ALFONSO XII: TRES BARCOS Y UN REY

EL DÍA, domingo, 17 de mayo de 2015
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ANCHIETA EN LA
GESTACIÓN de la atlanticidad,
un artículo de Juan Manuel García
Ramos. 6/7
del domingo
revista semanal de EL DÍA
RECUERDOS DEL PASADO
ALFONSO XII: TRES BARCOS Y UN REY
Texto: Manuel Marrero Álvarez
(exdelegado de la Compañía
Trasatlántica Española en Canarias)
L
a empresa naviera española
A. López y Compañía, fundada en Cuba en 1850 y que
más tarde pasaría a ser
Trasatlántica, se traslada definitivamente a España en el año 1861,
donde encuentra el campo adecuado
para el desarrollo de sus actividades
comerciales, obteniendo además del
gobierno de la nación, en pública subasta, la concesión oficial postal de los
vapores correos de La Habana, haciendo
frente a la competencia que en estos
servicios hacían las compañías inglesas que hasta entonces tenían el monopolio marítimo de las Antillas españolas. Establecido en Barcelona, centro comercial y financiero para las grandes empresas relacionadas con sus actividades marítimas, Antonio López, su
fundador, pasa por una grave crisis que
en algún momento le puso al borde
de renunciar a sus empresas, y fue la
pérdida de su hijo mayor, Antonio,
cuando contaba 24 años de edad y fiaba
en él sus mejores esperanzas de continuidad. Pero, ante las necesidades
nacionales en un trance muy crítico
y las graves complicaciones por las que
atravesaba la economía del país, decide sacrificarlo todo, anteponiendo
los sentimientos de los servicios que
le pedía la nación al retiro que reclamaba su dolor.
Desde siempre fue profundamente
católico y monárquico, siendo a partir de 1868, en que la revolución destrona a Isabel II y esta abdica en favor
de su hijo Alfonso, cuando Antonio López se alista en las filas del movimiento
monárquico, con ánimo de restaurar
la dinastía en Alfonso XII. Pero tendrá que pasar un periodo triste y dramático de más de un lustro en la historia española para que el jovencísimo
Alfonso XII recupere, en diciembre de
1874, el trono de España. Ese espacio
de tiempo abarcará los gobiernos de
Amadeo de Saboya, como rey de España por dos años; la proclamación
de la Primera República, en febrero de
1873, en la que se nombraron cuatro
presidentes en un solo año, la insurrección carlista y las graves revueltas en los territorios de ultramar.
Para atender el envío de tropas a Cuba
como movilización militar urgente para
pacificar la isla, que en aquellos
tiempos era un autentico polvorín, el
gobierno de la nación acude a Antonio López para que éste aplique sus
recursos financieros en beneficio de
España. Ante tales obligaciones, ofrece los barcos precisos para transportar a la isla caribeña a veinticinco mil
soldados, al mando del general Martínez Campos, y pone a disposición del
estado una importante cantidad de
millones de pesetas, creando para ello
el Banco Hispano Colonial. Fue entonces cuando, ante las prudentes advertencias de sus amigos previsores, Antonio López pronunció las siguientes palabras que se pueden calificar de históricas: “Prefiero arruinarme por salvar
a mi patria a presenciar la ruina de ésta
sin haber hecho lo que esté en mi mano
para evitarlo”.
En 1877 se le adjudica a la compañía un nuevo contrato con el gobierno
español para el servicio de la correspondencia pública a la América central y a las Colonias españolas en las
Indias de Occidente, para cuyo servicio
se requieren más vapores de hélice,
motivo por el cual la compañía empieza a adquirir un desarrollo inusitado, al aumentar entonces el número
de barcos con mayor tonelaje. Y es aquí
cuando apareció por primera vez el
vapor “Alfonso XII”, el más grande de
la flota, bautizado con el nombre del
monarca que en aquellos tiempos reinaba en España y que sería buque insignia de la marina mercante española
y de la nueva Trasatlántica, nacida como
consecuencia de la transformación de
la naviera en sociedad anónima.
En 1878, la guerra de Cuba, o de los
diez años, terminó con una paz que
aseguraba a España la posesión de la
más preciada de sus colonias y es también cuando el rey confiere a Antonio
López el Collar de Carlos III, y pocos
meses después lo eleva al marquesado
de Comillas.
En 1881, el rey Alfonso XII, que siente
una alta consideración hacia Antonio
López, le hace saber que le agradaría
pasar una temporada de verano en su
casa de Comillas, a pesar de que el edificio no se encuentra aún terminado.
Conmovido ante esta prueba de honor y benevolencia, sabe lo que esto
significa, porque un monarca no pide hospitalidad sino a quien estima
profundamente. Su único hijo varón
y benjamín de la familia, Claudio, y
su jovencísima esposa María, que posee
una gran belleza y está llena de inteligencia y bondad, serán los que hagan los honores de la casa a los regios
invitados, mientras don Antonio, algo cansado, se retira con su esposa María
Luisa a su residencia en Barcelona. La
estancia en Comillas de los reyes se
hará celebre y serán tanto los elogios
al joven Claudio como a aquel bellísimo rincón santanderino que el recuerdo aún perdura y supuso la gran
transformación de un pueblo hasta
entonces desconocido para la mayor
parte de España. En julio del siguiente
año 1882, Alfonso XII repite su visita,
en esta ocasión solo, aunque más tarde
se unirán su madre Isabel II y las infantas Paz y Eulalia.
El 31 de octubre de 1881, Antonio
López recibiría un mensaje con el sello
real, en el que se le nombra Grande
de España, con lo que se le eleva a las
más altas cumbres de la nobleza en
consideración “a sus méritos y a los
El “Alfonso XIII”
fondeado.
relevantes servicios que ha prestado
a la nación como armador”. El 16 de
enero de 1883, fallece en Barcelona a
la edad de 66 años y entre los numerosos telegramas de pésame recibidos
el joven Claudio López Bru abrió uno
que decía: “Usted ha perdido un
padre excelente, pero España ha perdido uno de los hombres que le han rendido los más altos servicios”. Firmaba el telegrama “Alfonso Rey”.
Antonio López había nacido en la
villa de Comillas el 12 de abril de 1817,
culminando su obra al dejar una
gran naviera, la más importante compañía de navegación española, que tantas páginas gloriosas había escrito en
torno a las horas más críticas de la historia de España, rindiendo el máximo
esfuerzo al servicio de la nación, transportando cerca de medio millón de
hombres en 1.028 viajes y perdiendo
seis buques a causa de las guerras coloniales.
El trasatlántico “Alfonso XII” era el
mejor buque español de aquellos
tiempos y fue construido en los afamados astilleros William Denny&Bross
de Dumbarton, Escocia, en 1875, cuya factoría utilizó Trasatlántica en varias
ocasiones para la fabricación de sus
grandes barcos. Entró en servicio en
1876, con 2.915 toneladas brutas y 1.982
netas. Medía 107 metros de eslora, 11,58
de manga, 8,53 de puntal y desplazaba
5.500 toneladas. Su navegación era a
vela y vapor, disponiendo de tres mástiles con aparejo de goleta y figurando
en su proa un mascarón con la efigie
del joven soberano Alfonso XII esculpida por la firma Kay&Reid de Londres, cuya figura estaba defendida por
el bauprés, desde donde mareaban los
foques y se afirmaban los estayes del
trinquete. Su propulsión a vapor la proporcionaban cuatro calderas circulares con tres hornos cada una, que desarrollaban una fuerza de 2.800 caballos efectivos en su única hélice de cuatro palas que le daban una velocidad
de 14 nudos. Toda la maquinaria fue
encargada al margen de la construcción de la nave, a los talleres David
Rowan de Glasgow. Sus carboneras
tenían una capacidad para 660 toneladas y podía transportar 1.333 pasajeros con 125 tripulantes. Al barco le
dotaron de los mayores adelantos técnicos de la época, que le proporcionaban enormes ventajas para la seguridad de la navegación, al tiempo que
gozaba de unas comodidades insuperables para el pasaje.
