EL DÍA, domingo, 17 de mayo de 2015 p1 ANCHIETA EN LA GESTACIÓN de la atlanticidad, un artículo de Juan Manuel García Ramos. 6/7 del domingo revista semanal de EL DÍA RECUERDOS DEL PASADO ALFONSO XII: TRES BARCOS Y UN REY Texto: Manuel Marrero Álvarez (exdelegado de la Compañía Trasatlántica Española en Canarias) L a empresa naviera española A. López y Compañía, fundada en Cuba en 1850 y que más tarde pasaría a ser Trasatlántica, se traslada definitivamente a España en el año 1861, donde encuentra el campo adecuado para el desarrollo de sus actividades comerciales, obteniendo además del gobierno de la nación, en pública subasta, la concesión oficial postal de los vapores correos de La Habana, haciendo frente a la competencia que en estos servicios hacían las compañías inglesas que hasta entonces tenían el monopolio marítimo de las Antillas españolas. Establecido en Barcelona, centro comercial y financiero para las grandes empresas relacionadas con sus actividades marítimas, Antonio López, su fundador, pasa por una grave crisis que en algún momento le puso al borde de renunciar a sus empresas, y fue la pérdida de su hijo mayor, Antonio, cuando contaba 24 años de edad y fiaba en él sus mejores esperanzas de continuidad. Pero, ante las necesidades nacionales en un trance muy crítico y las graves complicaciones por las que atravesaba la economía del país, decide sacrificarlo todo, anteponiendo los sentimientos de los servicios que le pedía la nación al retiro que reclamaba su dolor. Desde siempre fue profundamente católico y monárquico, siendo a partir de 1868, en que la revolución destrona a Isabel II y esta abdica en favor de su hijo Alfonso, cuando Antonio López se alista en las filas del movimiento monárquico, con ánimo de restaurar la dinastía en Alfonso XII. Pero tendrá que pasar un periodo triste y dramático de más de un lustro en la historia española para que el jovencísimo Alfonso XII recupere, en diciembre de 1874, el trono de España. Ese espacio de tiempo abarcará los gobiernos de Amadeo de Saboya, como rey de España por dos años; la proclamación de la Primera República, en febrero de 1873, en la que se nombraron cuatro presidentes en un solo año, la insurrección carlista y las graves revueltas en los territorios de ultramar. Para atender el envío de tropas a Cuba como movilización militar urgente para pacificar la isla, que en aquellos tiempos era un autentico polvorín, el gobierno de la nación acude a Antonio López para que éste aplique sus recursos financieros en beneficio de España. Ante tales obligaciones, ofrece los barcos precisos para transportar a la isla caribeña a veinticinco mil soldados, al mando del general Martínez Campos, y pone a disposición del estado una importante cantidad de millones de pesetas, creando para ello el Banco Hispano Colonial. Fue entonces cuando, ante las prudentes advertencias de sus amigos previsores, Antonio López pronunció las siguientes palabras que se pueden calificar de históricas: “Prefiero arruinarme por salvar a mi patria a presenciar la ruina de ésta sin haber hecho lo que esté en mi mano para evitarlo”. En 1877 se le adjudica a la compañía un nuevo contrato con el gobierno español para el servicio de la correspondencia pública a la América central y a las Colonias españolas en las Indias de Occidente, para cuyo servicio se requieren más vapores de hélice, motivo por el cual la compañía empieza a adquirir un desarrollo inusitado, al aumentar entonces el número de barcos con mayor tonelaje. Y es aquí cuando apareció por primera vez el vapor “Alfonso XII”, el más grande de la flota, bautizado con el nombre del monarca que en aquellos tiempos reinaba en España y que sería buque insignia de la marina mercante española y de la nueva Trasatlántica, nacida como consecuencia de la transformación de la naviera en sociedad anónima. En 1878, la guerra de Cuba, o de los diez años, terminó con una paz que aseguraba a España la posesión de la más preciada de sus colonias y es también cuando el rey confiere a Antonio López el Collar de Carlos III, y pocos meses después lo eleva al marquesado de Comillas. En 1881, el rey Alfonso XII, que siente una alta consideración hacia Antonio López, le hace saber que le agradaría pasar una temporada de verano en su casa de Comillas, a pesar de que el edificio no se encuentra aún terminado. Conmovido ante esta prueba de honor y benevolencia, sabe lo que esto significa, porque un monarca no pide hospitalidad sino a quien estima profundamente. Su único hijo varón y benjamín de la familia, Claudio, y su jovencísima esposa María, que posee una gran belleza y está llena de inteligencia y bondad, serán los que hagan los honores de la casa a los regios invitados, mientras don Antonio, algo cansado, se retira con su esposa María Luisa a su residencia en Barcelona. La estancia en Comillas de los reyes se hará celebre y serán tanto los elogios al joven Claudio como a aquel bellísimo rincón santanderino que el recuerdo aún perdura y supuso la gran transformación de un pueblo hasta entonces desconocido para la mayor parte de España. En julio del siguiente año 1882, Alfonso XII repite su visita, en esta ocasión solo, aunque más tarde se unirán su madre Isabel II y las infantas Paz y Eulalia. El 31 de octubre de 1881, Antonio López recibiría un mensaje con el sello real, en el que se le nombra Grande de España, con lo que se le eleva a las más altas cumbres de la nobleza en consideración “a sus méritos y a los El “Alfonso XIII” fondeado. relevantes servicios que ha prestado a la nación como armador”. El 16 de enero de 1883, fallece en Barcelona a la edad de 66 años y entre los numerosos telegramas de pésame recibidos el joven Claudio López Bru abrió uno que decía: “Usted ha perdido un padre excelente, pero España ha perdido uno de los hombres que le han rendido los más altos servicios”. Firmaba el telegrama “Alfonso Rey”. Antonio López había nacido en la villa de Comillas el 12 de abril de 1817, culminando su obra al dejar una gran naviera, la más importante compañía de navegación española, que tantas páginas gloriosas había escrito en torno a las horas más críticas de la historia de España, rindiendo el máximo esfuerzo al servicio de la nación, transportando cerca de medio millón de hombres en 1.028 viajes y perdiendo seis buques a causa de las guerras coloniales. El trasatlántico “Alfonso XII” era el mejor buque español de aquellos tiempos y fue construido en los afamados astilleros William Denny&Bross de Dumbarton, Escocia, en 1875, cuya factoría utilizó Trasatlántica en varias ocasiones para la fabricación de sus grandes barcos. Entró en servicio en 1876, con 2.915 toneladas brutas y 1.982 netas. Medía 107 metros de eslora, 11,58 de manga, 8,53 de puntal y desplazaba 5.500 toneladas. Su navegación era a vela y vapor, disponiendo de tres mástiles con aparejo de goleta y figurando en su proa un mascarón con la efigie del joven soberano Alfonso XII esculpida por la firma Kay&Reid de Londres, cuya figura estaba defendida por el bauprés, desde donde mareaban los foques y se afirmaban los estayes del trinquete. Su propulsión a vapor la proporcionaban cuatro calderas circulares con tres hornos cada una, que desarrollaban una fuerza de 2.800 caballos efectivos en su única hélice de cuatro palas que le daban una velocidad de 14 nudos. Toda la maquinaria fue encargada al margen de la construcción de la nave, a los talleres David Rowan de Glasgow. Sus carboneras tenían una capacidad para 660 toneladas y podía transportar 1.333 pasajeros con 125 tripulantes. Al barco le dotaron de los mayores adelantos técnicos de la época, que le proporcionaban enormes ventajas para la seguridad de la navegación, al