Esta obra es el resultado de un proceso de investigación local apoyado por Tropenbos Internacional Colombia en el marco del convenio 342/14 con el Ministerio de Cultura; los contenidos no representan ni comprometen la posición u opinión oficial del Ministerio de Cultura o el gobierno colombiano y solo recoge la opinión de sus autores. Ministerio de Cultura Mariana Garcés Córdoba Ministra María Claudia López Sorzano Viceministra Enzo Ariza Ayala Secretario general Juan Luis Isaza Londoño Director de Patrimonio Grupo de Patrimonio Cultural Inmaterial Adriana Molano Arenas Coordinadora Ruth Flórez Rodríguez Asesora de la estrategia Investigaciones locales desarrolladas en el marco de la estrategia integral de fortalecimiento de las capacidades sociales de gestión del Patrimonio Cultural Inmaterial Coordinación editorial Catalina Vargas Tovar Vanessa Villegas Solórzano Comunidades de Tuta, Firavitoba, Paipa y Duitama (Boyacá) Organización Fundación San Isidro, Duitama, Boyacá Grupo de Mujeres Campesinas Construyendo Presente y Futuro Participantes del proceso PCI Grupo de Mujeres Campesinas Construyendo Presente y Futuro Mujeres campesinas de Tuta, Firavitoba, Paipa y Duitama: Janeth Salamanca Rosa María López Oliva del Carmen Silva Victoria Pacheco Luisa Álvarez Convenio Patrimonio Cultural Inmaterial desde la perspectiva local Equipo de acompañamiento (TBI Colombia en Boyacá, Cauca y Cundinamarca) Nora Díaz Pachajoa (Sistematización) Mauricio Pulido Riaño Mónica Sarmiento Roa Mujeres campesinas: saber tradicional asociado a abuelos y viviendas Corrección de estilo María del Pilar Hernández Moreno Autora María de los Santos Salamanca Diseño Machete estudiomachete.com Fotografías e ilustraciones María de los Santos Salamanca Realización de videos María de los Santos Salamanca Tropenbos Internacional Colombia Carlos A. Rodríguez Director de programa Coordinadoras del proyecto María Clara van der Hammen Sandra Frieri Impresión Torre Blanca Bogotá D.C., 2014 Citación sugerida Salamanca, María de los Santos. (2014). Mujeres campesinas, saber tradicional asociado a abuelos y viviendas. Convenio Patrimonio Cultural Inmaterial desde la perspectiva local. Bogotá: Ministerio de Cultura & Tropenbos Internacional Colombia. Mujeres campesinas: saber tradicional asociado a abuelos y a viviendas Historias de vida de dos mujeres campesinas Esto es lo que cuentan doña Olivia y doña Victoria acerca de cómo era la vida en las casas campesinas, las principales labores que allí se desarrollaban, las herramientas que empleaban, los productos que se sembraban y los alimentos que se preparaban. Historia de vida de Olivia del Carmen Silva Nació en el municipio de Tibasosa (Boyacá), pero sus primeros años los vivió en la vereda El Chital del municipio de Paipa, en una casa hecha de bajareque y paja. El bajareque es un amasado de barro, paja y estiércol frescos, pisados por obreros descalzos o bueyes hasta que dé el punto. La mezcla se va poniendo en una armadura hecha con palos clavados en el piso de manera vertical, unidos por otros que van de manera horizontal amarrados con bejucos o gaché que se colocan y afinan por dentro y por fuera de la estructura, esto para el caso de las paredes. Los techos se hacían de madera cruzada, amarrados con bejucos o gaché y llevaban un murriado delgado de barro para que la paja, que también se amarra, durara un poco más. Esta casa de bajareque también llevaba un zarzo donde se guardaban los granos. La cama era hecha de varas amarradas con cabuya, mocha o bejuco; los horcones debían tener horqueta y ser grades para sostener bien; el colchón era una estera. En algunos casos se acostaban encima del bagazo o entre costales guateanos y se tapaban con la misma ropa. La ropa la organizaban en percheros hechos en madera, con los cuernos del ganado o la ponían en una cuelga. También recuerda que en la alcoba tenía un altar de santos. Olivia vivía de la elaboración y venta de alpargatas que elaboraba en fique y comercializaba en el municipio de Sogamoso. Su alimentación se basaba en el consumo de cuchuco de maíz; mazamorras de maíz pinto, medio tostado, agrio o dulce y granos tostados en tiestos de barro que revolvían con un palito al que le llamaban “mecendero. La preparación de las recetas se hacía con la producción de la misma casa. Para la preparación de la mazamorra de agrio el maíz se ponía a fermentar unos tres días, luego se molía en una piedra, se colaba en una canasta y se esclaraba para sacarle algo de agrio. Aparte en una olla, se iba cocinando una tripa gorda de res picada en trozos pequeños y un poquito de mute de maíz. Se le agregaban habas verdes, arvejas, hojas de col, papas criolla y de año. Luego se espesaba con la masa ligeramente agria. Hoy en día se ha perdido el consumo de esta mazamorra, pero la verdad era una comida muy rica y sana. Hacia 1964, Olivia se trasladó a la vereda Ocan, en el municipio de Firavitoba. Allí vivía en una casa de piedra