físicos o psicológicos, sino atendiendo a su uso, a la forma en que usamos esas palabras en nuestra vida. Algo que debemos tener en cuenta es el hecho de que Wittgenstein no define lo que es gramática, sino que logra describir el papel que juega la gramática en nuestro lenguaje. Por lo tanto, la gramática es descrita como un conjunto de reglas que constituye el significado de las palabras en el lenguaje, constituye la forma en que usamos las palabras, y es por tal razón que su noción de gramática está ligada a nuestra vida, porque es en nuestras actividades en donde adquieren sentido las palabras. Es por tal razón que Wittgenstein plantea que: La gramática (por ejemplo) como la geometría de la negación. A uno le gustaría decir: “la negación tiene la propiedad de producir 75 una afirmación cuando es doble”. Pero la regla no describe de una manera más detallada la negación, sino que la constituye. (Wittgenstein, Gramática Filosófica, 2007, pág. 11) A partir de lo anterior podemos concluir que la gramática son un conjunto de reglas que nos permiten usar el lenguaje, un lenguaje íntimamente unido a nuestras acciones y actividades, puesto que los conceptos que empleamos solo adquieren sentido en tanto que son usados con una finalidad en nuestra vida. De ahí que Tomassini argumente que: Así pues, gramática significa para Wittgenstein fundamentalmente un sistema de regulaciones lingüísticas-fijado en conexión con actividades en virtud de las cuales el lenguaje es posible. Podemos, en ese sentido, hablar de la gramática de un lenguaje dado. (Tomassini, 2005, pág. 44) Por consiguiente, vemos que Wittgenstein considera a la gramática como un sistema de regulaciones de carácter lingüístico en conexión con las actividades que hacemos, es decir, un conjunto de reglas que regulan nuestra forma de usar en lenguaje en nuestra vida, en las actividades que realizamos. Una noción de gramática ligada a nuestras acciones. De modo que el lenguaje es entendido como una actividad humana, una actividad que tiene lugar en nuestra vida, y que solamente allí, el lenguaje adquiere sentido. Por lo tanto, hablar de reglas es hablar de reglas para el uso de nuestras palabras, es por esto que un análisis del papel y uso de nuestros conceptos, implica un análisis de las palabras como herramientas que cumplen distintas funciones en nuestra vida. 76 No obstante, pensemos por ejemplo en la forma en que aprendemos a usar la palabra pensamiento, puesto que esto nos ayudaría a entender la gramática de esa palabra. Podríamos preguntarnos, atendiendo a la concepción tradicional que busca un objeto en nuestra cabeza que dote de significado al pensamiento ¿Qué objeto se nos señala cuando niños para que aprendamos esa palabra? Seguramente al hacernos esta pregunta diríamos que no se nos señala ningún objeto, sino que simplemente se nos enseña a usarla, se nos enseña a ver que existen muchas situaciones en las que decimos que alguien está pensando, como por ejemplo al escribir, al hablar, al jugar, etc.; no se le llama pensar a una sola cosa, sino a un conjunto de actividades, actividades que reflejan esa habilidad del hombre, algo que Wittgenstein denomina como ‘operar con signos’ –una idea que explicaré más adelante- (Wittgenstein, The Big Typescript, 2005, pág. §52). Por otro lado, una consecuencia que se desprende de esa forma tradicional de ver el pensamiento, el cual vimos en la segunda parte de este capítulo, consiste en el hecho de que si ubicamos el pensamiento dentro de nuestra cabeza, esto nos lleva a creer que es algo complicado reconocer que las demás personas piensan. En la segunda parte de este trabajo solo mencionamos la aparente dificultad que aparece cuando queremos determinar el hecho de que otra persona piense, pero no describí el tratamiento y reducción al absurdo que hace Wittgenstein en sus planteamientos filosóficos sobre esta aparente dificultad. Así, esta imposibilidad consiste en que el pensamiento está dentro de nuestro cerebro, y nosotros no podemos tener una 77 relación directa con el cerebro de los demás, sino solo con sus acciones, lo cual nos lleva a que sea imposible reconocer que las otras personas piensan. En efecto, miremos la forma en que Wittgenstein trata una duda como la anteriormente mencionada. Poniéndonos en el lugar de la otra persona, partamos del hecho de que alguien me pregunte si yo pienso, y yo efectivamente le responda que ¡sí! ¿Cómo podría combatir mi respuesta? ¿Cómo podría alguien contra argumentar una respuesta como esa, si esta respuesta parece tan firme como una roca? Del mismo modo ocurre si yo preguntara a una persona si ella piensa, y esa persona me respondiera que sí, puesto que no tendría ningún argumento para contradecir su afirmación, su certeza sería tan fuerte como la mía. La forma en que Wittgenstein trata la duda respecto al hecho de que las otras personas piensen, es reduciendo al absurdo esa duda, es decir, él toma el hecho de que los demás piensan como algo manifiesto en su conducta, una habilidad que no está oculta en su cerebro, sino algo que reconocemos en cada una de las actividades que los demás hacen. Por ende, si le preguntamos a alguien ¿Tú piensas?, sería absolutamente normal que si esa persona nos respondiera ¡acaso no me ves! ¡No entiendo tu pregunta! ¡Me parece un sinsentido!, no tendríamos ningún argumento para combatir esa seguridad que esa persona defiende. Es por eso que Wittgenstein plantea que: Tengo conciencia' -ésta es una aserción ante la que no es posible ninguna duda." ¿Por qué no equivaldría eso a decir: "'tengo conciencia' no es ningún tipo de enunciado"? También se podría 78 decir algo así: ¿Cuál es el perjuicio de que alguien diga que "tengo conciencia" es una aserción que no admite duda? ¿Cómo llegaría a contradecirlo? Supóngase que alguien me dijera esto ¿por qué no debo acostumbrarme a no responderle nada, en vez de iniciar, por ejemplo, una disputa? ¿Por qué no debo tratar sus palabras como trato su silbido o su murmullo?” ¡Acaso podrías demostrarme lo contrario! No tiene ningún sentido para mi explicarlo, ni sabría cómo hacerlo, es que ¡acaso no me ves! (Wittgenstein, Zettel, 2009, pág. 74). En consecuencia, en términos prácticos, podríamos preguntarnos ¿Cómo actuaría una persona con una duda como esa?, es decir, ¿cómo se relacionaría con los demás?, ¿Cómo hablaría con ellos si no está seguro del hecho de que ellos piensen, y si no piensan, entonces no podrían entenderle? Es por tal razón que Wittgenstein argumenta que esta duda carece de sentido en términos prácticos, puesto que una persona con una duda como esa, no podría actuar con sentido, ya que esta duda siempre estaría presente al momento de dirigirse hacia los otros. Es por tal razón que: Después de todo, podría haber alguien que tenga serias dudas angustiosas acerca de los demás. Pero, ¿cómo iba a actuar? (Como un loco.) Podría decir, por ejemplo: A veces siento que otra persona y yo somos iguales y, a veces, no. En consecuencia, a veces mostraría compasión, en otras ocasiones ninguna, y a veces duda. (Wittgenstein, Observaciones Sobre la Filosofía de la Psicología Vol I, 2006, pág. §949) Por lo tanto, la forma en que Wittgenstein critica la idea de ver el pensamiento como algo oculto en nuestro cerebro, es planteando que el pensamiento, al ser algo manifiesto en la conducta, no tiene ningún carácter de 79 oculto. En la medida en que aprendemos a usar el término de pensar en situaciones específicas, y en tanto que no se puede desligar el pensar de la actividad en la que éste se ve envuelto; es claro que en esas situaciones se puede reconocer el hecho de si alguien piensa o no. Para tener acciones con sentido es menester partir del hecho de que los otros me comprenden, de que piensan al igual que yo. El hecho de que los otros piensen es algo absolutamente notorio, es por esto que el autor Austríaco argumenta lo siguiente: Yo, L.W., creo, estoy seguro, de que mi amigo no tiene aserrín en el interior de su cuerpo o de su cabeza, por más que no tenga ninguna evidencia sensorial directa. Estoy seguro sobre la base de lo que se me ha dicho, de lo que he leído, y de mi propia experiencia. Dudar de tal cosa me parece una locura, evidentemente de acuerdo otra vez con los demás; pero yo estoy de acuerdo con ellos. (Wittgenstein, Sobre la Certeza, 1988, pág. 36) Vemos pues, que la complejidad que compete a los conceptos psicológicos como el pensamiento, no es una complejidad en cuanto a que esté oculto a nuestros sentidos, sino en tanto que se halla inmerso en las situaciones de nuestra vida, se halla sedimentado por nuestras acciones, las cuales escapan a cualquier explicación racional o causal que se le pretenda dar. En efecto, pensemos el siguiente ejemplo que nos muestra Wittgenstein: Piénsese en el levantar la mano en la escuela. ¿Es preciso haberse dicho la respuesta