En este su último viaje, el vapor “Alfonso XII”, que procedía de Cádiz, llegó
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EN PORTADA
a Las Palmas el día 13 de febrero de
1885 a primera hora de la mañana, fondeando en el antepuerto con el fin de
efectuar operaciones de suministro de
víveres, agua y carbón por barcaza, así
como embarque de 11 pasajeros con
destino a Cuba. La línea americana que
cubría el buque era San Juan de
Puerto Rico-Habana-Veracruz, pero en
esta ocasión la siguiente escala después del puerto canario sería La
Habana. A las 1500 horas del mismo
día, con sol resplandeciente y mar en
calma, el buque, al mando del capitán Juan Herrera, leva anclas y zarpa
para el que sería su fatal destino. Con
su derrota trazada hacia el Caribe, el
buque navega normalmente y lo hace
cerca de la costa, ante la curiosidad
y admiración del público que presencia
desde diferentes puntos de la ciudad
la salida del esbelto trasatlántico, que
aún no ha desplegado su velamen.
Antes de la consolidación y desarrollo
del puerto de La Luz, la bahía de Gando,
que reunía las mejores condiciones de
abrigo, tuvo gran relevancia para los
barcos que buscaban refugio para sus
operaciones y reparaciones navales.
La Baja de Gando la conforman diversos mecanismos de erosión con relieves marinos que en ocasiones afloran,
como el caso del Roque de Gando, o
casi emergen, como la citada Baja, que
tiene su pico a unos dos metros de profundidad, factor que define su peligrosidad junto al hecho de situarse a una
distancia aproximada de un kilómetro mar adentro. Pero la posición en
las cartas náuticas era bien conocida
y su uso muy frecuente. Su cercanía
a la costa permitía hacer la navegación
por estima y, según los técnicos del
lugar, “guardando siempre milla y media
de distancia del faro, no hay medio
alguno de chocar: siempre cuidando
esta distancia quedará la Baja de Gando
casi a una milla por tierra del buque”.
El puerto de La Luz, en Las Palmas
queda a unas de quince millas y el barco
solo lleva cuarenta y cinco minutos
de navegación. A pesar de la hora temprana, aunque habitual en las rutas trasatlánticas, la campana de a bordo anuncia a los pasajeros que la cena está lista.
El capitán, que continúa en el puente,
observa que las corrientes llevan el barco
hacia tierra, por lo cual corrige el rumbo,
cayendo unos grados a babor con el
fin de separarse lo más posible de la
costa. Terrible decisión, porque este
cambio llevaría al buque diez minutos más tarde al encuentro con los arrecifes que conforman la Baja de Gando.
El puente queda bajo la guardia del
segundo oficial, agregado y timonel,
mientras el capitán lo abandona para
proseguir con sus obligaciones protocolarias a bordo.
Son las cuatro de la tarde y aún muchos de los pasajeros no han llegado
al comedor cuando se siente un ruido
estremecedor que resuena en toda la
estructura del buque. Se había chocado contra la Baja de Gando, frente
a la Punta de Melenara, y como consecuencia del impacto el barco se para
bruscamente haciéndole retroceder de
forma violenta, al tiempo que gran-
des cantidades de agua inundan las
dependencias de la nave. Todo está
perdido y solo falta saber el tiempo
en que el buque permanecerá a flote.
Cunde el pánico entre los viajeros, que
se abalanzan sobre los botes salvavidas sin atender las indicaciones del capitán y miembros de la tripulación que,
en medio de un intenso nerviosismo,
intentan a toda costa mantener el orden.
Viajan a bordo muy pocos pasajeros,
solo 145, y 125 tripulantes; en total, 270
personas que ven cómo el barco se hunde cada vez más de proa, al tiempo que
se mueve lentamente hacia el sur de
la isla, por lo cual muchos de los viajeros y algunos de la dotación se hacen
con un chaleco y se lanzan al mar viendo
la cercanía de los pequeños barcos de
pescadores que se prestaban a socorrerles. Por suerte, varios botes salvavidas lograron ser arriados, todos
al mando de un oficial del buque, embarcando en ellos un buen número de
náufragos que fueron conducidos
hasta la playa próxima, regresando nuevamente en busca de más supervivientes. Y así, durante unos eternos 50 minutos en que tardó la nave en desaparecer bajo el mar, el capitán, oficiales
y gran parte de la tripulación realizaron
los máximos esfuerzos para poner a
salvo a la totalidad de las personas que
viajaban a bordo.
Los postreros botes salvavidas fueron para transportar a los tripulantes
que estuvieron colaborando en el salvamento, siendo el capitán Herrera el
último en abandonar el barco, cuando
la escora hacia inminente su hundimiento. Hubo pérdida total del barco,
pero afortunadamente todos los pasajeros y tripulantes fueron puestos a
salvo, contribuyendo a ello la inestimable de los pescadores de la playa
de Gando, que con sus modestas barcas rescataron a un gran número de
náufragos que luchaban por mantenerse a flote y los trasladaron hasta
la orilla de la playa. Aquí se fueron reuniendo los supervivientes, pasajeros
y tripulantes, traduciéndose en un espectáculo emocionante al comprobar
entre abrazos y lágrimas que todos se
habían salvado del naufragio. El hermoso trasatlántico “Alfonso XII” se fue
Equipo de buzos
que acudió al rescate
del tesoro del primer
“Alfonso XII”.
a pique y sus restos reposan en el fondo
de la Baja de Gando, a 48 metros de
profundidad. Con él se hundieron las
pertenencias de los pasajeros y tripulación, la carga, 90 sacas de correspondencia, y dio comienzo a una leyenda que dura hasta nuestros días:
un valioso cargamento consistente en
diez cajas precintadas conteniendo
500.000 duros en oro, con un contravalor de diez millones de reales en metálico que el Ministro de Ultramar del
Gobierno de España enviaba a Cuba
para atender las más urgentes necesidades de la isla.
Los primeros técnicos y buzos llegados al lugar del naufragio fracasaron en el intento de recuperarlas, por
lo que tanto el armador como las compañías aseguradoras contrataron a unos
afamados buzos ingleses para realizar
el trabajo. Las labores fueron arduas
pero provechosas, logrando sacarlas
todas menos una, que finalmente, después de varios días de trabajo, dieron
por definitivamente perdida. Asimismo se rescataron las sacas de la correspondencia y otros objetos de pasajeros y tripulantes. Y a partir de aquí
se incrementa el número de submarinistas “buscadores de oro”, que por
cualquier medio se acercaban al barco
hundido en busca del tesoro y de todo
aquello que pudieran rapiñar. Pero la
décima caja, oficialmente, nunca
apareció. Lo que sí está constatado es
que en muchas vitrinas de las casas
de esos osados buceadores figuraban
diferentes objetos del buque, como vajilla, cubertería, camafeos, faroles,
etc. Y también cuentan que se vieron
en poder de los mismos monedas de
oro, tal como las que venían a bordo
y se acuñaron en Madrid. Este desgraciado accidente sirvió, asimismo,
para avivar, aún más si cabe, el famoso
pleito insular (¡y de esto hace 130 años!),
al ponerse en duda, según dicen, por
parte de “la otra provincia” la seguridad de la navegación en las aguas cercanas a las costas de Gran Canaria, mientras que también algún periódico
extranjero y nacional confundía Tenerife con Las Palmas al indicar el lugar
del naufragio.
Cinco años después, en 1890, se cele-
bró el juicio ante el Tribunal de Marina del Departamento de Cádiz y, por
consejo de guerra celebrado en San Fernando con motivo del naufragio,
resultó condenado el capitán Juan Herrera a la pena de un año de suspensión en el mando de buques. Desconocemos si continuó en Trasatlántica,
aunque sabiendo el cuidado y la excesiva obsesión que sus dirigentes imprimían por la seguridad de sus barcos
mucho nos tememos que no.
