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viernES 27 de marzo de 2015
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Montevideo, Uruguay · viernES 27 de marzo de 2015 · Nº 38
día del
FUTURO
No te olvides del pago
Alumnos de la escuela agraria Establecimiento
Santa Ana, en Rincón de Ramírez, Treinta y Tres.
/ foto: juan manuel ramos
Experiencia de ciclo básico rural en el interior profundo de Treinta y Tres
La polvareda que levantan las camionetas escolares tapa los extensos cultivos
de arroz y soja que bordean el camino
de tierra. Trasladan todos los días a 56
chiquilines de entre 12 y 16 años, hijos
de quienes dejan el lomo en esas tierras. Cuando los motores se escuchan
en la estancia Santa Ana, comienza la
jornada. Los ruidos de la naturaleza se
mezclan con las risas y el bullicio de los
adolescentes. Se los ve paseando, conversando, abrazados y ensimismados en
sus celulares. Todo a su ritmo, porque
“las horas pasan más lento que en la ciudad”, aclara Camila, estudiante de primer
año. Sin embargo, el viernes 13 de marzo
fue un día agitado. Además de la diaria,
visitaron la estancia autoridades de la
Administración Nacional de Educación
Pública y de la Universidad del Trabajo
del Uruguay (UTU). Pero a los chiquilines no se los ve muy alterados.
El proyecto educativo comunitario
Santa Ana se formó en 2013 y está ubicado en Rincón de Ramírez, en la tercera
sección del departamento de Treinta y
Tres, cerca del límite con Cerro Largo. El
predio cuenta con unas 2.500 hectáreas,
que son atravesadas por el serpenteante
río Tacuarí. En un medio en el que se visualiza el horizonte y la naturaleza cumple un rol formativo, se ofrece ciclo básico rural extendido, con clases de lunes
a viernes de 9.00 a 17.00, y los sábados
de 8.00 a 13.00. 80% de los alumnos son
del medio rural; el resto, de las ciudades
próximas de Río Branco (Cerro Largo) y
Vergara (Treinta y Tres). Hijos de peones
rurales, pero, sobre todo, hijos de trabajadores de las arroceras.
Mientras recorremos la sala de
informática, y antes de cualquier pregunta, Camila lanza: “Todos los días la
pasamos re bien acá”. Está junto con su
amiga Stephanie, ambas de 13 años. Son
inseparables y no tienen problema en
charlar. A la sombra de un árbol próximo
a las instalaciones, cuentan sobre su vocación, sus pasiones, su paso por Santa
Ana, su vida cotidiana en las arroceras.
Camila, de ojos claros y mirada firme,
vive en el arrozal La Catumbera, donde
“se quedó Diego Lugano”. Allí, su padre
“trabaja con [el patrón] Miguel Ángel
Rizo”, y, como es época de cosecha, sale
de la casa cuando amanece y vuelve pasada la noche. Su mamá “es ama de casa,
nomás”. En La Catumbera viven 20 familias. Stephanie vive en el arrozal Santa
Ana, y su padre trabaja para el brasileño
Geraldo Radum, en la arrocera. Allí viven
sólo tres familias.
En sus casas, además de hacer los
deberes, ayudan a sus madres con las
tareas domésticas. Vivir en el campo no
las aburre, más bien les gusta, porque
“es re tranquilo”. Valoran mucho el contacto con la naturaleza y “sentir el ruido
de los pajaritos” cuando se despiertan
por la mañana. “La parte de educación
física que más me gusta es jugar al fútbol”,
cuenta Camila. Milton, alumno de terce-
ro y futuro mecánico automotor, agrega,
entre risas: “Acá no hay ninguna gurisa
que no le guste jugar al fútbol”. De todas
formas, para Camila antes que el deporte
está la carrera de Magisterio: “Quiero ser
maestra desde los cinco años, por eso
siempre estoy con las pilas bien puestas
para estudiar”. Stephanie, que se toca el
pelo negro que corre por su hombro, tiene los ojos bien delineados y la sonrisa
siempre lista, quiere ser doctora.