para tener derecho a levantar la mano? ¿Y qué tiene que haber ocurrido dentro de uno, para tal fin? -Nada. Pero es importante que por lo general sepa uno la 80 respuesta, cuando levante la mano; y éste es el criterio que se entiende al levantar la mano. Nada tiene que ocurrir en uno; sin embargo, llamaría la atención quien en un caso así jamás supiera comunicar lo que le ocurre interiormente (Wittgenstein, Zettel, 2009, pág. 28) Atendiendo al ejemplo anterior, es claro que el niño piensa, puesto que la conducta que está realizando en ese momento, y su posterior respuesta, así lo establece. Ahora bien, ¿Qué finalidad tendría el hecho de dudar de que ese niño está pensando? ¿No es acaso evidente a partir de ciertas actividades, habilidades, situaciones en las que se hallan envueltos, las que me permiten reconocer en él esa habilidad la cual es tan cierta como el hecho de que yo también lo hago? Es por esta razón que Wittgenstein plantea que: ‘Nada es tan cierto como que poseo conciencia’. En ese caso, ¿por qué no dejar en paz el asunto? Esta certeza es como una fuerza poderosa, cuyo punto de aplicación no se mueve y que, en consecuencia, no efectúa ningún tipo de trabajo (Wittgenstein, Zettel, 2009, pág. 74). Por otro lado, otra problemática respecto al abordaje del fenómeno del pensamiento, la cual hemos mencionado en lo que va de este capítulo, se refiere a la explicación epistemológica que se le quiere dar al fenómeno del pensar, es decir, una explicación que parte de un principio epistemológico utilizado para abordar los fenómenos de la naturaleza denominado causaefecto, el cual es extendido hacia nuestros fenómenos de carácter psicológico, pensando conseguir la misma ‘efectividad’ que se tiene al explicar los fenómenos de la naturaleza. 81 Sin embargo, Wittgenstein nos muestra que, en primera instancia, esta forma de ver el pensamiento se fundamenta en bases que no son sólidas. En efecto, en primera instancia se ve la relación entre el pensamiento y la acción en términos causales. Lo cual conlleva a creer que el pensamiento está en mi cabeza y la acción por fuera de esta, es decir, son dos cosas absolutamente separadas. La ciencia siempre trata de dar explicaciones a cada fenómeno que se le presenta atendiendo a la misma forma, siempre tratando de abordar cuestiones que hacen parte de la naturaleza humana, de la misma forma en que se abordan los problemas de corte epistemológico (Wittgenstein, Cuaderno Azúl y Marrón, 2007, pág. 34). Así pues, se trata al pensamiento como si fuese una actividad mental, así como lo es el correr una actividad física. En segunda instancia, vimos que la explicación que la ciencia nos da del pensamiento y de todos nuestros fenómenos psicológicos, parte de explicaciones causales. Suprimiendo a su vez todo aquello que hace parte de nuestra vida interna como las percepciones, emociones, sensaciones, a explicaciones de carácter científico; de modo que le pensamiento debe ser abordado a partir de la explicación de las relaciones que se dan dentro de nuestro cerebro (Churchland, 1996). En suma, según la explicación epistemológica, el pensamiento no es más que el resultado de la relación causal que se da entre las neuronas de nuestro cerebro. Todo aquello que se pueda decir del pensar, ha de ser posible en tanto que explicamos primeramente su causa, es decir, nuestro cerebro. 82 Ahora bien, traigamos el fenómeno del pensamiento al plano cotidiano, tal y como lo hace Wittgenstein, y pensemos una actividad que comúnmente realizamos, como por ejemplo, manejar una bicicleta. Atendiendo a la explicación causal del pensamiento, la primera consideración que podemos extraer consiste en que mientras que manejo la bicicleta, y pienso la forma en que lo estoy haciendo, parece que fuesen dos cosas diferentes. Así, comúnmente se trata de separar al pensamiento de la actividad que se realiza, como si la actividad fuese una especie de efecto del pensamiento. Sin embargo, vemos que según los planteamientos Wittgensteinianos, el pensamiento y su manifestación se hallan ligados de una forma necesaria, de ahí que es totalmente incorrecto el hecho de mirar al pensamiento como un fenómeno aislado de la actividad que se realiza. Es por tal razón que Wittgenstein plantea que: “Desde luego, no podemos separar su "pensar" de su actividad. El pensar no es ningún aspecto concomitante del trabajo, ni tampoco del hablar reflexivo” (Wittgenstein, Zettel, 2009, pág. 24). De la misma forma en que plantea que: “(…) Uno lo podría poner así: no hay nada esencialmente privado acerca de un pensamiento. Todos podrían observarlo. El pensamiento y su expresión no son dos cosas separadas” (Wittgenstein, The Big Typescript, 2005, pág. §52). De ahí que al manejar bicicleta, y pensar lo que estoy haciendo, no son dos cosas que ocurren por separado, sino que la manifestación del pensar, y el pensamiento mismo, se encuentran unidos como los eslabones de una cadena. 83 El hecho de que Wittgenstein traiga al plano cotidiano un fenómeno que aparentemente es tan complejo como lo es el pensamiento causa cierta perplejidad, puesto que se podría pensar que él trata de mostrarnos como sencillo algo que está mucho más allá de la sencillez. Pero, a mi parecer, ésta es una manera muy inteligente de abordar el problema, puesto que deja de ver el pensamiento como algo nebuloso, algo oscuro y oculto en nuestra cabeza. Esto, puesto que trata de dejar de lado cualquier pretensión cientificista a la explicación del pensar, -una idea que va a ser muy importante no solo respecto al pensamiento, sino a todos nuestros fenómenos psicológicos, ya que todos ellos tratan de ser explicados según la visión de la ciencia-. Negando a su vez rotundamente cualquier hipótesis de causa-efecto en su abordaje al problema, y, aunque lo ve como algo complejo, ya que se manifiesta de manera distinta en las diferentes situaciones de la vida, él plantea que atendiendo a situaciones cotidianas, este fenómeno puede ser descrito de una forma apropiada. Es por esto que plantea que: “‘pensar’: he aquí un concepto terriblemente ramificado. Un concepto que abarca múltiples manifestaciones de la vida. Los fenómenos del pensar son muy distintos entre sí” (Wittgenstein, Zettel, 2009, pág. 25). En suma, Wittgenstein rechaza de una manera radical el hecho de explicar nuestros fenómenos psicológicos, puesto que esa explicación trata de buscar algo más allá, algo detrás de las acciones que realizamos para manifestar cada uno de esos fenómenos. Así pues, la descripción que hacemos de la conducta en la que tiene lugar el fenómeno psicológico no es suficiente, sino que hay penetrar esa descripción hacia algo mucho más 84 profundo, esto es, una explicación que encuentre un correlato dentro de nuestro cerebro. Por el contrario, lo que este autor austriaco argumenta es que la descripción no es un preámbulo respecto a la forma en que abordamos el pensamiento, puesto que perfectamente es manifiesto en la conducta de los otros, el hecho de que piensan (Wittgenstein, Zettel, 2009, pág. 61). La descripción, pues, nos muestra la forma en que ese fenómeno es usado en nuestra vida, describe cómo usamos esas palabra a cabalidad, sin necesidad de explicar su correlato en nuestro cerebro. Por lo tanto, Wittgenstein propone una mirada meramente cotidiana al pensamiento, una mirada sin prejuicios epistemológicos, ya que estos prejuicios lo único que hacen es entenebrecer la mirada que se le pretende dar a dicho fenómeno apelando a explicaciones de tipo causal, y es por tal razón que argumenta lo siguiente: ¿De dónde sacamos el concepto 'pensar' que queremos examinar aquí? Del lenguaje cotidiano. A lo que se dirige nuestra atención, en primer lugar, es a la palabra "pensar". Pero el uso de esta palabra es confuso. Y no podemos esperar otra cosa. Y eso, desde luego, puede decirse de todos los verbos psicológicos. Su aplicación no es clara ni tan fácil de resumir como ocurre, pongamos por caso, con la de los términos de la mecánica (Wittgenstein, Zettel, 2009, pág. 25). La idea de describir el pensamiento atendiendo a nuestras reacciones cotidianas, a la forma en que comúnmente usamos la palabra pensamiento, es algo revolucionario en materia filosófica y epistemológica, puesto que va en contra de la concepción, por ejemplo, según la cual el pensar es una actividad 85 meramente reflexiva, y aún más arbitrario, el hecho de que el pensar precisamente empieza con el reflexionar, como si la reflexión diera origen al pensamiento. En efecto, no es que Wittgenstein niegue el hecho de que la reflexión haga parte del pensar, sino que ésta ocurre luego de lo meramente instintivo, de las reacciones instintivas; esto se convierte, por decirlo de alguna forma, en el sustrato sobre el que reposa el fenómeno del pensar según Wittgenstein. Es por tal razón que él sostiene que: Propiamente