viernES 27 de marzo de 2015 o1 Montevideo, Uruguay · viernES 27 de marzo de 2015 · Nº 38 día del FUTURO No te olvides del pago Alumnos de la escuela agraria Establecimiento Santa Ana, en Rincón de Ramírez, Treinta y Tres. / foto: juan manuel ramos Experiencia de ciclo básico rural en el interior profundo de Treinta y Tres La polvareda que levantan las camionetas escolares tapa los extensos cultivos de arroz y soja que bordean el camino de tierra. Trasladan todos los días a 56 chiquilines de entre 12 y 16 años, hijos de quienes dejan el lomo en esas tierras. Cuando los motores se escuchan en la estancia Santa Ana, comienza la jornada. Los ruidos de la naturaleza se mezclan con las risas y el bullicio de los adolescentes. Se los ve paseando, conversando, abrazados y ensimismados en sus celulares. Todo a su ritmo, porque “las horas pasan más lento que en la ciudad”, aclara Camila, estudiante de primer año. Sin embargo, el viernes 13 de marzo fue un día agitado. Además de la diaria, visitaron la estancia autoridades de la Administración Nacional de Educación Pública y de la Universidad del Trabajo del Uruguay (UTU). Pero a los chiquilines no se los ve muy alterados. El proyecto educativo comunitario Santa Ana se formó en 2013 y está ubicado en Rincón de Ramírez, en la tercera sección del departamento de Treinta y Tres, cerca del límite con Cerro Largo. El predio cuenta con unas 2.500 hectáreas, que son atravesadas por el serpenteante río Tacuarí. En un medio en el que se visualiza el horizonte y la naturaleza cumple un rol formativo, se ofrece ciclo básico rural extendido, con clases de lunes a viernes de 9.00 a 17.00, y los sábados de 8.00 a 13.00. 80% de los alumnos son del medio rural; el resto, de las ciudades próximas de Río Branco (Cerro Largo) y Vergara (Treinta y Tres). Hijos de peones rurales, pero, sobre todo, hijos de trabajadores de las arroceras. Mientras recorremos la sala de informática, y antes de cualquier pregunta, Camila lanza: “Todos los días la pasamos re bien acá”. Está junto con su amiga Stephanie, ambas de 13 años. Son inseparables y no tienen problema en charlar. A la sombra de un árbol próximo a las instalaciones, cuentan sobre su vocación, sus pasiones, su paso por Santa Ana, su vida cotidiana en las arroceras. Camila, de ojos claros y mirada firme, vive en el arrozal La Catumbera, donde “se quedó Diego Lugano”. Allí, su padre “trabaja con [el patrón] Miguel Ángel Rizo”, y, como es época de cosecha, sale de la casa cuando amanece y vuelve pasada la noche. Su mamá “es ama de casa, nomás”. En La Catumbera viven 20 familias. Stephanie vive en el arrozal Santa Ana, y su padre trabaja para el brasileño Geraldo Radum, en la arrocera. Allí viven sólo tres familias. En sus casas, además de hacer los deberes, ayudan a sus madres con las tareas domésticas. Vivir en el campo no las aburre, más bien les gusta, porque “es re tranquilo”. Valoran mucho el contacto con la naturaleza y “sentir el ruido de los pajaritos” cuando se despiertan por la mañana. “La parte de educación física que más me gusta es jugar al fútbol”, cuenta Camila. Milton, alumno de terce- ro y futuro mecánico automotor, agrega, entre risas: “Acá no hay ninguna gurisa que no le guste jugar al fútbol”. De todas formas, para Camila antes que el deporte está la carrera de Magisterio: “Quiero ser maestra desde los cinco años, por eso siempre estoy con las pilas bien puestas para estudiar”. Stephanie, que se toca el pelo negro que corre por su hombro, tiene los ojos bien delineados y la sonrisa siempre lista, quiere ser doctora. Para ambas, tener un título es sinónimo de un “mejor futuro”. “Yo digo que hay que aprender a estudiar ahora, para después no arrepentirse”, expresó Stephanie. No quiere arrepentirse, como “los primos” y “los tíos”, que “se pusieron a trabajar y ahí lo perdieron todo”. “Con un título, podés hacer lo que vos querés”, remata Camila. Por su fuerte convicción, no le tienen miedo a vivir en Montevideo, aunque reconocen que para ellas sería un “terrible cambio”. Eso sí, una vez terminados los estudios, se vuelven con la familia. Más