Para ambas, tener un título es sinónimo de un “mejor futuro”. “Yo digo
que hay que aprender a estudiar ahora,
para después no arrepentirse”, expresó
Stephanie. No quiere arrepentirse, como
“los primos” y “los tíos”, que “se pusieron
a trabajar y ahí lo perdieron todo”. “Con
un título, podés hacer lo que vos querés”,
remata Camila. Por su fuerte convicción,
no le tienen miedo a vivir en Montevideo,
aunque reconocen que para ellas sería
un “terrible cambio”. Eso sí, una vez terminados los estudios, se vuelven con la
familia. Más tarde, nos encontramos con
dos chicas de 16 años, algo aburridas, a la
sombra de un árbol. Una de ellas quiere
ser abogada, pero no le gusta Montevideo; le tiene miedo, porque se tiene que
ir lejos de sus padres, y además “hay robos y esas cosas”.
Por más
Las materias del ciclo básico de Santa
Ana equivalen a las del liceo, pero además tienen un taller agrario, en el cual
realizan visitas agropecuarias y recorridas a las plantaciones, para conocer la
maquinaria y la tecnología disponible.
También se dan talleres de sexualidad,
educación física, solución de conflictos y
cooperativismo. Tienen un aula de informática, una antena Ceibal, para acceder
a internet, sus respectivas Ceibalitas y
una huerta para trabajar durante el año.
Sandra Garate, directora del Campus Regional del Noreste de UTU, agregó
que en Santa Ana se ofrecen capacitaciones para la comunidad adulta, en temas
como inseminación artificial de bovinos,
trazabilidad, informática, operador PC,
mecánica automotriz, gastronomía,
alimentación, entre otras. Estas capacitaciones pueden durar de una a seis
semanas, y paralelamente se trabaja con
cooperativismo.
A raíz de los cursos de gastronomía,
en 2014 se formó un grupo de siete mujeres rurales que tiene como objetivo formar una cooperativa con el apoyo del
Ministerio de Desarrollo Social. Su idea
es elaborar alimentos para los empleados de las arroceras y para los alumnos
de Santa Ana, ya que la mayor dificultad
que enfrentan es la alimentación de los
jóvenes. Una de las mamás contó que
la comida que le prepara a su hijo para
que lleve a la estancia se le “echa a perder
por el calor”, y “en invierno no mantiene
la comida caliente”. La idea de hacer un
comedor está planteada, y las madres están dispuestas a ayudar en este proceso.
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Otro punto importante es que Santa
Ana es parte de la Red Global de Aprendizaje: los alumnos realizan proyectos
en conjunto con los docentes, para luego presentarlos en un concurso. El año
pasado construyeron una incubadora,
que les permitió observar cómo nació un
pollito. Además, a los jóvenes les encanta
viajar, y algunos tuvieron la oportunidad
de ir a acampar a Santa Teresa, en Rocha;
otros, a la colonia de vacaciones de Piriápolis. Para Camila, “fue lo mejor de la
experiencia de mi vida”.
Santa Ana cuenta con el apoyo de
los ministerios de Educación y Cultura,
de Desarrollo Social y de Ganadería,
Agricultura y Pesca, de la Intendencia
de Treinta y Tres, y de la Alcaldía de Río
Branco. En la comisión de seguimiento,
que se reunió el mismo día de la visita
de la diaria, quedó planteada la idea
de implementar bachillerato, para que
quienes egresan de tercero este año puedan seguir con cuarto en 2016. Según
Garate, la intención de las autoridades
es que Santa Ana sea un centro experimental y de investigación, por lo que
el vínculo con el Instituto Nacional de
Investigaciones Agropecuarias es clave.
Hasta la muerte
En el recreo, los varones juegan al fútbol
y las niñas, cuando se aburren del ejercicio físico, conversan, escuchan música o comen. Unas muchachas discuten
sobre cierta aplicación de celular que
cambia el color del pelo en una foto,
otras escuchan cumbia. Disfrutan la
sombra de los árboles y el contacto con
la tierra. Las parejitas se esconden, y las
profesoras caminan de salón en salón
dando indicaciones. Algunos jóvenes
viajan desde lejos todos los días para estudiar, como los que viven en Vergara,
que tienen tres horas de viaje entre la
ida y la vuelta.
Lo mismo para Catherine, que vive
a 50 kilómetros de la estancia, en la
arrocera Liniers, que lleva “el apellido
de los patrones”. Allí viven 40 familias.
