¿Por qué y cómo debemos contárselo a los demás? Antes de ser cristiano solía enfurecerme con los cristianos que intentaban hablarme de su fe —trataban de convertirme—. Y no me gustaba nada: yo era ateo, pero no iba por ahí haciendo ateos a los demás. Eso era entrometerse y no entendía por qué lo hacían. Hay gente que me dice: «Ciertamente, los mejores cristianos son aquéllos que son cristianos pero que no hablan de su fe. Se trata de un asunto privado». Y a veces mencionan a algún pariente que tienen, como el «tío Norman», que es un cristiano maravilloso, pero que nunca habla de su fe. La pregunta que siempre les hago es: «¿Cómo conoció él el cristianismo? Alguien le habló de ello». Y si los primeros cristianos no hubieran hablado a la gente de su fe, no la conoceríamos. ¿Por qué debemos hablar de ella? Primero, porque Jesús nos lo pidió. Jesús murió por nosotros, resucitó de entre los muertos y luego dijo: «Vayan y cuenten a todos esta maravillosa noticia: que pueden ser perdonados y liberados. Que pueden tener vida eterna». En verdad, no tenía otros planes que servirse de nosotros para ello. El verbo «ir» aparece 1.514 veces en la Biblia —¡yo no lo he contado, otros lo han hecho!—. En el Nuevo Testamento son 233 veces, en el Evangelio de Mateo, 54 veces. Jesús dice: «Vayan y hablen…, vayan e inviten…, vayan y hagan discípulos». La segunda razón es por nuestro amor a los demás. A nuestro alrededor, vemos a gente que está buscando el sentido de la vida, que lucha con la culpa, con el miedo a la muerte, etcétera. Es como si estuviéramos en el desierto y encontráramos agua, sería egoísta decir: «¡Oh, qué maravilla encontrar agua!», pero no querer decírselo a los demás. Creo que el reconocimiento de que hay hambre espiritual ahí afuera a veces viene de fuentes sorprendentes. La cantante Sinéad O’Connor dijo: «Como raza, nos sentimos vacíos, porque nuestra espiritualidad fue arrasada y no sabemos cómo expresarnos. Por consiguiente, se nos anima a llenar ese vacío con alcohol, drogas, sexo o dinero. La gente ahí fuera —dijo la cantante— pide a gritos la verdad». La tercera razón para contarlo es porque las buenas noticias vuelan. No podemos guardarlas para nosotros. Y «evangelio» significa ‘buenas noticias’. Recuerdo cuando nació nuestro primer hijo. Mi esposa, Pippa, me dio una lista de diez personas a las que debía llamar para darles esa buena noticia. Y la primera persona de la lista era su madre. Así que la llamé y le dije: «Buenas noticias: ¡es un niño! Pips está bien. El bebé también; pesa 5 kilos… —¡o lo que fuera! Entonces llamé a la segunda persona de la lista, que era mi madre. No pude hablar con ella; su teléfono estaba ocupado. Así que llamé a la tercera persona de la lista, que era la hermana de Pippa. Le dije: «¡Buenas noticias!» Dijo: «¡Ya lo sé: es un niño!». «¿Cómo lo sabes?». Dijo: «Mi madre acaba de llamar». Así que pasé a la siguiente. Dije: «¡Hola!». «¡Felicitaciones, oí que tuvieron un niño!». Seguí con la lista y ¡todos lo sabían! Cuando, al final, hablé con mi madre, supe que su línea estuvo ocupada porque estuvo hablando con la madre de Pippa, ¡que la llamó para contárselo! Yo no le dije a la madre de Pippa: «Tienes que contárselo a los demás». Estaba emocionada. Y cuando nos emocionamos con nuestra relación con Jesús, lo más natural en el mundo es contárselo a la gente. Pero ¿cómo lo hacemos? En mi experiencia, a lo largo de mi vida, ha habido dos peligros similares y opuestos. Creo que me movía entre la falta de tacto y el miedo. Cuando me hice cristiano, era la falta de tacto lo que predominaba —¡quería contárselo a todo el mundo!