quiero decir que los escrúpulos del pensar comienzan con el instinto (allí tienen sus raíces). O bien: el juego de lenguaje no tiene su origen en la reflexión. La reflexión es una parte del juego de lenguaje. Y el concepto, por lo mismo, está en el juego de lenguaje como en su casa. Origen del pensar ocurre en los instintos, en las acciones primitivas que en principio nosotros realizamos; el hecho de reflexionar es algo que viene después de lo anterior. (Wittgenstein, Zettel, 2009, pág. 72). Por ende Wittgenstein, más que una explicación epistemológica o psicológica al fenómeno del pensamiento, le da un trato atendiendo a las manifestaciones conductuales meramente instintivas del hombre, al uso que cotidianamente le damos a esa palabra. Esto, puesto que se tiene la concepción de que el pensar necesita una explicación de corte puramente biologicista, es decir, se toma a los procesos neuronales como los causantes de todo aquello que denominamos como nuestra vida interna, lo cual es absolutamente problemático para el pensamiento Wittgensteiniano, puesto que los sentimientos, emociones, imaginación, son reducidos y tratados como un problema meramente biológico. A propósito de esto Wittgenstein plantea que: 86 Ninguna suposición me parece más natural que la de que ningún proceso cerebral corresponde al asociar o al pensar; de manera que sería imposible leer en los procesos cerebrales procesos de pensamiento. Quiero decir: si hablo o escribo, supongo que parte de mi cerebro es un sistema de impulsos correspondientes a mis pensamientos hablados o escritos (…) En consecuencia, es perfectamente posible que determinados fenómenos psicológicos no puedan investigarse fisiológicamente, porque fisiológicamente no le corresponde nada”. (Wittgenstein, Zettel, 2009, pág. 106). Vemos que Wittgenstein defiende de manera categórica la naturaleza de los seres humanos sin necesidad de reducirlos a lo meramente biológico; y que nuestra vida interna no tiene el carácter oculto que pretenden darle los científicos. Teniendo en cuenta que la pretensión de mirar nuestros pensamientos en esos términos no es más que el producto de una visión retrógrada del lenguaje, puesto que se piensa que lo que no podemos comprender a partir de métodos causales o epistémicos, no tiene ningún sentido mencionarlo. Es por esta razón que Wittgenstein sostiene que: El prejuicio en favor del paralelismo psicofísico es fruto de apreciaciones primitivas de nuestros conceptos. Pues sí, entre fenómenos psicológicos, se admite una causalidad en la que no se interponga nada fisiológico, se cree que esto equivale a hacer profesión de fe en una entidad mental nebulosa (Wittgenstein, Zettel, 2009, pág. 107 ). Por consiguiente, vemos que llamamos pensamiento no a un proceso interno a nuestro cerebro, o a un proceso de carácter fisiológico, sino a muchas cosas distintas, como cuando hablamos, escribimos, leemos, jugamos, etc., y 87 que cada una de esas actividades no es correcta darle una explicación epistemológica de tipo causal, sino simplemente describir la acción en la que reconocemos que se está pensando, reconociendo que el pensamiento no es algo que está oculto, sino que es manifiesto en las conductas que realizamos. Por lo tanto, las consideraciones que podemos extraer hasta este punto se refieren a que Wittgenstein le niega a la ciencia la posibilidad de explicar el pensamiento, primero que todo, porque no existe ninguna correlación de causa-efecto entre nuestras neuronas y nuestro pensamiento (Wittgenstein, Zettel, 2009, pág. 107), sino que éste es manifiesto en nuestras acciones, como una habilidad que nosotros mostramos a los demás, una certeza tan fuerte en nosotros como en los otros. Como segunda consideración, debemos reconocer que Wittgenstein entiende por pensamiento a muchas actividades distintas, y cada una de esas acciones adquiere sentido en una situación de nuestra vida, de ahí que decimos que se piensa cuando hablamos, cuando escribimos, cuando leemos, y cada una de esas acciones tiene ciertos rasgos parecidos, los cuales aprendemos a reconocer en las demás personas. No hay algo en común a todo aquello que denominamos pensamiento, sino que existen ciertos parecidos entre cada una de las acciones que realizamos mientras pensamos. Pretendemos encontrar una definición de la palabra pensamiento, como si se refiriera a una sola cosa, pero nos topamos con un uso de la palabra demasiado amplio, y al desconocer dicho uso, es cuando se nos presentan las 88 complicaciones al querer describirlo. Es por tal razón que Wittgenstein plantea que: No estamos preparados en absoluto para la tarea de describir el uso, pongamos por caso, de la palabra "pensar". (Y ¿por qué deberíamos estarlo? ¿Para qué sirve tal descripción?) Y la idea ingenua que uno se forja de aquello en nada corresponde a la realidad. Esperamos ver un contorno liso y regular, y lo que obtenemos es uno fragmentado. Aquí realmente se podría decir que nos formamos una imagen falsa. De esta palabra no se debe esperar que tenga una aplicación homogénea; más bien debe esperarse lo contrario. (Wittgenstein, Observaciones Sobre los Fundamentos de las Matemáticas, 1987, pág. §5) Como tercera consideración, podemos comprender que la ciencia se equivoca respecto a nuestra descripción del pensamiento porque los fenómenos de nuestra vida interna como el sentir, desear, pensar, amar, cada uno de esos fenómenos que constituyen nuestra vida, que usamos en nuestra cotidianidad, no les corresponde ninguna explicación epistemológica, puesto que son conceptos íntimamente ligados a nuestras acciones, a nuestras actividades, y éstas no pueden tratarse como si fueran un objeto de la realidad, explicándolos a partir de causa y efecto. A propósito de esto Wittgenstein establece que: “el comportamiento de los seres humanos no se puede prever, no puede ser calculado” (Wittgenstein, Observaciones Sobre la Filosofía de la Psicología Vol I, 2006, pág. §950). 89 Nuestras acciones no podrían ser predichas por principios epistemológicos o teorías, porque son infinitamente diversas, porque las formas de amar, se sentir, de pensar, son infinitamente diferentes, manifestamos de múltiples formas un mismo sentimiento, una misma emoción. Estas son acciones que cobran sentido en la vida del ser humano, y es esto lo que imposibilita a la ciencia el explicar nuestra vida interna a partir de principios epistemológicos. Por lo tanto, el pensamiento, el amor, los sentimientos, se encuentran fundamentados en algo que no tiene nada de científico, y son nuestras acciones más instintivas, es por eso que Wittgenstein describe el pensamiento atendiendo al uso cotidiano que hacemos de esa palabra, porque son nuestras acciones las que aparecen de telón de fondo a ese fenómeno tan complejo. Ahora bien, otra problemática que mencionamos en este capítulo, se desprende también de ver el pensamiento en términos causales. Así, al argumentar que el pensamiento, por ejemplo, en manifestaciones como la lectura y la escritura, no son más que el resultado de relaciones causales dentro del cerebro, nos lleva a pensar que si se lograra programar los integrados de una máquina para que también pudiera leer y escribir, entonces podríamos decir que piensa. En consecuencia, el pensamiento no sería más que el resultado de un movimiento de carácter mecánico en nuestro cerebro, brindándole la posibilidad a una máquina que, de lograr hacer nuestras mismas actividades, también pudiéramos decir que piensa. 90 No obstante, hay que tener en cuenta que se está viendo el pensamiento partiendo de un error que ya mencionamos, y es el hecho de mirar el pensamiento en términos de causa-efecto. Se cree, pues, que el pensamiento no es más que el resultado de un proceso de carácter fisiológico que ocurre en nuestro cerebro. Y, que, si una máquina llegara a programarse para realizar las mismas acciones que nosotros hacemos, entonces se diría que ellas piensan (Wittgenstein, Observaciones Sobre los Fundamentos de las Matemáticas, 1987, pág. 5). Sin embargo, Wittgenstein plantea que la posibilidad de adjudicarles la habilidad del pensamiento a las máquinas no se reduce solo al mero hecho de que las máquinas también puedan leer, escribir, como si el pensamiento se tratara solo de una actividad aislada del ser humano. La imposibilidad que ve Wittgenstein respecto a creer que una máquina pueda pensar, consiste en que el pensamiento es una habilidad que adquiere sentido en nuestra vida, una habilidad que usamos en infinitas situaciones de nuestra cotidianidad. En consecuencia, atendiendo al ejemplo citado en la primera parte de este segundo capítulo sobre la calculadora (Wittgenstein, Observaciones Sobre los Fundamentos de las Matemáticas, 1987, pág. §63), en el cual Wittgenstein propone si una calculadora puede pensar por sí sola, o si pasara un animal