tiempo que gozaba de unas comodidades insuperables para el pasaje. En este su último viaje, el vapor “Alfonso XII”, que procedía de Cádiz, llegó p2 domingo, 17 de mayo de 2015, EL DÍA EN PORTADA a Las Palmas el día 13 de febrero de 1885 a primera hora de la mañana, fondeando en el antepuerto con el fin de efectuar operaciones de suministro de víveres, agua y carbón por barcaza, así como embarque de 11 pasajeros con destino a Cuba. La línea americana que cubría el buque era San Juan de Puerto Rico-Habana-Veracruz, pero en esta ocasión la siguiente escala después del puerto canario sería La Habana. A las 1500 horas del mismo día, con sol resplandeciente y mar en calma, el buque, al mando del capitán Juan Herrera, leva anclas y zarpa para el que sería su fatal destino. Con su derrota trazada hacia el Caribe, el buque navega normalmente y lo hace cerca de la costa, ante la curiosidad y admiración del público que presencia desde diferentes puntos de la ciudad la salida del esbelto trasatlántico, que aún no ha desplegado su velamen. Antes de la consolidación y desarrollo del puerto de La Luz, la bahía de Gando, que reunía las mejores condiciones de abrigo, tuvo gran relevancia para los barcos que buscaban refugio para sus operaciones y reparaciones navales. La Baja de Gando la conforman diversos mecanismos de erosión con relieves marinos que en ocasiones afloran, como el caso del Roque de Gando, o casi emergen, como la citada Baja, que tiene su pico a unos dos metros de profundidad, factor que define su peligrosidad junto al hecho de situarse a una distancia aproximada de un kilómetro mar adentro. Pero la posición en las cartas náuticas era bien conocida y su uso muy frecuente. Su cercanía a la costa permitía hacer la navegación por estima y, según los técnicos del lugar, “guardando siempre milla y media de distancia del faro, no hay medio alguno de chocar: siempre cuidando esta distancia quedará la Baja de Gando casi a una milla por tierra del buque”. El puerto de La Luz, en Las Palmas queda a unas de quince millas y el barco solo lleva cuarenta y cinco minutos de navegación. A pesar de la hora temprana, aunque habitual en las rutas trasatlánticas, la campana de a bordo anuncia a los pasajeros que la cena está lista. El capitán, que continúa en el puente, observa que las corrientes llevan el barco hacia tierra, por lo cual corrige el rumbo, cayendo unos grados a babor con el fin de separarse lo más posible de la costa. Terrible decisión, porque este cambio llevaría al buque diez minutos más tarde al encuentro con los arrecifes que conforman la Baja de Gando. El puente queda bajo la guardia del segundo oficial, agregado y timonel, mientras el capitán lo abandona para proseguir con sus obligaciones protocolarias a bordo. Son las cuatro de la tarde y aún muchos de los pasajeros no han llegado al comedor cuando se siente un ruido estremecedor que resuena en toda la estructura del buque. Se había chocado contra la Baja de Gando, frente a la Punta de Melenara, y como consecuencia del impacto el barco se para bruscamente haciéndole retroceder de forma violenta, al tiempo que gran- des cantidades de agua inundan las dependencias de la nave. Todo está perdido y solo falta saber el tiempo en que el buque permanecerá a flote. Cunde el pánico entre los viajeros, que se abalanzan sobre los botes salvavidas sin atender las indicaciones del capitán y miembros de la tripulación que, en medio de un intenso nerviosismo, intentan a toda costa mantener el orden. Viajan a bordo muy pocos pasajeros, solo 145, y 125 tripulantes; en total, 270 personas que ven cómo el barco se hunde cada vez más de proa, al tiempo que se mueve lentamente hacia el sur de la isla, por lo cual muchos de los viajeros y algunos de la dotación se hacen con un chaleco y se lanzan al mar viendo la cercanía de los pequeños barcos de pescadores que se prestaban a socorrerles. Por suerte, varios botes salvavidas lograron ser arriados, todos al mando de un oficial del buque, embarcando en ellos un buen número de náufragos que fueron conducidos hasta la playa próxima, regresando nuevamente en busca de más supervivientes. Y así, durante unos eternos 50 minutos en que tardó la nave en desaparecer bajo el mar, el capitán, oficiales y gran parte de la tripulación realizaron los máximos esfuerzos para poner a salvo a la totalidad de las personas que viajaban a bordo. Los postreros botes salvavidas fueron para transportar a los tripulantes que estuvieron colaborando en el salvamento, siendo el capitán Herrera el último en abandonar el barco, cuando la escora hacia inminente su hundimiento. Hubo pérdida total del barco, pero afortunadamente todos los pasajeros y tripulantes fueron puestos a salvo, contribuyendo a ello la inestimable de los pescadores de la playa de Gando, que con sus modestas barcas rescataron a un gran número de náufragos que luchaban por mantenerse a flote y los trasladaron hasta la orilla de la playa. Aquí se fueron reuniendo los supervivientes, pasajeros y tripulantes, traduciéndose en un espectáculo emocionante al comprobar entre abrazos y lágrimas que todos se habían salvado del naufragio. El hermoso trasatlántico “Alfonso XII” se fue Equipo de buzos que acudió al rescate del tesoro del primer “Alfonso XII”. a pique y sus restos reposan en el fondo de la Baja de Gando, a 48 metros de profundidad. Con él se hundieron las pertenencias de los pasajeros y tripulación, la carga, 90 sacas de correspondencia, y dio comienzo a una leyenda que dura hasta nuestros días: un valioso cargamento consistente en diez cajas precintadas conteniendo 500.000 duros en oro, con un contravalor de diez millones de reales en metálico que el Ministro de Ultramar del Gobierno de España enviaba a Cuba para atender las más urgentes necesidades de la isla. Los primeros técnicos y buzos llegados al lugar del naufragio fracasaron en el intento de recuperarlas, por lo que tanto el armador como las compañías aseguradoras contrataron a unos afamados buzos ingleses para realizar el trabajo. Las labores fueron arduas pero provechosas, logrando sacarlas todas menos una, que finalmente, después de varios días de trabajo, dieron por definitivamente perdida. Asimismo se rescataron las sacas de la correspondencia y otros objetos de pasajeros y tripulantes. Y a partir de aquí se incrementa el número de submarinistas “buscadores de oro”, que por cualquier medio se acercaban al barco hundido en busca del tesoro y de todo aquello que pudieran rapiñar. Pero la décima caja, oficialmente, nunca apareció. Lo que sí está constatado es que en muchas vitrinas de las casas de esos osados buceadores figuraban diferentes objetos del buque, como vajilla, cubertería, camafeos, faroles, etc. Y también cuentan que se vieron en poder de los mismos monedas de oro, tal como las que venían a bordo y se acuñaron en Madrid. Este desgraciado accidente sirvió, asimismo, para avivar, aún más si cabe, el famoso pleito insular (¡y de esto hace 130 años!), al ponerse en duda, según dicen, por parte de “la otra provincia” la seguridad de la navegación en las aguas cercanas a las costas de Gran Canaria, mientras que también algún periódico extranjero y nacional confundía Tenerife con Las Palmas al indicar el lugar del naufragio. Cinco años después, en 1890, se cele- bró el juicio ante el Tribunal de Marina del Departamento de Cádiz y, por consejo de guerra celebrado en San Fernando con motivo del naufragio, resultó condenado el capitán Juan Herrera a la pena de un año de suspensión en el mando de buques. Desconocemos si continuó en Trasatlántica, aunque sabiendo el cuidado y la excesiva obsesión que sus dirigentes imprimían por la seguridad de sus barcos mucho nos