II. LA GUERRA AMERICANA DE ESPAÑA Y PORTUGAL La herencia del Tratado de Límites de 1750 ¿Que por qué podía implicar a Portugal la ruptura con los ingleses por el asunto de Manila, según hemos visto en las páginas anteriores? Porque la guerra de 1762-63 también había dejado importantes secuelas en las relaciones lusoespañolas. Desde 1703, en virtud del tratado que suele recibir el nombre de su negociador por parte inglesa, lord John Methuen, los destinos del Rey Fidelísimo estaban ligados a los de Su Majestad Británica y, por lo tanto, la declaración de guerra de Carlos III a Inglaterra, en 1762, había conllevado el enfrentamiento con Portugal. Había un motivo principal en aquellos días: en pleno siglo XVII, 1680, los portugueses habían creado en la Banda Oriental del Río de la Plata, sobre territorio jurisdiccional español, una colonia que llamaron del Sacramento. En 1701, en virtud del tratado de Alfonza, Felipe V reconoció la soberanía lusitana sobre la misma1 , pero la movilización del rey de Portugal frente al Borbón en 1703, en la guerra de sucesión a la corona de España, justificó que tropas del virrey del Perú atacasen y conquistaran Sacramento en 1705. En 1713, por los pactos de Utrecht, La Colonia -como también se le llamaba- volvió de nuevo a Portugal, cuyas autoridades intentaron asegurar más tarde su presencia ocupando la isla de San Gabriel (que está delante de Sacramento, en el Río de la Plata) y las de Martín García y Dos Hermanas (que se hallan un poco más hacia el noroeste, penetrando en el Río de la Plata, en la embocadura del río Uruguay), amén de territorios situados a los dos lados de la población de Sacramento, en los que levantaron varios fuertes de trecho en trecho 2 . En este detalle de un mapa de 1763 diseñado con ocasión de una expedición de Pedro de Cevallos de que hemos de hablar más adelante, puede apreciarse la situación estratégica de la Colonia de Sacramento, en la banda hoy uruguaya del Río de la Plata, casi enfrente de Buenos Aires. Delante de La Colonia, entre ella y la propia ciudad de Buenos Aires, se adivina la isla de San Gabriel, que fue una de las ocupadas por los portugueses para ensanchar la jurisdicción de la misma Colonia y, sobre todo, para asegurar su defensa. Adentrándose más en el Río de la Plata, junto a la desembocadura del Río Uruguay, se encuentran las islas de Dos Hermanas y Martín García, ocupadas también por los portugueses. 1 Por el tratado hispanoluso de 18 de junio de 1701, que, con los demás textos diplomáticos que conciernen a Sacramento hasta 1761, se reproducen en BNL/PBA: 635, f. 122-134v. La historia de la Colonia ha sido trazada muchas veces, y frecuentemente enriquecida -aun así- con nuevos documentos: entre otros, CAPURRO (1928), MONTEIRO (1937), GIL MUNILLA (1949), CORTESáO (1954). Un reciente estado de la cuestión, RUMEU (1992), 241-54. 2 A espaldas de la Colonia, han ocupado “un considerabilissimo spazio di terra, fabbricando di distanza in distanza alcuni forti, de non molta considerazione”, explica Pallavicini, 15 de enero de 1765, ASV/SS/S, b. 293, f. 20. La ocupación, añade, se ha hecho sin título y, de otro lado, el tratado de 1763 no ha contemplado la cuestión. 235 La lejanía de estos últimos islotes respecto de Sacramento da idea de que las ambiciones lusitanas sobre la Banda Oriental no eran menores. Luego veremos cómo, a la vez, se avanzaba desde el Brasil de norte a sur, por los territorios costeros. Al cabo, La Colonia por un lado y este avance de norte a sur por el otro constituían una pinza cuyos extremos se iban cerrando en torno a Montevideo y Maldonado. El mapa se guarda en el Archivo Histórico Nacional, de Madrid, sección de Estado, signatura 111. ↓ 236 Para entonces, Sacramento surtía los territorios interiores del Brasil meridional, especialmente los mineros, donde la capacidad adquisitiva era particularmente notable, y se había convertido en una puerta principal para el comercio ilícito con Buenos Aires y, por lo tanto, para la actividad mercantil que comenzaba en Londres, vía Lisboa y Río de Janeiro. A mediados de siglo, los géneros se ofrecían allí, en La Colonia, a un precio mucho