y realizara una operación matemática de forma correcta, entonces se podría decir que la calculadora está pensando, lo que él argumenta es que una calculadora no podría pensar por mucho de que se encuentre encendida, porque lo que hace que de algo, un cálculo matemático, es el hecho de que 91 ese cálculo realizado esté contextualizado dentro de nuestra vida humana. Es en nuestra vida en donde ese cálculo adquiere sentido. Del mismo modo en que para que haya un pensamiento, debe haber una función dada para él dentro de nuestra vida. Pensamos de distintas formas, y lo manifestamos en un número infinito de situaciones. No llamamos pensamiento a una sola actividad, o a varias, llamamos pensamiento a un infinito número de actividades que adquieren sentido en tanto que constituyen nuestra vida. A todas estas actividades son las que Wittgenstein denomina como un ‘operar correctamente con signos’ (Wittgenstein, The Big Typescript, 2005, pág. §52), es decir, el pensamiento como un operar con signos no es más que ver el pensamiento atendiendo a las distintas formas en que usamos esa palabra, reconociendo que hay infinitas actividades que realizamos pensando. Operamos correctamente con signos en tanto que reconocemos esa habilidad en los demás, en tanto que escribimos, leemos; cuando se nos menciona un concepto y reaccionamos correctamente ante el dentro del juego de lenguaje en el que tiene lugar, etc. Es por tal razón que Wittgenstein argumenta lo siguiente: Por tanto, el hablar del pensamiento como de una "actividad mental" produce confusión. Podemos decir que pensar es esencialmente la actividad de operar con signos. Esta actividad es realizada por la mano, cuando pensamos escribiendo; por la boca y la laringe, cuando pensamos hablando; y si pensamos imaginando signos o imágenes, no puedo indicarles un agente que piense. Si se dice entonces que en estos casos es la mente la que piensa, yo llamaría solamente la atención sobre el hecho 92 de que se está utilizando una metáfora, de que aquí la mente es un agente en un sentido diferente de aquel en que puede decirse que la mano es el agente al escribir. (Wittgenstein, Cuaderno Azúl y Marrón, 2007, pág. 33) A partir de lo anterior podemos ver que el operar con signos no es más que las distintas acciones que realizamos en tanto que seres humanos, acciones que reflejan el hecho de que pensamos. Esta es, pues, una concepción que no ve el pensamiento como algo oculto, o como un proceso de carácter fisiológico, sino como un concepto que usamos y que adquiere sentido en tanto que cumple un papel en nuestra vida. De modo que no hay que buscar dentro de nuestra masa encefálica, sino reconocer la gramática de la palabra, es decir, la forma en que la usamos, el papel que esta cumple en nuestra vida. De ahí que Wittgenstein argumente que: “Pero un pensamiento tiene sólo un exterior y ningún interior. Analizarlo no significa penetrar en él. Una vez más todo lo que uno puede hacer es hacer explícita la gramática de la palabra ‘pensar’” (Wittgenstein, Investigaciones Filosóficas, 1999, pág. 58). Por consiguiente, se tiene pensado que el hecho de mirar a los fenómenos psicológicos como el pensar, de una forma distinta a la científica, es como si se cayera a un pozo viciado de metafísica fundamentado en un sinsentido, producto de alejarlo de lo que conocemos comúnmente, y que se entiende como ciencia. La cuestión difícil en este punto, y es lo que propone Wittgenstein, es el mirar de otra forma el fenómeno del pensamiento, de no reducirlo a una sola cosa, admitiendo que es tan complejo y variado como lo 93 son nuestras vidas humanas. Teniendo en cuenta que lo más importante en cuanto a los fenómenos meramente humanos, no es el hecho de explicarlos, tal y como hace la ciencia con los fenómenos de la naturaleza, sino de describirlos, es allí donde está lo complejo, en el dejar de tratar de explicar nuestros fenómenos psicológicos, para empezar a describir la forma en que manifestamos esos fenómenos en nuestras acciones, y no pensar en esa descripción como algo incompleto, sino como algo que acota lo que somos, esto es, seres humanos. Operar con signos no es más que las distintas y múltiples formas en que se manifiesta el pensamiento en nuestras acciones. Teniendo en cuenta que Wittgenstein no reduce el pensamiento a mera conducta, como si el cerebro no tuviera nada que ver con lo que llamamos pensar. Si bien, puede que sea cierto que el cerebro tenga algo que ver con el pensamiento, en tanto que es un órgano del cuerpo, eso no quiere decir que el pensar se reduzca solamente a ese lugar. En efecto, el pensamiento es algo que predicamos de un ser humano, de una persona, es por tal razón que no podemos reducir el pensar a una ubicación física dentro de nuestro cuerpo. Sí, el cerebro tiene que ver con nuestro pensamiento, de la misma forma en que tiene que ver nuestra mano cuando escribimos, nuestra boca cuando hablamos, etc.; sin necesidad de reducir el pensar a ese lugar en específico. El pensamiento es, pues, algo que se predica de un ser humano, y es esto lo que nos quiere mostrar Wittgenstein, no piensa, no siente, no se emociona un lugar de nuestro cuerpo, es algo que ocupa todo lo que somos, nuestro interior y nuestro exterior, tanto 94 el cuerpo como el alma. Es por tal razón que él plantea que el pensamiento y su manifestación está unida. Lo interno y lo externo se encuentran unidos en nuestras manifestaciones de pensamiento. Esto es, pues, un llamado de atención a las ciencias de ocuparse de su objeto de estudio, y no inmiscuirse en nuestros fenómenos internos, ya que estos solo pueden ser entendidos en tanto que sean analizados desde su propia naturaleza, desde el papel y función que cumplen en nuestra vida. No hay nada de científico en el sentimiento del amor, o del odio, son fenómenos que vivimos y que constituyen nuestra existencia, son fenómenos que surgen como resultado de la complejidad de nuestra vida humana, y que solamente desde allí, pueden ser comprendidos. 95 3. Aplicación de la Concepción del Pensamiento de Wittgenstein al Fenómeno de la Comprensión En el presente capitulo nos proponemos describir uno de los fenómenos psicológicos más utilizados por Wittgenstein en los que nos podemos apoyar para mostrar la forma en que funciona su concepción del pensamiento. Por lo tanto, en este capítulo aplicaremos lo que vimos en el capítulo anterior respecto al pensamiento, a otro de los fenómenos psicológicos, denominado comprensión. Es relevante hacer esta descripción puesto que nos ayuda a ver la forma en que la concepción Wittgensteiniana del pensamiento puede ser extendida hacia todos los fenómenos psicológicos; los cuales, como vimos, todos son tratados de abordar partiendo de la misma forma, es decir, tratándolos como si fueran fenómenos de la naturaleza, y reduciéndolos a explicaciones de tipo causal por la ciencia. Es menester tener en cuenta que este capítulo no estará dividido en subcapítulos como hemos trabajado los dos anteriores, puesto que trataremos de hacer un recorrido lineal respecto al fenómeno de la comprensión. Y, con excepción a la noción de gramática, la cual ampliaremos un poco más en este capítulo, y el papel de la descripción que también será ampliado un poco, los argumentos utilizados en favor de la comprensión como fenómeno que 96 adquiere sentido en nuestra vida humana, como concepto que predicamos de una persona, como fenómeno que no debemos intentar explicar sino describir en las conductas en que es manifiesto; van a ser abordadas de la misma forma en que lo hicimos en el capítulo anterior. Por lo tanto, lo primero que abordaremos en este capítulo respecto al problema de la comprensión, lo haré partiendo de una problemática en cuestión, esta es, ¿Cuándo sabemos que una persona comprende o no una orden?, puesto que se tiene pensado que la comprensión, en tanto que fenómeno que ocurre en nuestra cabeza, es difícil de ser reconocido en los demás. Sin embargo, Wittgenstein nos va a decir que la comprensión es un fenómeno que nosotros podemos ver y reconocer en los otros, puesto que al escuchar una orden existen ciertos patrones de conducta que nos permiten ver en los otros el hecho de que me hayan comprendido. Como segunda instancia, vimos en el capítulo anterior que los fenómenos psicológicos se encuentran constituidos por una gramática, es decir, por un conjunto de reglas que nos permiten usar esos conceptos en nuestra vida. Y, a su vez, esa gramática es distinta a la que regula los conceptos que se refiere a fenómenos físicos. En este punto del capítulo abordaremos el fenómeno de la comprensión partiendo del hecho de seguir reglas, puesto que esta reflexión que realiza Wittgenstein nos ayuda a comprender más la gramática que constituye los fenómenos psicológicos. 