tememos que no. Y el 25 de noviembre del fatídico año 1885, nueve meses más tarde del hundimiento del trasatlántico español, fallece en el Palacio del Pardo de Madrid, víctima de tuberculosis, Alfonso XII, a la temprana edad de 27 años. Tuvo un reinado corto, como corta fue también la vida en el mar del esbelto vapor que tenía el honor de llevar su nombre. Se casó dos veces: la primera, con su prima María de las Mercedes de Orleans y Borbón, sobrina de Isabel II y nieta del rey Luis Felipe de Francia, que murió de tifus seis meses después, a la edad de 17 años, y fue la última reina cantada y alabada por los romances del pueblo. En segundas nupcias, el 29 de noviembre de 1879, lo hizo con María Cristina de Habsburgo-Lorena, archiduquesa de Austria, con la que tuvo tres hijos: las Infantas María de las Mercedes y María Teresa, y seis meses después de su muerte nace su hijo Alfonso XIII, futuro rey de España. Tres fueron los vapores de Trasatlántica que llevaron el nombre de “Alfonso XII”. El primero de ellos fue este, cuya historia se acaba de exponer y que solo tuvo diez años de vida; el segundo se construyó en los astilleros Wigham Richardson and Co, de Newcastle-On-Tyne, Inglaterra y tenía un registro bruto de 5.206 toneladas, 3.418 netas y un desplazamiento de 8.400 toneladas. Su botadura se produjo el 29 de marzo de 1888, siendo sus principales dimensiones: 123 metros de eslora; 15 de manga y 11 de puntal, complementando su sistema de propulsión a vapor una máquina de triple expansión, con cuatro calderas dobles, unida a una hélice de cuatro palas que le proporcionaban una velocidad de 16 nudos. Tenía dos chimeneas y disponía de cuatro mástiles. Su capacidad de pasajeros era de 1.725 y 155 tripulantes. La compañía decide desde un principio incorporarlo a la línea Mediterráneo, Canarias, San Juan de Puerto Rico, Habana y Veracruz, comenzando a navegar en el mes de julio de 1888. Sus viajes regulares transcurrieron los primeros años dentro de la mayor normalidad con resultados de explotación excelentes, pero los graves conflictos con motivo de las guerras coloniales, en especial durante los años 1895-1898, obligaron al buque a ponerse al servicio de tales acciones bélicas, transportando tropas y provisiones a las posesiones españolas de ultramar. En su último y fatídico viaje, el segundo “Alfonso XII” salió de Cádiz el 16 de junio de 1898 con un cargamento de mil toneladas de víveres y p3 EL DÍA, domingo, 17 de mayo de 2015 EN PORTADA pertrechos con destino a Cuba, efectuando sin novedad la travesía del Atlántico. Ya en el mar de las Antillas, el capitán decide poner proa hacia Cienfuegos, pero a cinco millas de la bocana del puerto divisó cuatro buques enemigos que vigilaban la entrada. El barco viró en redondo y a toda máquina logró perderlos de vista; se dirigió a La Habana navegando a lo largo de la costa hasta su llegada a la punta del Mangle, a nueve millas de la ciudad, donde fue descubierto por otro buque enemigo que le hace un primer disparo. Seguidamente se une otro barco de guerra americano y sus cañonazos se entrecruzan sobre la arboladura de la nave española. El barco varó a la entrada del canal, comenzando a arder desde que se iniciaron las primeras descargas. Dos días más tarde, otro buque enemigo disparó sobre la línea de flotación, ocasionando el hundimiento total. La fatalidad quiso que este “Alfonso” se perdiera igual que el primero, con solo diez años de vida. Incoada la correspondiente información por la pérdida del buque, el capitán Francisco Moret y Martín fue absuelto con los conceptos más favorables, así como también toda la oficialidad por sus pruebas de valor y disciplina en tan angustiosos momentos. El tercer y último vapor “Alfonso XII” que figura en la historia de la Compañía Trasatlántica corresponde al hermoso buque alemán “Havel”, comprado a Norddeutscher Lloyd de Bremen por el Ministerio de Ultramar y que fue dado de alta en las listas de la Armada de España con el nombre de “Meteoro” como crucero auxiliar, aunque no intervino en combate alguno, limitándose a patrullar nuestras aguas. Después de finalizadas las operaciones bélicas, fue retirado en espera de comprador, y en junio de 1900 una Real Orden dispone la venta del mismo, con un llamamiento a los navieros nacionales de que la nave se quede en España, formando parte de la flota mercante de nuestro país, tan necesitada de unidades de este tipo. Un mes más tarde, la operación queda cerrada por parte de Trasatlántica, que se hace con la propiedad de tan espléndido buque de lujo sin igual, con dos chimeneas al centro, proa vertical y dos mástiles. Construido en los astilleros Vulkan, de Stetting, Alemania, en 1891, navegó sus seis primeros años bajo pabellón alemán. Desplazaba 6.750 toneladas y medía 141 metros de eslora, 16 de manga y 11,30 de puntal, con una capacidad para 808 pasajeros y 215 tripulantes. Desarrollaba una velocidad de 20 nudos, consumiendo la excesiva cantidad de 125 toneladas de carbón por singladura. A partir de ese momento tomará el nombre de “Alfonso XII” y, por lo espectacular de su belleza y grandiosidad, se convertirá muy pronto en orgullo nacional y buque insignia de la compañía, siendo uno de sus servicios más destacados la expedición real a Canarias efectuada en febrero de 1906, cuya elección fue determinada por el gobierno de la nación “en base a que en España no hay otro buque, ni mercante Recibimiento al vapor a su llegada a Canarias. Foto Archivo FEDAC. ni de guerra, que reúna las condiciones para la navegación regia”. El barco fue habilitado especialmente para esta ocasión como buque real, con la categoría de crucero auxiliar, constituyendo un completo éxito para la naviera, que vio cómo todos los servicios funcionaron a la perfección y el buque tuvo un comportamiento excelente en la navegación, a pesar de que tuvo un viaje muy duro por las condiciones de la mar, hasta la llegada a Tenerife. Asimismo, según informaciones de la época, la visita de doce días del primer monarca español a Canarias, donde pudo conocer la realidad social de las Islas, fue triunfal y marcó un hito en la historia del archipiélago contribuyendo a reforzar el sentimiento nacional de los isleños, como también a crear nuevos vínculos afectivos y a que las Islas, que habían estado olvidadas de anteriores gobiernos, fueran desde entonces objeto de mayor atención. En la Memoria Anual correspondiente al ejercicio de 1906, que el Consejo de Administración de la Compañía formula a la Junta General de Accionistas, aparece un apartado donde dice: “Servicios extraordinarios- Cabemos una vez más la satisfacción de consignar una nueva prueba de deferencia recibida del Gobierno en el presente año. Siendo insuficiente el aviso de guerra GIRALDA para el cómodo alojamiento de S.M. y AA. RR. y del distinguido y numeroso séquito que debía acompañar a las Reales Personas en su viaje al archipiélago canario, acordó el Consejo de Ministros que nuestro vapor ALFONSO XII fuese utilizado para este importante servicio, incorporándolo a la flota militar con el carácter de crucero auxiliar, al mando de la Marina de Guerra y conservando a bordo todo su personal de máquinas y de fonda. La compañía procuró corresponder a la honrosa prueba de confianza que se le dispensaba y de haberlo conseguido recibió expresivos testimonios”. Cuatro años más tarde, en 1910, al mando del legendario capitán Manuel Deschamps, el barco efectúa otro servicio extraordinario, esta vez a Buenos Aires, en viaje que realiza la Infanta Isabel de Borbón en representación del rey Alfonso XIII, con motivo de los festejos en conmemoración del centenario de la independencia de la República Argentina. El gobierno quiere