más barato que en Cádiz -que se hallaba y se halla, además, al otro lado del Atlántico y aún requería por tanto los gastos de transporte-; la circulación monetaria y los ingresos de la Real Hacienda española se resentían vivamente de ese estado de cosas 1 . La situación se había hecho, así, más molesta para los españoles: habría que reclamar algún día y quizá forzar a los sacramentinos a retornar al ámbito espacial de 1713 reduciéndose realmente a La Colonia y abandonando cuantos territorios se hubieran adquirido por la vía del hecho en torno al núcleo urbano. Mas, para Fernando VI, resultaba particularmente molesto y difícil. Por encima de todo, quería ser neutral en la política exterior y no atizar el rescoldo antiespañol latente en Portugal y el Reino Unido, sino al revés, llegar incluso a entenderse al menos con los portugueses. Fernando, no se olvide, había casado con la infanta portuguesa María Bárbara de Braganza, que ejercía sobre él -y en el sentido que decimos- muy notable influencia 2 . No tenía, por otro lado, la capacidad necesaria para exigir con eficacia que se respetara el tratado de Tordesillas de 1494, que los portugueses consideraban caduco tras la firma de las estipulaciones de Utrecht en 1713 3 . Los españoles, no 4 ; pero hacía tiempo que los Reyes Católicos se sabían impotentes ante el avance portugués por la cuenca del Amazonas. Así que Fernando VI prestó oídos a los consejos del secretario español de Estado, entonces don José de Carvajal y Lancáster, que se decía proinglés: el asunto de la colonia del Sacramento podía servir para zanjar todos los pleitos fronterizos que existían con el hermano ibérico desde 1494 5 : en la orilla izquierda del Amazonas, por una parte, y también al suroeste de los territorios brasileños, por donde se extendía una enorme selva, mal conocida, sobre la que tenían puestos los ojos algunos paulistas. Lo que procedía, por tanto, con todas las formalidades de rigor, era demarcar las fronteras en el interior de esa selva, de suerte que los brasileros quedasen satisfechos y no tuvieran inconveniente en devolver La Colonia al rey de España. Fue el Tratado de Límites que se comenzó a negociar en 1746 y se firmó en Madrid en 1750. En su virtud, sendas comisiones procederían al señalamiento definitivo de las fronteras, con estas condiciones: que Sacramento quedaría para España y que también 1 En este sentido, LUCENA (1995), 1.614. 2 Vid. KRATZ (1954), 15. 3 Cfr. LUCENA (1995), 1.616. 4 Lo invocan por ejemplo en el documento sin fecha, de 1763 probablemente, contra las usurpaciones territoriales portuguesas, que se conserva en AHN/E, leg. 4.566, exp. 1. 5 Sobre esto y las ampliaciones consiguientes del Brasil, MARTÍNEZ MARTÍN (1991). 237 serían españoles los territorios disputados en la orilla izquierda del Amazonas entre la boca occidental del Yapurá y el gran río, incluida por tanto toda la navegación del Izá (o sea el Putumayo) y todo lo que sigue desde este último hacia el oeste, con el pueblo de San Cristóbal y demás que pudiera haber, a cambio de los espacios situados en la margen oriental del río Pepirí y en la del Guaporé, además del pueblo de Santa Rosa el Viejo; también, los que mediaban entre el río Uruguay y la orilla septentrional del Ibicuy, y los que iban desde la costa meridional y falda de la montaña de Castillos Grandes hasta el nacedero del último río mencionado 6 . El Tratado de Límites de 1750 había contemplado tres grandes zonas, que era donde urgía demarcar las fronteras en vista de la penetración brasileña. Las tres, que vamos a ver a continuación en sendos mapas, las situamos en principio, en recuadro, en el mapa de Coleti de la América meridional, diseñado tras la expulsión de los jesuitas en 1767. A continuación reproducimos, en detalle del mapa de Requena de 1781, la más septentrional de esas tres zonas. Se trata de los territorios situados entre el río Amazonas y la boca occidental de su afluente septentrional el Yapurá. Se incluía por tanto, como española, toda la navegación del río Izá y todo lo que sigue desde este último hacia el oeste, incluido el pueblo de San Cristóbal. Son territorios situados