Los hombres, además de trabajar en la
arrocera, juegan al fútbol en “la canchita
del pueblo”. Las mujeres cuidan la casa
y algunas son empleadas domésticas
de los patrones. Todos los días, cuando
Catherine llega de la escuela, las mujeres
Wilson Netto, presidente
del Codicen, con alumnos
de la escuela agraria
Establecimiento Santa
Ana, en Rincón de
Ramírez, Treinta
y Tres. / foto: juan
manuel ramos
del pueblo están reunidas en la misma
casa de siempre, tomando mate, comiendo “alguna torta”, conversando. Si
bien la vida es muy tranquila y los niños
juegan en la calle, el almacén más cercano queda a 11 kilómetros. Por eso tienen
que viajar, en el mismo micro que va a
la escuela rural de la zona, y hacer un
surtido grande.
“Mi padre trabaja hace 20 años en
la arrocera y no lo sacás de allí hasta la
muerte”, confiesa Catherine. También
cuenta que a los hijos de los peones los
llevan para que ayuden, pero sólo cuando el patrón lo permite. Una voz aguda,
en pleno cambio, corta la conversación:
“Cuando tenía diez años, iba con mi padre a ayudarlo pasando rastra, desde la
mañana hasta las ocho o nueve de la
noche. Me gustaba, sí”. Él quiere trabajar “en la arrocera, o de mecánico, o de
todo un poco”. La relación de los jóvenes
con los patrones no es muy frecuente,
aunque en el caso de Catherine, viven
a un kilómetro de su casa. Así lo graficó:
“Hay uno que tiene una casa de dos pisos, bien grande, que si la mirás desde
mi casa parece un castillo”.
En general, es bien visto el apoyo de
los productores. Un arrocero donó una
camioneta para trasladar a los chicos;
y otro empresario del sector, diez computadoras para la sala de informática. Y
dicen que siempre que hay un problema
se hace una reunión y se busca una solución. Para Leonardo Palmer, voluntario
desde los orígenes del proyecto, el objetivo de Santa Ana es brindar herramientas
para que “la gente sea libre”, y no para
“asegurar mano de obra”, como piensan
muchos estancieros. Palmer destaca,
además, el carácter descentralizado de
la iniciativa: “Nosotros no vamos a Montevideo, sino que Montevideo viene acá”,
en referencia a la visita de las autoridades
educativas.
A pulmón
A Camila y a Stephanie les gusta estudiar en Santa Ana porque les queda más
cómodo hacerlo ahí que en la ciudad,
pero sobre todo porque allí encuentran
“compañerismo”. “Pasás todo el día junto con tus compañeros; compartimos
todo, parecemos como hermanos”, explica Camila.
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Para los estudiantes, las madres y los
profesores, es constante la comparación
entre “los gurises del campo y los de la
ciudad”. Algunos de los jóvenes que estudian en Santa Ana fueron al liceo de Río
Branco o al de Vergara, pero muchos de
ellos no se adaptaron, ni a los compañeros, ni a la ciudad.
Por esta razón, la profesora de Historia Sonia Silvera, al igual que muchos
de sus colegas, elige Santa Ana desde que
comenzó el proyecto. Nunca antes había
dado clases en un centro educativo rural,
pero le encantó la propuesta, más allá de
los desafíos que implica día a día. Ella
vive en Melo, viaja en tres vehículos diferentes para llegar a Santa Ana y demora
siete horas entre ida y vuelta. “Económicamente, perdés, porque ¿cuántos grupos podés tomar en las horas que estás
viajando? Hay gente que te dice que ni
loco sale de la ciudad a pasar trabajo”,
sentencia la docente.
Con todas sus desventajas, Sonia
persevera, porque “gana en calidad,
experiencia y el aprecio de estos chiquilines, que realmente lo valoran”.
La estimula que sus alumnos también
“pasen sacrificios para llegar” al centro
educativo, y remarca que algunos “hacen
casi 100 kilómetros para venir”. También
destaca los valores de los jóvenes: “Ellos
juegan y disfrutan del momento con los
compañeros”, mientras que en la ciudad
“encontrás la violencia, la falta de respeto
y mucho abandono de las familias”. En
Santa Ana, los estudiantes siempre son
apoyados por sus padres, quienes los
mandan aunque llueva si el niño quiere
ir a clase. Para Sonia, el trato del alumno
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Alumno de la escuela
agraria Establecimiento
Santa Ana, en Rincón
de Ramírez, Treinta
y Tres. / foto: juan
manuel ramos
con los docentes es diferente y se maravilla con “esa inocencia única” que tienen.