dar a este viaje una gran difusión periodística, uniendo con tal motivo a la comitiva los directores de los periódicos de mayor circulación del país. El 1 de mayo de 1910, la expedición partió de Madrid a Cádiz en tren, trasladándose a continuación a bordo del vapor “Alfonso XII”, donde la impresión de los pasajeros fue entusiasta y el comentario generalizado era de que se trataba de “un verdadero palacio flotante por su decoración lujosa y confortable”. El esbelto buque zarpa del puerto gaditano dos días más tarde y antes de realizar la gran travesía trasatlántica, efectúa una escala técnica en Cabo Verde para carbonear. Finalizadas sus operaciones, reanuda la navegación a una marcha de 18 millas por hora, con el fin de arribar a Buenos Aires en la mañana del 18 de mayo, llegada que se cumple puntualmente. La Infanta Isabel es recibida con toda solemnidad por el presidente de la República, y recorren en carruaje descubierto el camino hasta la Casa Rosada. Durante las dos semanas que duró la estancia en Argentina, el programa de actividades fue agotador y los emotivos sentimientos de simpatía desbordantes. El 2 de junio de 1910 es la fecha de regreso a España y en el momento en que el “Alfonso XII” suelta cabos, una gran multitud invade el puerto bonaerense para despedir a la Infanta y su numerosa comitiva. El viaje ha sido un éxito político para España, cuya monarquía ha salido reforzada en su prestigio y amistad con la nación argentina. Antes de rendir viaje en Cádiz, el barco pone rumbo hacia Canarias y, con gran sorpresa para la población tinerfeña, el 15 de junio de 1910 aparece en la prensa de la capital un edicto del alcalde en el que anuncia la visita real, que viaja a bordo del vapor de Trasatlántica. Tres días después, el 18 de junio a las siete de la mañana, fondeó en el antepuerto de Santa Cruz el hermoso trasatlántico, totalmente empavesado, que conducía a la embajada española, y una hora más tarde la Infanta Isabel de Borbón y su amplio séquito llegaban al desembarcadero, siendo recibidos por las autoridades, con la protocolaria ceremonia que la ocasión requería. La gran cena de gala a bordo en honor de las autoridades provinciales estaba prevista para las nueve de la noche, y en aquellos momentos todo era majestuoso en el espléndido vapor: las cubier- tas centelleantes de luz, los fastuosos salones con sus servicios de mesa de plata y vajillas de porcelana; los invitados con sus joyas, bandas y grandes cruces daban un especial realce al banquete que resultó magnífico, amenizado, por la orquesta del buque. Al día siguiente continuaron las visitas, esta vez a La Laguna, Puerto de la Cruz y Valle de La Orotava. El viaje hasta la ciudad lagunera y posteriormente hasta Tacoronte lo hicieron en tranvía y desde allí hasta el Valle de La Orotava en automóviles. Como en todos los lugares visitados, la presencia de la Infanta fue recibida por una gran muchedumbre que no cesó de vitorearla. Antes de su regreso a Santa Cruz, tuvo tiempo de pasar por el Jardín Botánico, visita que sirvió de inauguración oficial. En la vuelta a la capital santacrucera, se utilizaron los mismos medios de transporte, llegando a la plaza de la Constitución a las nueve de la noche. Seguidamente, tras una corta visita al Casino Principal, la comitiva se dirigió al embarcadero, desde donde continuaría hasta el vapor “Alfonso XII”, dando así por finalizada la visita oficial a Santa Cruz de Tenerife. A medianoche zarpa con destino a Las Palmas, a donde arriva a las siete de la mañana del 20 de junio de 1910, siendo el recibimiento apoteósico. A última hora de la noche, el buque reanuda su última singladura de este inolvidable viaje, con destino a Cádiz, a cuyo puerto llega el 22 de junio al amanecer. Antes de abandonar la nave, la mayoría de las autoridades querían llevarse un recuerdo del buque y, por supuesto, del ilustre capitán, por lo que las fotos se multiplican y en una de ellas, que Manuel Deschamps intercambia con la Infanta Isabel, el capitán escribe lo siguiente: “La infanta ha vivido en el barco como grumete, se ha hecho querer de todos como madre y ha recibido honores de reina”. El buque continuaría realizando sus tráficos regulares: Mediterráneo, New York, Cuba y México, hasta el año 1926 en que se produce una reestructuración en todas las líneas de la compañía, llegando hasta aquí la larga vida del “Alfonso XII”, que nunca fue rentable para la naviera, pero sí era un orgullo tenerlo en su flota, por su sólida construcción, suntuosidad y por ser elbarco más rápido. Finalmente pasó al triste grupo del que muchos siempre nos preguntamos: ¿por qué se desguazan los hermosos trasatlánticos? ¿No se protegen las grandes mansiones y los majestuosos palacios? Lo cierto es que todo se reduce a que los buques quedan obsoletos en un mercado ferozmente competitivo y a este extraordinario vapor, con todo su esplendor a cuestas, le llegó lamentablemente su hora, poniendo término con ello a la trilogía de “Alfonsos XII” que la compañía española Trasatlántica tuvo el honor de llevar en tres de sus mejores barcos. Fue vendido a la firma italiana Stabilimento Metalurgico Ligure para su desguace y definitiva desaparición. p4 B altasar Gabriel Peraza de Ayala comparece para decir que siempre ha tenido especial devoción al Misterio de la Santísima Trinidad. Con la firme intención de consagrarle algún culto, y por hallarse enfermo de muchos años, además de notoria indisposición, señala que la casa de su morada se halla “fronteriza”, situada un poco distante de las iglesias, por lo que, en el tiempo de invierno, que suele ser comúnmente formidable, le imposibilita que pueda acudir a ellas y lograr el espiritual consuelo de oír la santa misa. Para remedio de todo ello y el desempeño de su devoción, desea dar a Dios para su culto, el de los vecinos cercanos y demás concurrentes, el de tener misas seguras “sin incomodarse” (sin necesidad de penosos traslados). Es su firme deseo el de fabricar y edificar una ermita en lugar inmediato a su casa, para honra y gloria del señalado Misterio. También se compromete a dotarla con todo lo preciso, “en presente y en adelante”, y que pueda celebrarse en ella con toda decencia el santo sacrificio de la misa, amén de otras atribuciones. Como fuese costumbre, estos ruegos no llevan fecha. La primera, en este sentido, que conocemos es la que se identifica en el escrito emitido por el Obispado de Canaria el 1 de septiembre de 1769, en el que se interesa por la propiedad del terreno en donde esta fábrica pretende materializarse. En ese mismo mes y año, desde La Laguna la respuesta es que la obra ya se está ejecutando y que el solar se halla demarcado dentro del territorial en la parroquia de Los Remedios. Los beneficiados de esta parroquia aseguran que el fundador profesa una profunda devoción al Misterio de La Santísima Trinidad y que, al hallarse enfermo, le “incomoda” (resulta difícil) asistir a los oficios, por encontrarse su morada a cierta distancia del templo principal. Para su dotación le dedica un censo a redimir (intereses de un préstamo) de 7.416 reales, cinco cuartos y dos maravedíes de principal a Francisco de Obtazo (Otazo), el Mayor, e hijos vecinos y naturales de Las Cuevecitas de Candelaria, y a Francisco Núñez, natural de Güímar. Su rédito anual es de 222 reales y medio corrientes negociados al tres por ciento, que el coronel paga al contado en reales de a ocho, de nuevo cuño mejicano, excepto los 16 reales, cinco cuartos y dos maravedíes que los “ha exhibido” en moneda de indias, y otras monedas corrientes en estas islas. Las fincas hipotecadas son diecinueve. Por parte de Francisco Otazo el Mayor y de sus dos hijos, Jesús y Cristóbal, fueron: