Figura e importancia del Intelectual latinoamericano en las últimas décadas del siglo XX y primeros años del siglo XXI. Reflexión en torno a los planteamientos de Roberto Fernández Retamar, Ángel Rama y Beatriz Sarlo. Gisela Pardo Muñoz El presente trabajo abordará la figura y función del Intelectual latinoamericano, desde las reflexiones de Roberto Fernández Retamar, Ángel Rama y Beatriz Sarlo. Gracias a las diferencias y similitudes que pudieran surgir producto de sus diferentes contextos, estos autores y sus discursos nos permiten desplegar una perspectiva de la importancia del Intelectual durante el siglo XX y los primeros años del siglo XXI. En Calibán, Fernández Retamar trata el compromiso político y la responsabilidad social del Intelectual, al que le atribuye la capacidad de ser el agente de importantes procesos de liberación y construcción nacional y latinoamericano. En Cuidad Letrada, Rama reflexiona sobre la importancia del discurso como constructor de la realidad, transmisor de ideas e instrumentos de conocimiento, es decir, como el poder que le otorga al Letrado la función ideologizante y la capacidad de intervenir en cambios y revoluciones políticas. Beatriz Sarlo en Escenas de la vida posmoderna se cuestiona el papel del Intelectual en este nuevo escenario posmoderno, que lo ha hecho entrar en el ocaso, postergándolo a un nuevo lugar: el de experto, que mantiene el poder sobre su campo de estudio. Tras este breve recorrido, pensemos: ¿necesitamos hoy de los intelectuales? Teóricos, escritores, políticos; pensadores, prometedores, ejecutores; demócratas, dictadores, revolucionarios; perseguidos, encarcelados, exiliados; pese a la dificultad con la que poco han intentado definir lo que es un intelectual, su influencia en la historia desde un principio ha tenido, sin importar de forma fundamental su ubicación, estos elementos en común. En los últimos tiempos, aunque su influencia esté algo delimitada por los cambios políticos, sociales y por sobre todo económicos, como expresará Sarlo, encontramos un elemento que será el definitorio para su reconocimiento: la conciencia de su influencia social. Publicado en 1971, en pleno desarrollo de la Revolución Cubana y luego de la optimista década de los „70, tras el llamado „caso Padilla‟ que divide políticamente el campo intelectual cubano y latinoamericano, Fernández Retamar comienza a reflexionar sobre el rol del intelectual en pleno escenario neocolonial. Para este cubano, el intelectual cumple un rol fundamental en la emancipación de las naciones latinoamericana y su posterior independencia. Entiéndase esta última como una independencia que no se refiere sólo a lo político, sino que se extiende a la economía y todo tipo de influencias. El intelectual nacido en Latinoamérica vive un proceso necesario que, una vez superado, le permitirá cumplir su rol. Ya Marx y Engels en su Manifiesto Comunista habían expresado que la mayoría de los intelectuales que se ponen de lado de la clase explotada, provenían de la clase explotadora. El proceso que ellos viven es el dejar de identificarse con su clase, renegar de ella y apoyar a la clase revolucionaria que tiene el porvenir: estos ideólogos se elevan teóricamente, alcanzando la comprensión del conjunto del movimiento histórico. A esta trasgresión que Marx y Engels identifican en las naciones capitalistas de mayor desarrollo, debemos sumarle un par de transgresiones que suceden en Latinoamérica. La intelectualidad que se considere revolucionaria, en caso que provenga de la clase explotadora, debe romper los vínculos con su clase; y la segunda y, en mi opinión, más relevante ruptura es la de dependencia con el sistema metropolitano donde se forjó el intelectual. La cultura metropolitana gestada por la colonia donde se educó el intelectual, debe abandonarse en pos de la propia cultura, puesto que se ha logrado identificar con ella. En este proceso se mantiene la problemática que todos debemos conocer: el del lenguaje, como aparato conceptual y técnico heredado por los colonizadores. Una