97 Inicialmente, el primer problema respecto al seguir reglas consiste en creer que la regla y su aplicación se encuentran separadas, y que lo único que las podría unir sería una interpretación. En consecuencia, la interpretación aparece en medio de la regla y la aplicación de esa regla. Sin embargo, veremos que Wittgenstein va a decir que entre la regla y su aplicación no hay nada en medio, sino que ambas se encuentran unidas. Tanto la regla como el uso de ella se unen en tanto que las usamos. Del mismo modo, podremos comprender que Wittgenstein va a defender el uso de la regla de una forma injustificada, es decir, no existe ninguna razón para el uso que hacemos de una regla gramatical, sino que simplemente aprendemos a usarla, lo hacemos confiadamente, tal y como ocurre con las reglas de la aritmética. Así pues, veremos que seguimos las reglas ‘ciegamente’, se nos enseña a usarlas, a confiar en ellas sin razón alguna. En consecuencia, lo que Wittgenstein nos va a decir en esta parte es que cuando comprendemos una regla, además de seguirla ciegamente, esa regla desarrolla en nosotros cierta habilidad o capacidad que nos permite actuar de tal forma en que sea claro el hecho de que hemos comprendido esa regla. La última consideración que abordaremos respecto a su noción de gramática consiste en que en vez de tener un carácter necesario, parece más bien tener un carácter arbitrario, puesto que las estructuras gramaticales que nosotros desarrollamos en nuestra comunidad no son las únicas, podemos imaginar gramáticas diferentes a las nuestras. De ahí que por el hecho de 98 imaginar un lenguaje diferente, y que las estructuras gramaticales que regulan nuestro lenguaje no puedan ser aplicadas a ese lenguaje distinto, niega el carácter necesario que se le pretende dar a la gramática que nosotros manejamos. Por otro lado, la última parte de este capítulo estará dedicada al papel que cumple la descripción respecto a nuestros fenómenos psicológicos. Vimos pues, que la pretensión de la ciencia era lograr explicar nuestros fenómenos psicológicos como si se trataran de objetos físicos, o de procesos fisiológicos que ocurren en un lugar de nuestro cuerpo. La explicación era algo que debíamos hacer, puesto que, el pensamiento, al estar ubicado dentro de nuestro cerebro, y al solo ver la forma en que manifestamos ese pensamiento en nuestras acciones, entonces parece que describir la forma en que manifestamos ese pensamiento en nuestra acción no es suficiente sino que hay que ir más allá, hay que explicar la causa que hay detrás de esa manifestación conductual, esta es, un proceso fisiológico en nuestro cerebro. Sin embargo, Wittgenstein va argumentar frente a esta posición que nuestros fenómenos psicológicos son abordados perfectamente en tanto que los describimos, puesto que no hay nada oculto, todo respecto a nuestros fenómenos psicológicos se nos muestra en su manifestación conductual. Así pues, lo que Wittgenstein nos va a proponer es que no veamos la descripción como un preámbulo para una posterior explicación de nuestros fenómenos psicológicos, sino que reconozcamos la descripción como la forma correcta de abordar esos fenómenos, reconociendo que son conceptos que adquieren 99 sentido en tanto que constituyen nuestra vida, en tanto que se predican de seres humanos, y en tanto que describen la forma en que vivimos. El problema de la comprensión, y el hecho de saber cuándo alguien entiende o no una determinada orden, es fundamental en la argumentación que realiza Wittgenstein en gran parte de su obra filosófica, sobre todo teniendo en cuenta que el comprender cabe perfectamente como una de las manifestaciones del pensar. Para esto, realicemos el mismo ejercicio que realiza Wittgenstein, el hecho de ¡seguir una orden!, es decir, en saber qué criterios utilizamos para decir que alguien comprende o no una determinada orden que se le da. Imaginemos a alguien que se le dice, por ejemplo, ¡ve a lavar los platos!, ¿cómo sabemos que la persona que se le dio la orden ha comprendido lo que se le ha dicho? Es absolutamente comprensible que la otra persona pueda decir que no ha entendido la orden, y, que por tal razón no puede seguir la orden que se le ha dado, por ejemplo porque desconoce algún concepto de los que se le han dicho, como el significado de lavar o de platos. Así, vemos en primer lugar la importancia que juega la familiaridad con los conceptos al momento de comprender una determinada orden, puesto que de no ser así, sería imposible seguir de manera correcta con la orden que se me está dando. Sin embargo, Wittgenstein sostiene que la forma de reconocer un concepto y de saber reaccionar frente a él, es cuando somos adiestrados, es decir, cuando ese concepto me es enseñado, cuando aprendo la forma de 100 utilizarlo en las situaciones en las que tiene lugar. De ahí que el autor sostenga que “(…) La comprensión se consigue a través de la explicación; pero también mediante el entrenamiento” (Wittgenstein, Zettel, 2009, pág. 36). Ahora bien, existen características para reconocer que el otro ha comprendido lo que le digo, y no se refiere a una explicación causal ni psicológica de las actitudes del otro, sino a través de la descripción de la acción. En efecto, el comprender aparece como algo manifiesto en la conducta, como algo que aprendemos a reconocer en los otros, pero no realizando una inferencia a partir de la conducta de los demás, como si la comprensión y la acción correspondiente fuesen dos cosas separadas, sino como conceptos interdependientes. A propósito de esto Wittgenstein establece lo siguiente: Ha hecho aquello que le había ordenado." -¡¿Por qué no se debe decir que hay una identidad entre la acción y las palabras?! ¿Por qué debo interponer una sombra entre ambas? Ciertamente poseemos un método de proyección. -Sólo que se trata de una identidad diferente: "He hecho aquello que él ha hecho" y, por otra parte, "He hecho aquello que él ha ordenado. (Wittgenstein, Zettel, 2009, pág. 56). Del mismo modo, podemos decir que alguien ha entendido lo que se le ha ordenado cuando vemos que esa persona reacciona de acuerdo con lo que se le ha dicho. Atendiendo al ejemplo que he empleado al principio de este capítulo, la forma de reconocerlo sería por el hecho de que esa persona se dirija a lavar los platos; o por el contrario, si no obstante decide no hacerlo, se puedan reconocer ciertos patrones de conducta o de gestos que dejen de manifiesto el hecho de que ha comprendido lo que se le ha dicho. 101 Por consiguiente, viendo que el criterio no es más que conductual, puesto que es manifiesto en la acción, es claro que el otro ha entendido lo que le dije porque logró obedecerme, sin necesidad, tal y como lo mencioné antes, de realizar una inferencia, puesto que la comprensión y la acción que la acompaña se hallan unidas. De igual forma, el uso es otro criterio para reconocer que el otro ha comprendido lo que se le ha dicho, es decir, si a alguien se le dice el concepto de ¡banco!, esa persona no solo debe saber reaccionar frente a ese concepto al escucharlo, sino que también debe saber utilizarlo en cada uno de los juegos en los que este tiene lugar. En consecuencia, “la oración, ‘debo entender la orden, antes de que pueda actuar conforme me lo indica’, tiene, por supuesto, sentido, pero ninguno de tipo meta lógico” (Wittgenstein, Zettel, 2009, pág. 56). Esta cita es muy diciente respecto al comprender, puesto que supone que no hay nada más allá de la comprensión misma que le dé sentido y explique lo que ocurre cuando alguien comprende una determinada orden, sino atendiendo a los criterios planteados por Wittgenstein de reaccionar frente a cierta orden o concepto que se expresa, y de saber usarlo en las circunstancias específicas en las que tiene lugar. Por otro lado, Wittgenstein no entiende el fenómeno del comprender de una forma unilateral, es decir, como si se tratara de un proceso que acote todo lo que contiene de suyo ese fenómeno. Al contrario, el comprender se refiere a distintos procesos, los cuales no tienen algo en común que determina lo que puede o no denominarse comprensión, sino ciertos parecidos, ciertos rasgos 102 que permiten comprender ese fenómeno. En efecto, nosotros en realidad no vemos una característica universal que compartan todas las cosas, esas características universales no existen, solo existen similaridades. Es por esta razón que Wittgenstein (2007) afirma que: “Llamamos comprender no a un proceso, sino a procesos más o menos relacionados entre sí sobre una base del uso real del lenguaje aprendido” (p.19). Ahora bien, comúnmente se ve la comprensión como un proceso que tiene lugar en un lugar del cuerpo, este es, en el cerebro, tal y como ocurre con el pensamiento, y con todos nuestros fenómenos psicológicos. Esta idea no parece del todo descabellada si se le pregunta a cualquier persona, puesto que la gran mayoría