Cristina Oehmichen

"Las mujeres indígenas y las relaciones interétnicas en la ciudad de
México"
Cristina Oehmichen*
En las últimas décadas, las comunidades indígenas han estado inmersas en
procesos de transformación acelerada. Si en la década de los cincuenta la vida
social indígena aún mostraba una cohesión social estructurada en torno a las
actividades agrícolas, para los años setenta era ya evidente que las
comunidades se habían abierto y se encontraban insertas en la economía de
mercado y en una situación cada vez más dependiente de los recursos del
exterior. La introducción de nuevas tecnologías agrícolas creó en las
comunidades indígenas una fuerte dependencia del mercado para la
adquisición de insumos, lo que, asociado al crecimiento demográfico y lo
limitado del acceso a la tierra, provocó la emigración masiva hacia los polos de
desarrollo agrocomercial y centros urbanos.
En contraparte, las ciudades incrementaron su diversidad cultural y se
convirtieron en escenarios de relaciones de acomodos y conflictos interétnicos.
A pesar de ello, aún no se observa una transformación en el sistema de
distinciones y clasificaciones sociales que tienden a colocar -una vez más- a
los indígenas en una posición de subordinación con relación a los blancos y
mestizos. Por el contrario, lejos de conducir a la fusión o "hibridación" de las
culturas, la relación interétnica en las ciudades expresa un carácter conflictivo a
causa de los prejuicios y estereotipos negativos que la identidad indígena
connota. Dichos conflictos se agudizan debido a la competencia por el espacio,
la vivienda, el empleo y el acceso al equipamiento y los servicios, sobre todo
cuando la demanda es elevada y la satisfacción de las necesidades es baja.
La competencia por los recursos se presenta en un espacio social
jerarquizado de acuerdo con el monto y tipo de capital con el que cuentan los
actores sociales. La pertenencia categorial de género opera como un tipo de
capital que tiende a valorar a lo masculino por encima de lo femenino; a los
varones por encima de las mujeres. De igual forma, pertenecer a la categoría
"indígena" coloca a quienes portan esa identidad en condiciones de desventaja
con respecto a los no indígenas. Dicha situación pone a los indígenas en una
situación de vulnerabilidad frente a la violencia urbana y, sobre todo, a sus
eslabones más débiles: las mujeres y los niños indígenas. No obstante, los
indígenas cuentan con redes de apoyo mutuo que les permite hacer frente ante
situaciones adversas y contar con una especie de "seguro" ante el desempleo y
la miseria. En la operación y mantenimiento de estas redes, las mujeres suelen
ser sus principales promotoras.
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Investigadora titular adscrita al Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM.
Licenciada y maestra en antropología social por la Escuela Nacional de Antropología e Historia.
Doctora en Antropología por la Universidad Nacional Autónoma de México. Trabajó en el
Instituto Nacionallndigenista (1990-1996), actualmente es investigadora de tiempo completo y
profesora del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM.
De acuerdo con el XII Censo General de Población y Vivienda en el año
2000 radicaban en el Distrito Federal 141,710 hablantes de lengua indígena
(HU). De ellos, 63,592 eran hombres y 78,118 mujeres. Una población similar
se registró en los municipios conurbados del Estado de México. Los datos
censales del 2000 confirman una de las tendencias observadas en el censo
anterior, que muestran un índice de feminidad más elevado, sobre todo en
delegaciones que cuentan con colonias residenciales de clase media y media
alta, en donde la presencia de mujeres es superior a la de hombres. La
sobrerepresentación femenina obedece principalmente a que muchas mujeres
indígenas que llegan a la ciudad de México laboran como trabajadoras
domésticas y viven en casa de sus empleadores. Asimismo, se aprecia que la
mayor disparidad de género se presentó en el grupo de 15 a 24 años de edad,
seguramente debido a que se emplean como trabajadoras del hogar. Los datos
censales también muestran que del total de HU, 137,621 son bilingües, pues
hablan alguna lengua indígena además del español, mientras que 713
manifestaron no hablar español. De estos últimos 194 fueron hombres y 519
mujeres.
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Lo "Indio": discriminación y resignificación
En la ciudad, los indígenas son identificados y nominados por los citadinos
y por otros inmigrantes de origen rural bajo el apelativo común de "indios". El
término "indio" encierra un universo de significados que tiene connotaciones
negativas, pues no sólo es una palabra de origen colonial, sino un símbolo que
se emplea para designar a quienes portan signos de identidad de matriz
mesoamericana. El apelativo "indio" tiene un uso social que confiere poder al
emisor (al que lo nombra) y con ello establece una relación de distinción y
jerarquía sobre el que es nominado. La unificación de las diferentes etnias bajo
el apelativo común de "indio", desvanece la diversidad y homogeneiza a todos
los que son así identificados. El ser identificados como "indio", hace que en el
imaginario urbano los miembros de las culturas originarias sean discriminadas.