Y el 25 de noviembre del fatídico año
1885, nueve meses más tarde del hundimiento del trasatlántico español, fallece en el Palacio del Pardo de Madrid, víctima de tuberculosis, Alfonso
XII, a la temprana edad de 27 años. Tuvo
un reinado corto, como corta fue también la vida en el mar del esbelto vapor
que tenía el honor de llevar su nombre. Se casó dos veces: la primera, con
su prima María de las Mercedes de
Orleans y Borbón, sobrina de Isabel
II y nieta del rey Luis Felipe de Francia, que murió de tifus seis meses después, a la edad de 17 años, y fue la última
reina cantada y alabada por los romances del pueblo. En segundas
nupcias, el 29 de noviembre de 1879,
lo hizo con María Cristina de Habsburgo-Lorena, archiduquesa de Austria, con la que tuvo tres hijos: las Infantas María de las Mercedes y María Teresa, y seis meses después de su muerte
nace su hijo Alfonso XIII, futuro rey
de España.
Tres fueron los vapores de Trasatlántica que llevaron el nombre de “Alfonso XII”. El primero de ellos fue este,
cuya historia se acaba de exponer y
que solo tuvo diez años de vida; el
segundo se construyó en los astilleros Wigham Richardson and Co, de
Newcastle-On-Tyne, Inglaterra y tenía
un registro bruto de 5.206 toneladas,
3.418 netas y un desplazamiento de
8.400 toneladas. Su botadura se produjo el 29 de marzo de 1888, siendo
sus principales dimensiones: 123 metros de eslora; 15 de manga y 11 de puntal, complementando su sistema de
propulsión a vapor una máquina de
triple expansión, con cuatro calderas
dobles, unida a una hélice de cuatro
palas que le proporcionaban una
velocidad de 16 nudos. Tenía dos chimeneas y disponía de cuatro mástiles. Su capacidad de pasajeros era de
1.725 y 155 tripulantes. La compañía
decide desde un principio incorporarlo
a la línea Mediterráneo, Canarias, San
Juan de Puerto Rico, Habana y Veracruz, comenzando a navegar en el mes
de julio de 1888. Sus viajes regulares
transcurrieron los primeros años dentro de la mayor normalidad con resultados de explotación excelentes, pero
los graves conflictos con motivo de las
guerras coloniales, en especial durante
los años 1895-1898, obligaron al buque a ponerse al servicio de tales acciones bélicas, transportando tropas y provisiones a las posesiones españolas de
ultramar.
En su último y fatídico viaje, el
segundo “Alfonso XII” salió de Cádiz
el 16 de junio de 1898 con un cargamento de mil toneladas de víveres y
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pertrechos con destino a Cuba, efectuando sin novedad la travesía del Atlántico. Ya en el mar de las Antillas, el capitán decide poner proa hacia Cienfuegos,
pero a cinco millas de la bocana del
puerto divisó cuatro buques enemigos que vigilaban la entrada. El barco
viró en redondo y a toda máquina logró
perderlos de vista; se dirigió a La Habana
navegando a lo largo de la costa hasta su llegada a la punta del Mangle, a
nueve millas de la ciudad, donde fue
descubierto por otro buque enemigo
que le hace un primer disparo. Seguidamente se une otro barco de guerra
americano y sus cañonazos se entrecruzan sobre la arboladura de la nave
española. El barco varó a la entrada
del canal, comenzando a arder desde
que se iniciaron las primeras descargas. Dos días más tarde, otro buque
enemigo disparó sobre la línea de flotación, ocasionando el hundimiento
total. La fatalidad quiso que este “Alfonso” se perdiera igual que el primero,
con solo diez años de vida. Incoada
la correspondiente información por la
pérdida del buque, el capitán Francisco
Moret y Martín fue absuelto con los
conceptos más favorables, así como
también toda la oficialidad por sus pruebas de valor y disciplina en tan angustiosos momentos.
El tercer y último vapor “Alfonso XII”
que figura en la historia de la Compañía
Trasatlántica corresponde al hermoso buque alemán “Havel”, comprado
a Norddeutscher Lloyd de Bremen por
el Ministerio de Ultramar y que fue dado
de alta en las listas de la Armada de
España con el nombre de “Meteoro”
como crucero auxiliar, aunque no intervino en combate alguno, limitándose
a patrullar nuestras aguas. Después de
finalizadas las operaciones bélicas, fue
retirado en espera de comprador, y en
junio de 1900 una Real Orden dispone
la venta del mismo, con un llamamiento
a los navieros nacionales de que la nave
se quede en España, formando parte
de la flota mercante de nuestro país,
tan necesitada de unidades de este tipo.
Un mes más tarde, la operación queda cerrada por parte de Trasatlántica,
que se hace con la propiedad de tan
espléndido buque de lujo sin igual, con
dos chimeneas al centro, proa vertical y dos mástiles. Construido en los
astilleros Vulkan, de Stetting, Alemania,
en 1891, navegó sus seis primeros años
bajo pabellón alemán. Desplazaba 6.750
toneladas y medía 141 metros de eslora, 16 de manga y 11,30 de puntal,
con una capacidad para 808 pasajeros y 215 tripulantes. Desarrollaba una
velocidad de 20 nudos, consumiendo
la excesiva cantidad de 125 toneladas
de carbón por singladura.
A partir de ese momento tomará el
nombre de “Alfonso XII” y, por lo espectacular de su belleza y grandiosidad,
se convertirá muy pronto en orgullo
nacional y buque insignia de la compañía, siendo uno de sus servicios más
destacados la expedición real a Canarias efectuada en febrero de 1906, cuya
elección fue determinada por el gobierno de la nación “en base a que en
España no hay otro buque, ni mercante
Recibimiento al
vapor a su llegada a
Canarias. Foto
Archivo FEDAC.
ni de guerra, que reúna las condiciones para la navegación regia”. El barco fue habilitado especialmente para
esta ocasión como buque real, con la
categoría de crucero auxiliar, constituyendo un completo éxito para la naviera, que vio cómo todos los servicios funcionaron a la perfección y el
buque tuvo un comportamiento excelente en la navegación, a pesar de que
tuvo un viaje muy duro por las condiciones de la mar, hasta la llegada a
Tenerife.
Asimismo, según informaciones
de la época, la visita de doce días del
primer monarca español a Canarias,
donde pudo conocer la realidad social
de las Islas, fue triunfal y marcó un
hito en la historia del archipiélago contribuyendo a reforzar el sentimiento
nacional de los isleños, como también
a crear nuevos vínculos afectivos y a
que las Islas, que habían estado olvidadas de anteriores gobiernos, fueran
desde entonces objeto de mayor
atención.
En la Memoria Anual correspondiente
al ejercicio de 1906, que el Consejo de
Administración de la Compañía formula a la Junta General de Accionistas, aparece un apartado donde dice:
“Servicios extraordinarios- Cabemos una
vez más la satisfacción de consignar una
nueva prueba de deferencia recibida del
Gobierno en el presente año. Siendo insuficiente el aviso de guerra GIRALDA para
el cómodo alojamiento de S.M. y AA.
RR. y del distinguido y numeroso séquito que debía acompañar a las Reales Personas en su viaje al archipiélago
canario, acordó el Consejo de Ministros
que nuestro vapor ALFONSO XII fuese
utilizado para este importante servicio, incorporándolo a la flota militar
con el carácter de crucero auxiliar, al
mando de la Marina de Guerra y conservando a bordo todo su personal de
máquinas y de fonda. La compañía procuró corresponder a la honrosa prueba
de confianza que se le dispensaba y de
haberlo conseguido recibió expresivos
testimonios”.