tarde, nos encontramos con dos chicas de 16 años, algo aburridas, a la sombra de un árbol. Una de ellas quiere ser abogada, pero no le gusta Montevideo; le tiene miedo, porque se tiene que ir lejos de sus padres, y además “hay robos y esas cosas”. Por más Las materias del ciclo básico de Santa Ana equivalen a las del liceo, pero además tienen un taller agrario, en el cual realizan visitas agropecuarias y recorridas a las plantaciones, para conocer la maquinaria y la tecnología disponible. También se dan talleres de sexualidad, educación física, solución de conflictos y cooperativismo. Tienen un aula de informática, una antena Ceibal, para acceder a internet, sus respectivas Ceibalitas y una huerta para trabajar durante el año. Sandra Garate, directora del Campus Regional del Noreste de UTU, agregó que en Santa Ana se ofrecen capacitaciones para la comunidad adulta, en temas como inseminación artificial de bovinos, trazabilidad, informática, operador PC, mecánica automotriz, gastronomía, alimentación, entre otras. Estas capacitaciones pueden durar de una a seis semanas, y paralelamente se trabaja con cooperativismo. A raíz de los cursos de gastronomía, en 2014 se formó un grupo de siete mujeres rurales que tiene como objetivo formar una cooperativa con el apoyo del Ministerio de Desarrollo Social. Su idea es elaborar alimentos para los empleados de las arroceras y para los alumnos de Santa Ana, ya que la mayor dificultad que enfrentan es la alimentación de los jóvenes. Una de las mamás contó que la comida que le prepara a su hijo para que lleve a la estancia se le “echa a perder por el calor”, y “en invierno no mantiene la comida caliente”. La idea de hacer un comedor está planteada, y las madres están dispuestas a ayudar en este proceso. o2 viernES 27 de marzo de 2015 Otro punto importante es que Santa Ana es parte de la Red Global de Aprendizaje: los alumnos realizan proyectos en conjunto con los docentes, para luego presentarlos en un concurso. El año pasado construyeron una incubadora, que les permitió observar cómo nació un pollito. Además, a los jóvenes les encanta viajar, y algunos tuvieron la oportunidad de ir a acampar a Santa Teresa, en Rocha; otros, a la colonia de vacaciones de Piriápolis. Para Camila, “fue lo mejor de la experiencia de mi vida”. Santa Ana cuenta con el apoyo de los ministerios de Educación y Cultura, de Desarrollo Social y de Ganadería, Agricultura y Pesca, de la Intendencia de Treinta y Tres, y de la Alcaldía de Río Branco. En la comisión de seguimiento, que se reunió el mismo día de la visita de la diaria, quedó planteada la idea de implementar bachillerato, para que quienes egresan de tercero este año puedan seguir con cuarto en 2016. Según Garate, la intención de las autoridades es que Santa Ana sea un centro experimental y de investigación, por lo que el vínculo con el Instituto Nacional de Investigaciones Agropecuarias es clave. Hasta la muerte En el recreo, los varones juegan al fútbol y las niñas, cuando se aburren del ejercicio físico, conversan, escuchan música o comen. Unas muchachas discuten sobre cierta aplicación de celular que cambia el color del pelo en una foto, otras escuchan cumbia. Disfrutan la sombra de los árboles y el contacto con la tierra. Las parejitas se esconden, y las profesoras caminan de salón en salón dando indicaciones. Algunos jóvenes viajan desde lejos todos los días para estudiar, como los que viven en Vergara, que tienen tres horas de viaje entre la ida y la vuelta. Lo mismo para Catherine, que vive a 50 kilómetros de la estancia, en la arrocera Liniers, que lleva “el apellido de los patrones”. Allí viven 40 familias. Los hombres, además de trabajar en la arrocera, juegan al fútbol en “la canchita del pueblo”. Las mujeres cuidan la casa y algunas son empleadas domésticas de los patrones. Todos los días, cuando Catherine llega de la escuela, las mujeres Wilson Netto, presidente del Codicen, con alumnos de la escuela agraria Establecimiento Santa Ana, en Rincón de Ramírez, Treinta y Tres. / foto: juan manuel ramos del pueblo están reunidas en la misma casa de