Educación y democracia* Carlos Gaviria Díaz** Quiero compartir con ustedes algunos temas que nos sean comunes, sobre los que quisiera conversar más que hacer afirmaciones unilaterales. Tal vez con el paso del tiempo uno cambia su modo de ser: hay momentos en los que uno hace muchas afirmaciones radicales, ese ya no es mi caso. Hoy generalmente voy a los distintos auditorios, a los distintos escenarios, a compartir perplejidades, a compartir preocupaciones, tanto si el escenario es político o jurídico, o si es educativo. Para comenzar esta ponencia quiero basarme en dos afirmaciones: la primera, que el país tiene un problema ético fundamental; la segunda, que la educación tiene mucho que ver con la ética. Frente a esto, me pregunto: ¿Qué está haciendo la educación actual por la formación ética de los estudiantes? Me parece que hay un cierto prejuicio cuando se habla del tema, porque se confunde a menudo el moralismo con la ética. Una sociedad está desorientada y no hay mucho que esperar de ella cuando pierde completamente la noción de lo correcto y lo incorrecto, de lo bueno y lo malo. Al respecto, los maestros y todos los que tenemos algo que ver con la educación tenemos una gran responsabilidad. Yo me he movido en diferentes escenarios: en el campo de la docencia, en el campo de la política y en el campo de lo jurídico; pero si me preguntaran cuál es para mí la preocupación intelectual y vital fundamental, no tengo el más mínimo reato en responderles que esa preocupación es la ética. El problema que me acosa es ese, y naturalmente diría que el problema de la ética es el que más incita a la reflexión, al debate, que es el problema más difícil que todo humano tiene que plantearse. Atañe a la pregunta sobre qué hacer con la vida que es tan corta y plantea tantas posibilidades y tantos propósitos, tantas metas por alcanzar, todo esto referido al yo, a un sujeto que debe hacer elecciones. En un librito muy hermoso llamado El existencialismo es un humanismo se plantea que el hombre es la criatura abocada a ser libre; más que abocada, condenada a ser libre, formulación esta última que suena a paradoja, como si a uno le dijeran que está condenado a ser feliz. Resulta que la religión, paulatinamente, se ha vuelto inepta para incidir en el comportamiento humano, porque tiene un aspecto externo, que es el rito, y uno 1. Transcripción de conferencia. 2. Abogado, profesor universitario, magistrado y político colombiano. Fue decano y vicerrector de la Universidad de Antioquia, y vicepresidente del Comité Regional por la defensa de los Derechos Humanos en Antioquia. interno que es el fundamental, el comportamiento. Aquí únicamente nos quedamos con el rito, hasta el punto de que, como plantea Fernando Vallejo en La Virgen de los Sicarios, una persona no encuentre una contradicción ni una ironía en el hecho de ir a hacerle una promesa a la virgen de Sabaneta para que en el momento en que va a matar a alguien por encargo no le vaya a fallar el pulso, o que una madre le haga una promesa al Señor Caído de Girardota pidiéndole que el cargamento de cocaína de su hijo llegue a Miami; invocaciones a Dios y a los santos con la mayor piedad para lograr finalidades de esa naturaleza, ante las que la gente queda completamente en paz. Piénsese en la persona que va a misa el domingo, se confiesa por lo menos una vez al año de acuerdo con los mandamientos de la iglesia o comulga los primeros viernes, pero que luego estafa a su compañero en los negocios, aumenta sus riquezas de manera ilícita y se siente tranquila, que además por la noche llama a sus hijos a rezar el rosario. Especialmente en una sociedad como la antioqueña la gente queda con su conciencia completamente tranquila, rezando y yendo los domingos a misa. Y entonces la secularización, explicarse las cosas de acuerdo a las leyes naturales y no apelar innecesariamente a instancias de cuya existencia podemos incluso tener dudas, que es un proceso que en cualquier país y en cualquier comunidad debería aplaudirse como algo sumamente positivo, en Colombia ha producido un efecto nocivo, porque cuando la gente empieza a intuir que puede dudar de la existencia de Dios, que es posible entonces que no haya cielo ni infierno, llega a una conclusión como la de Iván Karamazov –en la obra de Dostoievski Los Hermanos Karamazov–, quien ante la inexistencia de Dios afirma que tampoco existe su contrario, el Diablo, y tampoco el cielo ni el infierno y que, en consecuencia, todo está permitido. Entonces hemos llegado a una conclusión de esa naturaleza, lo que nos advierte de la necesidad de revisar las bases sobre las cuales hemos construido los fundamentos de nuestro comportamiento. Yo no tengo nada contra las creencias religiosas ni tengo nada contra las personas que construyen su conducta impecable sobre la base de una creencia, pero la creencia es muy contingente, hoy puede ser y mañana puede no ser, entonces hay que buscarle a la ética y a la moral una base mucho más sólida, una base mucho más permanente. Porque eso no puede depender de que yo hoy crea en Dios, pero mañana no; como si dijéramos que un día es legítimo para uno matar y otro día no. Me parece, por ejemplo, que la Constitución de 1991 es un reto. Aunque haya muchos defectos en esta Constitución, podemos leerla como un nuevo pacto de convivencia, y el hecho de que se nos llame a vivir en una sociedad pluralista es un gran avance, no como la constitución de 1886, que establece que todos somos católicos, hablamos español, que si no somos católicos debemos serlo, que si no hablamos español debemos hablarlo y abandonar nuestras lenguas primitivas. En vez de esto, la carta magna de 1991 manda que los indígenas