—. Recuerdo que a los diez días de mi conversión fui a una fiesta con la determinación de hablar a la primera persona que viera sobre Jesús. Y la primera persona que vi en esa fiesta resultó ser una amiga mía, que ahora es mi esposa, Pippa. Entonces, aún no era mi esposa, ni siquiera mi novia, era sólo una amiga. Sabía que no era cristiana. Así que pensé: «Bien, voy a acercarme a hablarle de Jesús». Desde el día de mi conversión, en mis diez días como cristiano, había ido a una charla sobre proclamación. En la charla dijeron: «Si quieres llevar a alguien a Cristo, lo primero que hay que hacer es establecer el hecho de que la persona necesita a Jesús». Así que pensé: «Bien, ha de darse cuenta de que necesita a Jesús». Y me acerqué a ella. No quería malgastar el tiempo con cortesías y dije: «Hola, Pippa, ¡se te ve tan mal! Necesitas a Jesús». Como se imaginarán, eso le creó rechazo mucho tiempo y cuando finalmente se hizo cristiana, fue a través de alguien muy diferente. En la siguiente fiesta a la que fui decidí ir bien equipado. Era una… creo que era una fiesta de cumpleaños; había que ir de corbata. Y yo decidí llevar algunos libros. Así que metí en el bolsillo de arriba un folleto sobre cómo hacerse cristiano, de John Stott. También pensé: «Puede ser que me hagan preguntas. Porque en una conversación, pueden decir: “¿Hay pruebas de la Resurrección?”». Llevé La evidencia de la Resurrección, de Norman Anderson. A veces también preguntan sobre el sufrimiento así que llevé el libro de John Young, que trata muy bien el tema del sufrimiento. También hay gente que reacciona mejor ante testimonios que ante libros teológicos, por eso llevé El refugio secreto, de Corrie Ten Boom, ¡Corre!, Nicky, ¡corre! y La cruz y el puñal. Y, por supuesto, la forma más eficaz de proclamar es con la Biblia, así que llevé una Biblia. Y ciertamente, si alguien se hace cristiano, lo ideal es darle un Nuevo Testamento, así que me llevé uno, y también material bíblico, como algunos comentarios. Los bolsillos de la chaqueta estaban a punto de reventar —menos mal que había muchos bolsillos—. En fin, tenía la chaqueta llena de libros. Y, al final, conseguí invitar a una chica a bailar conmigo. Salí a la pista de baile y empecé así… Le dije: «Lo siento, estoy cansado. ¿Te importa que nos sentemos?». Así que…, así que nos sentamos. Rápidamente introduje el tema del cristianismo. Y empezó a hacerme preguntas. «¡Qué casualidad que me preguntes eso! ¡Tengo un folleto aquí sobre la Resurrección! ¿El sufrimiento? Sí, ¡tengo otro sobre eso!». La pila de libros se hizo enorme y ella casi no podía con tantos libros. Lo asombroso es que regresó la semana siguiente y dijo que se había ido de vacaciones con una compañera a Francia y que en el barco le dijo a su compañera: «Me acabo de hacer cristiana». Ella murió en un accidente a la edad de 21 años. A menudo he pensado que es sorprendente que Dios usara mi falta de tacto para ayudarla en ese momento de su vida. Pero ésa no es la manera de hacerlo. Así que pasé de la falta de tacto al miedo. Si vas como elefante en tienda de porcelana, como yo, tarde o temprano te lastimas y te haces más cauteloso. Y llegó un momento en mi vida en el que quedaba paralizado de miedo incluso por hablar de Jesús en cualquier contexto. Curiosamente, creo que cuando tuve más miedo fue cuando estaba estudiando teología. Estaba en la Universidad de Teología, en Oxford, y mientras estaba allí fuimos a una especie de misión al norte de Inglaterra, a Allerton. Y solíamos ir a hablar a las casas de la gente. Pero antes de eso, íbamos a cenar con gente relacionada con la iglesia. En nuestro caso, mi amigo Rupert Charkham y yo, fuimos a cenar con… Bueno, la esposa era de un grupo de la comunidad, pero el esposo era ateo. Era abogado, un abogado estupendo, y creo que era el presidente de algo. Era una casa estupenda, tenían hijos estupendos y ¡la cena estaba estupenda! Durante la cena, se inclinó ligeramente y dijo: «¿Qué es lo que les trajo por aquí?». Yo dije: «Bueno, vinimos aquí… en tren. Y estamos aquí porque…, porque eh…, porque somos muy buenos amigos en Oxford. Y estamos aquí eh… para… eh… para…eh». Mi amigo no pudo aguantar más y dijo: «Estamos aquí para hablar de Jesús». Y yo: «¡Me muero!, ¡qué vergüenza!». Pensé: «¿Qué me pasa? ¿Por qué me avergüenzo hasta de mencionar a Jesús?». Gran parte de mi vida fue así. Pasaba de la falta de tacto al miedo. Luego oía una charla: «¡Vayan y hagan discípulos!» y volvía a la falta de tacto. Luego me lastimaba y volvía al miedo. Y siempre me pregunté: «¿Cuál es el mejor modo de hacerlo?». Creo que básicamente todo se reduce a una palabra: el amor. Por eso lo contamos, y así lo contamos. 