hoy cerca del extremo noroccidental del Brasil, en su mayor parte dentro de este último Estado. El mapa de Requena se conserva en el Archivo Histórico Nacional, Estado, signatura 78. Æ 6 Cfr. KRATZ (1954), 23-4 y 251-2, y MATEOS (1954). Documentación sobre el tratado en perspectiva portuguesa, in BNL/PBA: 473, además del estado de la cuestión de COUTO (1993). Sobre otros aspectos de la Colonia del Sacramento (aparte de la documentación que se cita en estas notas), ibidem, 480 y 481, y BERICHTE (1972: III), pág. 115 (31 de julio de 1764: situación irregular del territorio de la Colonia), pág. 169-70 (26 de noviembre: reducción a la que la han sometido los españoles tras el tratado de paz), pág. 181 (7 de enero de 1765: lo mismo, más detalladamente, y posibilidad de que los ingleses apoyen a los portugueses), pág. 184 (14 de enero: sobre esto último); pág. 187 (28 de enero: movimientos de tropas en las fronteras con Portugal, que se interpretan como preparativos de guerra y sólo se destinan seguramente a evitar el contrabando), pág. 195 (6 de febrero: promemoria portuguesa), pág. 298 (4 de noviembre: nueva memoria portuguesa). Recuérdese por otra parte (KRATZ [1954], 220-1) que uno de los problemas principales a la hora de demarcar in situ los límites fijados por el tratado de 1750 fue la necesidad de optar por el Ibicui Guazú o el Ibicui Miní y cuál era el verdadero nacimiento del mismo. Sobre la demarcación de los límites en el Orinoco y en general la fijación de la frontera continua entre las posesiones portuguesas y las españolas, desde la Guayana hasta el Río de la Plata, LUCENA (1991, 1992-1993) y ROJO (1991). 238 239 La segunda zona señalada en el tratado de 1750, siguiendo hacia el sur, eran los espacios situados en las márgenes orientales del río Pepirí y del río Guaporé (o Itenes). Se incluía el pueblo de Santa Rosa el Viejo. Todo esto pasaba al rey de Portugal, algunos de cuyos súbditos ya habían llegado hasta ahí, haciéndolo suyo, e incluso habían construido algún fuerte en la orilla oriental del Itenes. Es el norte y nordeste de la actual Bolivia. Reproducimos un mapa de la Provincia de Mojos diseñado en 1792. Se conserva en el Archivo Histórico Nacional (Estado, signª 88). ↓ La tercera parte delimitada en el tratado de 1750 (y la más famosa) era el territorio de los siete pueblos guaraníes establecidos entre el río Uruguay y el Ibicuy. En virtud del tratado, pasaban a ser portugueses. Podemos verlos en el mapa del jesuita José Quiroga (1749-1753). Es un espacio hoy brasileño. ↓ El lector querría seguramente que trazáramos la línea fronteriza, de norte a sur, que debería unir esos tres ámbitos. Pero es que no existía. Mejor, la única línea definida seguía siendo el meridiano situado a 370 leguas al oeste de las islas de Cabo Verde, según el tratado de Tordesillas (1494). Pero esa línea ya la habían sobrepasado con creces los portugueses y el Rey Católico no tenía fuerza suficiente para imponerles el retroceso; aunque no renunciaba a ello. Los portugueses la habían desbordado formando bolsas de penetración, independientes unas de otras. Esas bolsas fueron las contempladas en el tratado de 1750. Con éste, por tanto, no se pretendió fijar un límite completo, que separase las posesiones españolas de las portuguesas de norte a sur, sino 241 únicamente delimitar las jurisdicciones en esas zonas concretas por las que se había penetrado. Si las fronteras brasileñas actuales no coinciden del todo con esa delimitación es porque el tratado no se cumplió y porque hubo conflictos posteriores que forzaron nuevas demarcaciones. En el detalle del mapa siguiente, que es un grabado de 1776 hecho sobre un mapa inglés de 1753, se observa la diferencia entre el meridiano de las 370 leguas (dos meridianos en realidad, según se tomara uno u otro punto de Cabo Verde) y las zonas hasta donde habían entrado los portugueses, por la Amazonia. El mapa pertenece al Archivo Histórico Nacional, Madrid, sección Estado, signatura 79. (↓ 242 Se diría además que Carvajal se comprometió a entregar al portugués Galicia o, a lo menos, el Obispado de Tuy. Pero esto no fue más que una extraña conseja