conserven sus lenguas primitivas, que conserven sus cosmovisiones y que nos sepamos tratar civilizadamente. Ahí está el reto. Lo mismo sucede con la diferencia de pensamientos. Aunque en general se hable de tolerancia, estoy en desacuerdo con la manera de entender este término. El llamado a la tolerancia parece sugerir que cada uno permanece con su idea inmodificable y presuntamente correcta, al tiempo que, por una suerte de caridad o de bondad, le tolera al otro sus ideas u opiniones incorrectas. En vez de esto, considero fundamental para una sociedad democrática que las relaciones sean horizontales y que las diferentes ideas y convicciones puedan coexistir bajo un compromiso de respeto mutuo. Recuerdo que Rodrigo Pardo, cuando era director de El Espectador, escribió una columna en el momento en el que Lucho Garzón decidió ser candidato a la presidencia. Allí decía que Lucho Garzón se iba a lanzar a la presidencia de la república, pero ¡ojo!, advertía, tenemos que ser muy tolerantes; como quien dice, él está en el error, nosotros tenemos la verdad, pero tolerémoslo. Yo le mandé una carta haciendo un cuestionamiento a su llamado a la tolerancia. Esta palabra se ha vuelto un sentido común cuando no sabemos darle un lugar preciso a la diferencia de pensamiento en nuestras relaciones sociales y políticas. He oído ya expresiones de esta naturaleza, especialmente en la radio y en la televisión. Ocurrió una masacre en el Chocó: es que nos hemos vuelto muy intolerantes. ¿Cómo una masacre puede ser un producto de la intolerancia? ¡Por favor! Tenemos que buscarle a esto otras causas y evitar el uso desmedido de la palabra tolerancia. Recuerden, por ejemplo, que las zonas de prostitución han sido denominadas «zonas de tolerancia», y entonces hablar de tolerancia es compórtese con el otro así como se ha comportado la sociedad con las prostitutas: que están haciendo una cosa muy mala, pero aún así tienen un sitio donde pueden ejercer su oficio. Entre nosotros hay una brecha enorme entre lo que se establece en el papel y lo que se practica en la vida. Es decir, una serie de derechos que no se conceden, una serie de derechos que no se materializan. ¿Por qué se escriben entonces? Una función ideológica del derecho es hacerle creer a la gente que una sociedad es titular de muchos más derechos de los que le reconocen. A mi juicio esta es una actitud deshonesta, es decir, establecer una serie de derechos, por ejemplo, para mostrar en el exterior nuestros textos constitucionales o legales como prueba de que hemos avanzado, progresado, pero resulta que eso no trasciende el papel. Los Realistas Jurídicos Norteamericanos (una escuela muy importante que surgió a mediados del siglo XX) sostenían que hay que distinguir el derecho en el papel y el derecho en la vida: una cosa es leer los derechos que establece la Constitución y otra es la vida. Si la educación es un derecho, nos debemos preguntar: ¿Sí se le está atendiendo a la gente la solicitud de acceder a la educación y sí se garantiza una educación de buena calidad? Si la salud es un derecho, ¿por qué se muere la gente en el paseo que le dan por no atenderla, porque ningún hospital ni clínica atiende a las personas si no tienen con qué pagar?, ¿acaso no es un derecho? Hay una actitud completamente deshonesta de los gobernantes y de quienes establecen las leyes. Algo mas, muchas veces las establecen no solo sin el propósito de cumplirlas, sino incluso con la esperanza de que no se cumplan. La gente cree que tiene derechos que no lo son, y cuando uno le muestra que en realidad sí hay derechos, entonces dicen que el Constituyente cómo se enloqueció y estableció esos derechos si el Estado no tiene con qué financiarlos. Eso es trampa, es deshonestidad. El tema de los derechos tiene que ver con la ética, desde luego, y con una sociedad democrática. Entre nosotros se ha vuelto prácticamente un tópico, un lugar común, decir que la Constitución de 1991 tiene muchos derechos y poquitos deberes. En el artículo 95 de la Constitución se establecen los deberes de los colombianos. En un debate que tuve con el Procurador Ordoñez (cuando todavía no ejercía ese cargo público) a propósito de una foto en la que aparecí en la ultima cena y él se vino en lanza contra los que habíamos aparecido en esa foto, porque le parecía irrespetuosa y lesiva del sentimiento religioso de los colombianos, él dijo que aquí solo hay derechos y no deberes, frente a lo que yo le respondí que él no parecía abogado, pues no tenía en cuenta que cada norma que consagra un derecho tiene un reverso que es un deber. En la historia constitucional nuestra no se conocía el derecho a la intimidad hasta 1991, analicemos esto: que yo tengo derecho a estar solo o con las personas que yo elija, para disfrutar mi soledad, y que nadie tiene derecho a injerir en eso; esto significa que yo también tengo que respetar esa situación cuando es el otro quien opta por estar solo o con determinadas personas; como se ve, en cada derecho hay un deber, lo que desestima el discurso de que nuestra constitución está llena de derechos y no de deberes. Lo que nos sucede a nosotros los colombianos –y muy específicamente a los antioqueños– es que se nos ha formado en la filosofía del deber; tenemos deberes con Dios, con los otros, con nosotros mismos. Yo me remito a un librito muy bello y pequeño de Harold Laski, el fundador del Partido Laborista Inglés, que se llama Los peligros de la obediencia, donde advierte que hacer de la obediencia un valor central y superior en una sociedad es sumamente grave, porque significa suprimir la reflexión. No es que seamos desobedientes sistemáticamente, sino que analicemos qué mandatos nos