vez vivido este proceso y superadas las dependencias, el intelectual puede hacerse cargo de la liberación y construcción nacional. Cuando Fernández Retamar toma la figura de Calibán, su referente primero no es Rodó, sino Shakespeare con su obra La Tempestad de 1611. Respecto a la contraposición que hace Rodó: Calibán/EE.UU – Ariel/Latinoamérica, Fernández reconoce que identificó bien al enemigo, pero falló en el símbolo. En la obra de Shakespeare, Calibán toma la figura del dominado, que por su necesidad no puede ser eliminado, pero tampoco liberado: de ser la metáfora del colonizado, pasa a ser figura de cualquier grupo excluido. Próspero por su parte, será el colonizador, cruel e interesado: “nuestro símbolo no es pues Ariel, como pensó rodó, sino Caliban. Esto es algo que vemos con particular nitidez los mestizos que habitamos estas mismas islas donde vivió Calibán: Próspero invadió las islas, mató a nuestros ancestros, esclavizó a Caliban y le enseñó su idioma para entenderse con él: ¿Qué otra cosa puede hacer Caliban sino utilizar ese mismo idioma para maldecir, para desear que caiga sobre él la „roja plaga‟? No conozco otra metáfora más acertada de nuestra situación cultural, de nuestra realidad.”1 Por su parte, la figura de Ariel en La Tempestad será resignificada por Fernández como el intelectual latinoamericano, que puede optar por seguir a Próspero, de quien no será más que un esclavo, o unirse a Calibán en la lucha por la verdadera libertad. Ángel Rama se propone hacer en La Ciudad Letrada una revisión y promoción de la historia de las ciudades Latinoamericanas desde la Conquista, pero bajo una mirada particular, desde el discurso. No es una herramienta de conocimiento, no es un vehículo de transmisión de ideas, no es una herramienta de poder. El discurso es el poder mismo: controla, ordena, construye. Durante la Conquista, sólo unos pocos manejaban el poder de la escritura, conformando la Ciudad Letrada: pedagogos, intelectuales, sacerdotes y funcionarios monárquicos, entre otros, organizaban, administraban, mantenían el orden, comunicaban con la corona y daban cuenta de disposiciones monárquicas. Esto cambiará con el correr del tiempo, hasta fines del siglo XIX y principios del XX cuando hay que hacerse cargo de una masa alfabetizada que comienza a cuestionar a la Ciudad Letrada: la creciente clase media y sectores letrado críticos, como lo fueron los periodistas, profesores y diplomáticos. La hegemonía de la letra ya no era exclusiva de la Ciudad Letrada, que ante la presión de otros sectores comenzará a ceder, permitiendo la incorporación de la masa letrada. Luego de esto, la Ciudad Letrada se reúsa a seguir dando cuenta de la totalidad 1 Fernández Retamar, Roberto: Caliban. En: Todo Caliban. Buenos Aires: CLACSO libros, 2004, pág. 33-34. de las letras, optando por la profesionalización: historiadores, sociólogos, periodistas, literatos, etcétera. Rama da cuenta de que este escenario en vez de alejar a los nuevos autores del poder y la política, como algunos podrían pensar, en realidad no sucede. El letrado que se queda en este espacio, hará uso de una nueva función social, la ideologizante que se proyectará sobre la tendencia juvenilista del movimiento intelectual de la época: “al declinar las creencias religiosas bajo los embates científicos, los ideólogos rescatan, laicizándolo, su mensaje, componen una doctrina adaptada a la circunstancia y asumen, en reemplazo de los sacerdotes, la conducción espiritual”2. Y lo lograrán, pero sólo en el público culto que por medio de la educación la Iglesia estaba perdiendo. En el otro sentido, la Iglesia fortaleció la conducción de la masa inculta que la modernización, junto a los intelectuales que la movilizaban, dejaba atrás. El sexto capítulo de La Ciudad Letrada, titulado „La ciudad revolucionada‟, Rama lo abre en el año 1911, año de los Centenarios y el principio de una seguidilla de revoluciones que marcaron el siglo XX latinoamericano, centrándose en la mexicana y la uruguaya y poniendo todo el énfasis en