que brotaría con fuerza más tarde, por los años de 1760 1 , en la oportunidad que hemos de ver. Bastaba la realidad. Y era ésta, entre otras cosas, que en el rincón de Ibicuy se alzaban siete de las treinta reducciones que habían establecido los jesuitas entre los guaraníes. Por sí solo, esto ya era un asunto digno de tenerse en cuenta, siquiera fuese por el bien de los indios, como arguyeron enseguida los padres con toda la razón; los portugueses no tenían una legislación protectora de los indígenas como la había en España; la que se había promulgado permitía esclavizarlos en caso de guerra justa o resgate, concretamente cuando los indios se encontraban en cordas, listos para ser devorados por enemigos antropófagos (uso que era frecuente en aquellas tierras) y se les rescataba, librándolos de esa suerte. Como esto sin embargo daba lugar a todo género de abusos y la situación se supo en Europa, el papa Clemente XIV llegó a dictar un breve para los obispos de la América portuguesa (el Inmensa pastora de 1741) por el que condenaba esclavizar a los indígenas. Pero las autoridades civiles prefirieron no publicarlo para evitar la rebelión de los colonos y, sólo en 1755, don Sebastiâo de Carvalho se decidió a dictar la libertad total de los indios, sin ninguna excepción. Para los guaraníes de 1750, por tanto, no era indistinto depender de unos o de otros; los bandeirantes ya eran temidos entre ellos por sus correrías y razias y no había noticia del breve pontificio ni de las intenciones del rey José I, mucho menos de que se proyectara promulgar la que sería ley de 1755 sobre la libertad de los indígenas 2 . Y, además, las reducciones paraguayas no eran asunto baladí tampoco desde el punto de vista de la ocupación del espacio. Se elevaban en el camino interior que conducía del Brasil no sólo hacia la desembocadura del Río de la Plata, sino hacia Potosí y el centro del Virreinato del Perú. De hecho, en las negociaciones, don José de Carvajal había intentado cambiar el territorio jesuítico por otro que permitiera dar entrada y salida a las minas brasileñas de Cuyaba y Matogrosso 3 , pero los portugueses no aceptaron. Los indios reducidos podrían irse con sus muebles, pero todo lo demás -bienes inmuebles, tierras- de aquellas siete reducciones comprendidas en el Tratado de Límites quedaría como jurisdicción del rey de Portugal. Eran poblaciones modélicas, algunas de ellas verdaderas ciudades -diminutas, sí, pero mayores que la ciudad de los Buenos Aires en aquellos días-, y entre todas las reducciones -las treinta- se contenía una población sedentaria mayor o semejante a la de las riberas del Río de la Plata, por citar el núcleo demográfico matriz de la cuenca a que pertenecían. 1 Vid. DANVILA (1893), II, 64: fue la propia reina María Amalia de Sajonia quien escribió a Tanucci el 22 de abril de 1760 que Ensenada había caído por prevenir a Fernando VI contra la intención de firmar un tratado en virtud del cual el rey español cedería al portugués gran parte de Galicia. 2 Sobre todo esto, la síntesis de FRAGOSO (1992), 152-7. 3 Según KRATZ (1954), 26. 243 Este plano de la misión de Candelaria es uno de los más conocidos de los varios existentes sobre las reducciones paraguayas. Fue publicado por el jesuita José Manuel Peramás en 1793. Da una idea muy cercana a la realidad de lo que eran las reducciones urbanísticamente. Todo estaba centrado por una plaza muy espaciosa, que presidía una iglesia de buenas proporciones. A un lado de la iglesia, pegadas a ella, estaban las habitaciones de los religiosos que atendían la reducción. Al otro, el cementerio. Detrás, un amplio huerto. En los otros tres lados de la plaza se alzaban las viviendas, de trazado urbanístico muy regular, en cuadrícula, formada por bloques, en cada uno de los cuales se alojaban, separadas, varias familias. ↓ Cada reducción estaba presidida por una iglesia, junto a la cual se extendía un extenso claustro, flanqueado por las dependencias de los religiosos (que no solían ser más de dos), y se abría a una plaza mayor, ancha sobremanera, en torno a la cual se sucedían las viviendas familiares de los indígenas. Aparte estaban