dan y si es razonable cumplirlos o no. Pero fíjense ustedes la obediencia a lo que lleva, y Lanski lo señala, a que todos los criminales nazis se escudaron, cuando les pidieron responsabilidad por sus genocidios, en que simplemente estaban obedeciendo. Hannah Arendt, una mujer judía tan lúcida que asiste al juzgamiento de Eichmann en la Corte Israelí que lo juzgó, y entonces oye las respuestas de este líder Nazi, llega a esta conclusión: ese hombre no es un criminal, ese hombre no es una criatura especialmente perversa. Sabe que Eichmann es un burócrata obediente que, como tal, es capaz de cometer los peores crímenes si así se lo manda el poder institucionalizado. De aquí concluimos que inducir a la gente a que sea obediente es incompatible con la democracia. Tenemos la obligación de ejercer nuestros derechos. Nosotros hemos estado mentalizados en los deberes, al punto que muchas veces el ejercicio de un derecho se hace con conciencia de culpa; por ejemplo, no hay nada más legitimo en una sociedad democrática que la protesta, y la gente sale a protestar y los medios siempre convierten la protesta en un desorden o en disturbios, aun cuando no los haya, pero a veces los hay y eso es también reprochable. Pero la protesta no solo es legitima, es obligatoria en una sociedad democrática; es imperdonable que transijamos con tantas injusticias, con tantas conductas inequitativas como las que presenciamos a diario y que nos quedemos callados. Lo que ocurre es que simultáneamente existe un hábito perverso, y es que a las personas no se les reconocen sus derechos si no apelan a las vías de hecho. Les cuento una anécdota personal y que ahora la podemos ver aquí ratificada con el paro de los cafeteros y de los transportadores. Era yo presidente de la Corte Constitucional en 1996 y hubo una huelga de Asonal Judicial; yo no tenía nada que ver con esto porque la Corte Constitucional no es nominadora de funcionarios de la rama, pero la Corte Suprema sí y José Roberto Herrera, que era el Presidente de esta Corte, me invitó a que lo acompañara al Ministerio de Trabajo a servir de intermediario entre el ministro y los representantes de Asonal Judicial. El ministro de hacienda les preguntó a los representantes de Asonal Judicial cuánto valían sus solicitudes, y ellos contestaron que dieciocho mil millones de pesos. Era la nivelación salarial, un derecho absolutamente legítimo, y el ministro les contestó que lo lamentaba, pero que no había ni un centavo, ni soñar; no hubo nada más que conversar y el paro seguía en pie. Yo le propuse a José Roberto que habláramos con el presidente Samper y él nos recibió en su despacho y afirmó que más allá de lo que era justo, era imposible cumplir la exigencia de Asonal Judicial porque no había con que pagar. Le dije al presidente que no fuera a ser que luego de una parálisis judicial de dos semanas si resultaran los dieciocho mil millones de pesos que ahora no había… Dicho y hecho: paro de dos semanas y aumento de las solicitudes a veinticinco mil millones de pesos, que finalmente aparecieron. Pero si no se apela a las vías de hecho, entonces nada de derechos. Es decir, esa es la filosofía que ha existido aquí y es que los derechos se pueden burlar, que los derechos son para no cumplirse, para no ser atendidos. Nosotros como educadores tenemos que asumir este problema. Pienso que si el educador tiene una función importante es la de la creación de la conciencia de libertad, que es simultáneamente la creación de la conciencia ética. Porque para que a una persona se le exija un comportamiento hay que partir de la base de que esa persona puede observar ese comportamiento o puede observar otro, que es lo que llamamos la libertad. Hemos identificado un hecho, una circunstancia: que la iglesia tiene demasiada influencia en una sociedad en la que ya no debe tener esa influencia, porque dentro de la vigencia de la Constitución de 1886 ser católico hacía parte de la nacionalidad, y había una norma que decía que la religión católica era la religión de los colombianos, sin perjuicio de que se estableciera también la libertad de pensamiento o la libertad religiosa. Gabriel García Moreno, el dictador ecuatoriano, hizo un proyecto de Constitución en el cual Ecuador se iba a llamar República Ecuatoriana del Sagrado Corazón, y era requisito indispensable para ser nacional ecuatoriano ser católico. Entre nosotros no hay mucha diferencia. A mi me tocó como magistrado de la Corte Constitucional redactar una sentencia de inexequibilidad de la ley 89 de 1890, que decía lo siguiente: «Los salvajes que vayan reduciéndose a la civilización, serán educados en el dogma y la religión católica», los salvajes son los indígenas. La Constitución de 1991 estableció en el artículo 70 que las distintas culturas que conviven en el país deben ser tratadas en un plano de igualdad, y acorde con eso declaró que hay interés común en mantener las culturas indígenas, en mantener vivas las lenguas indígenas, que son oficiales, con el castellano, en el lugar donde esas lenguas se hablan; en resumen, un proyecto muy distinto. Pero doce años después parece que siguiéramos viendo en la Constitución de 1886, porque la iglesia reclama derechos que no tiene. La iglesia tiene perfecto derecho y se lo tenemos que reconocer a adoctrinar a sus fieles y darles instrucciones, pero no a pedir que los que no comparten esas mismas creencias adopten las mismas conductas de los fieles. Nos tenemos que rebelar contra este hecho y removerlo; no es posible que en un Estado laico la iglesia conserve tanta influencia, como se ha visto en el caso de la ley de la despenalización del aborto. Y aunque no lo creamos, los discursos de la