y paja. Continuó con la elaboración de alpargatas de fique, pero además, cuidaba ovejas y aprovechaba la producción de la lana. A la lana se le hacía todo el proceso que iba desde hilar hasta tener ya algo elaborado como ruanas, cobijas y otras prendas de vestir. Los corrales eran rotativos o movibles y allí sembraban un huerto diverso que se llamaba corraladas: eran espacios muy pequeños donde sembraban diferentes productos como aromáticas, rubas, nabos, papas criollas, maíz, auyamas, arracacha y calabazas. Con esta producción hacían cuchucos, mazamorras, arepas de muchas formas, envueltos, ruyas de mazorca, harinas, tostadas, cocidos, pucheros, angus y crecidos. En 1970, Olivia se fue a vivir a la vereda San Antonio de Firavitoba. En este lugar su casa era de bajareque y paja y la de sus patrones era hecha en adobe y teja de barro. Su actividad productiva se centraba en cocinar para obreros, pues se sembraba mucha cebada, trigo, papa, maíz, arvejas, entre otros y para cultivarlos se hacían convites “a mano vuelta” hasta con ocho yuntas de bueyes. Durante la jornada se cantaban coplas y se decían refranes: “No por mucho que madrugue le amanece más temprano” “Al que madruga Dios lo ayuda” “A Dios rogando y con el mazo dando” “Al que a buen árbol se aloja buena sombra le cobija” Uno de los conocimientos que se perderá en un tiempo no muy lejano es la producción. Antes se comercializaba en las plazas de Sogamoso y Duitama, que eran las ciudades más grandes. La alimentación era muy variada; para alimentar los obreros se preparaban diferentes tipos de arepas, envueltos y papas de muchas formas. El desayuno era caldo de papas y en la mayoría de lugares se les daba un puntal (papa y queso o carne). Para el almuerzo se preparaban cuchucos de maíz, trigo, mute de maíz y cebada; estos granos se pelaban usando lejía o ceniza de palo, en esta se cocinaban hasta que empezaba a soltar el hunche, luego se refregaba y se cocinaba agregando carne, hojas de col o revancha, habas verdes, arveja, papas de año y criollas. Se hacía lo mismo para el cuchuco de cebada tostado al que le hacían una transformación con algunos utensilios que ya no se usan porque ahora no siembran cebada. Para preparar el crecido de cebada, después de la trilla, la cebada se harneaba en un harnero hecho con cuero de res al que se le abrían huecos grandes, tenía un aro de madera grueso para sacar impurezas y tierra; luego se tostaba y se partía en la piedra de moler; para sacarle la raspa se usaba la zaranda, que se elaboraba en cuero de oveja, tenía huecos más pequeños que los del harnero y eran hechos con una almarada; después de despajarla con la zaranda, la cebada se volvía a partir para sacar un arroz de cebada más delgado, a este se le sacaba la harina usando el cedazo y con el arroz grueso se preparaba el crecido. Olivia cuenta que se cocinaba en ollas de barro y aluminio grueso; la loza de barro y la esmaltada eran de buena tamaño porque comían mucho. Para cargar el mercado se usaban canastos de bejuco. Si era más de una arroba, se pesaba en la romana y en una caja de madera para medir cantidades más pequeñas. Los empaques eran de fique, a los más grandes le llamaban los guateanos. Para cargar el agua se usaban múcuras de barro, calabazos o se cargaba en burro cuando la distancia era larga. La ropa se lavaba de rodillas, en los manantiales o a la orilla de las quebradas. Se sembraban áreas grandes de cultivos para comercializar (trigo, cebada, maíz, papas patusa y tocarreña y arveja). Para preparar el terreno se hacían convites hasta con ocho yuntas de bueyes, que eran aperados con yugos. El arado era hecho en madera y con una reja de hierro. Para arrear los bueyes se usaba el casquillejo, es decir, una madera delgadita y liviana con una estrella de hierro en la punta para hurgar los bueyes; esto se acompañaba de unos gritos característicos “jajaja” o “totototo”, “junto”, “vuelta” o “vuélvase”. El cultivo tenía unas labores específicas, los conocimientos asociados a estas se van perdiendo a medida que se deja de sembrar. Al dejar de sembrar, también se pierden las herramientas, el consumo de los productos y la cultura. Ya para 1981 Olivia se trasladó a una casa hecha en bajareque, con teja de eternit y pisos de cemento. La cama era hecha de madera, con barandas y colchón de mota de algodón. Allí, las labores era similares a las de los once años anteriores. Entre 1995 y 1996 se dejó de sembrar trigo y cebada, a partir de ahí la economía giró en torno al cuidado del ganado de doble propósito, disminuyó la cantidad de ovejas y aumentó el número de gallinas de razas criollas (piropas, pirucas, satas, samarretas, flordibas, papujas y finas). Los hábitos alimenticios cambiaron: la arepa se reemplazó por el pan, los cuchucos por harinas de trigo blanco, avena, pasta y arroz; y las piedras de moler se cambiaron por molinos de aluminio. Por esa época llegó la luz eléctrica y se empezaron a organizar acueductos