las estancias y haciendas con que se abastecían, el huerto, los talleres de todo género de artesanos. Lo más de ello, construido en piedra -arenisca en mucha medida, porque era lo que había- y en proporciones tales que algunas de las iglesias sólo iban a la zaga de la catedral del Buen Aire en lo que se refería al tamaño, siempre sujetándonos a la cuenca del Plata. Esto frente a la poquedad de Sacramento, que, como advertiría el jesuita Quiroga, no era capaz de resistir dos docenas de cañonazos 4 . Los guaraníes reducidos así se habían asimilado de forma singular a la cultura grecolatina que les contagiaban los jesuitas. Guardaban, sí, multitud de rasgos ances- 4 Cfr. ibidem, 51, 60, 83. Un aspecto muy técnico pero revelador de alto grado de perfección de la administración jesuítica paraguaya, el de la contabilidad en las reducciones, en BLUMERS (1992). 244 trales, con los que enriquecían las más diversas expresiones de la existencia; pero bastaba ver las esculturas que tallaban para concluir que, al cabo, no sólo usaban las mismas técnicas, sino que demostraban una sensibilidad hermana de la de los imagineros españoles del Cuzco o la península del otro lado del Atlántico. En una zona como aquélla, donde la penetración era tan difícil, unas reducciones de esa naturaleza eran la defensa mejor de la soberanía española. En una acometida, los ejércitos, que solían permanecer -por necesidad y por lógica- en las costas del Río de la Plata, en Buenos Aires o Montevideo (que estaban más expuestas a la agresión, por la vía de la mar), necesitaban varios días para acudir a aquellas fronteras del interior selvático. Concretamente, las tropas españolas que pasaron a poner paz entre los guaraníes en 1754 tardaron más de cinco meses en cubrir las sesenta y siete millas que había (y aún hay) entre el desfiladero de Las Gallinas y Salto Chico, y un mes menos las portuguesas, que partieron del Sacramento, en llegar junto al río Yacuí. Y tardarían casi tres en alcanzar el nacedero del Río Negro (del 28 de octubre de 1755 al 15 de enero de 1756) las que partieron de Montevideo con el mismo propósito. Y dos y medio, ya en 1757 y desde Buenos Aires, el gobernador don Pedro Cevallos... 5 Eran en suma -aquellos del Paraguay- territorios indefendibles si no se defendían por sí solos, que era lo que permitían hacer las poderosas reducciones de marras y lo que no tan sólo permitían sino que ya habían hecho y hacían sus pobladores desde el siglo XVII, en que los jesuitas pidieron permiso al rey de España para adiestrarlos en el manejo de las armas con ese fin. ¿Eficazmente? Por lo menos el cumplimiento del tratado de 1750 probó su capacidad para convertirse en problema militar. La demarcación de la nueva frontera empezó a hacerse en septiembre de 1752 por obra de sendas comisiones, una española y la otra portuguesa y, al año siguiente, los propios comisionados acabaron por aconsejar que se enviase un ejército en vista de las dificultades que encontraban y las violencias que se les hacían para evitar que abandonaran sus hogares los indígenas de los siete pueblos cedidos por el rey de España al de Portugal. Los encuentros armados se sucedieron durante los años 1753-1756 y fueron negativos para los guaraníes, que perdieron hombres y armas y acabaron por ver aniquilada su resistencia dos años después. Pero quedó constancia de su preparación (disponían incluso de cañones) y de su atrevimiento 6 . Y eso se iba a rememorar, y no para bien, en ocasión que después diremos. El pleito del Sacramento por los años de 1760 En la España europea, el principal opositor al Tratado de Límites de 1750 fue el marqués de la Ensenada, hasta 1754 secretario de Marina, Guerra y Hacienda y acusado francófilo. Así que en 1754 y justo por oponerse -según dijeron sus adictos- y llegar a advertirlo al rey de Nápoles, hermanastro de Fernando VI y ya entrevisto como posible 5 Según KRATZ (1954), 115 (que sin embargo equivoca el cálculo: dice 106 días entre el 21 de marzo y el 3 de septiembre de 1754 y, antes, que arrancaron el 2 de mayo), 117, 149-50, 169. 