Cuatro años más tarde, en 1910, al
mando del legendario capitán Manuel
Deschamps, el barco efectúa otro
servicio extraordinario, esta vez a Buenos Aires, en viaje que realiza la Infanta
Isabel de Borbón en
representación del
rey Alfonso XIII,
con motivo de los
festejos en conmemoración del
centenario de la
independencia de
la República Argentina. El gobierno
quiere dar a este
viaje una gran difusión periodística,
uniendo con tal
motivo a la comitiva los directores
de los periódicos de
mayor circulación
del país. El 1 de
mayo de 1910, la
expedición partió
de Madrid a Cádiz
en tren, trasladándose a continuación
a bordo del vapor “Alfonso XII”, donde
la impresión de los pasajeros fue entusiasta y el comentario generalizado era
de que se trataba de “un verdadero palacio flotante por su decoración lujosa
y confortable”. El esbelto buque
zarpa del puerto gaditano dos días más
tarde y antes de realizar la gran travesía trasatlántica, efectúa una escala
técnica en Cabo Verde para carbonear.
Finalizadas sus operaciones, reanuda la navegación a una marcha de
18 millas por hora, con el fin de arribar a Buenos Aires en la mañana del
18 de mayo, llegada que se cumple
puntualmente. La Infanta Isabel es recibida con toda solemnidad por el
presidente de la República, y recorren
en carruaje descubierto el camino hasta
la Casa Rosada. Durante las dos semanas que duró la estancia en Argentina,
el programa de actividades fue agotador y los emotivos sentimientos de
simpatía desbordantes. El 2 de junio
de 1910 es la fecha de regreso a España
y en el momento en que el “Alfonso
XII” suelta cabos, una gran multitud
invade el puerto bonaerense para despedir a la Infanta y su numerosa comitiva. El viaje ha sido un éxito político
para España, cuya monarquía ha salido reforzada en su prestigio y amistad con la nación argentina.
Antes de rendir viaje en Cádiz, el barco
pone rumbo hacia Canarias y, con gran
sorpresa para la población tinerfeña,
el 15 de junio de 1910 aparece en la
prensa de la capital un edicto del alcalde
en el que anuncia la visita real, que
viaja a bordo del vapor de Trasatlántica. Tres días después, el 18 de junio
a las siete de la mañana, fondeó en el
antepuerto de Santa Cruz el hermoso trasatlántico, totalmente empavesado, que conducía a la embajada española, y una hora más tarde la Infanta
Isabel de Borbón y su amplio séquito
llegaban al desembarcadero, siendo
recibidos por las autoridades, con la
protocolaria ceremonia que la ocasión
requería.
La gran cena de gala a bordo en honor
de las autoridades provinciales estaba
prevista para las nueve de la noche,
y en aquellos momentos todo era majestuoso en el espléndido vapor: las cubier-
tas centelleantes de luz, los fastuosos
salones con sus servicios de mesa de
plata y vajillas de porcelana; los invitados con sus joyas, bandas y grandes
cruces daban un especial realce al banquete que resultó magnífico, amenizado, por la orquesta del buque. Al día
siguiente continuaron las visitas,
esta vez a La Laguna, Puerto de la Cruz
y Valle de La Orotava. El viaje hasta
la ciudad lagunera y posteriormente
hasta Tacoronte lo hicieron en tranvía y desde allí hasta el Valle de La Orotava en automóviles. Como en todos
los lugares visitados, la presencia de
la Infanta fue recibida por una gran
muchedumbre que no cesó de vitorearla. Antes de su regreso a Santa Cruz,
tuvo tiempo de pasar por el Jardín Botánico, visita que sirvió de inauguración
oficial. En la vuelta a la capital santacrucera, se utilizaron los mismos medios de transporte, llegando a la plaza de la Constitución a las nueve de
la noche. Seguidamente, tras una corta
visita al Casino Principal, la comitiva
se dirigió al embarcadero, desde donde continuaría hasta el vapor “Alfonso
XII”, dando así por finalizada la visita
oficial a Santa Cruz de Tenerife. A medianoche zarpa con destino a Las Palmas, a donde arriva a las siete de la
mañana del 20 de junio de 1910, siendo
el recibimiento apoteósico.
A última hora de la noche, el buque
reanuda su última singladura de este
inolvidable viaje, con destino a Cádiz,
a cuyo puerto llega el 22 de junio al
amanecer. Antes de abandonar la
nave, la mayoría de las autoridades querían llevarse un recuerdo del buque
y, por supuesto, del ilustre capitán, por
lo que las fotos se multiplican y en una
de ellas, que Manuel Deschamps intercambia con la Infanta Isabel, el capitán escribe lo siguiente: “La infanta
ha vivido en el barco como grumete, se
ha hecho querer de todos como madre
y ha recibido honores de reina”.
El buque continuaría realizando sus
tráficos regulares: Mediterráneo, New
York, Cuba y México, hasta el año 1926
en que se produce una reestructuración en todas las líneas de la compañía, llegando hasta aquí la larga vida
del “Alfonso XII”, que nunca fue
rentable para la naviera, pero sí era un
orgullo tenerlo en su flota, por su sólida
construcción, suntuosidad y por ser
elbarco más rápido. Finalmente pasó
al triste grupo del que muchos siempre nos preguntamos: ¿por qué se desguazan los hermosos trasatlánticos?
¿No se protegen las grandes mansiones y los majestuosos palacios? Lo cierto
es que todo se reduce a que los buques
quedan obsoletos en un mercado ferozmente competitivo y a este extraordinario vapor, con todo su esplendor
a cuestas, le llegó lamentablemente
su hora, poniendo término con ello a
la trilogía de “Alfonsos XII” que la compañía española Trasatlántica tuvo el
honor de llevar en tres de sus mejores barcos. Fue vendido a la firma italiana Stabilimento Metalurgico Ligure
para su desguace y definitiva desaparición.
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B
altasar Gabriel Peraza de
Ayala comparece para decir
que siempre ha tenido especial devoción al Misterio
de la Santísima Trinidad.
Con la firme intención de consagrarle
algún culto, y por hallarse enfermo de
muchos años, además de notoria indisposición, señala que la casa de su
morada se halla “fronteriza”, situada
un poco distante de las iglesias, por lo
que, en el tiempo de invierno, que suele
ser comúnmente formidable, le imposibilita que pueda acudir a ellas y lograr
el espiritual consuelo de oír la santa misa.
Para remedio de todo ello y el desempeño de su devoción, desea dar a Dios
para su culto, el de los vecinos cercanos y demás concurrentes, el de tener
misas seguras “sin incomodarse” (sin
necesidad de penosos traslados).
Es su firme deseo el de fabricar y edificar una ermita en lugar inmediato a
su casa, para honra y gloria del señalado Misterio. También se compromete
a dotarla con todo lo preciso, “en presente y en adelante”, y que pueda celebrarse en ella con toda decencia el santo
sacrificio de la misa, amén de otras atribuciones.
Como fuese costumbre, estos ruegos
no llevan fecha. La primera, en este sentido, que conocemos es la que se identifica en el escrito emitido por el Obispado de Canaria el 1 de septiembre de
1769, en el que se interesa por la propiedad del terreno en donde esta fábrica pretende materializarse.
En ese mismo mes y año, desde La
Laguna la respuesta es que la obra ya
se está ejecutando y que el solar se halla
demarcado dentro del territorial en la
parroquia de Los Remedios. Los beneficiados de esta parroquia aseguran que
el fundador profesa una profunda devoción al Misterio de La Santísima Trinidad y que, al hallarse enfermo, le “incomoda” (resulta difícil) asistir a los oficios, por encontrarse su morada a cierta
distancia del templo principal.
Para su dotación le dedica un censo
a redimir (intereses de un préstamo)
de 7.416 reales, cinco cuartos y dos maravedíes de principal a Francisco de Obtazo
(Otazo), el Mayor, e hijos vecinos y naturales de Las Cuevecitas de Candelaria,
y a Francisco Núñez, natural de Güímar. Su rédito anual es de 222 reales
y medio corrientes negociados al tres
por ciento, que el coronel paga al contado en reales de a ocho, de nuevo cuño
mejicano, excepto los 16 reales, cinco
cuartos y dos maravedíes que los “ha
exhibido” en moneda de indias, y otras
monedas corrientes en estas islas.