1. PRESENCIA Me resulta útil dividir este tema en en cinco títulos, y todos empiezan por la letra P, para que sean fáciles de recordar. El primero es «Presencia». ¿Pueden buscar Mateo, capítulo 5, versículos 13 al 16? Jesús dijo (versículo 13): «Ustedes son la sal de la tierra». Mateo Capítulo 5 Versículo 13 «Ustedes son la sal de la tiera». 14: «Ustedes son la luz del mundo». Mateo Capítulo 5 Versículo 14 «Ustedes son la luz del mundo». 16: «Hagan brillar su luz delante de todos, para que puedan ver sus buenas obras y alabar al Padre que está en el cielo». Mateo Capítulo 5 Versículo 16 «Hagan brillar su luz delante de todos, para que puedan ver sus buenas obras y alabar al Padre que está en el cielo». Jesús dice a este grupo de gente, dice: «Miren», —tal y como nos diría esta noche— les dice: «Miren, ustedes pueden transformar todo el mundo. Ustedes son la sal de la tierra; ustedes son la luz del mundo». Lo que está diciendo es que podemos tener un gran impacto. Y eso lo hacemos, no retirándonos —dice que no se enciende una luz para cubrirla—, sino comprometiéndonos. Tienen que salir afuera. Tienen que estar en sus empleos. ¡Están en la línea de fuego! Los que trabajamos a tiempo completo en un empleo cristiano esperamos apoyarles. ¡Pero ustedes son los ministros! Ustedes son quienes llevan la luz de Jesucristo a todo el mundo, a sus familias, a sus barrios. Así que debemos estar en el mundo, pero ser diferentes. Jesús dice: «Son la sal». La sal antiguamente se usaba, al no haber refrigeración, para que la comida no se estropeara. Y él dice: «Ustedes son quienes deben evitar que la sociedad se estropee». «Son la luz»: ustedes son quienes permiten que la luz de Cristo brille en ustedes. Lo hacemos, dice: «[…] por sus buenas obras» —lo que hacemos y decimos como cristianos. Y se resume en: «Ama a tu prójimo como a ti mismo». Es vivir la vida cristiana, sobre todo con aquéllos que están más cerca de nosotros: nuestra familia, los colegas de trabajo, la gente con quien vivimos. Es suficiente que sepan que somos cristianos. No debemos tratar de forzar su conversión. Pero si saben que somos cristianos, se fijarán en nuestra vida. Y estamos llamados a ser diferentes, a mostrarlo por nuestro amor, amor a nuestros enemigos, pequeños actos de amabilidad, honestidad e integridad. Eso cuesta. Cuesta mucho vivir el estilo de vida que Jesús nos pide que vivamos. Pero a eso estamos llamados: a un amor diferente. Ése es nuestro objetivo. Con nuestra familia. Cuando me hice cristiano, enseguida traté de convertir a mis padres. Y vi que no era lo acertado. Alguien me indicó que si uno dice a sus padres, como yo dije: «Me hice cristiano», eso es una crítica implícita a su educación, al modo en que te criaron. Ojalá me hubieran dicho antes que habría sido mejor decirles: «Me estoy dando cuenta de que hay algo más en la fe cristiana de lo que creía», y después vivirlo. Lo mismo ocurre en la relación entre esposos. De hecho, San Pedro ofrece orientaciones muy claras —no hace falta que lo busquen—. En Primera de Pedro 3,1 dice: «[…] si algunos de ellos no creen en la palabra, pueden ser ganados sin palabras por el comportamiento del cónyuge, al observar su conducta íntegra y respetuosa». A menudo oigo a gente, en Alpha, que ante la pregunta: «¿Por qué estás aquí?» dice: «Noté un cambio en mi esposa… Noté un cambio en mi esposo… Noté un cambio en mi hijo…, en mi hija…, en mis padres…, en mi amigo…, en el trabajo». Ven la diferencia. Va más allá, por supuesto, de nuestra familia y nuestros amigos; incluye la necesidad de la gente que