6 Sobre el Tratado de Límites y la Guerra guaranítica, KRATZ (1954) y MATEOS (1951-2). Como visión de la época, jesuítica también, ESCANDÓN (1983). 245 sucesor en el trono de España, fue desterrado de la Corte. Se decía (y era verdad) que a Ensenada lo apoyaban los jesuitas, quienes, por lo demás, abiertamente hablaban y escribían del colosal error que se cometía al ceder el rincón de Ibicuy 7 . Con todo, y por la misma razón, Fernando VI prestó atención a quienes le insistían en que empezara por cesar al jesuita Rávago de su cargo de real confesor y así lo hizo en 1754, nada más caer Ensenada y razonándolo en cuestiones de edad y de salud. La influencia de los confesores regios en las decisiones políticas era proverbial. Y cierta. El cese de Rávago fue un golpe decisivo contra la Compañía de Jesús, de cuya expulsión de las Españas comenzaría entonces a hablarse. “Sólo diré -escribiría el propio Rávago unos meses después, ya en 1755 8 - que el confesonario nos ha perdido muchos buenos amigos y nos ha sobstituido [sic] los falsos que lo fingían para hacer sus negocios.” “Il padre Ravago -escribía como contrapartida Bernardo Tanucci cuando el jesuita murióavrà dovuto render conto a Dio di gran cose, e di molti mali, che alla monarchia, e al suo padrone ha fatti per la sua Compagnia. Tutto gesuita ovunque si ponga farà lo stesso” 9 . Otra cosa es que, paradójicamente, Rávago hubiera sido partidario del Tratado de Límites de 1750, como en efecto lo fue 10 . ¿Sabía el marqués de la Ensenada lo mucho y muy importante que se perdía con la cesión del territorio de Ibicuy y se opuso por eso? Es posible. Por los jesuitas no quedó el envío a la Corte española de todo género de informes y representaciones de los pocos pros y de los muchos contras que tenía el acuerdo. No era moco de pavo lo que se conseguía con Sacramento, es verdad: cerrar una brecha abierta en el Río de la Plata a la presencia, al comercio y al cabo al contrabando portugués y, con ello, al británico; una brecha pequeña, sí, pero que se agrandaba por momentos y cuya cauterización suponía cerrar al tráfico marítimo internacional el mayor portillo de Suramérica. Pero cambiar os sete povos de Ibicuy por Sacramento era desnudar a un santo para vestir a otro. Al cabo, ganaban los portugueses por fas y por nefas. El caso es que los lusitanos andaban tan divididos como sus hermanos celtíberos. Se apresuraron, sí, a tomar del tratado lo que les convenía y algo más: una vez firmado, se extendieron hacia Santa Cruz de la Sierra, en el Alto Perú, haciendo suyo y fortificando el pueblo español de Santa Rosa el Viejo y algunos territorios de las márgenes orientales del río Guaporé, en los confines de las misiones de Mojos y Baures. En cuanto al límite meridional de la jurisdicción portuguesa establecida por el tratado, se apresuraron a ganar asimismo las tierras situadas al norte de Castillo Grande. Desde años atrás, la presión expansiva brasileña avanzaba de norte a sur y había 7 Sobre la posición internacional de Carvajal y Ensenada, debe verse la rica documentación que publicó OZANAM (1975) -con el prólogo y posteriores comentarios de PALACIO (1976)-. Concretamente el aspecto americano de la política del segundo, en MIJARES (1976). PETRIE (1971), 79, atribuye la caída de Ensenada a los manejos del embajador británico y Wall, quien habría puesto en manos de Fernando VI unas instrucciones de Ensenada enviadas a Indias en las que trataba a los ingleses como enemigos, siendo así que el rey español presumía precisamente de no tener enemigos. Otras causas aducidas, en ALCARAZ (1995), 679-80. 8 A Céspedes, 2 de diciembre de 1755, según la cita que hace KRATZ (1954), 135-6. 9 Carta de 17 de enero de 1764, apud TANUCCI (1994), XIII, 10. 10 Vid. ALCARAZ (1995), 676. 