Más allá de todos los sacrificios que
hacen para estudiar, estos jóvenes no
faltan casi nunca, y siempre llevan los
deberes a clase. “Si no pueden hacer las
tareas en casa, se preocupan; te dicen
que no tienen internet en su casa y piden para prender la computadora en el
recreo”, agrega Sonia. Si bien los “limita
mucho el tiempo y lo económico”, los docentes también valoran la experiencia.
Según la profesora, muchos chicos no
llevan comida a la estancia, “porque no
tienen”. Por eso, en varias oportunidades,
los profesores han comprado alimentos
con dinero de su propio bolsillo, además
de uniformes o abrigos en invierno.
Por si fuera poco, todos los años un
grupo de docentes visita las casas de los
niños de la zona que están terminando
sexto de escuela, para contarles sobre
esta experiencia y mostrarles que “Santa
Ana tiene las puertas abiertas para ellos”.
De esta forma, se acercan más a la realidad de cada niño, porque “la madre no
te va a decir: ‘Mire, yo tengo siete hijos y
a veces no tengo para darles de comer’”,
asegura la profesora. Sonia destaca la importancia de que los docentes salgan de
la ciudad: “Si no hay profesionales que se
sumen a este tipo de proyectos, los chiquilines no tienen la posibilidad de hacer
un ciclo básico de ninguna manera”.
Florencia Pagola
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viernES 27 de marzo de 2015
Hacerlo visible
Entrevista con el investigador en educación John Moravec
Si bien el Manifiesto 15 no presenta soluciones, comprende una serie de principios
para comenzar a discutir el futuro de la
educación, contó Moravec a la diaria, en
una visita a Montevideo, con motivo de la
presentación del movimiento Manifiesto
15 Uruguay. El documento surgió a fines
de 2014 y en poco más de dos meses ya
se tradujo a 18 lenguas: “Me pareció un
buen momento para reflexionar y poner
estas piezas juntas, pero el problema de la
reflexión es que se da en el pasado. Cuando trabajamos en educación, tenemos que
mirar más hacia el futuro”.
Moravec propuso abrir una discusión
sobre cómo debe ser la educación, ya que
para él es un error pensar que sus gestores
solamente son los maestros, los profesores, los líderes y los estudiantes. Para él,
el futuro educativo también debe ser decidido por los padres, los líderes locales y
hasta los empresarios, ya que se trata de
una “capacidad colectiva” de transformar
la educación. Al respecto, señaló la dificultad para lograr este cambio, por no haber
“cultura de confianza” entre los diferentes
actores involucrados, punto que el investigador considera fundamental y es uno de
los principios del documento.
Para Moravec, la educación está en
una crisis evolutiva, por lo que el cambio
real sería permitir que los actores vinculados a la educación construyan diálogos,
implementando leyes y enfocándose en
el control de arriba hacia abajo, porque
el aprendizaje se produce de forma horizontal y a través de redes. De esta forma,
se plantea el concepto de innovución, es
decir, revolución e innovación. Esta visión,
sumada a la idea de “aprendizaje invisible”,
crea nuevos lenguajes que, para Moravec,
son fundamentales para generar nuevas
filosofías. El “aprendizaje invisible” es
aquel que no se obtiene mediante los
Además de ser el fundador de Education Futures y
coautor de Aprendizaje invisible, el investigador estadounidense John Moravec es cogestor del Manifiesto
15, un documento que propone repensar el sistema
educativo, en base a la cultura de confianza entre las
comunidades y a nuevas metodologías de aprendizaje.
espacios formales de educación, sino en
el ámbito informal, en la acción de compartir con otros, donde no hay currícula
específica ni división por edades.
En el libro de su coautoría Aprendizaje invisible. Hacia una nueva ecología
de la educación, se expresa que la educación no formal enriquece más de lo
imaginado. Si bien no hay forma de medir cuánto aportan la educación formal
e informal, para Moravec, en la primera
sólo tiene lugar 15% de lo aprendido,
ya que el conocimiento se adquiere por
medio de experiencias prácticas, fuera
de clase: “Construimos la educación en
base a que, si no les decimos a los niños
qué aprender, no van a aprender nada:
eso es absolutamente falso”. No obstante,
las investigaciones estiman que de seis
contenidos que se aprenden durante el
crecimiento, sólo uno se aprende en la
educación formal. Además, se piensa en
la educación en base a horas industriales.