siempre, tomando mate, comiendo “alguna torta”, conversando. Si bien la vida es muy tranquila y los niños juegan en la calle, el almacén más cercano queda a 11 kilómetros. Por eso tienen que viajar, en el mismo micro que va a la escuela rural de la zona, y hacer un surtido grande. “Mi padre trabaja hace 20 años en la arrocera y no lo sacás de allí hasta la muerte”, confiesa Catherine. También cuenta que a los hijos de los peones los llevan para que ayuden, pero sólo cuando el patrón lo permite. Una voz aguda, en pleno cambio, corta la conversación: “Cuando tenía diez años, iba con mi padre a ayudarlo pasando rastra, desde la mañana hasta las ocho o nueve de la noche. Me gustaba, sí”. Él quiere trabajar “en la arrocera, o de mecánico, o de todo un poco”. La relación de los jóvenes con los patrones no es muy frecuente, aunque en el caso de Catherine, viven a un kilómetro de su casa. Así lo graficó: “Hay uno que tiene una casa de dos pisos, bien grande, que si la mirás desde mi casa parece un castillo”. En general, es bien visto el apoyo de los productores. Un arrocero donó una camioneta para trasladar a los chicos; y otro empresario del sector, diez computadoras para la sala de informática. Y dicen que siempre que hay un problema se hace una reunión y se busca una solución. Para Leonardo Palmer, voluntario desde los orígenes del proyecto, el objetivo de Santa Ana es brindar herramientas para que “la gente sea libre”, y no para “asegurar mano de obra”, como piensan muchos estancieros. Palmer destaca, además, el carácter descentralizado de la iniciativa: “Nosotros no vamos a Montevideo, sino que Montevideo viene acá”, en referencia a la visita de las autoridades educativas. A pulmón A Camila y a Stephanie les gusta estudiar en Santa Ana porque les queda más cómodo hacerlo ahí que en la ciudad, pero sobre todo porque allí encuentran “compañerismo”. “Pasás todo el día junto con tus compañeros; compartimos todo, parecemos como hermanos”, explica Camila. viernES 27 de marzo de 2015 Para los estudiantes, las madres y los profesores, es constante la comparación entre “los gurises del campo y los de la ciudad”. Algunos de los jóvenes que estudian en Santa Ana fueron al liceo de Río Branco o al de Vergara, pero muchos de ellos no se adaptaron, ni a los compañeros, ni a la ciudad. Por esta razón, la profesora de Historia Sonia Silvera, al igual que muchos de sus colegas, elige Santa Ana desde que comenzó el proyecto. Nunca antes había dado clases en un centro educativo rural, pero le encantó la propuesta, más allá de los desafíos que implica día a día. Ella vive en Melo, viaja en tres vehículos diferentes para llegar a Santa Ana y demora siete horas entre ida y vuelta. “Económicamente, perdés, porque ¿cuántos grupos podés tomar en las horas que estás viajando? Hay gente que te dice que ni loco sale de la ciudad a pasar trabajo”, sentencia la docente. Con todas sus desventajas, Sonia persevera, porque “gana en calidad, experiencia y el aprecio de estos chiquilines, que realmente lo valoran”. La estimula que sus alumnos también “pasen sacrificios para llegar” al centro educativo, y remarca que algunos “hacen casi 100 kilómetros para venir”. También destaca los valores de los jóvenes: “Ellos juegan y disfrutan del momento con los compañeros”, mientras que en la ciudad “encontrás la violencia, la falta de respeto y mucho abandono de las familias”. En Santa Ana, los estudiantes siempre son apoyados por sus padres, quienes los mandan aunque llueva si el niño quiere ir a clase. Para Sonia, el trato del alumno o3 Alumno de la escuela agraria Establecimiento Santa Ana, en Rincón de Ramírez, Treinta y Tres. / foto: juan manuel ramos con los docentes es diferente y se maravilla con “esa inocencia única” que tienen. Más allá de todos los sacrificios que hacen para estudiar, estos jóvenes no faltan casi nunca, y siempre llevan los deberes a clase. “Si no pueden hacer las tareas en casa, se preocupan; te dicen que no tienen internet en su casa y piden para prender la computadora en el recreo”, agrega Sonia. Si bien los “limita mucho el tiempo y lo