La mentira, los procesos neurocognitivos y el contexto jurídico

La mentira, los procesos neurocognitivos y el contexto jurídico.
Astrid Yulet Galvis Restrepo
“Nuestros descendientes mentirán
como lo hicieron los ancestros.”
(Voltaire)
Resumen
En el presente artículo se hizo una revisión sobre los conceptos de mentira y engaño
desde diversas perspectivas. El hombre es producto de la evolución en la cual se
configuraron diversos cambios cerebrales que le permiten tener habilidades propias,
como la función ejecutiva, uno de los procesos neurocognitivos fundamentales para
que se pueda planear, programar, verificar y autorregular el comportamiento y por
ende, estructurar una mentira. Si se considera la posibilidad de que no siempre se dice
la verdad, esto tendría un alto impacto en el contexto jurídico fundamentalmente en
casos tales como los de denuncias falsas por parte de niños o adolescentes victimas
de presunto abuso sexual.
Palabras claves: engaño, mentira, cerebro,
contexto jurídico y falsas denuncias.
neurocognición, funciones ejecutivas,
Abstrac
In this article we reviewed the concepts of lying and deception from various
perspectives. Man is the product of evolution in which different shaped brain changes
that enable you to own skills, as executive function, one of the fundamental
neurocognitive processes so you can plan, schedule, monitor and self-regulate behavior
and therefore structuring a lie. If we consider the possibility of not always telling the
truth, it would have a high impact on the legal context primarily in cases such as false
allegations by children and adolescents victims of alleged sexual abuse.
Key words: cheating, lying, brain, neurocognition, executive, legal context and false
allegations
Introducción
La mentira y el engaño han estado presentes a lo largo de la historia como
estrategias inherentes a las especies: animal, vegetal y humana. De tal forma, que
existen múltiples aproximaciones a estos fenómenos desde vertientes: etológicas,
botánicas, religiosas, antropológicas y psicológicas, entre otras. Si consideramos la
evolución humana y particularmente su estrecha conexión con el desarrollo del cerebro
no solo estructural sino funcionalmente así como la influencia de la cultura en este
proceso y su relación con el comportamiento, se podría concebir la capacidad que tiene
el sujeto de mentir, habilidad propia de hombre, por su nivel de intencionalidad
(Camacho, 2005) a diferencia de las otras especies que engaña para lograr su objetivo
pero carecen de los procesos neurocognitivos que le permitan diseñar diversas
estrategias que a lo largo del desarrollo evolutivo se complejizan para distorsionar la
información y lograr su propósito.
Si bien se ha establecido que la mentira tiene una ventaja adaptativa (Fuentes,
2013) y que es una estrategia de interacción social (González, 2010), también es
necesario considerar las implicaciones que puede tener en el ámbito jurídico y sus
repercusiones en el desarrollo de casos tales como los de abuso sexual y los
testimonios sobre los presuntos agresores.
Una declaración falsa puede realizarse de forma intencional o puede estar
influenciada por un tercero quien tiene un objetivo específico. En la literatura se han
descrito cifras porcentuales de alegatos falsos entre el 6% y el 8% (Bruck, Ceci y
Hembrooke , 2001 citados en Ovejero, 2008) estiman que entre un 5% y un 35% de los
casos que se denuncian en realidad no han sucedido. Estas discrepancias en los
porcentaje pueden estar asociadas con las diferentes definiciones de acusación falsa,
y acusación no probada ya que no son iguales los términos (Gómez & Monsalve, 2013)
y en algunos datos arrojados en las investigaciones no se establecen claramente estas
diferencias.
En Colombia, aunque la prevalencia del abuso sexual infantil es alta según el
Instituto de Medicina Legal, en el 2004 se presentaron entre las edades de 10 a 14
años, 5.201 casos de mujeres presuntas víctimas de abuso sexual (sin incluir los datos
de Bogotá).
¿Qué es la mentira y/o el engaño?
Estos conceptos tienen muchas acepciones; para algunos autores existen
pequeñas diferencias (Delgado 1,994) para otros casi que son sinónimos (Riviere y
Sotillo 1994, citado en Ortega, 2010).
La etimología de la palabra “mentira” proviene del latín “mentalis”, (mental); de
allí se define como “lo que se dice contra la mente” en el sentido de la voluntad
deliberada de proferir algo falso.