iglesia siguen teniendo un peso de reconocimiento social y político: en este país no es lo mismo ser tildado de ateo que de católico. Recuerden que una de las preguntas que me hicieron en el momento en que estuve en campaña presidencial fue por la religión que profesaba, a lo que respondí que era agnóstico, que no profesaba ninguna religión, pero que respetaba las creencias religiosas. Hemos tenido grandes dificultades para que se cumpla la sentencia de la Corte que despenalizó el aborto en tres circunstancias, que creo que son de sentido común. En estas circunstancias el aborto no se puede criminalizar, no se puede sancionar. Además la iglesia tiene vocero en un cargo público tan alto como es la Procuraduría: criticar al procurador es calificado de persecución porque se dice a quien lo hace que no acepta que sea católico; pero esto no es cierto: casi todos los funcionarios son católicos, pero la mayoría dejan esto para su vida privada y no intentan anteponer su creencia a los mandatos constitucionales. Que el procurador se subleve contra una decisión de la Corte porque resulta agresiva para sus creencias religiosas es completamente inaceptable. Tenemos un lastre grande de una tradición muy pesada, pero esto no nos excusa de la obligación de comprometernos a su remoción. Sabemos que no se logra de un día para otro, pero sí somos conscientes de que ese es un obstáculo que se puede ir superando desde la escuela. Si usted es católico le respetamos su creencia, vívala auténticamente, maravilloso, pero no pretenda que su vecino, que no comparte esas creencias, se tenga que comportar como usted se comporta. La influencia de la iglesia en las esferas públicas es un problema que incluso lo vio con muchísima claridad el radicalismo liberal del siglo XIX. Hay un discurso famoso de José María Rojas Garrido, en la Convención de Rionegro (la que estableció la Constitución de 1863), donde este líder advirtió que no se debía confundir la esfera eclesiástica con la esfera pública. Algo elemental y llevamos casi dos siglos y no hemos podido remover esto, pero eso no significa que no sea removible, no nos lo hemos propuesto deliberadamente, pero creo que eso debe de ser parte de la educación. A mi ver, tendríamos que enfrentar que la enseñanza de la religión sea obligatoria. Al menos hay que entender esto de otra manera, no como catequismo: hay que enseñar lo que se llama fenómeno religioso y la función que este cumple en la sociedad. No hay que ignorar la religión, pero una cosa es mostrarla como un hecho social y la otra es adoctrinar a la gente en un sistema de creencias específico. Que la mayoría de los padres y de los estudiantes sean católicos no es un argumento para imponer la enseñanza de la religión católica como obligatoria. Hay una cosa que pasa por alto muchas veces: en un Estado Constitucional de Derecho existe un propósito, así como en el Estado de Derecho que triunfa en la Revolución Francesa, a saber, desterrar el despotismo de los reyes, las conductas caprichosas de quienes invocan el poder divino para comportarse como quieren; es un momento estelar de la humanidad, luchar contra ese despotismo. Pongo como ejemplo la construcción de la Represa de Urrá, en la que a mí me tocó incluso intervenir como ponente. Se va a construir una represa y resulta que van a ser damnificadas numerosas familias, unas comunidades indígenas que son pescadoras y ya no van a poder serlo, que accedían a un pueblo y a la necesidad de un médico mediante el río y el río va a desaparecer. Entonces esas comunidades indígenas deben ser indemnizadas antes de que la represa comience a funcionar. A mí me tocó ordenar la suspensión de la represa que ya la iban a poner en funcionamiento por esa razón. Se cuestionaba que dos mil familias fueran a prevalecer sobre el interés general de todos los colombianos; sabíamos que no era el interés general de todos los colombianos, sino incluso el de unos cuantos; pero aun asumiendo que fueran a beneficiarse todos los colombianos, lo que ocurre es que ese criterio cuantitativo no es el que prevalece. Cuando en una Constitución como la nuestra se declara que hay interés en la conservación de las comunidades indígenas, que el derecho de las comunidades indígenas a subsistir es equivalente al derecho a la vida de las personas, entonces puedo afirmar esa minoría de dos mil familias hace parte del interés común y, por tanto, no estamos defendiendo un interés particular; pero aquí siempre se piensa que cuando se defiende una minoría se está incurriendo en la trasgresión al interés común porque se está defendiendo un interés particular. No. Defender los derechos de las comunidades indígenas que son minoritarias hace parte del interés común porque el constituyente quiere que esas comunidades supervivan, que sus culturas pervivan. Entonces, aunque sea un tema difícil de entender hay que hacer pedagogía sobre él. Yo pienso que la Constitución es un excelente texto para hacer pedagogía de la convivencia bajo nuevas pautas, porque esa Constitución se puede leer no únicamente como un texto político, sino también como un texto pedagógico y como un texto de convivencia. Pero, como hemos dicho, tenemos que luchar con un lastre muy pesado, con una tradición muy fuerte, y tenemos que hacerlo de la manera más civilizada posible, porque de todas maneras nos exponemos a ser satanizados, pero ese riesgo también hay que correrlo, no podemos tener tanto temor de eso. Los maestros en las escuelas tienen que ser abanderados de una nueva actitud pedagógica, de una nueva actitud en la enseñanza de la ética y la moral, acorde con la nueva Constitución, porque no estamos inventando nada ni estamos trasgrediendo