Por eso hay que volver obvias las formas
invisibles de aprender.
De esta manera, ayudar a que los
niños encuentren su propio camino de
aprendizaje es uno de los puntos a tener
en cuenta. Por eso, disciplinas como el
dibujo y la danza resultan propicias para
que los estudiantes se comprometan y
aprendan más. La educación democrática
es un ejemplo de esto en el mundo, dijo
Moravec, y, en algunos casos, los niños
son absolutamente libres: “Si no quieren
estudiar, van a jugar Nintendo, a leer, a
dormir una siesta”. La idea de este método
es que los niños también puedan decidir
sobre su educación.
También propone gestar redes para
aprender y enseñar, ya que todos tenemos conocimientos para compartir. Para
Moravec, este tipo de experiencias es posible, como en el caso de Shibuya University
Network (Tokio), donde un joven de 27
años creó su propia universidad, con espacios para que la gente pueda compartir.
Otro ejemplo es el E180 (Montreal), una
plataforma que conecta a la gente y busca
compartir conocimiento.
En este sentido, Moravec considera
que los gobiernos y los líderes en materia educativa tienen una oportunidad de
facilitar la discusión. El problema se basa
en que las comunidades no están comprometidas con las escuelas, y viceversa.
Al respecto, el investigador considera
que la repercusión de las pruebas PISA
lleva, la mayoría de las veces, a convertir
la problemática educativa en un problema
político. Para él, no hay que preocuparse
por sus resultados, sino que hay que mirar
los cambios a largo plazo. Además, agregó
que compararse con otros a nivel internacional hace pensar que todos deben
actuar de la misma forma.
Ceibalita y más allá
El Manifiesto 15 deja atrás la “obsesión por
el pasado”, según Moravec. También pone
énfasis en tratar a los niños como personas y en cómo repensar las tecnologías,
ya que, aunque se lleven computadoras
a las aulas, se termina haciendo lo mismo, señaló el investigador. Por eso, es vital
pensar en nuevos usos para la tecnología
y en abarcar otros contenidos.
Si bien el investigador tiene una visión positiva sobre el plan Ceibal, considera que no es la única ni la gran solución.
“Les dieron computadoras a los niños y
funcionó, pero necesita ir más allá: enfocarse en que las tecnologías permitan
la forma de aprender mejor, no en qué
aprender”, señaló.
No obstante, Moravec valoró que se
trata del primer proyecto a escala nacional
y que puede servir de modelo para otros
países, ya que logró el desafío logístico de
llevar la tecnología a las escuelas. Pero en
el aprendizaje mediante el acceso a las
TIC, los cambios no se dan solos. Por eso,
según dijo, las escuelas no deberían usar
las computadoras para trabajar alrededor
de parámetros preasignados, sino que se
deberían abrir nuevos caminos hacia el
desarrollo de los estudiantes, por medio
de la imaginación, la creatividad y la innovación. Para Moravec es fundamental
redefinir y construir un entendimiento de
para qué estamos educando, por qué lo
hacemos y a quiénes les sirve nuestro sistema educativo. En esta nueva construcción, las nuevas tecnologías deben tener
propósitos y aplicaciones. En el futuro, el
plan Ceibal debería enfocarse en la utilización de tecnología para definir cómo se
puede aprender mejor, a diferencia de qué
se debe aprender, planteó el investigador.
Según Moravec, la educación opera
bajo las restricciones de supuestos como
que “si no les decimos a los chicos qué
aprender, no van a aprender nada”. Otro
supuesto sin sentido es el de dividir a los
niños por niveles: “No hay ciencia que
compruebe que eso funciona. ¿Por qué
tenemos que dividir a los niños por edades?”. Para el investigador, nadie tiene respuestas correctas y hay que estar cómodos
ante esta incertidumbre. Por eso, hay que
comprometerse con el diálogo e intercambiar puntos de vista sobre cómo crear.
Florencia Pagola, Natalia Calvello
Se manifiesta
Actores vinculados a la educación formaron grupo de discusión
“La idea es que entre un poco de aire
fresco a la discusión sobre la educación
en Uruguay”, comentó el docente Gustavo
García Lutz, promotor del grupo Manifiesto 15 Uruguay. El profesor conoció a John
Moravec, gestor del documento, después
de leer sus libros y de participar en actividades vinculadas a la temática educativa.