de ellos diría que efectivamente ese es el lugar donde ocurre tal fenómeno. Esta idea ha sido algo con lo que hemos crecido, una concepción demasiado arraigada en nuestra vida. Se tiene la costumbre de mirar el comprender como un ¡proceso mental!, es decir, como algo interno, algo oculto, o que solamente yo puedo conocer. De ahí que se tenga pensado que “se llama comprensión a un estado mental, y se caracteriza como un proceso hipotético” (Wittgenstein, Gramática Filosófica, 2007, pág. 21). Sin embargo, vemos que para Wittgenstein el comprender no ocurre de esa forma, y que para nada está oculto, sino que es manifiesto en las acciones. De modo que al comprender desarrollo una habilidad, me ayuda a continuar y actuar con base a lo que se me pida, y a seguir con una determinada orden. Se trata de reconocer en qué momento se puede decir que alguien ha entendido una orden. De ahí que Wittgenstein argumente que: 103 ¡Por esta vez deja de considerar el entender como 'proceso mental'! –Pues éste es el modo de hablar que te confunde. Más bien pregúntate: ¿en qué tipo de caso, en qué circunstancias decimos "ahora sé cómo continuar", si se nos ha ocurrido la fórmula? Tal modo de hablar es el que nos impide ver los hechos imparcialmente. Considera la pronunciación de una palabra a través de su representación gráfica. Cuán fácil es poderse convencer uno mismo de que dos palabras - por ejemplo "bello" y "vello"- tienen sonidos distintos en el uso diario, -porque uno las pronuncia de manera distinta, si se atiende directamente a la diferencia de sus grafías. (…)” (Wittgenstein, Zettel, 2009, pág. 81). Esta problemática del comprender una orden, Wittgenstein la asocia con el hecho de ¡seguir reglas! en nuestro actuar, puesto que nuestras acciones también se ven guiadas por reglas, pero para poder actuar conforme a ellas, primero debo comprenderlas. Vemos que cada una de las actividades que realizamos comúnmente están sedimentadas por reglas; la misma gramática que regula nuestro uso del lenguaje no son más que un cúmulo de reglas que la constituyen. Así, pues, sería interesante pensar en qué sentido podemos decir que hemos aprendido la regla, y que en consecuencia, actuamos conforme a ella. El problema con el hecho de seguir reglas consiste en primera instancia en creer que entre la regla y su aplicación existe una especie de proceso cognitivo de interpretación. Algo que aparece en medio, y que podemos comprender atendiendo a la siguiente cita: ¿No hay acaso un hueco entre orden y ejecución? ‘Lo comprendo, pero solo porque agrego algo, a saber, la 104 interpretación’. –pero si dijera: ‘toda oración requiere una interpretación’, eso significaría: ninguna oración puede ser comprendida sin algo adicional. (Wittgenstein, Gramática Filosófica, 2007, pág. 9) A partir de lo anterior podemos comprender que la interpretación, en tanto que proceso cognitivo, determina el buen o mal uso de la regla. Sin embargo, es bien sabido que una interpretación necesariamente o es verdadera o es falsa, lo cual implica que se necesite de otra regla para determinar la verdad o falsedad de la interpretación que se realizó por primera vez. Por tanto, esta argumentación conduce a una regresión ad infinitum, puesto que toda interpretación necesitaría de otra para determinar su carácter de verdad. De ahí que Wittgenstein conduzca al absurdo esa idea de la interpretación como proceso intelectual, localizado en medio de la regla y la aplicación de ésta (Wittgenstein, Gramática Filosófica, 2007, pág. 9). Por otro lado, Wittgenstein ataca la idea de dar razones o explicaciones al porqué del uso de una determinada regla, puesto que se toma a la regla como algo que necesita ser explicado, y no que se sostiene por sí solo como fundamento de nuestro lenguaje, y de nuestras acciones. Para explicar esto, es menester apelar al juego de lenguaje de las matemáticas, es decir, las reglas que constituyen el sistema de los números, y la forma en que aprendemos a seguir estas reglas tal y como lo plantea Wittgenstein. Pensemos en cuando se nos enseña una determinada regla de las matemáticas, cualquiera que sea la regla, ¿acaso se nos da alguna explicación del por qué 2 + 2 es igual a 4? 105 ¿Acaso los profesores nos dan razones del por qué las reglas de la aritmética son de esa forma y no de otra? Vemos, pues, que no aprendemos a usar dichas reglas de la aritmética de la forma antes mencionada, el juego mismo de las matemáticas excluye el hecho de brindar razones por las que una regla es de una forma y no de otra, simplemente nos enseñan a usarla, a seguir con el cálculo. Des por tal razón que Wittgenstein sostiene que: “Él debe continuar de esta manera sin una razón. Sin embargo, no, pues aún no se le pueda hacer entender la razón, pero porque en este sistema no existe ningún tipo de razón. ("La cadena de razones tiene un fin.") Y el de esta forma (en "continuar de esta forma") se designa mediante una cifra, un valor. Pues en este nivel, la expresión de la regla se explica por el valor, no el valor por la regla” (Wittgenstein, Zettel, 2009, pág. 58). En consecuencia, cuando se nos enseña una regla de la aritmética, se nos enseña a seguirla, es decir, a continuar de la misma forma en como está procediendo la persona que nos enseña. No aprendemos a usar los conceptos a partir de reglas explicitas. Es por tal razón que: ¿Cómo es que, entonces, comprendemos la palabra con esta definición? ¿Cuál es el signo de que alguien comprende un juego? ¿No se aprende un juego simplemente viéndolo jugar? Aprender y hablar sin reglas explícitas. Siempre estamos comparando el lenguaje con un juego que procede de acuerdo con reglas. (Wittgenstein, Gramática Filosófica, 2007, pág. 15) 106 De modo que, es claro que no aprendemos el lenguaje atendiendo a reglas claras que nos van explicando en la medida en que vamos siendo adiestrados a comprender los conceptos de un determinado lenguaje. Es por tal razón que el criterio para decir que he comprendido esa regla, es que yo pueda seguir con el cálculo que realizo, el hecho de tratar de encontrar razones carece de sentido luego de que he comprendido a cómo calcular, es ahí donde realmente está lo importante, es decir, en el comprender lo que se me está pidiendo, reaccionar frente a ello, y poder seguir la regla Ciegamente tal y como lo establece Wittgenstein. Esta expresión es fundamental, puesto que supone cierto grado de confianza en el camino que establece la regla en nuestro actuar, sin explicaciones, simplemente es el actuar conforme a la forma en que ella me lo indica. Para Wittgenstein, el dominio o comprensión de una regla se convierte en el dominio de una técnica, entendiendo la técnica como una especie de habilidad o capacidad que se desarrolla luego de cierto adiestramiento en medio de nuestra vida (Wittgenstein, Investigaciones Filosóficas, 1999, pág. 38). En efecto, por ejemplo, el comprender las reglas del juego de Baloncesto, desarrolla en mí cierta habilidad y destreza que me permite no solo jugar ese juego, sino también, en la medida en que he comprendido lo suficientemente bien ese juego, enseñar a otros, y jugar con aquellos que también han aprendido a dominar esa técnica. A partir de lo anterior, podemos comprender que Wittgenstein propone una comprensión de la noción de regla, viéndola desde la forma en que 107 usamos esas reglas en nuestra vida, un uso meramente cotidiano. Así pues, la regla se convierte en una herramienta, es decir, algo que utilizamos en determinadas ocasiones específicas de nuestra vida. Del mismo modo, este uso de la herramienta desarrolla una habilidad en el sujeto que aplica correctamente dicha regla. Y, luego, esa habilidad la desarrollamos con tal claridad, rapidez y espontaneidad, que parece que no necesitáramos ya de dicha regla. Prescindimos de ella en tanto que al momento de realizar la acción, ya no necesitamos de estar pensando en la regla, tal y como ocurre cuando apenas la estamos comprendiendo, sino que ésta ya se ha vuelto parte de nosotros, ya la hemos interiorizado de tal forma que podemos actuar conforme a ella casi que de forma meramente instintiva. Pensemos en el ejemplo que utilizamos en el capítulo anterior cuando aprendemos a manejar bicicleta, puesto que, al principio, tenemos presente ciertas reglas que nos permiten ir desarrollando esa actividad. Tratamos de manejar con cuidado, nos caemos, y volvemos a levantarnos tratando de lograr interiorizar a partir de la práctica, un grupo de reglas que me permita desarrollar con claridad y fluidez esa acción. Y, luego de comprender las reglas, de tener el suficiente equilibrio sobre la bicicleta, entonces logro desarrollar con total claridad y espontaneidad esa acción. Ya no necesito de las reglas, sino que lo hago instintivamente, el desarrollo de esa actividad se vuelve parte de mí. De ahí que Wittgenstein