Para Catalán (2005) “Mentir es afirmar mediante palabras aquello que creemos
falso con la intención de que el receptor de nuestro mensaje crea que es verdadero.
Simular es hacer lo mismo, pero no ya con palabras sino mediante gestos, acciones,
omisiones o silencios” (p. 39). Por tanto para este teórico, mentir y simular son dos
formas básicas de engañar a alguien.
En palabras de Camacho (2005) la mentira implica un tipo de comunicación
intencional en la que el emisor trasgrede un principio básico sacando un beneficio de
él: la presunción de sinceridad de la información que transmite por parte del receptor.
De igual forma,
Gonzales (2010)
plantea un componente esencial: el nivel de
intención que se tiene, la cual pretende un resultado específico.
Engañar viene del latín vulgar “ingannare” (burlarse de alguien) que sería un
derivado del verbo “gannire” ('regañar','reñir'). De igual forma, Masip, Garrido y Herrero
(2004) resaltan el componente intencional y definen el engaño como:
El intento deliberado, exitoso o no, de ocultar o generar y/o manipular de algún
otro modo información factual y/o emocional, por medio verbal y/o no verbal con
el fin de crear o mantener en otra(s) persona(s) una creencia que el propio
comunicador considera falsa (p. 148).
Contrario a lo que plantea Sotillo y Riviere (2001) la mentira es una conducta
propia del humano, las otras especies no puede mentir porque no tienen un lenguaje
que les posibilite expresar lingüísticamente el engaño.
Bonafina (2006) plantea que la mentira ha sido considerada a lo largo de la
historia como una transgresión social. Es una acción que genera consecuencias
importantes en el contexto de la ley, de igual forma también ha sido considerada por la
religión como una falta o un pecado grave; por esto la mentira ha estado en el origen
“del derecho y de la moral”.
Aparte de la connotación moral, investigadores atribuyen un papel relevante a la
mentira como modulador de las interacciones sociales en la medida en que hacen parte
de la cotidianidad de comportarse para crear y mantener relaciones sociales (Estrada,
2004, Martínez, 2005 citados en Gonzales, 2010).
Según Catalán (2005), quién miente debe pensar más que quien dice la verdad
ya que debe afianzar la coherencia de sus argumentos, debe tener control sobre sus
emociones y prestar atención a su lenguaje corporal para que no delaten su verdadero
pensamiento. “una buena mentira precisa fantasía, pensamiento analítico, capacidad
combinatoria, planificación estratégica y buena memoria” (p. 54).
Evolución del engaño y la mentira.
Si retomamos la perspectiva etológica encontramos que el engaño es uno de los
mecanismos de adaptación que tienen las especies para sobrevivir, entre ellos el
mimetizarse o camuflarse para confundir a los depredadores,
tomando formas y
funciones diversas que les permitan tener una apariencia inofensiva, lo cual plantea un
despliegue de imitaciones que fue lo que Darwin, considerado el padre de las
neurociencias, denomino “trucos del teatro de la naturaleza”, (Catalán, 2005) de igual
forma como él lo planteó estas formas de comunicación también están inmersas de
emociones que generan aproximaciones o evitaciones.
De acuerdo con Lorenzo (2006):
Es razonable pensar que la mentira humana es un descendiente modificado del
mismo rasgo ancestral del que desciende la capacidad de engaño presente en
otras especies de primates. Estas capacidades probablemente se desarrollaron
por su enorme valor adaptativo en un escenario evolutivo de socialización
creciente (p. 2)
Considerando este legado biológico, es claro que la evolución de las especies
también ha posibilitado que los comportamientos cada vez sean más complejos. Es así
como los chimpancés solo difieren en un 2,5% en sus genes con el homo sapiens
(Eccles, 1992 citado en Rosselli, Ardila, Pineda & Lopera, 1992), estas diferencias en
gran medida están representadas en la competencia lingüística y el gran desarrollo del
lóbulo frontal, que ocupa un 30% de la corteza cerebral anterior (Muñoz & Tirapu 2001)
última estructura cerebral en madurar y mielinizarse. Adicional a esto cabe resaltar
que si bien es la región más grande también es la más compleja, de tal forma que
algunos autores la han denominado el cerebro del cerebro (Lopera, 2008) o el órgano
de la civilización. Esta región tiene una participación fundamental para concebir y
plasmar una mentira, lo cual precisa de un desarrollo cognitivo y una habilidad
intelectual (Catalan, 2005), que conlleva a que el ser humano tenga un modo particular
de estructurar las mentiras lo cual nos hace únicos entre las diversas especies
(Camacho, 2005).