los profundos cambios sociales, movidos principalmente por la participación de letrados e intelectuales. Pedro Henríquez Ureña identifica dos grandes rasgos cuando evalúa la influencia de la revolución en la vida intelectual de México, que es perfectamente prolongable a América latina, estas son educación popular y nacionalismo. La primera apuntaba al derecho inapelable a la educación a todos los sectores, por ser considerada un poder dentro de la sociedad que permitiría la redistribución de las riquezas. La segunda proveía tradiciones formativas y, eventualmente, serviría para frenar el imperialismo devorador, como el mismo Rama lo califica. La politización que vivirá la ciudad, tendrá como consecuencia directa la nueva concepción funcional del partido político, donde el intelectual tendrá un papel central actuando como funcionario político. El partido político será el único instrumento considerado para la toma del poder, puesto que no se visualizará ninguna otra vía para generar un cambio en la sociedad, se propondrán como el medio de ocupación del poder central. El intelectual será un correligionario de esta nueva forma de hacer política. La nueva „democracia latinoamericana‟ (resultado de la fórmula „educación popular‟ + 2 Rama, Ángel: La Ciudad Letrada. Santiago, Chile: Tajamar Editores, 2004, pág. 136. „nacionalismo‟) aparecerá de la mano del partido democrático, con estructura orgánica, de base popular participativa y un programa de ideas con coherencia solidaria. Con esto, los sectores populares comienzan a tener representación y sus expresiones van adquiriendo un nuevo valor, como lo indica la boga de los corridos mexicanos o la incorporación del tango como baile oficial y del gaucho al canon literario. Estos cambios, nos hacen pasar de una etapa populista que muestra cambios importantes, mas no radicales, a una etapa catastrófica, cuando el golpe militar de Pinochet echa por el suelo el sueño de la democratización. Las dictaduras militares que se suceden en Latinoamérica buscarán una refundación conservadora de las naciones. Beatriz Sarlo se hará cargo del rol del intelectual en la llamada modernidad tardía, donde el escenario que planteé en el párrafo anterior, se convierte en un enemigo. El fin de los gobiernos socialistas, el resurgimiento de los gobiernos nacionalistas, dejan a la sociedad lejos de los ideales de democracia e igualdad. La figura del intelectual producida en la modernidad, entra en su ocaso. El contexto político de producción de esta obra es la compleja década de los ‟90 en Argentina, que implica una transformación de la nación argentina y la implantación del modelo neoliberal, imitando el modelo económico chileno de la década de los ‟80. El contexto global es la conocida globalización, que modifica, principalmente, los espacios públicos y el sujeto, que deja esa antigua condición para convertirse en consumidor. Algunas de sus características son: acrítico, irracional, ahistórico, que deja el desarrollo intelectual por uno individual y superficial. Este escenario, digno de crítica, ha hecho que los que fueron considerados intelectuales, hoy rechacen ese nombre, principalmente “porque las instituciones han cooptado exitosamente a los portadores del saber indispensable para ejercer la crítica. Los intelectuales públicos, es decir hombres y mujeres cuyo teatro era la escena pública, han entrado por miles en una zona especializada de lo público: la academia” 3. Su lugar ya no es el de intelectuales, sino de expertos o especialistas, que les permite algo de poder: si antes dominar el discurso era el poder mismo, hoy construyen su poder sobre 3 Sarlo, Beatriz: Escenas de la Vida Posmoderna: intelectuales, arte y videocultura en la Argentina. Buenos Aires: Ariel, 2001, pág. 181. el dominio que tienen en su campo de saberes o de técnicas. Sarlo planea que expertos e intelectuales coexistieron por años en la desconfianza; esta batalla ya tiene un vencedor. Estos sujetos, niegan todo tipo de compromiso, por más influencias que puedan ejercer, muchos