en Chivisaya, muchas de ellas, Chabé, Tonática, Nido de Cuervos, Niaza, Las Cuevecitas, Las Chozas, Charcos de Gabriel, Chefina o Tagoror del Negro, que hacen un total de 48 fanegadas y media con siete almudes. Por parte de Francisco Núñez en La Ladera (la Hoya Verde), Los Zarzales, Mocanal, Gonzalianes e Iñafo. Con una cabida total de dieciocho fanegadas y media. El montante de terreno hipotecado se domingo, 17 de mayo de 2015, EL DÍA LUGARES SAGRADOS (XXII) FUNDACIÓN DE LA ERMITA DE LA TRINIDAD (LA LAGUNA) En 1769, el coronel Baltasar Gabriel Peraza de Ayala, regidor de Tenerife, inicia diligencias para la fundación y dotación de una ermita en la ciudad de Aguere (San Cristóbal de La Laguna), dedicada al Misterio de la Santísima Trinidad, en la calle Verde, hoy Trinidad, con patronato y administración. El fundador no vería culminada su obra por fallecimiento. La concluiría, dos años después de iniciado el expediente, su hermano, el capitán Francisco Antonio Peraza de Ayala, residente entonces en El Realejo de Abajo. Este histórico oratorio, previa autorización obispal, fue bendecido por el vicario general de Tenerife en la mañana del 25 de mayo de 1771. Texto: Emiliano Guillén Rodríguez (periodista, cronista oficial y miembro del Instituto de Estudios Canarios) Foto: Doña Julia eleva a sesenta y siete fanegadas y siete almudes y medio, muchas de ellas en Chivisaya, como se ha dicho, e incluso en las proximidades del convento de Candelaria (Iñafo). Todas están especialmente dedicadas a viña, higueras, frutales y “pan sembrar”, cultivo de cereales. El coronel, ante Luis Antonio López Villavicencio, escribano público, el 23 de febrero de 1770 reitera sus primeros deseos, añadiendo que la susodicha ermita será pública, con puerta a la calle pública, y estará dotada con los 222 reales y medio que genera el señalado préstamo. Este dinero también se dedicará a reparos, ornamentos, adornos del altar y demás, para celebrar en ella el santo sacrificio con la mayor decencia posible. Compromete dos misas perpetuas anualmente, además de la cantada, que se ha de decir el día del titular de la ermita, el día de la Santísima Trinidad. Para la fecha de este documento, el oratorio estaba acabado de paredes y “prevenido” de materiales para su conclusión, así como el lugar que ocupará el cuadro referido al susodicho Misterio de la Santísima Trinidad. Espera que se celebre su festividad este mismo año con la tribuna del coro en lo alto de la pared del frente, a fin de que quede libre el cuerpo de la ermita, para los vecinos y concurrentes. Asimismo, al fundador le corresponde el patronato y la administración, por haberla fabricado ellos. Tendrán igualmente en depósito la llave. El edificio se halla ubicado en la calle que llaman Verde, y a partir de hoy, por esta razón, de la Santísima Trinidad. El sitio de la ermita linda con la calle por delante. Por detrás con el sitio de Rafael de Castilla y Valdés. Por el lado de arriba la propia la ermita. Por abajo las casas del otorgante; una de alto y bajo y dos terreras, hasta lindar con María Lozana, que hace esquina con la calle del Juego. Se le adjudica un valor aproximado de diez mil pesos. En el compromiso se incluye cargar con los costos de aseo, de cera o vinos. Con la dotación de los 22 reales corrientes cada año por las misas que se le han de pagar a los beneficiados de los Remedios; una cantada sin vestuarios y dos rezadas. La cantada el día del principal, y las rezadas una antes y otra después a “según le viniere en conveniencia a los párrocos”. Para la cantada se encenderán dieciséis candelones de a libra en el altar. El precio es de dieciséis reales por la cantada y seis por las dos rezadas. Se obliga a los fundadores, herederos y sucesores, bienes habidos y por haber, para todo ello. Unos días más tarde, ante Vicente de Paz, escribano público, el 27 de septiembre de 1770, modifica su primigenia intencionalidad. Ahora empeña la totalidad de los 222 reales y medio procedentes de los réditos del préstamo a redimir, los mismos que tiene contraídos con la familia Otazo de Candelaria. Incluye en su nueva voluntad que se diga una misa todos los domingos y fiestas de guardar de cada año, amén de las tres ya reseñadas. Se han de aplicar por su alma y la de todos sus difuntos. El santo sacrificio se celebrará a las diez de la mañana. Este horario se modificará, para celebrarla más temprano, similar a misa de alba, ya que les conviene mejor a los párrocos. Si el préstamo llegara a redimirse, autoriza a capellanes y patronos de la reseñada ermita para que vuelvan a renegociar el capital principal, a efectos de que siempre tengan la renta como segura. Nombra por primer capellán al presbítero Pedro Acosta Abad. Cuando el religioso muriese, serán los familiares del fundador los patronos de la ermita. Prefiere para ello los miembros de la familia de su hermano, el capitán y regidor perpetuo de la isla, Antonio Peraza de Ayala, residente en el Realejo de Abajo. Concluye señalando que si alguno de sus descendientes se aplicara a la vida religiosa, que esta fundación le sirva de congrua (conjunto de bienes necesarios, exigidos por la Iglesia, para poder alcanzar las mayores órdenes, sea el sacerdocio). A los 222 reales y medio le añade otra cantidad igual, sacada de sus propiedades, para pagar las 89 misas anuales a razón de dos reales cada una. El clérigo, primer capellán, se corresponsabiliza de todo ello. Por las fechas comprendidas entre la correspondiente a este documento y la del subsiguiente fallece el fundador, ya que su citado hermano, el 24 de abril del siguiente año, ante el escribano público Antonio López de Villavicencio, se compromete a culminar la obra. Definitivamente acabada y rematada, cumple con todas las exigencias impuestas, incluso con relación a la puerta privada de acceso desde la vivienda, o con la tribuna destinada para el coro. Por autorización expresa del Obispado, el vicario general de la isla gira visita al señalado eremitorio para comprobar su estado. En vista de su decoro, decencia y dotación, en la mañana del 25 de mayo de 1771 procede a su cristiana bendición siguiendo el preceptivo ritual romano. Nota Documental Archivo Diocesano de La Laguna: - Signatura 1315. Documento Nº 65. - Signatura 1604. Documento Nº 7. p5 EL DÍA, domingo, 17 de mayo de 2015 INVESTIGACIÓN EN PORTADA TURISMO Manuel Martín González Nació en Guía de Isora, Tenerife, en 1905. Pintor de formación autodidacta, llegó a convertirse en uno de los más importantes paisajistas canarios del siglo XX. Comenzó como dibujante publicitario vinculado a la empresa Litografía Romero, y a los 21 años emigró a Cuba, donde continuó con esta labor. Regresó a Tenerife en 1932, manifestándose ya como notable pintor y participando a partir de entonces de manera activa en la vida intelectual de la capital tinerfeña. Formó parte de la junta directiva del Círculo de Bellas Artes cuando éste estuvo dirigido por el acuarelista Francisco Bonnín. Los temas de las pinturas al óleo de Martín González se centran en la geografía árida y abrupta de las Islas, especialmente de los secarrales sureños, tratados con un refinamiento capaz de extraer la más sugerente poesía de aquellas soledades agrestes. Investiga todas las posibilidades dramáticas de la gran variedad geológica y rural, habiéndonos legado una lectura idealizada que representa un legado artístico de gran valor, realizado con una personalidad muy definida. Son suyas las pinturas que decoran el salón noble del hotel Mencey, de Santa Cruz de Tenerife, y dejó numerosas muestras de su arte en instituciones y en colecciones particulares. En 1971 fue nombrado miembro de honor de la Academia de Artes