nos rodea. Aliviar el dolor humano: el hambre, la indigencia, la pobreza. Me impresiona muchísimo ver cómo muchos de ustedes y los jóvenes de nuestra iglesia se comprometen en actividades maravillosas. Y también la justicia social: la eliminación de injusticias, atrocidades y desigualdad en la sociedad. William Wilberforce. Tenía 27 años, que es de hecho la edad media de la gente que viene al curso Alpha en nuestra iglesia: Tenía 27 años cuando sintió el llamado de Dios a luchar contra la inhumana y degradante esclavitud. Diez millones de esclavos fueron de África a las plantaciones en 1787, y en ese año, presentó una moción en la Cámara de los Comunes contra la esclavitud. Aunque no era una causa popular, él declaró: «Tan enorme y tan espantosa me pareció su crueldad que mi mente se volcó totalmente en la abolición. Sean cuales fueran las consecuencias, desde ese momento resolví que no descansaría hasta haber conseguido la abolición». Se debatieron propuestas en 1789, 91, 92, 94, 96, 98, 99 —todas fracasaron. En 1831 envió un mensaje a la Sociedad Contra la Esclavitud, decía: «Nuestro lema debe ser la perseverancia. Y confío en que el Todopoderoso coronará de éxito nuestros esfuerzos». Lo hizo. En julio de 1833 la Ley de la Abolición de la Esclavitud se aprobó en las dos Cámaras. Tres días después Wilberforce murió. Lo enterraron en la abadía de Westminster como reconocimiento nacional a sus 45 años de lucha continua a favor de los esclavos africanos. ¿Y en la actualidad? Hay grandes necesidades e injusticias ahí afuera. ¿Somos conscientes de que 800 millones de personas viven con menos de un dólar diario y que se acuestan hambrientas? —si ayunáramos a pan y agua el resto de nuestra vida, aún estaríamos mucho mejor que ellos—. Cada tres segundos, la pobreza arrebata la vida a un niño. Hoy y todos los días hasta que actuemos, 30.000 niños mueren de enfermedades curables, porque viven en la pobreza. 8.000 mueren de SIDA cada día en países pobres. Habrá 15 millones de muertes evitables este año. Y eso es lo que me encanta de lo que Bono está haciendo, inspirado por su fe cristiana. Le invitaron a la Conferencia del Partido Laborista en Brighton, donde dijo: «Me llamo Bono. Soy estrella de rock. Disculpen si parezco nervioso, no estoy acostumbrado a dirigirme a grupos de menos de 80.000 personas. Oí que había un «partido», ¡pero veo que no es de fútbol!». Y prosiguió hablando de su experiencia de trabajo en un orfanato etíope: «Estuvimos un mes trabajando en el orfanato. La gente me llamaba “Dr. Buenos Días”. Los niños me llamaban “La chica con barba”. ¡No me pregunten por qué! Me abrió muchísimo la mente; me abrió los ojos. El último día en el orfanato, un hombre me entregó a su bebé y dijo: «Llévatelo». Él sabía que en Irlanda su hijo viviría, pero que en Etiopía, moriría. No lo acepté. Fue entonces cuando emprendí este camino. Y me convertí en la peor pesadilla: una estrella de rock con una causa. Aunque esto no es una causa: 6.500 africanos mueren al día de enfermedades prevenibles y curables; mueren por falta de medicamentos que nosotros conseguimos en la farmacia; no es una causa, es una emergencia». Es fácil sentirse desbordado por la magnitud de los problemas y pensar: «Pero ¿sirve de algo lo que hacemos?». Un hombre estaba paseando en una playa de México. Y vio que la marea había bajado y que había decenas de miles de estrellas de mar atrapadas en la playa, medio muertas porque se estaban secando bajo los rayos del sol. Luego vio cómo un niño tomaba las estrellas de mar, una a una, las llevaba al mar y las tiraba al agua; después regresaba, tomaba otra e iba al mar para tirarla al agua. El hombre se le acercó y le dijo: «Mira, ¿no ves que hay decenas de miles de estrellas de mar en la playa? No creo que lo que estás haciendo mejore la situación». El niño tomó otra estrella, fue hasta la orilla, la tiró al agua y dijo: «¡Para ésa la situación sí mejoró!». Eso es lo que podemos hacer. Nelson Mandela dijo: «No son los reyes ni los generales quienes hacen la historia, sino las masas populares». Primera P: «Presencia». 