nada, tenemos un fundamento claro en la organización política del Estado colombiano. Pero en lo que tenemos que ponernos de acuerdo es en cómo hacemos el movimiento; hay que hacerlo permanentemente, día a día. A mí en la primaria me tocó el Catecismo del Padre Astete, a ustedes no, me imagino. Hay unos versos, una especie de epigrama de un pensador demócrata peruano, González Prada, de la influencia española sobre nosotros y, por tanto, la influencia religiosa, aludiendo al catecismo que se publicó en 1590. Esa es la clase de filosofía que a nosotros nos han enseñado. Pero ya estamos en una época distinta y creo que tenemos muchos acuerdos sobre la necesidad de remover la tendencia a adoctrinar a partir de la religión católica en la esfera pública. Es difícil, pero no debemos darnos por vencidos, es nuestro compromiso como maestros y como ciudadanos. El Estado quiere que la gente ordene y le dé sentido a su vida de una cierta manera y por tanto presiona a que ciertas creencias sean aceptadas como creencias oficiales y las otras no. De por medio están, desde luego, no únicamente la lucha contra un determinado funcionario, sino incluso contra el aparato estatal; es evidente que el aparato estatal está al servicio de ese tipo de creencias, porque de ellas saca provecho. Cuando yo dije que era agnóstico –y eso me costó–sabía que perdía votos, pero lo dije porque jamás pediré un voto en función de lo que no soy: que la gente que vota por mi sepa que eso me parece a mí una muestra de honestidad que todo político debería tener; pero es evidente que la gente sabe que cuando se aparta de esa ortodoxia especial que se ha impuesto en el país desde hace mucho tiempo, paga un precio alto. No es en vano que nuestros presidentes (pienso por ejemplo en el doctor Uribe) se hagan poner la cruz el día miércoles de ceniza con las cámaras de televisión al lado: qué señor tan piadoso. Pero a esas personas tan piadosas, sin embargo, no les importa que de sus conductas se sigan atrocidades, porque lo que les interesa es el rito, no les importa la ética y la moral que de allí se desprende. La libertad es el fundamento de la ética. Los sujetos humanos somos libres y esto hace posible que le demos un sentido a nuestra existencia y que decidamos de qué manera nos vamos a comportar con los demás. Deberíamos aprender que no es que la religión sea algo ilegitimo, pero debe reducirse a la vida privada y, por tanto, cuando yo voy públicamente llevando un signo de una religión estoy proclamando ante todo el mundo que soy islamista, católico o cristiano; está bien que así sea, pero no es algo que tenga que decirse en público, exhortación que ejemplifica muy bien el Estado francés. Eso tiene que ver con que en una democracia los problemas hay que discernirlos con lo que Rawls llama «argumentos de razón publica», diferentes a los «argumentos de razón privada». Los argumentos de razón privada pueden ser validos para mí y nadie me los puede quitar, pero no es pertinente aducirlos públicamente porque resultan inadecuados e ineficaces. Voy a poner un ejemplo: supongamos que estamos discutiendo sobre el aborto, entonces yo digo: tú estás de acuerdo con el aborto, y me dices: yo estoy de acuerdo con el aborto de que no sea delito. O al revés: yo no estoy de acuerdo con el aborto y me dices: yo estoy de acuerdo con que se penalice, y yo: no estoy de acuerdo. Y entonces te digo: ¿y tú porque no estás de acuerdo con que se suspendan en algunos casos el proceso de gestación? Y tú me dices: porque la vida la dio Dios, él es el autor de toda vida y la vida existe desde que el espermatozoide y el óvulo se unen, y por tanto solo Dios es el competente para determinar cuándo esa vida cesa. Entonces yo te digo: pues hasta ahí llegó nuestro diálogo, porque yo no tengo la convicción de que Dios exista siquiera, y ya el dialogo se acabó. ¿Qué sucede? Estamos discutiendo con un discurso privado, tus argumentos no me tocan a mí, ni los míos te tocan a ti. Otra cosa sería que yo diga que estoy comprometido con la vida: ¿tú piensas que la vida debe de ser protegida? Claro, yo también; pero crees que hay circunstancias bajo las cuales la vida no merece esa misma protección, y tú me dices: no, siempre merece la misma protección, y yo te digo: entonces el caso de la legítima defensa, o en el caso del estado necesidad, y tu puedes decir: ah bueno, pero el aborto es distinto de la legítima defensa. Entonces la invitación es a que juntos identifiquemos circunstancias bajo las cuales estamos de acuerdo en que el derecho a la vida no debe ser tan protegido como puede serlo en situaciones normales. ¿Qué estamos haciendo allí? Estamos utilizando argumentos de razón publica para tratar un tema. Es posible que nos pongamos de acuerdo o es posible que no, pero, eso sí, ya identificamos dónde está la discrepancia, y tu entiendes mi lenguaje y yo entiendo tu lenguaje. Las creencias religiosas no pueden ser objeto de debate público por definición, porque se basan en algo tan irracional como la fe. Si tú me dices: es que yo creo en eso, ahí te pusiste en una posición invulnerable, yo no puedo llegar a convencerte de otra cosa, mis palabras para nada te tocarán a ti. En resumen, es el llamado a que las creencias religiosas se pueden practicar, son legitimas, se pueden vivir como tales, pero hacen parte de la vida privada y no de la vida pública. Desde luego que esa no es una solución definitiva, esa propuesta tiene dificultades. Para abundar en claridad, si yo les digo lo siguiente: tengan mucho cuidado porque hoy es 15 de marzo y el fin del mundo es el 31 de marzo, y ustedes me dicen: ¿el 31 de marzo? Sí. ¿Y usted como lo sabe? Porque se me apareció un ángel