económico”, los docentes también valoran la experiencia. Según la profesora, muchos chicos no llevan comida a la estancia, “porque no tienen”. Por eso, en varias oportunidades, los profesores han comprado alimentos con dinero de su propio bolsillo, además de uniformes o abrigos en invierno. Por si fuera poco, todos los años un grupo de docentes visita las casas de los niños de la zona que están terminando sexto de escuela, para contarles sobre esta experiencia y mostrarles que “Santa Ana tiene las puertas abiertas para ellos”. De esta forma, se acercan más a la realidad de cada niño, porque “la madre no te va a decir: ‘Mire, yo tengo siete hijos y a veces no tengo para darles de comer’”, asegura la profesora. Sonia destaca la importancia de que los docentes salgan de la ciudad: “Si no hay profesionales que se sumen a este tipo de proyectos, los chiquilines no tienen la posibilidad de hacer un ciclo básico de ninguna manera”. Florencia Pagola o4 viernES 27 de marzo de 2015 Hacerlo visible Entrevista con el investigador en educación John Moravec Si bien el Manifiesto 15 no presenta soluciones, comprende una serie de principios para comenzar a discutir el futuro de la educación, contó Moravec a la diaria, en una visita a Montevideo, con motivo de la presentación del movimiento Manifiesto 15 Uruguay. El documento surgió a fines de 2014 y en poco más de dos meses ya se tradujo a 18 lenguas: “Me pareció un buen momento para reflexionar y poner estas piezas juntas, pero el problema de la reflexión es que se da en el pasado. Cuando trabajamos en educación, tenemos que mirar más hacia el futuro”. Moravec propuso abrir una discusión sobre cómo debe ser la educación, ya que para él es un error pensar que sus gestores solamente son los maestros, los profesores, los líderes y los estudiantes. Para él, el futuro educativo también debe ser decidido por los padres, los líderes locales y hasta los empresarios, ya que se trata de una “capacidad colectiva” de transformar la educación. Al respecto, señaló la dificultad para lograr este cambio, por no haber “cultura de confianza” entre los diferentes actores involucrados, punto que el investigador considera fundamental y es uno de los principios del documento. Para Moravec, la educación está en una crisis evolutiva, por lo que el cambio real sería permitir que los actores vinculados a la educación construyan diálogos, implementando leyes y enfocándose en el control de arriba hacia abajo, porque el aprendizaje se produce de forma horizontal y a través de redes. De esta forma, se plantea el concepto de innovución, es decir, revolución e innovación. Esta visión, sumada a la idea de “aprendizaje invisible”, crea nuevos lenguajes que, para Moravec, son fundamentales para generar nuevas filosofías. El “aprendizaje invisible” es aquel que no se obtiene mediante los Además de ser el fundador de Education Futures y coautor de Aprendizaje invisible, el investigador estadounidense John Moravec es cogestor del Manifiesto 15, un documento que propone repensar el sistema educativo, en base a la cultura de confianza entre las comunidades y a nuevas metodologías de aprendizaje. espacios formales de educación, sino en el ámbito informal, en la acción de compartir con otros, donde no hay currícula específica ni división por edades. En el libro de su coautoría Aprendizaje invisible. Hacia una nueva ecología de la educación, se expresa que la educación no formal enriquece más de lo imaginado. Si bien no hay forma de medir cuánto aportan la educación formal e informal, para Moravec, en la primera sólo tiene lugar 15% de lo aprendido, ya que el conocimiento se adquiere por medio de experiencias prácticas, fuera de clase: “Construimos la educación en base a que, si no les decimos a los niños qué aprender, no van a aprender nada: eso es absolutamente falso”. No obstante, las investigaciones estiman que de seis contenidos que se aprenden durante el crecimiento, sólo uno se aprende en la educación formal. Además, se piensa en la educación en base a horas industriales. Por eso hay que volver obvias las formas invisibles de