Las fincas hipotecadas son diecinueve.
Por parte de Francisco Otazo el Mayor
y de sus dos hijos, Jesús y Cristóbal, fueron: en Chivisaya, muchas de ellas,
Chabé, Tonática, Nido de Cuervos, Niaza,
Las Cuevecitas, Las Chozas, Charcos de
Gabriel, Chefina o Tagoror del Negro,
que hacen un total de 48 fanegadas y
media con siete almudes. Por parte de
Francisco Núñez en La Ladera (la Hoya Verde), Los Zarzales, Mocanal,
Gonzalianes e Iñafo. Con una cabida
total de dieciocho fanegadas y media.
El montante de terreno hipotecado se
domingo, 17 de mayo de 2015, EL DÍA
LUGARES SAGRADOS (XXII)
FUNDACIÓN DE LA ERMITA
DE LA TRINIDAD
(LA LAGUNA)
En 1769, el coronel Baltasar Gabriel Peraza de Ayala, regidor de Tenerife, inicia
diligencias para la fundación y dotación de una ermita en la ciudad de Aguere
(San Cristóbal de La Laguna), dedicada al Misterio de la Santísima Trinidad,
en la calle Verde, hoy Trinidad, con patronato y administración. El fundador
no vería culminada su obra por fallecimiento. La concluiría, dos años después
de iniciado el expediente, su hermano, el capitán Francisco Antonio Peraza de
Ayala, residente entonces en El Realejo de Abajo. Este histórico oratorio,
previa autorización obispal, fue bendecido por el vicario general de Tenerife
en la mañana del 25 de mayo de 1771.
Texto: Emiliano Guillén Rodríguez
(periodista, cronista oficial y miembro del Instituto de Estudios Canarios)
Foto: Doña Julia
eleva a sesenta y siete fanegadas y siete
almudes y medio, muchas de ellas en
Chivisaya, como se ha dicho, e incluso
en las proximidades del convento de
Candelaria (Iñafo). Todas están especialmente dedicadas a viña, higueras,
frutales y “pan sembrar”, cultivo de cereales.
El coronel, ante Luis Antonio López
Villavicencio, escribano público, el 23
de febrero de 1770 reitera sus primeros deseos, añadiendo que la susodicha ermita será pública, con puerta a
la calle pública, y estará dotada con los
222 reales y medio que genera el señalado
préstamo. Este dinero también se dedicará a reparos, ornamentos, adornos
del altar y demás, para celebrar en ella
el santo sacrificio con la mayor decencia posible. Compromete dos misas perpetuas anualmente, además de la
cantada, que se ha de decir el día del
titular de la ermita, el día de la Santísima Trinidad.
Para la fecha de este documento, el
oratorio estaba acabado de paredes y
“prevenido” de materiales para su conclusión, así como el lugar que ocupará
el cuadro referido al susodicho Misterio de la Santísima Trinidad. Espera que
se celebre su festividad este mismo año
con la tribuna del coro en lo alto de la
pared del frente, a fin de que quede libre
el cuerpo de la ermita, para los vecinos y concurrentes. Asimismo, al fundador le corresponde el patronato y la
administración, por haberla fabricado
ellos. Tendrán igualmente en depósito
la llave.
El edificio se halla ubicado en la calle
que llaman Verde, y a partir de hoy, por
esta razón, de la Santísima Trinidad.
El sitio de la ermita linda con la calle
por delante. Por detrás con el sitio de
Rafael de Castilla y Valdés. Por el lado
de arriba la propia la ermita. Por abajo
las casas del otorgante; una de alto y
bajo y dos terreras, hasta lindar con María
Lozana, que hace esquina con la calle
del Juego. Se le adjudica un valor aproximado de diez mil pesos. En el compromiso se incluye cargar con los costos de aseo, de cera o vinos. Con la dotación de los 22 reales corrientes cada año
por las misas que se le han de pagar a
los beneficiados de los Remedios;
una cantada sin vestuarios y dos rezadas. La cantada el día del principal, y
las rezadas una antes y otra después
a “según le viniere en conveniencia a los
párrocos”. Para la cantada se encenderán
dieciséis candelones de a libra en el altar.
El precio es de dieciséis reales por la
cantada y seis por las dos rezadas. Se
obliga a los fundadores, herederos y sucesores, bienes habidos y por haber, para
todo ello.
Unos días más tarde, ante Vicente de
Paz, escribano público, el 27 de septiembre de 1770, modifica su primigenia
intencionalidad. Ahora empeña la totalidad de los 222 reales y medio procedentes de los réditos del préstamo
a redimir, los mismos que tiene contraídos con la familia Otazo de Candelaria.
Incluye en su nueva voluntad que se
diga una misa todos los domingos y fiestas de guardar de cada año, amén de
las tres ya reseñadas. Se han de aplicar por su alma y la de todos sus difuntos. El santo sacrificio se celebrará a las
diez de la mañana. Este horario se modificará, para celebrarla más temprano,
similar a misa de alba, ya que les conviene mejor a los párrocos. Si el préstamo llegara a redimirse, autoriza a capellanes y patronos de la reseñada ermita
para que vuelvan a renegociar el capital principal, a efectos de que siempre
tengan la renta como segura. Nombra
por primer capellán al presbítero Pedro
Acosta Abad. Cuando el religioso muriese, serán los familiares del fundador
los patronos de la ermita. Prefiere para
ello los miembros de la familia de su
hermano, el capitán y regidor perpetuo de la isla, Antonio Peraza de Ayala, residente en el Realejo de Abajo.
Concluye señalando que si alguno de
sus descendientes se aplicara a la vida religiosa, que esta fundación le sirva
de congrua (conjunto de bienes necesarios, exigidos por la Iglesia, para poder
alcanzar las mayores órdenes, sea el sacerdocio). A los 222 reales y medio le añade
otra cantidad igual, sacada de sus propiedades, para pagar las 89 misas
anuales a razón de dos reales cada una.
El clérigo, primer capellán, se corresponsabiliza de todo ello. Por las fechas
comprendidas entre la correspondiente a este documento y la del subsiguiente
fallece el fundador, ya que su citado hermano, el 24 de abril del siguiente año,
ante el escribano público Antonio López de Villavicencio, se compromete
a culminar la obra. Definitivamente acabada y rematada, cumple con todas las
exigencias impuestas, incluso con relación a la puerta privada de acceso desde
la vivienda, o con la tribuna destinada
para el coro.
Por autorización expresa del Obispado,
el vicario general de la isla gira visita
al señalado eremitorio para comprobar
su estado. En vista de su decoro, decencia y dotación, en la mañana del 25
de mayo de 1771 procede a su cristiana
bendición siguiendo el preceptivo ritual romano.
Nota Documental
Archivo Diocesano de La Laguna:
- Signatura 1315. Documento Nº 65.
- Signatura 1604. Documento Nº 7.
p5
EL DÍA, domingo, 17 de mayo de 2015
INVESTIGACIÓN
EN PORTADA
TURISMO
Manuel
Martín
González
Nació en Guía de Isora, Tenerife, en 1905. Pintor de formación
autodidacta, llegó a convertirse en uno
de los más importantes paisajistas canarios del siglo XX. Comenzó como
dibujante publicitario vinculado a la
empresa Litografía Romero, y a los 21
años emigró a Cuba, donde continuó
con esta labor. Regresó a Tenerife en
1932, manifestándose ya como notable pintor y participando a partir de
entonces de manera activa en la vida intelectual de la capital tinerfeña.
Formó parte de la junta directiva del
Círculo de Bellas Artes cuando éste estuvo dirigido por el acuarelista Francisco Bonnín.