del señor, anoche a las doce y me hizo esa revelación. Yo se lo estoy comunicando a ustedes, para que tengan mucho cuidado con eso, que no los vaya a coger en pecado. Es posible que yo haya tenido esa experiencia, pero esa experiencia no es compartible: yo puedo organizar mi vida de aquí al 31 de marzo según esa experiencia, pero no puedo pedirles a ustedes que organicen su vida según una experiencia que no han tenido, es una experiencia privada mía, que no se puede compartir con nadie. La experiencia mía es válida para mi, y nadie pudiera forzarme a que no organice mi vida como si el mundo se fuera a acabar el 31 de marzo, pero lo que no puedo pretender yo es que ustedes también organicen su vida como si el mundo se fuera a acabar ese día, porque si se trata de una predicción científica comprobable, entonces eso lo podemos compartir, pero las experiencias religiosas no son compartibles. Y entonces en una sociedad pluralista el llamado es a que todo el mundo profese las ideas que quiera, pero que se entienda la diferencia entre los argumentos de razón privada y los argumentos de razón pública, no como lo hacemos nosotros aquí, empezando por los funcionarios, que ponen en la corte y en todas partes el Cristo en la pared. Pero si esta es una sociedad pluralista, ¿cómo van a decir que van a impartir justicia en nombre de Cristo? Puede ser una veneración maravillosa la que se tenga por Cristo, pero públicamente no, en un Estado pluralista eso no se puede hacer. Yo vengo afirmando hace mucho tiempo, pero eso puede ser una opinión mía equivocada, que Colombia no es una democracia, sino una seudodemocracia y que la democracia está por construir. Todo lo que aquí se ha dicho avala esa afirmación mía de que Colombia es una seudodemocracia. En este contexto, ¿qué es lo que entiendo por seudodemocracia y qué por democracia? Helmut Coing, un autor alemán, filósofo del derecho, dice una cosa que para mí es bella: la democracia es la promesa que se le hace a las personas que viven bajo un régimen de que pueden ser autenticas bajo un régimen democrático. ¿Qué es ser autentico? No tener que mistificarse, no tener que falsificarse, con la convicción de que de esa autenticidad no se sigue ninguna carga, no se sigue ninguna consecuencia negativa, esa es la promesa de la democracia. Una cosa bellísima: no me tengo que disfrazar, no tengo que fingir, me puedo presentar como soy. Pero veamos nosotros qué ocurre aquí: que una persona vaya a presentar una entrevista y que le pregunten o averigüen si es heterosexual u homosexual, cuestión de la que dependerá la consecución del empleo. Esto obliga a la gente decir mentiras y, por ende, significa que se está incumpliendo la promesa democrática de que las personas en una sociedad de esas pueden ser autenticas. ¿Qué ocurre en las seudodemocracias? Les ofrecen a las personas eso: ustedes pueden ser aquí comunistas, liberales, conservadores y no les pasa nada, pero la verdad es que la gente va aprendiendo que sí pasa algo. Yo muchas veces digo que prefiero una dictadura desembozada a la seudodemocracia y las falsas democracias, especialmente pensando en los ciudadanos corrientes, inocentes digamos, que creen en las promesas oficiales. Si ustedes llegaban a Chile bajo el gobierno de Pinochet sabían inmediatamente que el fusilamiento era la consecuencia de decir algo diferente; de alguna manera, la gente sabía a qué atenerse. En cambio, si usted llega a un país como este, le dicen: tranquilo, usted puede ser católico o no católico, ateo, y aquí no lo van a discriminar, y resulta que sí lo discriminan. En el sentimiento generalizado veo un gran temor, porque las directrices oficiales siguen permeadas de religión católica; de ahí que sea vital seguir luchando por un Estado laico en Colombia, más allá de que ya esté consagrado en la constitución. La reflexión que les puedo hacer es esta. Lo primero es preguntarnos sobre el ambiente en el que vivimos –y creo que lo hemos descrito de alguna manera– de satanización de los herejes, o sea, de los que no comparten las ideas que han sido decretadas desde cierta ortodoxia oficial, la presión que sobre ellos se ejerce es grande y deberíamos aspirar a que el ambiente fuera otro. Estamos en un proceso de conversaciones en La Habana entre el gobierno y la guerrilla, y yo soy muy partidario de esas conversaciones, y algo más, yo que tengo tanto compromiso con la justicia soy consciente de que en esas conversaciones y en esos acuerdos va a resultar muy damnificada la justicia. Pero pienso que esa circunstancia va a revertir en beneficio de la justicia, porque sin duda cambiará el ambiente para el ejercicio de la misma; se hará paulatinamente más confiable, con jueces independientes que no estén sometidos a presiones, ni a amenazas ni a sobornos. Yo les cuento una anécdota que es muy reveladora de lo que entre nosotros ha pasado. Un compañero mío, siendo yo magistrado de la Corte, me llamó y me dijo lo siguiente: hombre estoy en este momento en un dilema duro; ¿cuál? Tengo a mi cargo el proceso de un capo fuerte y ya me han planteado esta alternativa: si usted dicta un auto de prisión a este señor, le vamos a secuestrar a su mujer y a su hija, y si no lo dicta y lo deja en libertad le vamos a dar quinientos millones de pesos. Yo pregunto: ¿Ese será un ambiente para administrar justicia? Porque cualquiera dice: el juez tiene que fallar de acuerdo con su conciencia. Ningún funcionario público, y pongamos en este caso a los jueces, tiene que ser héroe. El valor de un funcionario público tiene que ser el valor de un ciudadano corriente, que sabe que para el cumplimiento de su deber muchas veces tiene que hacer un pequeño sacrificio. Si