aprender. De esta manera, ayudar a que los niños encuentren su propio camino de aprendizaje es uno de los puntos a tener en cuenta. Por eso, disciplinas como el dibujo y la danza resultan propicias para que los estudiantes se comprometan y aprendan más. La educación democrática es un ejemplo de esto en el mundo, dijo Moravec, y, en algunos casos, los niños son absolutamente libres: “Si no quieren estudiar, van a jugar Nintendo, a leer, a dormir una siesta”. La idea de este método es que los niños también puedan decidir sobre su educación. También propone gestar redes para aprender y enseñar, ya que todos tenemos conocimientos para compartir. Para Moravec, este tipo de experiencias es posible, como en el caso de Shibuya University Network (Tokio), donde un joven de 27 años creó su propia universidad, con espacios para que la gente pueda compartir. Otro ejemplo es el E180 (Montreal), una plataforma que conecta a la gente y busca compartir conocimiento. En este sentido, Moravec considera que los gobiernos y los líderes en materia educativa tienen una oportunidad de facilitar la discusión. El problema se basa en que las comunidades no están comprometidas con las escuelas, y viceversa. Al respecto, el investigador considera que la repercusión de las pruebas PISA lleva, la mayoría de las veces, a convertir la problemática educativa en un problema político. Para él, no hay que preocuparse por sus resultados, sino que hay que mirar los cambios a largo plazo. Además, agregó que compararse con otros a nivel internacional hace pensar que todos deben actuar de la misma forma. Ceibalita y más allá El Manifiesto 15 deja atrás la “obsesión por el pasado”, según Moravec. También pone énfasis en tratar a los niños como personas y en cómo repensar las tecnologías, ya que, aunque se lleven computadoras a las aulas, se termina haciendo lo mismo, señaló el investigador. Por eso, es vital pensar en nuevos usos para la tecnología y en abarcar otros contenidos. Si bien el investigador tiene una visión positiva sobre el plan Ceibal, considera que no es la única ni la gran solución. “Les dieron computadoras a los niños y funcionó, pero necesita ir más allá: enfocarse en que las tecnologías permitan la forma de aprender mejor, no en qué aprender”, señaló. No obstante, Moravec valoró que se trata del primer proyecto a escala nacional y que puede servir de modelo para otros países, ya que logró el desafío logístico de llevar la tecnología a las escuelas. Pero en el aprendizaje mediante el acceso a las TIC, los cambios no se dan solos. Por eso, según dijo, las escuelas no deberían usar las computadoras para trabajar alrededor de parámetros preasignados, sino que se deberían abrir nuevos caminos hacia el desarrollo de los estudiantes, por medio de la imaginación, la creatividad y la innovación. Para Moravec es fundamental redefinir y construir un entendimiento de para qué estamos educando, por qué lo hacemos y a quiénes les sirve nuestro sistema educativo. En esta nueva construcción, las nuevas tecnologías deben tener propósitos y aplicaciones. En el futuro, el plan Ceibal debería enfocarse en la utilización de tecnología para definir cómo se puede aprender mejor, a diferencia de qué se debe aprender, planteó el investigador. Según Moravec, la educación opera bajo las restricciones de supuestos como que “si no les decimos a los chicos qué aprender, no van a aprender nada”. Otro supuesto sin sentido es el de dividir a los niños por niveles: “No hay ciencia que compruebe que eso funciona. ¿Por qué tenemos que dividir a los niños por edades?”