y Ciencias de San Juan de Puerto Rico y doce años después, Académico Numerario de la RACBA. Su acto de ingreso en la corporación canaria lo realizó cinco años después, el 18 de julio de 1988, falleciendo a los dos meses. Pérez Minik, que ingresó con él y habló por ambos, destaca en su discurso la identidad diferenciada de Martín González como paisajista, apartándose de los tópicos tan trillados por otros pintores (paisajes floridos, arboledas y rincones encantadores de fácil hermosura) para centrarse en sus lienzos del Sur en “un nuevo paisaje gris, ocre, de montaña pelada, piedra volcánica o barrancos inhóspitos”, sin seguir la corriente fácil y edulcorada de los paisajistas que le precedieron. Pondera el crítico la originalidad del pintor como espectador de una geografía que no inventa, un paisaje que no se sacó de la manga, sino que se encontraba “al alcance de la mano, lo de siempre, pero que nadie había visto”. Aparentemente, una geografía sin hombres ni mujeres. Es el poder sugeridor de una pintura cuya aridez y fortaleza cautiva a quien la mira. Serie “Pintores canarios”, cuadro nº 15 (técnica mixta sobre papel de acuarela) p6 domingo, 17 de mayo de 2015, EL DÍA ANÁLISIS ANCHIETA EN LA GESTACIÓN DE LA ATLANTICIDAD Texto: Juan-Manuel García Ramos (Presentación del número 2 de la revista Anchiétea, en el Instituto de Estudios Canarios el 7 de mayo de 2015) E n 1978, durante un largo viaje por Paraguay, sur de Brasil y Argentina, visité en Posadas la reducción jesuítica “Nuestra Señora de la Anunciación de Itapúa”, fundada en 1615 por el sacerdote paraguayo de la orden ignaciana Roque González de Santa Cruz, una reducción que fue el germen de la actual capital de la provincia argentina de Misiones. Las sorprendentes ruinas de ese lugar, devoradas ya por la selva, son, para cualquier visitante, un testimonio palpable de un perfecto sistema de organización económica y social instalado por los misioneros de la Compañía de Jesús hace exactamente cuatro siglos en medio de una naturaleza adversa; un espacio de civilización insólito que no he podido borrar de mi memoria visual. Según los reinos de España y Portugal, los jesuitas fueron expulsados en el siglo XVIII de la América española y del Brasil por haber intentado crear un estado dentro del estado, por haber puesto en duda la autoridad metropolitana de esos países colonizadores. Pero lo que nadie niega ya es que esa orden religiosa fundada por Ignacio de Loyola fue la única que intentó respetar las costumbres de los pueblos indígenas americanos, practicó un trato respetuoso con esas sociedades aborígenes y terminó por infundir un sentido de identidad propia a las naciones del Nuevo Mundo. La independencia de América, para bien o para mal, tuvo mucho que agradecerle a la Compañía de Jesús, a pesar de esta corporación haber sido expulsada de esos territorios algunos decenios antes. En esa obra civilizadora hemos de colocar a nuestro paisano José de Anchieta, al que, desde la literatura, siempre he considerado un icono, junto a Silvestre de Balboa en Cuba y Luis Melián de Betancurt en Guatemala, de la gestación de la atlanticidad de Canarias. Desde la literatura, Anchieta, Melián de Betancurt y Balboa representan la primera contribución de un tejido de reciprocidades canario-americanas, aunque sus tempranos desvelos literarios no son sino el comienzo de un grande y diverso diálogo ininte- rrumpido que, durante los últimos siglos, ha cobrado aun mayor fuerza. Me gusta repetir que somos lo que somos (la Historia) y lo que soñamos que somos (la Literatura). Y muchas veces me he preguntado cómo podríamos definirnos mejor los canarios desde el punto de vista cultural. ¿Acaso con nuestra mirada puesta exclusivamente en el interior, o viéndonos proyectados en el exterior que hemos sido capaces de generar con nuestros sueños, con nuestros viajes, con nuestro espíritu comercial o nuestra capacidad innata de relacionarnos con otros pueblos? Pudimos ser una cultura regresiva (como le sucedió a la isla de Pascua, en el océano Pacífico, enfrente de Chile, con sus estatuas megalíticas, los “moais”, o con su escritura aún no descifrada, productos de una cultura superior, acaso llegada de la Polinesia y luego postergada), pero pronto optamos por dar pasos adelante, para incorporarnos a la historia común de los dos hemisferios confrontados en nuestras propias narices oceánicas. Somos “atlanticidad”, lo queramos o no. Somos proyección y comunicación, y no clausura ni ensimismamiento. Anchieta, además de ser el primer poeta de nuestra literatura insular, es el primer símbolo de esa vocación oceánica, abierta y permeable, de la cultura de las Islas Canarias, y la recuperación de su figura y de su obra poliédrica es un imperativo que a todos nos concierne. Esa es la honrosa labor que un grupo de estudiosos se impuso en 1955 desde la Cátedra Cultural Padre Anchieta de la Universidad de La Laguna, que fijó como objetivos fundamentales, entre otros, “estimular y difundir trabajos científicos, históricos y literarios sobre las relaciones de Canarias con el mundo hispanoamericano”; una labor más tarde retomada por un equipo de profesores e investigadores vinculados al Departamento de Filología Clásica de nuestra Universidad, incluidos en un proyecto de investigación que dio sus primeros frutos en 1988, con la edición del volumen José de Anchieta. Vida y obra, editado por el Ayuntamiento de La Laguna, donde colaboraron Miguel Rodríguez-Pantoja, los hermanos Francisco y José González Luis, Fremiot Hernández González, José María Fornell y Luis María Eguiraun. La revista Anchiétea viene a continuar aquellos esfuerzos de seguir rescatando para la memoria actual la Portada del número 2 de la revista Anchiétea. obra apostólica e intelectual del jesuita lagunero, y con la publicación de su segundo número festeja, además, la definitiva canonización del padre Anchieta mediante decreto del papa Francisco, el primer papa perteneciente a la Compañía de Jesús, como todos sabemos, decreto firmado el 3 de abril de 2014. Anchiétea, dirigida por José González Luis y con Eliseo Izquierdo al frente de su redacción, ha conseguido aglutinar en sus órganos a nuevos estudiosos de esa especialidad, y a los investigadores ya mencionados antes se han unido personalidades académicas como las de Carlos Brito, autor, por otra parte, de lo que él mismo define como la única edición hasta el momento [1998] con pie de imprenta español de las Poesías líricas castellanas de Anchieta, editadas por el Instituto de Estudios Canarios; o personalidades como la de Carlos Javier Cas- tro Brunetto, entre otras muchas firmas que sería prolijo enumerar aquí. Con sus dos números sacados a la luz hasta ahora, Anchiétea ha demostrado que puede erigirse en un instrumento inapreciable para acercarnos, desde el rigor, la dimensión humanística y científica, sin menoscabo de su acción apostólica, de José de Anchieta en su proyección universal. Hemos tardado mucho tiempo en poner a nuestro primer poeta y a nuestro segundo santo en el lugar que se merecía en los muchos ministerios de su quehacer. Siempre tardamos mucho tiempo en ordenar nuestros prestigios, y Anchiétea parece decidida no solo a reparar esta injusticia cultural, sino a coordinar con coraje, desde su ámbito isleño, las muchas contribuciones investigadoras que día a día otorgan a Anchieta el lugar en la historia del Atlántico que le corresponde por sus méritos indiscutibles p7 EL DÍA, domingo, 17 de mayo de 2015 ANÁLISIS en tantas parcelas del saber y del hacer humanos. En ese sentido, en este segundo número de Anchiétea se sigue indagando en asuntos tan sugestivos como la modalidad de catequesis al servicio de los