familiares y veredales. La comunidad organizada, junto con el Ministerio de Educación, adecuó un colegio técnico agropecuario. Olivia volvió a trasladarse en 1998, esta vez, frente al colegio, en una casa hecha en ladrillo y teja de eternit, con baño dentro y con todos los servicios (luz y agua). Historia de vida de Victoria Pacheco La señora Victoria cuenta que la casa campesina se componía de una cocina grande con fogón de tres piedras. Se compartía en familia y «la vida era más bonita porque hasta la candela se prestaba». En la mañana en la primera casa de donde salía humo, había candela; allí acudían para que les regalaran un poco y también les compartían alguna comida que para la época era escasa y entonces todo se consideraba un manjar, pues se aguantaba mucha hambre. La candela se llevaba en un tiesto, lo primero que se hacía era la mazamorra para el desayuno con maíz medio tostado, acompañada de guisado con manteca, chicharrón, arveja verde y cebolla picadita y se servía en la «escuilla» o taza de barro. Otra comida muy típica eran los indios Monroy, que se preparaban así: Con harina de maíz se hace una masa clarita con chicharrones, esa masa se echa en hojas de col o tallos, por capas con habas, mute, frijol, mazorca, papa chiquita, nabos, rubas y costilla de cordero, cerdo o gallina. Luego se coloca en una olla dejando un espacio en el centro para ir agregando caldo y para que se vaya cocinando hasta que esté blando. ¡Qué comida buena, muy apetitosa! La gente duraba más tiempo porque la comida era sana, sin alteraciones de ninguna clase. Las personas pasaban de los cien años con muy buena dentadura. Comían mucho tostado de diferentes granos, preparado en un tiesto de barro donde colocaban diferentes granos de maíz, arveja, habas, trigo y cebada y se movían con un palito que se llamaba “mecendero” hasta que los granos quedaran cocidos para que no hiciera daño a la salud. Masticar estos granos duros, le daba mucha fuerza a los dientes. Estos mismos granos molidos son la harina de los siete granos. Tomaban chicha que se hacía en moyas de barro o barriles de madera, generalmente roble o cedro. Este barril también se usaba para hacer el guarapo; un fermento de un recenté de harina de granos, endulzado con miel de caña o panela; esto se deja fermentar por algunas horas. Era una bebida energética, quitaba la sed en las largas jornadas de trabajo bajo el sol. Otra bebida era la chicha de ojo. Para hacerla, se preparaba una masita de maíz con panela y se envolvía en hojas de quiche dobladas en forma de triángulo tres puntas, pues eso le daba muy buen sabor. Esto se cocinaba toda la noche hasta que soltara toda la masa y se convirtiera en mazamorra, luego se colocaba en el barril de madera y se dejaba fermentar por unos 20 días. ¡Ah, cosa tan buena! Los granos se guardaban en el volado (zarzo) de la casa, de un año para otro. Las semillas se escogían de los frutos más grandes; los granos parejos y del centro, se dejaban amarrados a los ameros en la entrada de la casa como símbolo de abundancia. Existían muchas variedades de maíz: criollo, pira, rojo, cacao, blanco arroz, azotado y negro; muchos se han perdido y con ellos las recetas tradicionales. Las arepas también se preparaban de muchas formas: cari secas, de trigo y maíz con queso, integrales y de mazorca y se hacían en una laja de piedra. Además de la comida que es el alimento del cuerpo, rescato lo que se inculcaba en el seno familiar; desde niños se enseñaba el valor de la responsabilidad y la colaboración. Desde pequeños se les asignaban labores de acuerdo con su capacidad, ayudaban en labores como el “cuido” de las ovejas, juntar las basuritas para prender la candela y acompañar a los adultos en la faena diaria pues al ver cómo se hacían las labores ellos iban aprendiendo. Esto no sucede en la actualidad, los niños no están aprendiendo, solo ven televisión y juegan en el celular; no se dejan enseñar creen que “se las saben todas” y que los viejos están mandados a recoger. Hoy todo es de otro modo y no es que esté mal, pero tampoco está bien. El respeto por Dios como ser superior era otro de los valores que se inculcaba, actitudes como el respeto por los papás, padrinos y por las personas mayores y el valor de la palabra; pues no eran necesarios papeles firmados: «compromiso era compromiso, hoy día es tan distinto, pero como la vida va cambiando, ya son otros modos y modas». La comida no se podía desperdiciar porque era muy escasa, en algunos casos se trabajaba a cambio de un plato de comida. Tocaba “tochar”, es decir, después de cosechar la papa volver a buscar dentro de la tierra a ver si había quedado algo; lo mismo se hacía con la cebada y el trigo, ver si quedaban algunas espigas. La otra forma para conseguir la comida era ayudando. Por la ayuda se recibía una octava parte de lo cosechado y esto se tanteaba para que siempre hubiera algo para la olla.
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