2. PERSUASIÓN Segunda, «Persuasión». ¿Pueden buscar Hechos, capítulo 17, versículos 2 al 4? Hechos Capítulo 17 Versículos 2–4 Como era su costumbre, Pablo entró en la sinagoga y tres sábados seguidos discutió con ellos. Con las Escrituras, les explicaba y demostraba que era necesario que el Mesías padeciera y resucitara. «Este Jesús que les anuncio es el Mesías», decía. Algunos fueron persuadidos […]. Como era su costumbre, Pablo entró en la sinagoga y tres sábados seguidos discutió con ellos. Con las Escrituras, les explicaba y demostraba que era necesario que el Mesías padeciera y resucitara. «Este Jesús que les anuncio es el Mesías», decía. Algunos fueron persuadidos […]. Creo que hay una gran diferencia entre presión y persuasión. La presión no es una buena idea. No sé cómo reaccionan ustedes a la presión, yo salgo corriendo si alguien me presiona para hacer algo. El efecto de la presión es el contrario del de la persuasión: la presión no es nada persuasiva. Pero Pablo dice que trata de persuadir a todos. Y lo hace demostrando y explicando. Porque la fe cristiana no es un salto de fe a ciegas; es un paso de fe razonado. Hay buenas razones para creer. Y por eso les animo a explorar esas razones con esmero para que cuando alguien les pregunte: «¿Qué pruebas hay sobre la Resurrección?», puedan responder: «En realidad hay muchas», porque ya lo pensaron antes. Si alguien les dice: «¿Cómo puedes creer cuando hay tanto sufrimiento en el mundo?», ciertamente no hay respuestas directas, pero siempre podemos decir algo. Como no hay tiempo no hace falta que lo busquen, pero en Primera de Pedro 3,15, Pedro escribe: «Estén siempre preparados para responder a todo el que les pida razón de la esperanza que hay en ustedes. Pero háganlo con gentileza y respeto […]». Son dos valores clave. Nunca conocí a nadie que se hiciera cristiano después de una discusión. No conozco a nadie que haya dicho: «Conocí a un cristiano, con el que tuve una discusión sobre la fe y al final dije: «¡Ya veo! ¡Disculpa!, estoy totalmente equivocado y tú tienes toda la razón. Voy a seguir tus pasos». La cosa no es así. No lo hagan así; háganlo con gentileza y respeto. Creo que respeto es escuchar a la gente. Preguntar: «¿Qué opinas? ¿Qué es lo que crees?». Por eso lo hacemos aquí. Sé que para algunos es frustrante, en las primeras semanas de Alpha, que los líderes y ayudantes no digan más. Pero tratamos de respetar a los invitados que vienen a Alpha –a ustedes los invitados– con nuestra actitud de escucha. Nos interesa lo que dicen. Nos encanta escucharlos. Queremos respetar lo que la gente cree y escucharlo. Y creo que respetar también significa ser sincero. Está bien decir: «No lo sé. Lo siento, no sé responder a esa pregunta. Pero prometo informarme». Creo que necesitamos un enfoque múltiple, porque, por ejemplo, en mi caso, tenía objeciones intelectuales y creía que eran buenas objeciones intelectuales al cristianismo. Pero, al mismo tiempo, me doy cuenta, a posteriori, de que había otras cosas además de las objeciones. Creo, por ejemplo, que empezaba a percatarme de las implicaciones que ser cristiano tendría en mi estilo de vida. Posiblemente, aunque las razones que daba a la gente eran objeciones intelectuales, en el fondo también estaba la cuestión moral. Además, me preocupaba un poco el hecho de que había argumentado más o menos en público contra el cristianismo. Era conocido, en la universidad, como alguien que se oponía al cristianismo. Y pensé: «Voy a quedar muy mal si de repente les digo a todos que me hice cristiano». Así que había además otras razones. Y aunque la gente argumentara conmigo a nivel intelectual, eso no iba a ser suficiente. Pero estoy muy agradecido a la gente que me ayudó a superar mis objeciones. Cuando se percataron de que el Titanic se estaba hundiendo, la tripulación