sostenga que: “Una explicación, una tabla, se usa en primer lugar cuando se la ‘consulta’; después se consulta 108 en la cabeza, y, finalmente, hacemos como si no hubiera existido nunca” (Wittgenstein, Gramática Filosófica, 2007, pág. 23). Del mismo modo, hay que tener en cuenta que las reglas no son una especie de campo de fuerza que determine nuestro curso de acciones, sino que más bien debemos verla como que regula las acciones que realizamos. Así, atendiendo al ejemplo anterior, las reglas del baloncesto no determina en qué momento un jugador debe poner un pase o debe lanzar al aro, sino que es algo que le compete al jugador. Aunque dentro de esa “libertad” que posee el jugador, existe cierto condicionamiento por parte de las reglas, puesto que para lanzar al aro del equipo contrario, se tiene un tiempo máximo de 24 segundos en la posesión del balón. Del mismo modo ocurre con los otros juegos como el ajedrez, el futbol, y con nuestro curso de acciones, puesto que no se encuentran determinadas por las reglas, pero en cierta medida se ven guiadas por ellas. Así pues, Las reglas son el conjunto de posibilidades dentro de las que tiene lugar nuestras acciones. Algo que es muy importante dentro de la argumentación Wittgensteiniana respecto al seguir una regla, es el hecho de negar una aparente necesidad casi indubitable de las reglas, es decir, el pensar que las reglas, en tanto que necesarias, nieguen la existencia de unas distintas a ellas. Esta idea es defendida por el autor puesto que deja claro que es posible el hecho de que se den diferentes juegos del lenguaje. Por ende, de la misma forma en que se pueden pensar en la existencia de otras reglas producto del adiestramiento que recibimos en nuestra forma de vida, también se pueden 109 imaginar lenguajes distintos, puesto que cada uno de ellos supone una gramática que lo constituye (Wittgenstein, Investigaciones Filosóficas, 1999, pág. 13). En consecuencia, vemos que para Wittgenstein la gramática, en vez de tener un carácter necesario, parece más bien tener un carácter arbitrario, puesto que las estructuras gramaticales que nosotros desarrollamos en nuestra comunidad no son las únicas, podemos imaginar gramáticas diferentes a las nuestras. De manera que, por el hecho de imaginar un lenguaje diferente, y de que las estructuras gramaticales que regulan nuestro lenguaje no puedan ser aplicadas a ese lenguaje distinto, niega el carácter necesario que se le pretende dar a la gramática que nosotros manejamos. Es por tal razón que: “El hecho de que calculemos con determinados conceptos y no con otros muestra únicamente cuán diferentes son las herramientas conceptuales (cuán poca razón tendríamos aquí para suponer alguna uniformidad)” (Wittgenstein, Zettel, 2009, pág. 66). En suma, nuestra estructura gramatical es simplemente una entre muchas, no es del todo necesaria, sino más bien, una herramienta más dentro de la totalidad del lenguaje. El Imaginar un lenguaje distinto niega el carácter de necesidad de la gramática que tenemos, puesto que esta no es más que el producto de regularidades o coincidencias en nuestro actuar, y estas acciones varían según las necesidades de los miembros de cierta comunidad. Por otro lado, algo que también hay que tener en cuenta en la reflexión que realiza Wittgenstein es que la arbitrariedad de la gramática también 110 conlleva a cierta independencia o autonomía del lenguaje, puesto que luego de haberse aprendido ciertos conceptos, es como si estos se independizaran de la realidad. De hecho, hay muchos conceptos que luego de haberlos comprendido, pueden dar lugar a otros conceptos; una idea que se apoya en el siguiente aforismo establecido por Wittgenstein: ¿Cómo he llegado, pues, al concepto 'enunciado' o al concepto 'lenguaje'? Con toda seguridad, sólo a través de los lenguajes que he aprendido. –Sin embargo, en cierto sentido parecen haberme llevado más allá de sí mismos, pues ahora soy capaz de construir un nuevo lenguaje, por ejemplo, el inventar palabras. En consecuencia, tal construcción pertenece también al concepto de lenguaje. Pero sólo si quiero establecerlo así. (Wittgenstein, Zettel, 2009, pág. 62). Por lo tanto, los conceptos que constituyen mi vida, conceptos que aprendemos a partir del señalar un objeto en la realidad, por ejemplo, el concepto de silla, se independiza de la realidad en la medida en que después de haber aprendido ese concepto, después de usarlo, ya no necesito más del objeto al que se refiere, sino que ese concepto se endurece, se convierte en una especie de regla para determinar aquello que se puede denominar como silla o no. Del mismo modo que ese concepto, luego de cierta complejidad en nuestra vida, y de usarlo, puede dar origen, sin pensar en términos causales, de otros conceptos; pero no es algo que Wittgenstein vea como algo imposible, es más, esa posibilidad es innata al lenguaje mismo. Ahora bien, de la misma forma pensemos el siguiente aforismo establecido por Wittgenstein: 111 Supóngase que hay que describir cómo aprenden los seres humanos a contar (en el sistema decimal, por ejemplo). Se describe lo que hace y dice el maestro y la forma en que reacciona el discípulo. En aquello que hace y dice el maestro, se encontrarán, por ejemplo, palabras y gestos que se supone animan al discípulo a continuar una serie; también expresiones como "ahora sabe contar". Aparte de las palabras del maestro, ¿debe contener mi propio juicio: la descripción que doy del proceso del maestro y del aprendizaje: ahora el discípulo es capaz de contar; o bien: el discípulo ha entendido ahora el sistema de los numerales? Si no incluyo tal juicio en la descripción -¿está entonces incompleta? Y si lo incluyo, ¿voy más allá de la pura descripción? ¿No puedo abstenerme de ese juicio, ofreciendo como razón ésta: "Esto es todo lo que ocurre"? (Wittgenstein, Zettel, 2009, pág. 60). Este aforismo es de los más fundamentales para lograr entender el problema que Wittgenstein ve en el fenómeno de la comprensión, y el problema concerniente a todos los fenómenos psicológicos. De acuerdo con el seguir una regla de las matemáticas, vemos que hay ciertos gestos o manifestaciones conductuales que nos permiten reconocer el hecho de que alguien ha comprendido. Vemos pues que para el autor, tal y como lo mencioné antes, es manifiesto en la conducta el hecho de que se aprenda a calcular, es decir, no aparece como un proceso cognitivo interno, o como algo oculto a los demás. Ahora bien, hay algo que es aún más central en este aforismo, esto es, el papel de la Descripción dentro del fenómeno del comprender. En efecto, las manifestaciones conductuales por parte del alumno, el hecho de que pueda seguir la regla que se le está enseñando; y las expresiones realizadas por el 112 profesor, como ¡ahora sabes seguir la regla! O ¡y así sucesivamente! O ¡continúa de la misma forma en que te enseñé!, dejan claro que pueden ser descritas a través del lenguaje. De modo que la descripción de las acciones antes mencionadas, aborda de manera suficiente el proceso del comprender, sin necesidad de algo más allá de la descripción. Sin embargo, existe una pretensión, y es lo que Wittgenstein resalta en este aforismo, y es el hecho de mirar a la descripción como algo incompleto, como un paso intermedio para lograr algo aún mayor, puesto que se trata de partir de la descripción para realizar una explicación a la acción que se está describiendo. Recordemos que en el capítulo anterior veíamos que ese afán de explicar nuestros fenómenos psicológicos a partir de causas y efectos no es más que una pretensión epistemológica fundamentada en una concepción de los fenómenos mentales de tratarlos como si fueran objetos físicos. Así pues, es como si la descripción no fuese suficiente para abordar ese fenómeno, y entonces se necesitara de la explicación para abordarlo a cabalidad. Es por esta razón que Wittgenstein argumenta en el siguiente aforismo que: Aquí tropezamos con un fenómeno notable y característico en las investigaciones filosóficas: la dificultad -podría decir- no está en encontrar la solución, sino más bien en reconocer como la solución algo que parece como si fuera sólo un preámbulo de la misma. "Ya lo hemos dicho todo." -No se trata de algo que se desprenda de ahí, sino que precisamente ¡esto es la solución! Esto tiene que ver, según creo, con el hecho de que erróneamente aguardamos una explicación; mientras que la solución de la dificultad es una descripción, si la ubicamos correctamente en nuestras consideraciones. Si nos detenemos 113 en ella y no tratamos de ir más allá. La dificultad aquí está en: hacer alto (Wittgenstein, Zettel, 2009, pág. 61). Es claro, pues, que para Wittgenstein, el problema con el fenómeno de la comprensión no sólo es una dificultad conceptual, o de las reglas que regulan nuestro uso del lenguaje, sino un problema de carácter filosófico, es una actitud viciosa del filósofo, puesto que se trata de abordar el fenómeno de la comprensión de la misma forma en que se abordan los problemas científicos. En efecto, se trata de explicar en términos causales cómo es que ocurre tal proceso, apelando no solo a la conducta en la que se ve manifiesto, sino buscando a partir de la descripción que se hace de tal conducta, una especie de correlato interno que explique la forma en que tal fenómeno ocurre. Siempre tratando de encontrar algo detrás de las cosas, esculcando como si hubiese algo escondido detrás de nuestra conducta, y viendo como imposible el hacer un pare, como sostiene Wittgenstein, y decir que esto es suficiente, y que no hay nada detrás. Se trata pues, del hecho de que en filosofía no siempre se acotan los problemas con el hecho de dar explicaciones, y que es por tal razón que muchas veces se tienen las respuestas en las narices y no nos damos cuenta, y es porque miramos lo que tenemos en frente como algo incompleto, como algo que necesita ser explicado, y, aún peor, en términos causales, como si la causalidad tal y como se emplea en las ciencias, fuese una especie de modelo a todos los fenómenos de la vida humana. 