Mentira, cerebro y procesos neurocognitivos.
Para lograr estructurar una mentira se requiere de diversos recursos o procesos
neurocognitivos (memoria, atención, lenguaje y funciones ejecutivas, entre otras) las
cuales se asientan fundamentalmente en la corteza cerebral; una de las regiones que
tiene mayor participación es el lóbulo frontal (Tirapu & Ustárroz, 2005). Esto se ha
demostrado en varias investigaciones (Spence, 2004) que han utilizado resonancia
magnética funcional y han encontrado una mayor activación del lóbulo frontal cuando
se genera una mentira, de igual forma Fuentes (2013) menciona que adicional a la
activación de este lóbulo, también están implicadas las regiones temporal y límbica,
área encargadas de la regulación de impulsos, el juicio, memoria, reacciones
emocionales y socialización.
El lóbulo frontal, es la región es la más reciente a nivel del desarrollo filogenético
y ontogenético (Muñoz, Tirapú & Ustárroz, 2001), está conformada por la corteza
prefrontal, que es la región anterior a la corteza motora primaria y premotora. La
corteza prefrontal es heterogénea desde el punto de vista funcional y anatómico
(Franco & Sousa, 2011), tiene un rico nivel de conexiones aferentes y eferentes tanto
corticales como subcorticales
con el resto de estructuras del cerebro, (Torralva &
Manes, 2009) entre ella con el sistema límbico (encargado de las emociones) lo que
permite que el lóbulo frontal pueda modular el comportamiento.
Jahansahi y Frith citado por Jordán y Vicente en el (2004),
plantean tres
cuestiones estratégicas para explicar el funcionamiento del córtex prefrontal o cerebro
ejecutivo en el desarrollo de las acciones voluntarias: que hacer (actúa eliminando o
inhibiendo lo que no se debe hacer), como hacerlo (planifica la acción de acuerdo con
la información sensorial) y cuando hacerlo (la motivación y la intencionalidad del acto).
Esta región, tiene un alto predominio en la autorregulación, interpretación de los
escenarios de acción, toma de decisiones y un aspecto fundamental en la participación
de la teoría de la mente o sistema de atribuciones para interpretar las intenciones de
los demás (Franco & Sousa, 2011). Lezard es quien plantea que el lóbulo frontal y
específicamente la región prefrontal es donde residen las funciones ejecutivas que son
las más complejas (Goldberg, 2001 citado Flores & Ostrosky, 2012), ya que nos
posibilitan la planeación, el control conductual, la flexibilidad mental, la memoria de
trabajo, la fluidez, la mentalización, la capacidad de pensar lo qué otra persona puede
estar pensando, pensará y/o reaccionará en relación a una situación o evento particular
(Flóres & Ostrosky, 2012) y conducta social.
Desarrollo de la función ejecutiva.
Las funciones ejecutivas son un conjunto de habilidades implicadas en la
generación, la supervisión, la regulación, la ejecución y el reajuste de conductas
adecuadas para alcanzar objetivos complejos, especialmente aquellos que requieren
un abordaje novedoso y creativo (Gilbert & Burgess, 2008; Lezak, 2004 citado en
Verdejo & Bechara, 2010).
Diferentes investigaciones reseñan que las funciones ejecutivas emergen a los
6 años, y plantean que la corteza prefrontal es plenamente funcional a comienzo de la
edad adulta (Flores & Ostrosky, 2012). Otros autores han referido que el periodo de
mayor desarrollo de la función ejecutiva ocurre entre los 6 y los 8 años (Pineda &
Trujillo, 2008), en este periodo los niños aprenden a autorregularse, pueden plantear
metas y evaluar consecuencias, aunque todavía se presenta cierto nivel de
impulsividad. Roselli et al. (1992) plantean que uno de los periodos de mayor
maduración cerebral específicamente de mielinización en corteza prefrontal
ocurre
entre los 11 y 12 años, lo cual coincide con la etapa de operaciones formales (modelo
Piagetiano), en la cual la característica fundamental es la evolución del pensamiento
hipotético deductivo, habilidad lógica combinatoria, doble reversibilidad (Dolle, 1993
citando en Flóres & Ostrosky, 2012) y la conciencia social.