intentó persuadir a la gente para que fuera a los botes, pero muchos no les creyeron y no fueron. Algunos de esos primeros botes partieron medio vacíos. Pero les intentaron persuadir por amor. Y creo que intentar persuadir a la gente es un acto de amor. 3. PROCLAMACIÓN Tercera P: «Proclamación». Es comunicar el mensaje. El núcleo del cristianismo es el mismo Jesús. Y supongo que eso es lo que intentamos hacer en Alpha: centrarnos en la persona de Jesús y tratar de transmitir ese mensaje. Hay muchas maneras de hacerlo, pero una de las más sencillas es decir a la gente: «¡Vengan a ver!». ¿Pueden buscar Juan, capítulo 1, versículo 35? Juan Capítulo 1 Versículos 35–46 Al día siguiente Juan estaba allí, con dos de sus discípulos. Al ver a Jesús que pasaba, dijo: —¡Miren: el Cordero de Dios! Cuando los dos discípulos le oyeron, siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les preguntó: —¿Qué buscan? —Rabí (que es ‘Maestro’), ¿dónde te hospedas? —Vengan a ver —dijo Jesús. Ellos fueron y vieron dónde se hospedaba, y se quedaron con él. Eran las cuatro de la tarde. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que, al oír a Juan, habían seguido a Jesús. Andrés encontró primero a su hermano Simón, y le dijo: —Encontramos al Mesías (o sea, el Cristo). Luego lo llevó a Jesús, quien mirándolo, le dijo: —Tú eres Simón, hijo de Juan. Serás llamado Cefas (es decir, Pedro). Al día siguiente, Jesús salió hacia Galilea. Se encontró a Felipe y le dijo: —Sígueme. Felipe, como Andrés y Pedro, era del pueblo de Betsaida. Felipe buscó a Natanael y le dijo: —Encontramos a aquél de quien escribió Moisés en la ley, y de quien escribieron los profetas: Jesús de Nazaret, el hijo de José. —¡De Nazaret! ¿Puede salir de allí algo bueno? —exclamó Natanael. —Ven a ver —le contestó Felipe. Al día siguiente Juan estaba allí, con dos de sus discípulos. Al ver a Jesús que pasaba, dijo: —¡Miren: el Cordero de Dios! Cuando los dos discípulos le oyeron, siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les preguntó: —¿Qué buscan? —Rabí (que es ‘Maestro’), ¿dónde te hospedas? —Vengan a ver —dijo Jesús. Ellos fueron y vieron dónde se hospedaba, y se quedaron con él. Eran las cuatro de la tarde. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que, al oír a Juan, habían seguido a Jesús. Andrés encontró primero a su hermano Simón, y le dijo: —Encontramos al Mesías (o sea, el Cristo). Luego lo llevó a Jesús, quien mirándolo, le dijo: —Tú eres Simón, hijo de Juan. Serás llamado Cefas (es decir, Pedro). Al día siguiente, Jesús salió hacia Galilea. Se encontró a Felipe y le dijo: —Sígueme. Felipe, como Andrés y Pedro, era del pueblo de Betsaida. Felipe buscó a Natanael y le dijo: —Encontramos a aquél de quien escribió Moisés en la ley, y de quien escribieron los profetas: Jesús de Nazaret, el hijo de José. —¡De Nazaret! ¿Puede salir de allí algo bueno? —exclamó Natanael. —Ven a ver. Es algo natural, ¿verdad?, decir: «Ven a ver». Eso es la Cena de Celebración de Alpha al final del curso: una oportunidad para decir a los amigos que muestran interés en lo que ustedes han hecho: «¡Vengan a ver!». No hay mayor privilegio que llevar a un amigo o a un miembro de la familia a Cristo. El versículo 42 dice que Andrés llevó a su hermano Pedro a Cristo. El gran Arzobispo de Canterbury, William Temple, comentó el Evangelio de Juan, y sobre las palabras «llevó a Simón a Jesús» dijo: «El mayor servicio que un hombre puede ofrecer a otro». Y es algo que todos podemos hacer. De Andrés no se dice mucho más, excepto que siempre estaba llevando gente a Jesús. Pero Pedro fue una de las personas con mayor influencia en la historia. Millones incalculables de vidas han sido influidas por el apóstol Pedro. No todos podemos hacer lo que hizo Pedro, pero sí podemos hacer lo que hizo Andrés —llevó a su hermano a Jesús—. Supe de un hombre llamado Albert McMakin. Tenía 24 años; era un campesino recién convertido muy entusiasta. Oyó que se había