Los temas de las pinturas al óleo de
Martín González se centran en la geografía árida y abrupta de las Islas, especialmente de los secarrales sureños,
tratados con un refinamiento capaz
de extraer la más sugerente poesía de
aquellas soledades agrestes. Investiga
todas las posibilidades dramáticas de
la gran variedad geológica y rural, habiéndonos legado una lectura idealizada que representa un legado artístico
de gran valor, realizado con una personalidad muy definida. Son suyas las
pinturas que decoran el salón noble
del hotel Mencey, de Santa Cruz de
Tenerife, y dejó numerosas muestras
de su arte en instituciones y en colecciones particulares.
En 1971 fue nombrado miembro de
honor de la Academia de Artes y Ciencias de San Juan de Puerto Rico y doce
años después, Académico Numerario
de la RACBA. Su acto de ingreso en la
corporación canaria lo realizó cinco
años después, el 18 de julio de 1988,
falleciendo a los dos meses. Pérez Minik,
que ingresó con él y habló por ambos,
destaca en su discurso la identidad diferenciada de Martín González como paisajista, apartándose de los tópicos tan
trillados por otros pintores (paisajes
floridos, arboledas y rincones encantadores de fácil hermosura) para centrarse en sus lienzos del Sur en “un
nuevo paisaje gris, ocre, de montaña
pelada, piedra volcánica o barrancos
inhóspitos”, sin seguir la corriente fácil
y edulcorada de los paisajistas que le
precedieron. Pondera el crítico la
originalidad del pintor como espectador de una geografía que no inventa,
un paisaje que no se sacó de la manga, sino que se encontraba “al alcance
de la mano, lo de siempre, pero que
nadie había visto”. Aparentemente,
una geografía sin hombres ni mujeres. Es el poder sugeridor de una pintura cuya aridez y fortaleza cautiva a
quien la mira.
Serie “Pintores canarios”, cuadro nº 15
(técnica mixta sobre papel de acuarela)
p6
domingo, 17 de mayo de 2015, EL DÍA
ANÁLISIS
ANCHIETA EN LA GESTACIÓN DE
LA ATLANTICIDAD
Texto: Juan-Manuel García Ramos
(Presentación del número 2 de la
revista Anchiétea, en el Instituto de
Estudios Canarios el 7 de mayo de
2015)
E
n 1978, durante un largo
viaje por Paraguay, sur de
Brasil y Argentina, visité
en Posadas la reducción
jesuítica “Nuestra Señora de la Anunciación de Itapúa”,
fundada en 1615 por el sacerdote paraguayo de la orden ignaciana Roque
González de Santa Cruz, una reducción que fue el germen de la actual
capital de la provincia argentina de
Misiones.
Las sorprendentes ruinas de ese
lugar, devoradas ya por la selva, son,
para cualquier visitante, un testimonio
palpable de un perfecto sistema de
organización económica y social
instalado por los misioneros de la Compañía de Jesús hace exactamente cuatro siglos en medio de una naturaleza
adversa; un espacio de civilización
insólito que no he podido borrar de
mi memoria visual.
Según los reinos de España y Portugal, los jesuitas fueron expulsados
en el siglo XVIII de la América española y del Brasil por haber intentado
crear un estado dentro del estado, por
haber puesto en duda la autoridad metropolitana de esos países colonizadores.
Pero lo que nadie niega ya es que
esa orden religiosa fundada por Ignacio de Loyola fue la única que intentó respetar las costumbres de los
pueblos indígenas americanos, practicó un trato respetuoso con esas sociedades aborígenes y terminó por infundir un sentido de identidad propia a las naciones del Nuevo Mundo.
La independencia de América,
para bien o para mal, tuvo mucho que
agradecerle a la Compañía de Jesús,
a pesar de esta corporación haber sido
expulsada de esos territorios algunos
decenios antes.
En esa obra civilizadora hemos de
colocar a nuestro paisano José de Anchieta, al que, desde la literatura, siempre he considerado un icono, junto
a Silvestre de Balboa en Cuba y Luis
Melián de Betancurt en Guatemala,
de la gestación de la atlanticidad de
Canarias.
Desde la literatura, Anchieta, Melián de Betancurt y Balboa representan
la primera contribución de un tejido
de reciprocidades canario-americanas, aunque sus tempranos desvelos
literarios no son sino el comienzo de
un grande y diverso diálogo ininte-
rrumpido que, durante los últimos
siglos, ha cobrado aun mayor fuerza.
Me gusta repetir que somos lo que
somos (la Historia) y lo que soñamos
que somos (la Literatura). Y muchas
veces me he preguntado cómo podríamos definirnos mejor los canarios
desde el punto de vista cultural.
¿Acaso con nuestra mirada puesta
exclusivamente en el interior, o
viéndonos proyectados en el exterior
que hemos sido capaces de generar
con nuestros sueños, con nuestros viajes, con nuestro espíritu comercial o
nuestra capacidad innata de relacionarnos con otros pueblos?
Pudimos ser una cultura regresiva
(como le sucedió a la isla de Pascua,
en el océano Pacífico, enfrente de Chile,
con sus estatuas megalíticas, los
“moais”, o con su escritura aún no
descifrada, productos de una cultura
superior, acaso llegada de la Polinesia y luego postergada), pero pronto
optamos por dar pasos adelante, para
incorporarnos a la historia común de
los dos hemisferios confrontados en
nuestras propias narices oceánicas.
Somos “atlanticidad”, lo queramos
o no. Somos proyección y comunicación, y no clausura ni ensimismamiento.
Anchieta, además de ser el primer
poeta de nuestra literatura insular,
es el primer símbolo de esa vocación
oceánica, abierta y permeable, de la
cultura de las Islas Canarias, y la recuperación de su figura y de su obra poliédrica es un imperativo que a todos
nos concierne.
Esa es la honrosa labor que un grupo
de estudiosos se impuso en 1955 desde
la Cátedra Cultural Padre Anchieta de
la Universidad de La Laguna, que fijó
como objetivos fundamentales, entre
otros, “estimular y difundir trabajos
científicos, históricos y literarios
sobre las relaciones de Canarias con
el mundo hispanoamericano”; una
labor más tarde retomada por un
equipo de profesores e investigadores vinculados al Departamento de
Filología Clásica de nuestra Universidad, incluidos en un proyecto de
investigación que dio sus primeros
frutos en 1988, con la edición del volumen José de Anchieta. Vida y obra, editado por el Ayuntamiento de La Laguna, donde colaboraron Miguel
Rodríguez-Pantoja, los hermanos
Francisco y José González Luis, Fremiot Hernández González, José María Fornell y Luis María Eguiraun.
La revista Anchiétea viene a continuar aquellos esfuerzos de seguir
rescatando para la memoria actual la
Portada del número
2 de la revista
Anchiétea.
obra apostólica e intelectual del jesuita lagunero, y con la publicación
de su segundo número festeja, además, la definitiva canonización del
padre Anchieta mediante decreto del
papa Francisco, el primer papa perteneciente a la Compañía de Jesús,
como todos sabemos, decreto firmado
el 3 de abril de 2014.
Anchiétea, dirigida por José González Luis y con Eliseo Izquierdo al
frente de su redacción, ha conseguido
aglutinar en sus órganos a nuevos estudiosos de esa especialidad, y a los investigadores ya mencionados antes
se han unido personalidades académicas como las de Carlos Brito, autor, por otra parte, de lo que él mismo
define como la única edición hasta
el momento [1998] con pie de imprenta
español de las Poesías líricas castellanas de Anchieta, editadas por el Instituto de Estudios Canarios; o personalidades como la de Carlos Javier Cas-
tro Brunetto, entre otras muchas firmas que sería prolijo enumerar aquí.
Con sus dos números sacados a la
luz hasta ahora, Anchiétea ha demostrado que puede erigirse en un instrumento inapreciable para acercarnos, desde el rigor, la dimensión humanística y científica, sin menoscabo de
su acción apostólica, de José de
Anchieta en su proyección universal.