Algunos teóricos sostienen que aproximadamente a los 12 años ya se posee
una organización cognitiva muy cercana
a la de un adulto aunque el desarrollo
completo se daría a los 16 años (Barkley, 1997; Chelune, Ferguson, Koon, & Dickey;
1986; Passler et al., 1985; Vygotsky, 1987; Welsh & Pennington, 1988; citados en
Pineda & Trujillo, 2008).
La capacidad de mentalización (teoría de la mente) se observa cuando los niños
son capaces de mostrar empatía, lo que implica un conocimiento de las emociones del
otro. La capacidad para abstraer el pensamiento y estado afectivo de alguien más a
partir de cierta información sin que la situación esté ocurriendo, requiere de procesos
más complejos. Existen algunas aproximaciones que ligan el desarrollo de la teoría de
mente con la de las decisiones orientadas al futuro durante la edad preescolar debido a
que ocurre una transición entre los 3 y 4 años, en la que el niño desarrolla un sistema
conceptual para representar estados mentales, lo que incluye entender estados
mentales de uno mismo y de los otros (Gopnik, 1993 & Perner, 1991 citado en Flores &
Ostrosky, 2012).
De acuerdo a lo anterior, se puede plantear que a partir del desarrollo
neurocognitivo y las investigaciones abordadas desde la teoría de la mente concluyen
que los niños mienten de forma elemental aproximadamente desde los 2 o 3 años de
edad y lo hacen con diversos propósitos, entre ellos: para generar una buena imagen
social, para ocultar alguna infracción, para proteger a algún adulto que la haya
cometido (Masip & Garrido, 2007). En la medida que se van cualificando los diversos
recursos cognitivos a lo largo de la infancia y la adolescencia y se gana en edad, se
hace más complejas y elaboradas (p, ej., Peskin, 1992; Polak y Harris, 1999; Talwar y
Lee, 2002, citado en Masip, 2007).
Retomando a Vasek (1986) citado en Masip (2007), plantea que hay tres
prerrequisitos para poder mentir: a) Ser capaz de ponerse en el lugar del otro b) tener
competencia comunicativa y c) poder comprender la intencionalidad. Para esta autora
desde los cinco años esto prerrequisitos están bastante desarrollados.
Según Ekman (1999) entre los 10 y 11 años los adolescentes poseen mayores
habilidades para mentir. Los procesos o estrategias para memorizar mejoran con la
edad, un relato falso implica una mayor exigencia en la construcción del engaño,
requiere establecer pasos por anticipado, requiere pensar en forma estratégica,
considerar lo que puede ser “creíble” para la otra persona y de acuerdo a esto mejorar
o ajustar su comportamiento. De igual, el adolescente tiene mayor fluidez verbal, lo cual
está respaldado por su aumento del vocabulario y pertinencia en la información
brindada, es más ágil cuando requiere improvisar y tiene un mayor control emocional
que le posibilita que no sea evidente sus posibles cambios fisiológicos lo cual podría
delatarlo fácilmente.
Conclusiones
En conclusión, los
diversos procesos neurocognitivos y emocionales que se
utilizan para mentir son propios de la especie humana considerando el nivel de
desarrollo alcanzado dentro de la evolución lo cual ha permitido al hombre planear,
programar y verificar el comportamiento necesario para lograr que su relato sea creíble
tanto a corto como a largo plazo, esto a diferencia de las otras especies que lo que
pretenden es tener una consecuencia inmediata. La maduración cerebral producto de
la evolución y la interacción con el medio-cultura, ha permitido que la conducta humana
cada vez sea más compleja lo cual le ha dado al hombre un lugar privilegiado dentro de
las otras especies.
El mentir es una habilidad que aparece a temprana a edad y que con el
transcurrir de los años mejora de tal forma que ya en la adolescencia llega al mismo
nivel que el adulto, es aquí donde está el llamado a ejercer el control sobre el potencial
uso de esta habilidad (Spence, 2004).
Por tanto, es imprescindible para los
profesionales que trabajan en el contexto jurídico y en especial en denuncias sobre
presuntos abusos sexuales considerar las diversas variables que pueden estar
implicadas en el relato de un niño o adolescente frente a este evento y considerar la
posibilidad de que no siempre se dice la “verdad”.
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