organizado un evento donde alguien hablaba de Jesús, y decidió invitar a sus amigos. Él tenía un ómnibus viejo y quería que viniera un chico: el hijo de otro campesino, que no estaba interesado. Al tipo le rodeaban las chicas porque era muy apuesto. Y Albert pensó: «¿Cómo convencerlo?». Le dijo: «Oye, ¿quieres conducir el ómnibus?». Y él dijo: «Okay, ¿por qué no?». No estoy interesado en ir, pero yo los llevo». Así que condujo el ómnibus, se interesó un poco en el evento, se sentó al fondo y le encantó. Regresó todas las noches desde entonces. En la última noche, el predicador dijo: «Quien quiera entregar su vida a Jesús, que venga adelante». Y este joven se levantó y fue adelante. Desde ese día, este hombre ha hablado a 210 millones de personas, en vivo, sobre la fe cristiana. Ha sido amigo y confidente de nueve presidentes de Estados Unidos. Y ha hablado, no en vivo sino en televisión y otros medios, a la mitad de la población mundial. Su nombre es Billy Graham. No todos podemos ser Billy Grahams, ¡pero sí podemos ser Albert MacMakins! Todos podemos ser el que dice: «Vengan a ver», y llevar a nuestros amigos a Cristo. Lo segundo que podemos hacer es contar nuestra historia. Eso es lo que Pablo —en el libro de Hechos— hace continuamente: contar su historia. Decía: «Miren, así era yo. Perseguía a la iglesia. Esto es lo que ocurrió y así es como Jesús cambió mi vida». Si tus amigos preguntan, cuéntales tu historia. Y no pueden cuestionar tu historia. Pueden argumentar sobre las pruebas de la Resurrección, o las contradicciones de la Biblia o el sufrimiento etc., etc., pero no pueden cuestionar tu historia. Cuando Jesús sanó al ciego, mucha gente lo acribilló a preguntas. Los fariseos vinieron, lo interrogaron y lo intentaron poner a prueba para culparlo, pero el ciego de nacimiento dijo: «No sé las respuestas a todas sus preguntas. Lo único que sé es que yo era ciego y ahora veo». Eso es incuestionable. También podemos tener la oportunidad de hacerlo nosotros solos, y de… llevar a otra persona a Cristo. Recuerdo la primera vez que yo lo hice. Fue dos meses después de hacerme cristiano. Me hice amigo de un chico al que no conocía y fuimos a caminar por la montaña en Noruega. En el tren de regreso —habíamos hablado durante cuatro días y me había hecho preguntas— hicimos una oración muy sencilla. Pidió perdón a Dios, agradeció a Jesús que muriera por él y le pidió que entrara en su vida por su Espíritu. Y en la actualidad, más de treinta años después, ese hombre sigue siendo un gran amigo mío. Fui el testigo en su boda y él es el padrino de uno de mis hijos; es una gran alegría constatar cómo Jesús cambió su vida y la de su familia. No hay mayor privilegio. 4. PODER La cuarta P es «Poder». ¿Pueden buscar Primera Tesalonicenses, capítulo 1, versículo 5? San Pablo escribe: 1 Tesalonicenses Capítulo 1 Versículo 5 […] nuestro evangelio les llegó no sólo con palabras sino también con poder, con el Espíritu Santo y con profunda convicción. « […] nuestro evangelio les llegó no sólo con palabras sino también con poder, con el Espíritu Santo y con profunda convicción». No se trata sólo de un ejercicio intelectual —no se persuade a la gente sólo intelectualmente—. Ciertamente, hay razones y es importante dar razones, pero Pablo habla aquí no sólo sobre palabras, sino sobre la actividad del Espíritu Santo. Y ahí, yo me remito sobre todo a mi primera experiencia del Espíritu Santo. El amor de Dios —lo dice Pablo en Romanos 5,5—, el amor de Dios fue derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado. El amor está en el centro. Cuando experimentamos el amor de Dios en nuestro ser, el Espíritu Santo está actuando. Y el Espíritu Santo actúa además visiblemente: identificando y condenando el pecado, pero también actúa… sanando, por ejemplo. Eso es lo que veremos la semana que viene. 