calificando su práctica de apolítica. Se reúsan interesadamente a reconocer que sus saberes sean atravesados por ideologías; interesadamente en la medida que su no compromiso queda en lo „políticamente correcto‟ y, pese a los vaivenes políticos de nuestras naciones, quedan protegidos por las benditas democracias. Están apoyados por la ciencia y la técnica, haciendo que sus discursos se planteen de manera „objetiva‟, con una neutralidad que se mantiene por sobre cualquier disputa que implique conflictos de intereses. Son el recurso perfecto de los medios masivos de comunicación La neutralidad valorativa es rechazada absolutamente por todo intelectual, puesto que su práctica se funda en el posicionamiento y el espacio en el que se mueve es el conflicto de valores, trayendo esa situación para la historia buenos resultados y también los peores. Si requerimos o no a los intelectuales hoy, es una pregunta que Sarlo se plantea, pero no responde directamente. Manifiesta que hay otras preguntas iguales o peores que responder, que atañen al individualismo, la desaparición de la esfera pública, el descrédito a los políticos, la corrupción, el retroceso de la cultura letrada, una dispersión que no se debe confundir con pluralidad, una pobreza de sentido que no debe confundirse con autonomía de los individuos. “En esta situación, el libro sagrado de la posmodernidad señala que la dispersión, la ausencia de lazos sociales fuertes, la pérdida del sentidos tradicional de comunidad y la institución de comunidades de nuevo tipo (…) son fenómenos universales que vendrían acompañados de multipolaridad, desterritorialización y nomadismo, autonomía de los grupos de interés y de las minorías culturales, despliegue no competitivo de diferencias y coexistencia no conflictiva de valores”.4 Ante este crítico terreno valórico, intelectual, político y cultural, surge una respuesta desde un sector que buscará hacerse cargo de la comprensión de grupos humanos, basándose en el conocimiento de sus expresiones culturales. Cuestionando profundamente a las Humanidades en crisis y a sus múltiples disciplinas que sólo han 4 Ibíd., pág. 187-188. estudiado a una pequeña porción de la población mundial, los Estudios Culturales se harán cargo de esa mayoría ignorada. Esta autora argentina es parte de esta respuesta a la crisis cultural, que se propone dar cuenta de todas las sociedades en su complejidad y variedad. Los Estudios Culturales han sido criticados por la vastedad de su objeto y sus metodologías, siendo minimizados por estudios „serios‟, que proceden de manera estricta y con determinadas metodologías. Para Fernández el rol del intelectual, luego de varias renuncias, es influir positivamente en la instauración de la Revolución, con las herramientas que entrega esta tierra y su lenguaje, puesto que no debe ser una mera copia, pues muy contrariamente debemos reconocernos en nuestros actos, que no cuentan con una sola identidad, sino varias. Esa variedad, ese mestizaje, es lo que nos define como Latinoamericanos, elementos que debe ser reconocido por el intelectual. Rama reconoce en el intelectual la capacidad de ser el instrumento del poder del discurso, influyendo tal como lo determina su rol en el control, orden y construcción de las ciudades. Serán parte fundamental de una política que vela por la democratización y la igualdad, pero habrá catástrofes que vuelquen completamente sus logros. En Sarlo, se presenta la posmodernidad como el escenario más ingrato para los intelectuales, haciéndolos entrar en su ocaso o en el ingreso a un nuevo espacio: la especialización. El nuevo experto tiene como principio la neutralidad, un valor impensado para el intelectual. Bibliografía: Fernández Retamar, Roberto: Caliban. En: Todo Caliban. Buenos Aires: CLACSO libros, 2004. Rama, Ángel: La Ciudad Letrada. Santiago, Chile: Tajamar Editores, 2004. Sarlo, Beatriz: Escenas de la vida posmoderna: intelectuales, arte y videocultura en la Argentina. Buenos Aires: Ariel, 2001.
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