Sin embargo, también posibilita que la ciudad se convierta en un espacio de
reencuentro entre indígenas procedentes de comunidades, antes distanciadas,
para dar origen a frentes interétnicos de lucha y negociación.
Esta lucha por identificarse en la ciudad como indios o indígenas, se ha
convertido para los dirigentes e intelectuales indígenas en un símbolo de
dignidad y de interpelación hacia otros inmigrantes. No obstante, esta revaloración étnica permanece sobre todo en el círculo de los intelectuales
indígenas y los dirigentes de las organizaciones que suelen tratar con
organismos no gubernamentales e instituciones del Estado. No sucede lo
mismo con los indígenas de a pie, es decir, con quienes no participan en los
foros y reuniones, ni fungen como intermediarios culturales o económicos. La
lucha por la sobrevivencia absorbe toda su energía.
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La mujer indígena: actor fundamental
La inseguridad de sus ingresos y la incertidumbre de contar con lo mínimo
indispensable para sobrevivir, obligaron a los grupos domésticos a intensificar
su trabajo. Así, la distribución de tareas por edad y sexo se trasladó a la
ciudad, de tal suerte que todos los miembros del grupo doméstico tienen
labores económicas que cumplir. Ello ha conducido a miles de mujeres rurales
a emplearse o a integrarse al comercio en la vía pública.
Si bien las madres buscan proporcionar educación a sus hijos e hijas, en
caso de extrema necesidad suelen ser las niñas quienes abandonan sus
estudios, ya sea porque su madre no tiene quien le ayude a cuidar a los niños
más pequeños, o porque se requiere de su dedicación de tiempo completo en
las labores de aprovisionamiento. De ahí que los indicadores de analfabetismo
y deserción escolar reportados por los censos de 1990 y 2000 continúen
recayendo en las mujeres indígenas aún en la ciudad, a pesar de las
excepciones.
Existen pertenencias sociales que suelen ser minusvaloradas. Las mujeres
indígenas tienen una pertenencia estructurada en torno a sus grupos
domésticos y comunitarios. Categóricamente son ubicadas como indígenas, lo
cual las coloca en una situación de desventaja con relación a las no indígenas,
pero además, son pobres y son mujeres.
Al igual que en el medio rural, las mujeres indígenas en la ciudad asumen
la responsabilidad sobre la reproducción y el bienestar de sus familias. El papel
que les ha sido asignado desde sus grupos de pertenencia, es el de
"madresposa". Desempeñan en la ciudad los mismos patrones reproductivos
que en sus comunidades de origen, pues suelen unirse en conyugalidad a
temprana edad y tener una prole numerosa. Es frecuente ver a muchachas de
18 años con uno o dos hijos, razón por la cual también suelen interrumpir sus
estudios.
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Violencia intrafamiliar
Hombres y mujeres trabajan para costearse su sustento, sin embargo, en el
caso de las mujeres se añade la segunda jornada laboral, pues son las que
velan por el bienestar y la crianza de sus hijos. No obstante, suelen ser las
madres (más que los padres), quienes cargan con la mayor responsabilidad de
cuidar a los hijos. Por ello, es frecuente que reciban reproches y maltratos
cuando uno de sus hijos enferma, sufre algún accidente o es detenido por la
policía. Aun para las mujeres que viven con su cónyuge, salir a la calle para
conseguir dinero es un imperativo, en virtud de los largos periodos de
desocupación de sus maridos. Su trabajo constituye una fuente más
permanente de ingresos, lo que crea una situación conflictiva en el núcleo
familiar, cuando los maridos les reprochan su salida fuera del hogar para
trabajar.
El incumplimiento de los varones como proveedores del sustento familiar
y el alcoholismo, son una fuente de conflicto permanente y de violencia
intrafamiliar. Posiblemente la falta de oportunidades para cumplir con el ideal
de masculinidad esté llevando a los hombres al alcoholismo y a reforzar la
tendencia a la violencia. También puede ocurrir que ellos estén buscando vías
alternas de mostrar la supremacía masculina a través de los golpes y el
maltrato hacia sus mujeres e hijos.
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La importancia de las redes de apoyo
Las mujeres mazahuas cuentan con mayores recursos en la ciudad para
hacer frente a la violencia intrafamiliar y a las necesidades cotidianas. Suelen
conseguir el apoyo de sus madres, hermanas y hasta de las abuelas. De ahí la
importancia de las redes matrilaterales del parentesco, que llegan a
desempeñar un nuevo papel en la ciudad.