5. PLEGARIA (ORACIÓN) Quinta P: «Plegaria». Orar por los demás. Pablo amaba a la gente y de ese amor nació el deseo de orar por ellos. En Romanos 10,1 dice: «[…] el deseo de mi corazón y mi oración a Dios es que se salven». Y a menudo, cuando alguien se convierte, o su fe se renueva, descubrimos que alguien estuvo orando. Ric Thorpe era miembro del staff de esta iglesia hasta que abrió una iglesia en Shadwell. Ric me contó una vez que cuando se hizo cristiano, llamó a un buen amigo suyo que era cristiano para darle la noticia. Su amigo se alegró muchísimo. Le dijo: ¿Sabes que estuve orando por ti todos los días durante cuatro años? Ric dijo que se emocionó tanto con esa idea que empezó a orar por otro amigo, y diez semanas después ése amigo se hizo cristiano. No sé cómo funciona, pero parece haber algo en la oración que la hace muy eficaz. Y quizá eso sea algo que puedan empezar a hacer hoy en los grupos pequeños: empezar a orar juntos. Es muy poderoso. Oramos por los demás, pero también por nosotros. Porque al verles a ustedes, algunos se interesarán, y si les dicen: «Vengan a ver», dirán: «¡Claro!». Pero no todos responden positivamente. A veces —y quizá ya lo hayan experimentado—, si le dicen a un amigo lo que están haciendo, puede ser que… se burlen de ello o se rían o no se lo tomen con tanto entusiasmo como ustedes habrían esperado. Es bastante normal. ¿Pueden buscar Hechos, capítulo 4, versículos 29 al 31? En esta ocasión los apóstoles habían sanado a alguien y eso había provocado una reacción muy negativa. Fueron amenazados y —versículo 29— ésta fue su respuesta: Hechos Capítulo 4 Verses 29–31 “Señor, mira sus amenazas y concede a tus siervos proclamar tu palabra sin temor. Extiende tu mano para sanar y hacer señales y prodigios mediante el nombre de tu santo siervo Jesús”. Después de haber orado, tembló el lugar en que estaban reunidos; todos se llenaron del Espíritu Santo, y proclamaban la palabra de Dios sin temor alguno». «“Señor, mira sus amenazas y concede a tus siervos proclamar tu palabra sin temor. Extiende tu mano para sanar y hacer señales y prodigios mediante el nombre de tu santo siervo Jesús”. Después de haber orado, tembló el lugar en que estaban reunidos; todos se llenaron del Espíritu Santo, y proclamaban la palabra de Dios sin temor». Yo les animo a que, si obtienen reacciones negativas de vez en cuando, algo que probablemente ocurrirá, no se rindan. No paren. Continúen. Porque… darán mucho fruto si lo hacen. Supe de un hombre que, durante la… guerra, estaba… a punto de morir. Y su amigo, que estaba con él en la trinchera, le dijo: «¿Quieres que haga algo por ti?». Respondió: «No, me estoy muriendo. No puedes hacer nada». «¿Quieres que haga algo cuando vuelva a casa, que transmita algún mensaje?». Contestó: «Sí. Me gustaría que le dieras un mensaje a un hombre, a esta dirección; dile que lo que me enseñó de niño me está ayudando a morir ahora». Así que el amigo regresó y buscó a ese hombre en esa dirección y le contó la historia. El hombre dijo: «Que Dios me perdone». Dijo: «Yo enseñé a tu amigo en la escuela dominical de la iglesia, pero dejé de enseñar allí hace años porque pensé que lo que hacía no servía para nada». Pablo dice que el evangelio, la buena nueva de Jesús, es el poder de Dios, el poder de Dios para cambiar vidas. Recuerdo a una mujer, Jane, amiga nuestra, que trajo a otra amiga aquí al curso Alpha. Y la vida de su amiga cambió radicalmente, gracias a Jesús. Y Jane nos dijo algo que yo escribí. Dijo: «Si traerla hasta aquí hubiera sido lo único que hice en la vida, mi vida ya habría valido la pena». Oremos. Señor, te damos gracias por este asombroso mensaje de Jesús: Jesucristo crucificado, resucitado y vivo aquí y ahora, con nosotros. Señor, te pido que nos ayudes a todos nosotros a establecer, primero en nuestras vidas, una relación contigo y, luego, en su momento, a tener esa alegría, ese privilegio de poder contárselo a los demás y de ver cómo encuentran vida y libertad en Cristo. Te lo pedimos en su nombre, amén.
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