pueblos indígenas de América, también al servicio de la fe y la promoción de la justicia, y no al servicio de los imperios colonizadores, como tan bien analiza el teólogo alemán Paulo Suess en el estudio “La canonización de Anchieta como advertencia y desafío”. Estudio donde se plantea romper no solo con el viejo desafuero colonial, sino con el paradigma cognitivo de la colonialidad, esa supervivencia de mentalidades anteriormente estructuradas y alienadas, y producir lo que Suess define como una nueva epistemología del Sur, un viraje descolonizador, labores hoy día promocionadas por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, que, a su vez, recogen y desarrollan las teorías poscoloniales fundamentadas por intelectuales como el profesor y crítico palestino estadounidense Edward W. Said, la pensadora india Gayatri Spivak y su paisano Homi K. Bhabha, o el semiólogo argentino Walter Mignolo para todo lo referente al ámbito latinoamericano. Suess nos introduce en la actual disputa hermenéutica entre la teología universal y las teologías locales, como la defendida con valentía por Anchieta en su época, y apuesta por una iglesia universal articulada desde la base de las iglesias locales como punto de partida para una nueva teología descolonial, una catequesis que debe asumir la cultura de los pueblos, su lenguaje, sus símbolos y sus modos de ser. Suess vincula a Anchieta con el pensamiento de fray Bartolomé de las Casas y cita una de las quejas más reivindicativas del antiguo obispo de Chiapas incluida en su singular Historia de las Indias, aquella en la que nos dice que “dejé en las Indias a Jesucristo, nuestro Dios, azotado, afligido, abofeteado y crucificado, no una, sino mil veces, por los españoles que asolan y destruyen a aquellas gentes…”. Eliseo Izquierdo, en su trabajo “Raíces canarias de la obra de Anchieta. Leve reflexión sobre la niñez y adolescencia del Apóstol del Brasil”, amplía, sin tanta levedad como nos anuncia con elegante modestia en su título; amplía y actualiza un estudio ya emprendido por Francisco González Luis en el volumen ya citado, José de Anchieta. Vida y obra, haciendo una síntesis muy ambiciosa y clarificadora del catálogo de biografías escritas sobre Anchieta; desde la del jesuita castellano Quiricio Caxa, en el siglo XVI, hasta las respetables páginas de Agustín Millares Carlo sobre el particular, y las ya citadas de Francisco González Luis, revisadas por él mismo en su colaboración en el número uno de Anchiétea. Izquierdo relee con placer y minuciosidad toda esa bibliografía y va es- mento al Padre Anchieta del escultor brasileño Bruno Giorgi, situado en La Laguna, análisis desempeñado con pormenorización de los hechos por el creador y académico Tomás Oropesa; 5) a continuación se nos habla de la solicitud de beatificación y canonización enviada por el Concejo de la isla de La Palma al papa Clemente XII, revisada por el catedrático Fremiot Hernández González, quien ya había insertado, en esa misma línea indagatoria, en el primer número de Anchiétea, un artículo sobre Anchieta y los Mártires de Tazacorte; 6) y, por último, se nos da cuenta de la prosa latina de Anchieta a través de tres cartas escritas en distintas épocas y con distintos criterios, de las que se ocupa Miguel Rodríguez-Pantoja, cofundador de estos estudios anchietanos en la Universidad de La Laguna durante su estancia en nuestro primer centro docente desde 1982 a 1986. Esta segunda entrega de Anchiétea se completa con una esmerada crónica de la canonización de San José de Anchieta, como no podía ser menos, con una reproducción de la presentación del primer número de la revista, llevada a cabo por Andrés Sánchez Robayna, y con distintas noticias y obituarios redactados con pulcritud. pulgando errores e inexactitudes –entre ellas, la del posible origen guanche de la madre de Anchieta, doña Mencía Díaz de Clavijo, origen que Izquierdo descarta con argumentos más que convincentes–, errores e inexactitudes demasiado abundantes de los muchos estudiosos ocupados en recorrer la intensa vida de Anchieta. Una vida dividida en tres épocas, la lagunera, la portuguesa y la brasileña, con atención especial de Izquierdo a la primera de ellas y a la más que probable influencia que esos catorce años de experiencia vital en una isla recién conquistada, en contacto con las consiguientes iniquidades sufridas por el pueblo guanche, pudieron tener en el apóstol que luego se encontró con las comunidades indígenas brasileñas, a partir de su llegada a Bahía, un 13 de julio de 1553, y de sus primeros pasos en San Vicente y en el sertão de Piratininga. En palabras atinadas y valientes de Eliseo Izquierdo: “La tragedia del pueblo guanche, privado de libertad, despojado de su patrimonio y sobre todo de su identidad como tal pueblo, se mantenía viva en la isla de Tenerife en pleno siglo XVI y debió de haber calado de manera profunda en el espíritu del joven Anchieta, hiriendo su sensibilidad. No de otra forma se entiende su temprano compromiso en la defensa de los derechos de los abo- Retrato del misionero y escritor lagunero. rígenes brasileños, su manera de comunicarse con ellos, su capacidad de persuasión, la lucha que lideró con tanto coraje como valentía en su favor, y el empeño en la preservación de su identidad…”. Los siguientes artículos contenidos en el segundo número de Anchiétea, se ocupan, en su orden, 1) de aspectos genealógicos del apellido Anchieta, revisados con ahínco por F. Borja Aguinagalde; 2) de la apasionante correspondencia de José de Anchieta en la que describe con una prosa exaltada el proceso de evangelización de los indígenas antropófagos de la zona de Iperuí, obra del profesor de Literatura Brasileña de la Universidad Federal Fluminense Paulo Roberto Pereira; 3) del papel otorgado por Anchieta al vocablo “Iesus” en sus poemas latinos, análisis muy técnico practicado por el catedrático y anchietano donde los haya Francisco González Luis, que nos viene a demostrar que el “Iesus” de los poemas de Anchieta –y del monograma de la Compañía de Jesús– se inserta en una estructura prosódica y métrica que se basa en la cantidad vocálica y silábica, la de los grandes poetas latinos de la época clásica, cantidad vocálica y silábica que más tarde daría paso al criterio del acento intensivo; 4) otro artículo se ocupa de analizar las vicisitudes sufridas por el monu- En definitiva, tenemos en nuestras manos ese instrumento inapreciable al que me referí antes, capaz de acercarnos, desde el rigor y el buen gusto, la dimensión humanística, científica y apostólica de José de Anchieta en su proyección atlántica y universal. Me siento honrado a la hora de haber sido elegido por los promotores de tan digna publicación para dar mi humilde, pero, desde luego, no neutral versión lectora, de los magníficos materiales recogidos en las bien cuidadas 214 páginas de Anchiétea número dos. Y por último, un deseo que convierto en solicitud. Pienso que entre los estudiosos de Anchieta vinculados al staff de la revista que hoy presentamos debe imponerse el objetivo de redactar, en un volumen sencillo –acaso en edición trilingüe: español, portugués brasileño e inglés–, que puede aparecer como separata de Anchiétea, una síntesis de lo que fue la trayectoria personal, intelectual y religiosa, de nuestro paisano, no más de cien páginas dirigidas a un público lector no especializado, donde, si es posible, se añada una muy sucinta antología de la rica y diversa obra del jesuita lagunero. El inmenso quehacer de Anchieta contiene valores que valdría la pena divulgar y compartir con aquellos que, alejados de las preocupaciones y ocupaciones académicas o paraacadémicas, atesoran una curiosidad