Así que, con la visita de Moravec a Argentina, decidió invitarlo a dialogar sobre el
futuro de la educación en Uruguay.
El manifiesto, explicó García, tiene
una serie de principios generales, con los
cuales “la mayoría de la gente va a estar
de acuerdo”. El docente comentó que en
el país hay una tradición vareliana, que
funcionó mientras Uruguay fue “la Suiza de América”, cuando les pagaba altos
sueldos a los profesores: “En esa época,
un profesor de último grado del escalafón
podía dictar no más de 12 horas de clase
y ganaba lo mismo que un diputado”. No
obstante, los cambios determinaron que
la sociedad haya quedado “encorsetada
en un sistema sumamente rígido” y badía del
FUTURO
sado en principios de secuencialidad y
generalidad. De esta forma, los niños se
dividen por edades y se dan los mismos
contenidos en todas partes. “A través de
estos principios, lo único que hacemos es
pregonar la inequidad”, expresó.
En este sentido, García se refirió a la
urgencia de abordar la formación docente, ya que uno de los aspectos que estarían fallando es que las escuelas 1.0 no
pueden enseñar a niños y jóvenes 3.0, es
decir que no puede haber una formación
docente articulada con principios del siglo XVIII: basada en asignaturas, clases
frontales y evaluación con exámenes. La
solución no es crear docentes con título
universitario, como si fuera una “máquina
de crear frankfurters”, dijo, respecto de la
Universidad de la Educación. Otro punto
del manifiesto es que se debe construir
una “cultura de confianza” en las escuelas,
junto a docentes y padres. “Ahora van y
le dan una cachetada a la maestra”, ejemplificó, y agregó que el prestigio social del
maestro ha decaído.
“Si la tecnología es la respuesta, ¿cuál
es la pregunta? No nos estamos haciendo
esa pregunta”, expresó García. Si bien el
docente se define como un defensor del
plan Ceibal, es consciente de que no debe
quedarse en la etapa de distribución ni
creación de infraestructura. En este sentido, según dijo, no hay que basarse en
las herramientas, porque éstas cambian,
sino que hay que “abrirles la cabeza” a los
docentes y promover culturas colaborativas. En la Universidad de la República,
el Entorno Virtual de Aprendizaje es un
ejemplo de eso.
Si las nuevas tecnologías brindan
toda la información, uno de los cuestionamientos podría ser para qué queremos
a los profesores, reflexionó García. En este
aspecto, los docentes deben ser “artesanos
del diálogo” entre los saberes, los alumnos
y la práctica. Cuando Juan Amos Comenio
publicó la Didáctica Magna, en 1756, estableció que era un arte. A partir de esto, la
interrogante es cómo seleccionar a los docentes, que no pueden ser todos artistas,
y por eso hay que darles las herramientas
para que generen situaciones de aprendizaje novedosas.
El docente comentó que desde el
Diploma de Innovación Educativa con
Tecnologías Emergentes, del Instituto
Claeh, del cual él forma parte, se intenta
una “metodología disruptiva”. El cambio
de método implica, entre otras cosas, que
el profesor no realice un monólogo, sino
un diálogo con el alumno. Algo similar
debería ocurrir con los contenidos, que
deben ser seleccionados en la web por el
docente, para que los estudiantes puedan mirarlos cuantas veces necesiten.
En este sentido, también se debe realizar
una “curación de contenidos”, es decir, una
auditoría de recursos, para no empezar
desde cero. García dijo que hay recursos
educativos abiertos, que se pueden descargar libremente. De esta forma, el objetivo del movimiento es que los docentes
empiecen a revisar sus prácticas y haya un
espacio de reflexión. Éstos son los pasos
fundamentales para el cambio. NC
Redactor responsable: Lucas Silva / Diagramación: Martín Tarallo / Edición gráfica: Iván Franco / Producción periodística y textos: Natalia Calvello, Florencia Pagola /
Fotos: Juan Manuel Ramos / Corrección: Karina Puga / Coordinación Día del Futuro: Lucía Pardo, Irene Rügnitz y Agustina Santomauro / Comerciales: Pablo Tate