. Para el investigador, nadie tiene respuestas correctas y hay que estar cómodos ante esta incertidumbre. Por eso, hay que comprometerse con el diálogo e intercambiar puntos de vista sobre cómo crear. Florencia Pagola, Natalia Calvello Se manifiesta Actores vinculados a la educación formaron grupo de discusión “La idea es que entre un poco de aire fresco a la discusión sobre la educación en Uruguay”, comentó el docente Gustavo García Lutz, promotor del grupo Manifiesto 15 Uruguay. El profesor conoció a John Moravec, gestor del documento, después de leer sus libros y de participar en actividades vinculadas a la temática educativa. Así que, con la visita de Moravec a Argentina, decidió invitarlo a dialogar sobre el futuro de la educación en Uruguay. El manifiesto, explicó García, tiene una serie de principios generales, con los cuales “la mayoría de la gente va a estar de acuerdo”. El docente comentó que en el país hay una tradición vareliana, que funcionó mientras Uruguay fue “la Suiza de América”, cuando les pagaba altos sueldos a los profesores: “En esa época, un profesor de último grado del escalafón podía dictar no más de 12 horas de clase y ganaba lo mismo que un diputado”. No obstante, los cambios determinaron que la sociedad haya quedado “encorsetada en un sistema sumamente rígido” y badía del FUTURO sado en principios de secuencialidad y generalidad. De esta forma, los niños se dividen por edades y se dan los mismos contenidos en todas partes. “A través de estos principios, lo único que hacemos es pregonar la inequidad”, expresó. En este sentido, García se refirió a la urgencia de abordar la formación docente, ya que uno de los aspectos que estarían fallando es que las escuelas 1.0 no pueden enseñar a niños y jóvenes 3.0, es decir que no puede haber una formación docente articulada con principios del siglo XVIII: basada en asignaturas, clases frontales y evaluación con exámenes. La solución no es crear docentes con título universitario, como si fuera una “máquina de crear frankfurters”, dijo, respecto de la Universidad de la Educación. Otro punto del manifiesto es que se debe construir una “cultura de confianza” en las escuelas, junto a docentes y padres. “Ahora van y le dan una cachetada a la maestra”, ejemplificó, y agregó que el prestigio social del maestro ha decaído. “Si la tecnología es la respuesta, ¿cuál es la pregunta? No nos estamos haciendo esa pregunta”, expresó García. Si bien el docente se define como un defensor del plan Ceibal, es consciente de que no debe quedarse en la etapa de distribución ni creación de infraestructura. En este sentido, según dijo, no hay que basarse en las herramientas, porque éstas cambian, sino que hay que “abrirles la cabeza” a los docentes y promover culturas colaborativas. En la Universidad de la República, el Entorno Virtual de Aprendizaje es un ejemplo de eso. Si las nuevas tecnologías brindan toda la información, uno de los cuestionamientos podría ser para qué queremos a los profesores, reflexionó García. En este aspecto, los docentes deben ser “artesanos del diálogo” entre los saberes, los alumnos y la práctica. Cuando Juan Amos Comenio publicó la Didáctica Magna, en 1756, estableció que era un arte. A partir de esto, la interrogante es cómo seleccionar a los docentes, que no pueden ser todos artistas, y por eso hay que darles las herramientas para que generen situaciones de aprendizaje novedosas. El docente comentó que desde el Diploma de Innovación Educativa con Tecnologías Emergentes, del Instituto Claeh, del cual él forma parte, se intenta una “metodología disruptiva”. El cambio de método implica, entre otras cosas, que el profesor no realice un monólogo, sino un diálogo con el alumno. Algo similar debería ocurrir con los contenidos, que deben ser seleccionados en la web por el docente, para que los estudiantes puedan mirarlos cuantas veces necesiten. En este sentido, también se debe realizar una “curación de contenidos”, es decir, una auditoría de recursos, para no empezar desde cero. García dijo que hay recursos educativos abiertos, que se pueden descargar libremente. De esta forma, el objetivo del movimiento es que los docentes empiecen a revisar sus prácticas y haya un espacio de reflexión. Éstos son los pasos fundamentales para el cambio. NC Redactor responsable: Lucas Silva / Diagramación: Martín Tarallo / Edición gráfica: Iván Franco / Producción periodística y textos: Natalia Calvello, Florencia Pagola / Fotos: Juan Manuel Ramos / Corrección: Karina Puga / Coordinación Día del Futuro: Lucía Pardo, Irene Rügnitz y Agustina Santomauro / Comerciales: Pablo Tate
© Copyright 2024