114 Por lo tanto, Wittgenstein defiende el fenómeno de la comprensión como algo que escapa a una explicación en términos epistemológico-causales, y que se relaciona más como un fenómeno que tiene lugar en la vida humana, como algo manifiesto en cada cosa que hacemos, que fundamenta nuestra vida, y que escapa a la causalidad epistemológica precisamente porque se trata de nosotros los seres humanos, de nuestras acciones, las cuales varían de una forma indeterminada. No hay nada oculto, todo está a la vista en cuanto a nuestros fenómenos psicológicos En consecuencia, como diría Wittgenstein, simplemente actuamos de esa manera, no hay una explicación racional a ese hecho. ¡Actúo así!, y si me preguntas por qué lo hago de esa forma, no sabría qué responder, causarías cierto espasmo en mí, y te respondería de la misma forma, ¡porque actúo así! No hay otra explicación, no trates de buscar una, puesto que no la hay. El comprender, el sentir, pensar, desear, son conceptos complejos no por el hecho de estar ocultos, sino por ser conceptos que describen situaciones, acciones, actividades de nuestra vida, y nuestras acciones no pueden ser explicadas por la ciencia, sino que deben ser descritas. La descripción acota todo respecto a nuestros fenómenos psicológicos, la explicación no juega un papel preponderante en el juego de lo interno. 115 Conclusión. Comúnmente se ha abordado el problema del pensamiento partiendo de la pregunta ¿Qué es pensar?, una estructura de pregunta bastante utilizada en nuestro lenguaje. Esta forma de abordar el pensamiento se encuentra fundamentado en una visión del lenguaje según la cual el significado de las palabras son los objetos. De ahí que el significado de una palabra como silla, se convierte en el objeto silla. Del mismo modo se cree que por el hecho de que una palabra como pensamiento carezca de un objeto en la realidad al que represente, entonces debe referirse a un objeto que forma parte de otro lugar, este es, en nuestra cabeza. Por consiguiente, esta es la razón por la que preguntar por el pensamiento de esta forma, causa cierta perplejidad cuando nos proponemos responderla, puesto que nos inclina a buscar algo a lo que señalar, aunque no tengamos un objeto al que referirnos. De modo que se abordan los fenómenos psicológicos de la misma forma en que se abordan los fenómenos de la realidad. Esta concepción antes mencionada, fundamenta la pretensión epistemológica a ubicar el pensar dentro de nuestro cerebro. Se piensa que por el hecho de que el pensamiento esté ubicado dentro de nuestro cerebro, entonces es algo que está oculto, algo que no podemos ver en los otros. Todos esos fenómenos tienen algo en común, esto es, están ocultos a los demás. En suma, la ciencia trata de explicar todo aquello que forma parte de nuestra vida 116 interna como los sentimientos, las emociones, las percepciones, la comprensión, reduciéndolos a explicaciones fundamentadas en el principio de causa y efecto, unificando una multiplicidad de fenómenos bajo una sola visión. Por ende, todo el discurso que se pueda dar de nuestros fenómenos psicológicos, ha de darse a partir de la explicación causal que se establece entre las neuronas de nuestro cerebro. Es allí donde se originan dichos fenómenos. No obstante, en vista del espasmo que causa en nosotros esa forma de abordar el pensamiento antes mencionada, Wittgenstein nos propone una alternativa para abordar dicho fenómeno psicológico, la cual no trata de buscar un objeto al que corresponda el significado de la palabra pensamiento, sino en cómo usamos esa palabra en nuestra vida. Por lo tanto, en vez de preguntarse ¿Qué es pensar?, se pregunta ¿Cómo explicamos el significado de pensar?, es decir, la explicación del significado de esa palabra nos ayuda a entender la forma en que la usamos. Por lo tanto, ese cambio respecto a la forma de abordar el pensamiento lo que busca es tratar de entender el significado de las palabras atendiendo al uso que realizamos de esa palabra, el papel que ella cumple en nuestra vida. De modo que aprendemos a usar esa palabra sin necesidad de señalar un objeto de carácter físico, ni a un proceso fisiológico, sino que aprendemos a usar esa palabra reconociendo las situaciones en las que esa palabra tiene lugar, es decir, en las distintas acciones en las que la usamos. 117 En efecto, la palabra pensamiento se distingue de las otras palabras de carácter fisiológico y físico en tanto que está regulada bajo una gramática distinta, es decir, el conjunto de reglas gramaticales que constituyen los fenómenos psicológicos no es igual a los conceptos que se refieren a objetos físicos. Los conceptos como carro, casa, aprendemos a utilizarlos de una forma distinta a como aprendemos nuestros fenómenos psicológicos, un aprendizaje ligado al adiestramiento que recibimos, en el cual cada uno de esos conceptos adquieren un significado en nuestra vida. La gramática de los fenómenos psicológicos refleja un uso de los conceptos íntimamente ligado a nuestra vida, a la función que cumple esa palabra en nuestro lenguaje, es por tal razón que tratarlos como fenómenos físicos, lo que hace es confundir dos gramáticas totalmente distintas, unificar dos juegos de lenguaje diferentes. En síntesis, no hay nada oculto en cuanto a nuestros fenómenos psicológicos. Nuestro pensamiento, emociones, sensaciones, son manifiestas en nuestras acciones. No tiene ningún sentido dudar del hecho de que otros piensan, puesto que es algo que veo, es una certeza de la que parto para poder comunicarme, para poder expresar lo que pienso hacia los demás. En suma, para poder tener acciones con sentido, la única forma de lograrlo es partiendo del hecho de que los demás también poseen esa habilidad. En consecuencia, llamamos pensamiento no a una sola cosa, no a un objeto ni proceso fisiológico, usamos la palabra pensamiento para referirnos a muchas actividades distintas. Cada una de esas distintas actividades son denominadas como operar con signos, es decir, pensamos con la mano 118 mientras que escribimos, con la boca mientras que hablamos, etc., operamos con distintos signos, esto es, usamos de distinta forma la palabra pensar. Es esta, pues, la invitación que nos hace Wittgenstein, a describir el fenómeno del pensamiento desde las situaciones de nuestra vida en las que tiene lugar. A no ver la descripción como algo incompleto, sino como una forma de abordar la naturaleza propia del pensamiento, un concepto íntimamente ligado a nuestra vida, al igual que ocurre con todos nuestros fenómenos de carácter psicológico. El pensar, odiar, amar, son conceptos que se predican de una persona, conceptos que son complejos no por el hecho de estar ocultos a nuestros sentidos, o por no saber explicar exactamente lo que ocurre en nuestro cuerpo, ni en dónde ocurren, sino cuya complejidad se refiere al hecho de estar sedimentados por nuestras acciones, por nuestras actividades, que son las que, a fin de cuentas, se encuentran como sustrato a esos fenómenos . 119 Bibliografía Churchland, P. M. (1996). The engine of rehaznos, the seat of the soul. Massachussetts: The MIT Press. Tomassini, A. (2005). Lenguaje y Anti Metafísica. México: Plaza y Valdés. Wittgenstein, L. (1987). Observaciones Sobre los Fundamentos de las Matemáticas. Madrid: Alianza. Wittgenstein, L. (1988). Sobre la Certeza. Barcelona: Gedisa. Wittgenstein, L. (1996). Últimos Escritos Sobre la Filosofía de la Psicología. Madrid: Tecnos. Wittgenstein, L. (1999). Investigaciones Filosóficas. Barcelona: Altaya. Wittgenstein, L. (2005). 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