Hemos tardado mucho tiempo en
poner a nuestro primer poeta y a nuestro segundo santo en el lugar que se
merecía en los muchos ministerios
de su quehacer. Siempre tardamos mucho tiempo en ordenar nuestros
prestigios, y Anchiétea parece decidida no solo a reparar esta injusticia
cultural, sino a coordinar con coraje,
desde su ámbito isleño, las muchas
contribuciones investigadoras que día
a día otorgan a Anchieta el lugar en
la historia del Atlántico que le corresponde por sus méritos indiscutibles
p7
EL DÍA, domingo, 17 de mayo de 2015
ANÁLISIS
en tantas parcelas del saber y del hacer
humanos.
En ese sentido, en este segundo número de Anchiétea se sigue indagando
en asuntos tan sugestivos como la modalidad de catequesis al servicio de
los pueblos indígenas de América, también al servicio de la fe y la promoción de la justicia, y no al servicio de
los imperios colonizadores, como tan
bien analiza el teólogo alemán Paulo
Suess en el estudio “La canonización
de Anchieta como advertencia y desafío”.
Estudio donde se plantea romper
no solo con el viejo desafuero colonial, sino con el paradigma cognitivo
de la colonialidad, esa supervivencia de mentalidades anteriormente
estructuradas y alienadas, y producir lo que Suess define como una nueva
epistemología del Sur, un viraje descolonizador, labores hoy día promocionadas por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, que, a su
vez, recogen y desarrollan las teorías
poscoloniales fundamentadas por intelectuales como el profesor y crítico
palestino estadounidense Edward W.
Said, la pensadora india Gayatri Spivak y su paisano Homi K. Bhabha, o
el semiólogo argentino Walter Mignolo para todo lo referente al ámbito
latinoamericano.
Suess nos introduce en la actual disputa hermenéutica entre la teología
universal y las teologías locales, como la defendida con valentía por Anchieta en su época, y apuesta por una
iglesia universal articulada desde la
base de las iglesias locales como punto
de partida para una nueva teología
descolonial, una catequesis que debe asumir la cultura de los pueblos,
su lenguaje, sus símbolos y sus modos de ser.
Suess vincula a Anchieta con el pensamiento de fray Bartolomé de las Casas y cita una de las quejas más reivindicativas del antiguo obispo de
Chiapas incluida en su singular Historia de las Indias, aquella en la que
nos dice que “dejé en las Indias a Jesucristo, nuestro Dios, azotado, afligido,
abofeteado y crucificado, no una, sino
mil veces, por los españoles que asolan y destruyen a aquellas gentes…”.
Eliseo Izquierdo, en su trabajo
“Raíces canarias de la obra de Anchieta.
Leve reflexión sobre la niñez y
adolescencia del Apóstol del Brasil”,
amplía, sin tanta levedad como nos
anuncia con elegante modestia en su
título; amplía y actualiza un estudio
ya emprendido por Francisco González Luis en el volumen ya citado,
José de Anchieta. Vida y obra, haciendo
una síntesis muy ambiciosa y clarificadora del catálogo de biografías
escritas sobre Anchieta; desde la del
jesuita castellano Quiricio Caxa, en
el siglo XVI, hasta las respetables páginas de Agustín Millares Carlo sobre
el particular, y las ya citadas de Francisco González Luis, revisadas por él
mismo en su colaboración en el número uno de Anchiétea.
Izquierdo relee con placer y minuciosidad toda esa bibliografía y va es-
mento al Padre Anchieta del escultor brasileño Bruno Giorgi, situado
en La Laguna, análisis desempeñado
con pormenorización de los hechos
por el creador y académico Tomás Oropesa; 5) a continuación se nos habla
de la solicitud de beatificación y canonización enviada por el Concejo de
la isla de La Palma al papa Clemente
XII, revisada por el catedrático Fremiot Hernández González, quien
ya había insertado, en esa misma línea
indagatoria, en el primer número de
Anchiétea, un artículo sobre Anchieta
y los Mártires de Tazacorte; 6) y, por
último, se nos da cuenta de la prosa
latina de Anchieta a través de tres cartas escritas en distintas épocas y con
distintos criterios, de las que se
ocupa Miguel Rodríguez-Pantoja,
cofundador de estos estudios anchietanos en la Universidad de La Laguna
durante su estancia en nuestro primer centro docente desde 1982 a 1986.
Esta segunda entrega de Anchiétea
se completa con una esmerada crónica de la canonización de San José
de Anchieta, como no podía ser menos, con una reproducción de la presentación del primer número de la
revista, llevada a cabo por Andrés Sánchez Robayna, y con distintas noticias y obituarios redactados con
pulcritud.
pulgando errores e inexactitudes
–entre ellas, la del posible origen guanche de la madre de Anchieta, doña
Mencía Díaz de Clavijo, origen que
Izquierdo descarta con argumentos
más que convincentes–, errores e inexactitudes demasiado abundantes de
los muchos estudiosos ocupados en
recorrer la intensa vida de Anchieta.
Una vida dividida en tres épocas,
la lagunera, la portuguesa y la brasileña, con atención especial de Izquierdo a la primera de ellas y a la
más que probable influencia que esos
catorce años de experiencia vital en
una isla recién conquistada, en contacto con las consiguientes iniquidades
sufridas por el pueblo guanche, pudieron tener en el apóstol que luego
se encontró con las comunidades indígenas brasileñas, a partir de su llegada a Bahía, un 13 de julio de 1553, y
de sus primeros pasos en San Vicente
y en el sertão de Piratininga.
En palabras atinadas y valientes de
Eliseo Izquierdo: “La tragedia del pueblo guanche, privado de libertad, despojado de su patrimonio y sobre todo
de su identidad como tal pueblo, se
mantenía viva en la isla de Tenerife
en pleno siglo XVI y debió de haber
calado de manera profunda en el espíritu del joven Anchieta, hiriendo su
sensibilidad. No de otra forma se entiende su temprano compromiso en
la defensa de los derechos de los abo-
Retrato del
misionero y escritor
lagunero.
rígenes brasileños, su manera de comunicarse con ellos, su capacidad de persuasión, la lucha que lideró con
tanto coraje como valentía en su favor,
y el empeño en la preservación de su
identidad…”.
Los siguientes artículos contenidos
en el segundo número de Anchiétea,
se ocupan, en su orden, 1) de aspectos genealógicos del apellido Anchieta,
revisados con ahínco por F. Borja Aguinagalde; 2) de la apasionante correspondencia de José de Anchieta en la
que describe con una prosa exaltada
el proceso de evangelización de los
indígenas antropófagos de la zona de
Iperuí, obra del profesor de Literatura Brasileña de la Universidad Federal Fluminense Paulo Roberto Pereira; 3) del papel otorgado por Anchieta al vocablo “Iesus” en sus
poemas latinos, análisis muy técnico
practicado por el catedrático y anchietano donde los haya Francisco
González Luis, que nos viene a demostrar que el “Iesus” de los poemas
de Anchieta –y del monograma de
la Compañía de Jesús– se inserta en
una estructura prosódica y métrica
que se basa en la cantidad vocálica
y silábica, la de los grandes poetas
latinos de la época clásica, cantidad
vocálica y silábica que más tarde daría
paso al criterio del acento intensivo;
4) otro artículo se ocupa de analizar
las vicisitudes sufridas por el monu-
En definitiva, tenemos en nuestras
manos ese instrumento inapreciable
al que me referí antes, capaz de acercarnos, desde el rigor y el buen gusto,
la dimensión humanística, científica
y apostólica de José de Anchieta en
su proyección atlántica y universal.
Me siento honrado a la hora de haber
sido elegido por los promotores de
tan digna publicación para dar mi humilde, pero, desde luego, no neutral
versión lectora, de los magníficos materiales recogidos en las bien cuidadas
214 páginas de Anchiétea número dos.