yo soy profesor y doy clase a las siete de la mañana, algún día me despierto a las 6 y digo: qué tan bueno quedarme en la cama; pero debo de ir a dar clase, tengo que hacer un pequeño sacrificio. Pero otra cosa es que me digan: usted tiene que convertirse en héroe para fallar de acuerdo con su conciencia y de acuerdo con las leyes, eso no me lo pueden exigir. Entonces el Estado tiene que crear un ambiente para que los funcionarios honestos no tengan que convertirse en héroes al cumplir su labor. Asimismo, lo maestros saben que en su labor van a encontrar dificultades, por ejemplo las referidas al ambiente católico y teocrático que se les impone, pero al menos ya no estamos bajo la constitución de 1886, sino bajo la de 1991, que nos da la posibilidad de esgrimirla en la exposición de nuestras ideas. Pero eso de que yo tenga derecho a la libertad de cultos y de expresión no significa que su ejercicio no sea costoso: yo tengo derecho a no creer, a no ser católico, pero si lo ejerzo me va a costar, porque la sociedad todavía no soporta el ejercicio de esos derechos. De ahí la importancia de crear un ambiente distinto. Ante la pregunta por cuál debería ser la educación de un maestro, yo contestaría, en primer lugar, que un maestro debe tener una gran vocación por la honestidad, la moral y la ética. Y que en función de esa estructura personal que tiene proceda, naturalmente con todos los obstáculos que el medio le va a poner. Siempre pensamos en los maestros que educan a sus discípulos, pero ¿quién educa a los maestros y cómo los educa? Es un hecho de que el ambiente que se vive entre nosotros no es democrático; aunque se proclama la libertad y el respeto a la diferencia, no se cumple esto. Miren ahí la carencia de contenido ético de nuestra democracia. Aunque afirmamos que un Estado democrático es deseable porque permite a las personas vivir como son, entre nosotros hay una tradición, por ejemplo, aun cuando el comunismo no estaba prohibido había una presión social tal que los comunistas tenían que fingir que eran liberales o que pertenecían a otro partido. ¿Por qué? Porque no querían asumir ese riesgo, lo que significa que esta no es una sociedad democrática, y ese lastre que es de tiempo atrás subsiste. Los obstáculos son muchos, identificarlos constituye una invitación a superarlos, y por eso digo que el maestro debe de tener el temple. Solamente les insisto que yo no me propongo solucionar ningún problema ni tampoco creo que de aquí vayamos a salir con problemas resueltos, sino a reflexionar en conjunto con ustedes sobre un problema que todos detectamos como tal. Fíjense que nos hemos referido al ambiente en el que estamos, a la manera de erradicar ciertos prejuicios, de vencer miedos a ser discriminados, porque de la discriminación se siguen muchas cosas. Y noten también que estamos hablando de un gremio que no es propiamente el mejor remunerado del país ni el más reconocido y, sin embargo, del que se exigen calidades que ordinariamente no se exigen de las personas que se dedican a otros oficios. Quién dijo que para ser ministro se necesitaba lo que se necesita para ser maestro, ¡de ninguna manera! No obstante, el tema que les he anunciado y que es esencial, del que seguramente ustedes se han ocupado y que muchos han tratado, es el de la crisis ética, el de la crisis moral del país. La relación entre esta crisis y la educación atañe a las responsabilidades del maestro, a la incidencia que puede tener en corregir el rumbo ético y moral del país. Pero el problema fundamental es este: ¿Cómo se enseña la ética? Hay textos que son realmente inquietantes y que son de una gran utilidad. A mí me gustan mucho los diálogos socráticos que están basados en interrogantes que siguen vigentes. Hay un diálogo que es especialmente inquietante, se llama Menon o de la virtud, y los protagonistas son Sócrates y un político llamado Menón, y entonces Menón va y le pregunta a Sócrates: ¿la virtud se puede enseñar? Nosotros hoy nos podríamos plantear el problema de cómo podemos enseñar la ética, ¿se puede enseñar la ética? Cuando Menón le pregunta: ¿se puede enseñar la virtud? Sócrates le dice: pues procedamos lentamente y con orden y preguntémonos primero qué es la virtud, para saber qué es lo que se va a enseñar; pero el otro le dice: no, tú que eres tan viejo y sigues dedicado a esas tonterías, pero yo, Menon, soy un político y tengo esa urgencia de una respuesta, dime si la virtud se puede enseñar. Y Sócrates entonces le hace una concesión y le responde: pues mira, tengo un problema, y es que si tú me preguntas dónde debes enviar a tus hijos para que sean buenos chalanes, yo conozco maestros que les enseñan a ser buenos chalanes, si me preguntas quién le puede enseñar a tus hijos la esgrima, para ser buenos espadachines, yo te los puedo señalar, pero no conozco maestros de virtud, cosa complicada. Naturalmente que ahí había una puya contra los sofistas, porque los sofistas se proclamaban a sí mismos maestros de virtud. Y entonces Sócrates los hace aparecer como unos vanidosos, como unos presuntuosos, diciendo que no conoce maestros de virtud. Pero veamos las dos caras de la medalla: a uno como que le suena eso de Sócrates de que no conoce maestros de virtud; sin embargo, la sofistica tiene una gran importancia filosófica, pedagógica, desmitificadora y esto por una razón, porque en la Grecia arcaica, la areté, que es la virtud, era privilegio de los descendientes de los dioses. Todos los virtuosos, y naturalmente en Grecia, entienden por virtud algo distinto a la virtud cristiana, la fuerza, la sabiduría. Aquiles, Néstor, Diomedes, en fin, son virtuosos, pero todos son descendientes de dioses y, por