cultural desinteresada que no debe ser desoída por los que tanto saben del hombre que ha merecido el honor de transformarse en un exponente insigne de nuestro pasado y de nuestro ahora. Muchas gracias. p8 domingo, 17 de mayo de 2015, EL DÍA www.eldia.es/laprensa Revista semanal de EL DÍA. Segunda época, número 980 La respuesta moral en la comunicación virtual Texto: Diego Francisco Fariña Vega (licenciado en Psicología y técnico especialista en Informática de Gestión. Coordinador de Nuevas Tecnologías del Colegio Oficial de Psicología de Tenerife. psiconavegacion.blogspot.com) N o cabe duda de que Internet, en los últimos diez años, ha cambiado una buena parte de nuestros hábitos de vida, y sobre todo la manera en que nos relacionamos. La irrupción de los smartphones en 2001, con algunas de las funciones que comparten hoy en día, y la aparición de la web 2.0, unos años después, apuntalaron los pilares que cambiaron las reglas del juego de la comunicación humana. A partir de este momento, internautas de todo el mundo comenzaron a consumir y compartir información a partes iguales. Un movimiento social que ha supuesto un impulso para el establecimiento de vínculos en un universo digital que apuesta por resolver cualquier tipo de barrera. La Asociación para la Investigación de los Medios de Comunicación, que tiene como principal objetivo conocer los hábitos de uso de la red, afirma en su decimoséptima Encuesta a Usuarios de Internet, ‘Navegantes en la red’, que los principales recursos utilizados en Internet a través del móvil son aquellos que permiten la interacción entre personas. Es decir, desde el envío de correos electrónicos a plataformas de mensajería instantánea, pasando por el uso de las redes sociales. En la misma investigación encontramos que el porcentaje de individuos de 14 años o más con conexión a Internet en el hogar ha aumentado de un 32,7% en 2005 a un 74,3% en noviembre de 2014. El crecimiento de plataformas de comunicación online ha ocupado parte de la utilización global de Internet. Las comunidades virtuales permiten gestionar el capital social, un conjunto de recursos reales o potenciales expresados a través de la red de relaciones con las que cuenta un individuo o grupo y que, al igual que la evolución constante de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), está destinado a solventar muchas de las necesidades personales y sociales con las que se encuentra. Frente a esto, también mantiene algunos de los aspectos críticos de la interacción humana, de igual forma que éstos suceden fuera de la red. La pregunta que a menudo surge en este contexto es: ¿en qué medida la comunicación de nuestras relaciones “on line” se parece a la que ocurre en las relaciones “off line”, o fuera de la red? En la línea de lo expuesto hasta este momento, encontramos un interesante estudio de la revista científica de educomunicación “Comunicar”, de enero de 2015, en relación a los efectos no deseados de la comunicación digital en la respuesta moral. Los investigadores, mediante la utilización del test D.I.T de James Rest, encontraron que los formatos digitales tienden a devaluar la respuesta moral de los internautas con edades comprendidas entre 14 y 18 años. Es decir, que el grado de compromiso a la hora de hacer clic con el botón del ratón para elegir una alternativa a un determinado dilema moral es menor del que se registra a la hora de cumplimentar un dilema idéntico en formato papel. Entendiendo como moral la construcción de los juicios que las personas llevan a cabo para decidir si una determinada acción está bien o mal, Piaget (1896-1980), primero, o Kolhberg, (1927-1980), algo después, fueron algunos de los autores que trabajaron las primeras teorías sobre el desarrollo moral en los menores y de cómo el progreso de sus estadios graduales iban moldeando sus perspectivas a la hora de enfrentarse a dichos dilemas. A tenor del estudio anterior, y sin entrar en el debate de si la respuesta que se da a través de herramientas electrónicas es más o menos fiable de la que se hace a través de otro medio, podríamos aventurar que a la hora de iniciar una comunicación utilizando medios digitales el emisor puede verse afectado por ciertos matices que darían lugar a mensajes un tanto diferentes de los que se proporcionarían sin la mediación de aquéllos, al margen incluso de la ausencia de elementos metacomunicativos, como el tono de voz o las expresiones faciales. ¿Podríamos entender, entonces, que cuando los jóvenes encienden un móvil para compartir un contenido pu- diera ser que su juicio sobre una determinada cuestión estuviera afectado por el medio que están utilizando? ¿Ocurriría que cuando en una organización nos comunicamos con superiores jerárquicos, según usemos o no una herramienta electrónica, el contenido del mensaje transmitido se escribe bajo juicios diferentes? Nuevas formas de interpretar Si hoy en día una muy buena parte de la comunicación humana se realiza a través de las pantallas de nuestros dispositivos electrónicos, podríamos pensar que ya no sólo la forma en que nos comunicamos está cambian- do, sino que es probable que se estén generando nuevas formas de interpretar el mundo real y virtual cada vez que pulsamos un botón, sobre todo porque la diferencia entre ambos universos, a medida que avanza el tiempo, es cada vez más difusa. ¿De qué manera estas nuevas formas de comunicación pueden estar influyendo en nuestro entorno, la educación o la familia? Probablemente, este tipo de cuestiones esté abriendo enriquecedoras líneas de debate desde diversas disciplinas y resulta positivo que den lugar a la reflexión. Lamentablemente, pueden surgir también opiniones de ciertos sectores más radicales que pueden llevar a citar, con prejuicio y restricción, premisas de corte popular del tipo de “muerto el perro se acabó la rabia”. Pero ante estos, sólo queda reconocer, que este “perro” está muy vivo, es muy activo y no deja de mover el rabo. Por este motivo, resulta sumamente importante la voluntad de aceptar, adaptarse y aprender a convivir y evolucionar en estos entornos. Pasamos una gran parte de nuestra vida comunicándonos, y desde hace bastante tiempo haciendo uso para ello de la tecnología digital. La comunicación es una de las raíces de la supervivencia, ya no solo personal, sino de nuestras organizaciones y, por añadidura, de la construcción de nuestra sociedad. Fomentar un aprendizaje saludable y positivo de las ya no tan nuevas tecnologías, que preste una especial atención a la educación en unas normas de comunicación y participación en la red cimentadas en valores como el respeto, la tolerancia o la protección de la libertad de las personas y de sus comunidades, resulta de importancia a la hora de una inspirar una actividad virtual íntegra. Desde la psicología es posible aportar al proceso de comunicación “on line” varios tipos de intervenciones: en primer lugar, conocedora de las dificultades de la comunicación, la psicología ofrece estrategias que favorecen el intercambio informativo “on line”, analizando los agentes, características e interferencias que operan en el medio digital. En segundo lugar, mediando entre emisores y receptores con el objeto de favorecer una comunicación saludable y solucionando, o previendo en cada caso, los posibles conflictos que pudieran surgir. En tercer lugar, la psicología, como formación, acerca la educación digital a la comunidad desde edades tempranas, guía al adulto en la consecución de objetivos en red y aporta recursos y perspectivas críticas a la hora de interaccionar en el mundo digital con el fin de mejorar así la calidad de vida del individuo.
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