Y por último, un deseo que convierto
en solicitud. Pienso que entre los estudiosos de Anchieta vinculados al staff
de la revista que hoy presentamos debe
imponerse el objetivo de redactar, en
un volumen sencillo –acaso en edición trilingüe: español, portugués brasileño e inglés–, que puede aparecer
como separata de Anchiétea, una síntesis de lo que fue la trayectoria personal, intelectual y religiosa, de
nuestro paisano, no más de cien páginas dirigidas a un público lector no
especializado, donde, si es posible,
se añada una muy sucinta antología
de la rica y diversa obra del jesuita
lagunero.
El inmenso quehacer de Anchieta
contiene valores que valdría la pena
divulgar y compartir con aquellos que,
alejados de las preocupaciones y
ocupaciones académicas o paraacadémicas, atesoran una curiosidad cultural desinteresada que no debe ser
desoída por los que tanto saben del
hombre que ha merecido el honor de
transformarse en un exponente
insigne de nuestro pasado y de nuestro ahora.
Muchas gracias.
p8
domingo, 17 de mayo de 2015, EL DÍA
www.eldia.es/laprensa
Revista semanal de EL DÍA. Segunda época, número 980
La respuesta moral en la
comunicación virtual
Texto: Diego Francisco Fariña Vega
(licenciado en Psicología y técnico especialista en Informática de
Gestión. Coordinador de Nuevas Tecnologías del Colegio Oficial
de Psicología de Tenerife. psiconavegacion.blogspot.com)
N
o cabe duda de que Internet, en los últimos diez
años, ha cambiado una
buena parte de nuestros
hábitos de vida, y sobre
todo la manera en que nos relacionamos.
La irrupción de los smartphones en
2001, con algunas de las funciones que
comparten hoy en día, y la aparición
de la web 2.0, unos años después, apuntalaron los pilares que cambiaron las
reglas del juego de la comunicación
humana. A partir de este momento,
internautas de todo el mundo comenzaron a consumir y compartir información a partes iguales. Un movimiento
social que ha supuesto un impulso para
el establecimiento de
vínculos en un universo
digital que apuesta por resolver cualquier tipo de
barrera.
La Asociación para la Investigación de los Medios
de Comunicación, que tiene como principal objetivo conocer los hábitos
de uso de la red, afirma
en su decimoséptima Encuesta a Usuarios de Internet, ‘Navegantes en la
red’, que los principales
recursos utilizados en
Internet a través del móvil son aquellos que permiten la interacción entre
personas. Es decir, desde
el envío de correos electrónicos a plataformas
de mensajería instantánea,
pasando por el uso de las
redes sociales.
En la misma investigación encontramos que
el porcentaje de individuos de 14 años
o más con conexión a Internet en el
hogar ha aumentado de un 32,7% en
2005 a un 74,3% en noviembre de 2014.
El crecimiento de plataformas de comunicación online ha ocupado parte
de la utilización global de Internet. Las
comunidades virtuales permiten gestionar el capital social, un conjunto de
recursos reales o potenciales expresados a través de la red de relaciones
con las que cuenta un individuo o grupo
y que, al igual que la evolución constante de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), está
destinado a solventar muchas de las
necesidades personales y sociales
con las que se encuentra. Frente a esto,
también mantiene algunos de los
aspectos críticos de la interacción humana, de igual forma que éstos suceden fuera de la red.
La pregunta que a menudo surge en
este contexto es: ¿en qué medida la
comunicación de nuestras relaciones
“on line” se parece a la que ocurre en
las relaciones “off line”, o fuera de la
red?
En la línea de lo expuesto hasta este
momento, encontramos un interesante
estudio de la revista científica de educomunicación “Comunicar”, de enero
de 2015, en relación a los efectos no
deseados de la comunicación digital
en la respuesta moral.
Los investigadores, mediante la
utilización del test D.I.T de James Rest,
encontraron que los formatos digitales tienden a devaluar la respuesta moral
de los internautas con edades comprendidas entre 14 y 18 años. Es decir,
que el grado de compromiso a la hora
de hacer clic con el botón del ratón para
elegir una alternativa a un determinado dilema moral es menor del que
se registra a la hora de cumplimentar
un dilema idéntico en formato papel.
Entendiendo como moral la construcción de los juicios que las personas llevan a cabo para decidir si una
determinada acción está bien o mal,
Piaget (1896-1980), primero, o Kolhberg,
(1927-1980), algo después, fueron algunos de los autores que trabajaron
las primeras teorías sobre el desarrollo moral en los menores y de cómo
el progreso de sus estadios graduales
iban moldeando sus perspectivas a la
hora de enfrentarse a dichos dilemas.
A tenor del estudio anterior, y sin
entrar en el debate de si la respuesta
que se da a través de herramientas electrónicas es más o menos fiable de la
que se hace a través de otro medio,
podríamos aventurar que a la hora de
iniciar una comunicación utilizando
medios digitales el emisor puede
verse afectado por ciertos matices que
darían lugar a mensajes un tanto diferentes de los que se proporcionarían
sin la mediación de aquéllos, al margen incluso de la ausencia de elementos
metacomunicativos, como el tono de
voz o las expresiones faciales.
¿Podríamos entender, entonces,
que cuando los jóvenes encienden un
móvil para compartir un contenido pu-
diera ser que su juicio sobre una determinada cuestión estuviera afectado
por el medio que están utilizando? ¿Ocurriría que cuando en una organización
nos comunicamos con superiores jerárquicos, según usemos o no una herramienta electrónica, el contenido del
mensaje transmitido se escribe bajo
juicios diferentes?
Nuevas formas de interpretar
Si hoy en día una muy buena parte
de la comunicación humana se realiza a través de las pantallas de nuestros dispositivos electrónicos, podríamos pensar que ya no sólo la forma
en que nos comunicamos está cambian-
do, sino que es probable que se estén
generando nuevas formas de interpretar
el mundo real y virtual cada vez que
pulsamos un botón, sobre todo porque la diferencia entre ambos universos,
a medida que avanza el tiempo, es cada
vez más difusa.
¿De qué manera estas nuevas formas de comunicación pueden estar influyendo en nuestro entorno, la educación o la familia? Probablemente,
este tipo de cuestiones esté abriendo
enriquecedoras líneas de debate desde diversas disciplinas y resulta positivo que den lugar a la reflexión.
Lamentablemente, pueden surgir
también opiniones de ciertos sectores más radicales que pueden llevar
a citar, con prejuicio y restricción, premisas de corte popular del tipo de
“muerto el perro se acabó la rabia”.
Pero ante estos, sólo queda reconocer, que este “perro” está muy vivo,
es muy activo y no deja de mover el
rabo. Por este motivo, resulta sumamente importante la voluntad de
aceptar, adaptarse y aprender a convivir y evolucionar en estos entornos.
Pasamos una gran parte de nuestra
vida comunicándonos, y desde hace
bastante tiempo haciendo uso para ello
de la tecnología digital. La comunicación
es una de las raíces de la supervivencia,
ya no solo personal, sino de nuestras
organizaciones y, por añadidura, de
la construcción de nuestra
sociedad.
Fomentar un aprendizaje saludable y positivo de las
ya no tan nuevas tecnologías, que preste una especial atención a la educación
en unas normas de comunicación y participación
en la red cimentadas en valores como el respeto, la tolerancia o la protección de la
libertad de las personas y
de sus comunidades, resulta
de importancia a la hora de
una inspirar una actividad
virtual íntegra.
Desde la psicología es posible aportar al proceso de
comunicación “on line”
varios tipos de intervenciones: en primer lugar, conocedora de las dificultades
de la comunicación, la psicología ofrece estrategias que
favorecen el intercambio
informativo “on line”, analizando los agentes, características e interferencias que operan en el medio digital. En segundo lugar, mediando entre emisores y receptores con el objeto de favorecer una comunicación
saludable y solucionando, o previendo en cada caso, los posibles conflictos que pudieran surgir.
En tercer lugar, la psicología, como
formación, acerca la educación digital a la comunidad desde edades tempranas, guía al adulto en la consecución de objetivos en red y aporta recursos y perspectivas críticas a la hora de
interaccionar en el mundo digital con
el fin de mejorar así la calidad de vida
del individuo.