tanto, la areté es la virtud, virtuosos son quienes poseen la areté, y la aristocracia es el gobierno de los virtuosos, pero para ser virtuoso hay que descender de los dioses. En cambio, los sofistas dicen: nosotros nos declaramos maestros de virtud por una razón, porque la virtud se puede enseñar, porque la virtud se puede aprender, y si la virtud se puede aprender es porque no es un don de los dioses, sino un fruto del esfuerzo humano. Lo que es muy bello, rescatar las grandes conquistas o los bienes de los que la humanidad dispone, reconocer que no son regalos gratuitos de los dioses, sino que son frutos del esfuerzo humano. Pero la pregunta queda en pie: si los sofistas se proclamaban maestros de virtud, ¿qué virtud enseñaban? Nosotros, en nuestro contexto, podemos decir que tenemos el compromiso de corregir el rumbo ético del país, para eso hay que enseñar ética, ¿como lo hacemos?, ¿mediante discursos, mediante sermones? Tradicionalmente eso es lo que se ha hecho: sermonear a la gente, yo mismo aquí, cuando me refiero a la gente, me siento como en un sermón, dándoles indicaciones de qué manera se debe de proceder. Es un tema sobre el cual vale la pena reflexionar. Ludwing Wittgenstein, el gran filósofo austriaco del siglo XX, que nació en 1889 y murió en 1952, dice que la ética no se puede decir sino que se puede mostrar, lo que indica que por muy buenos discursos éticos que usted emplee, si eso no está corroborado por la manera como usted se comporta, de nada sirve. Son palabras, y son palabras bastante desgastadas, que se han vuelto cada vez menos creíbles. Para ejemplificar con una anécdota personal, les cuento: el problema que a mí me importa en la vida, el problema que me preocupa, que me acosa, pero que a la vez me apasiona, es el problema de la ética. Y si ustedes me dicen: bueno, ¿y cuál fue el mejor maestro de ética que usted tuvo? Yo les digo que mi mejor maestro de ética fue el profesor de trigonometría y de algebra en cuarto de bachillerato. ¿Y qué decía ese señor, cómo debía de ser uno? Nunca dijo eso, ni a qué directrices debíamos atener nuestra conducta, nada, no habló ni de lo bueno ni de lo malo, de lo correcto o lo incorrecto, no. Pero tenía una conducta que lo convocaba a uno a imitarlo, una conducta impecable. Era puntual, muy cumplido, llevaba cuarenta años enseñando algebra y trigonometría, y todos los días tenia uno la sensación de que había preparado su clase. He encontrado una manera diferente de demostrar este teorema, anoche encontré esto, vamos a tratarlo juntos a ver si sí o no, ¡admirable! De un rigor, de una justicia en la evaluación. Yo era compañero de alguno de sus hijos, y uno pensaría que a los hijos les debe de revelar cuál va a ser el examen que nos va a hacer. Llegábamos al examen y los evaluaba y al otro día o a los días llegaba y empezaba a leer las notas, y leía el nombre y los apellidos de sus hijos: fulano de tal 0.2, fulano de tal 1, o sea, de una equidad, de una honestidad, de una gallardía, de una capacidad de hacerlo apasionar a uno por la materia, hasta el punto de que, si bien yo nunca pensé dedicarme a las matemáticas ni dedicarme a la ingeniería, pues siempre tenía más bien una vocación humanística (en algún momento pensé ser médico para ser psiquiatra y luego desistí y opte por el derecho), no había materias que yo estudiara mas apasionadamente que algebra y trigonometría. ¿Por qué? Porque el maestro es el que hace apasionar por un tema. No tanto el que le trasmite a uno información, y menos ahora que uno la encuentra en cualquier parte. Pero esa capacidad de estimular las ganas de tener conocimiento, y conocimiento en una determinada área, revelaba en él no solo a un gran pedagogo, sino a un hombre de una estructura ética extraordinaria, porque estaba cumpliendo su función a cabalidad. El maestro es ante todo un guía. No decirle al estudiante qué es lo que debe de hacer, porque nosotros incurriríamos en el mismo autoritarismo que venimos criticando. Nos han impuesto que seamos católicos y la noción de pecado, y nosotros nos insurgimos ante eso, lo que implica ya una cierta liberación muy provechosa. Pero el problema es –aun pensando en que el ambiente ha mejorado, que no debemos tener ya tantos temores, que no hay tantas discriminaciones– que tenemos el compromiso de formar gente ética, ¿cómo la formamos? Una reflexión: ningún modelo económico es indiferente ni anodino, todo modelo económico tiene un determinado propósito. El modelo neoliberal propicia la competencia desbocada. Y de la implantación del modelo económico neoliberal no se sigue una distribución equitativa de los bienes. Entonces, si se impone un modelo de esa naturaleza, eso significa que la equidad social no nos importa. Y cuando uno se pregunta si la equidad social no importa a un modelo económico, ¿podemos decir que ese modelo económico es un modelo ético? Yo diría que no. Por otra parte, en las facultades o en las universidades nuestras muchas veces se dice que los abogados o los médicos están incurriendo en faltas a la ética, afirmación preocupante que nos debe llevar a preguntar si es que no estamos enseñando ética, mas no tratando de resolver esto de una manera instrumental, poniéndole más créditos a la clase de ética, pues no es tan sencillo, como nos lo enseña el diálogo de Sócrates. Es preciso reflexionar sobre la formación ética entendiendo que esta no depende de información, de instrucción, de instrumentalización, que hay procesos culturales subyacentes y, por ende, transformaciones culturales que abocar para darle solidez a una ética que sustente el Estado laico que declara la Constitución de 1991.
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