246 desbordado el meridiano que corre a 370 leguas de Cabo Verde, que era el establecido en 1494, en el tratado hispanoportugués de Tordesillas, como lindero del avance de uno y otro país. Sobre todo desde 1735, algunos súbditos del Fidelísimo se habían aventurado por la isla y costa de Santa Catalina y, siguiendo hacia el sur, por las tierras de la desembocadura del Río Grande de San Pedro. Habían sido expulsados seguidamente. Pero volvieron a la carga después de 1750. Fue entonces cuando, siempre hacia el sur, no sólo hicieron suya esa embocadura y construyeron cerca, en el interior, el fuerte de San Gonzalo (1755), sino que llegaron hasta las tierras que rodeaban el fuerte de San Miguel y la guarda y angostura de Chuy, situados ambos entre el lago del Mini y el océano Atlántico 11 . Y aún ocuparon además desde Viamón (o Viamonte) a Río Pardo, incluido el río Yacuí, construyendo el fuerte de San Cayetano y el de Jesús-María y José, éste último sobre el mismo Río Pardo, y todo ello en las fronteras de la mismísima Provincia de Buenos Aires (cosa que no tenía que ver, es obvio, con lo estipulado en 1750). Si volvemos páginas atrás, en varios de los mapas reproducidos en este capítulo se observarán las zonas ocupadas por los portugueses a raíz del tratado de 1750. Concretamente en el de la costa atlántica de la América meridional en 17531776, podíamos apreciar cómo los portugueses desbordaron el meridiano situado a 370 leguas de Cabo Verde casi exactamente en el punto en que esa línea cruza el trópico de Capricornio. Desde aquí, hacia el sur, fueron ganando las tierras de Santa Catalina, Río Grande de San Pedro y Angostura de Chuy, hasta Castillo de San Miguel. Reproducimos el mapa de 1763 diseñado por orden de Cevallos en dos de sus detalles, que, en parte, coinciden: los territorios costeros que se han citado y lo que ya se había convertido en el territorio portugués del Brasil. Siguiéndolos, puede pensarse cómo, desde el norte (isla y cerros de Santa Catalina), los portugueses ganaron los territorios del Río Grande, incluida la ciudad de este nombre, sita en la desembocadura. Más hacia el sur aún, y al sur del lago del Mini, el castillo de San Miguel y la Angostura de Chuy. 11 De la memoria de Grimaldi, 6 de febrero de 1765, BNL/PBA: 635, f. 42-4v, y AHN/E, leg. 4.566, exp. 2, núm. 3, se deduce cierta cronología de la ocupación: en 1735 ya había habido cierta expansión portuguesa por territorios del Rio Grande, de los que sin embargo fueron echados por las armas del gobernador de Buenos Aires; en febrero de 1737, según los portugueses, Joseph da Sylva Páes, serjant de Campo Mayor, desembarcó en Río Grande, pasó al terroir de San Miguel con seis piezas de artillería, que montó en la fortaleza, y puso guardia para la defensa de Chuy; pero, según los españoles, no era cierto; Páes estaba en Sacramento cuando tuvo noticia de que se había firmado una tregua entre españoles y portugueses y una convención subsiguiente en virtud de la cual se reconocía el statu quo, por lo que se apresuró a ocupar la fortaleza y más de sesenta leguas de territorio. En la memoria de Usurpaciones hechas por los Portugueses..., 23 de mayo de 1777, que se conserva en AHN/E, leg. 3.410, exp. 1, núm. 10, se afirma que la ocupación real de estos últimos territorios, los del Río Grande de San Pedro, por los súbditos del rey de Portugal, tuvo lugar después del tratado de París de 1763 y de que se comenzara a hablar de las negociaciones de que formaba parte esa misma memoria. Pero ibidem, leg. 4.566, exp. 1, se aclara que el fuerte de San Gonzalo (en las tierras que rodean la desembocadura del Río Grande) data de 1755. 247 Aquí, decíamos, se empezaba a cerrar la tenaza que amenazaba Montevideo y Maldonado. Recordamos que el mapa se conserva en el Archivo Histórico Nacional, Madrid, sección Estado, signatura 111. ↓ 248 Más todavía: como contrapartida singular, no abandonaron Sacramento como decía el propio Tratado de Límites, sino que permanecieron en La Colonia durante todo el tiempo de que hablamos, de 1750 en adelante, y bastó que llegara al poder un defensor de la mayor conveniencia de conservarla -el conde de Oeiras, Sebastiâo de Carvalho, nombrado secretario de Estado en el mismo año 1750- para que unos y otros -españoles y portugueses- buscaran la manera de dilatar el cumplimiento del pacto, culpando de la dilación, esto sí, al contrario y -todos- a los jesuitas y a los indígenas 1 . Unos y otros. También los españoles. Caído Ensenada pero muerto Carvajal en 1754, en España nunca faltaron los que no veían bien la permuta. Y no les costó convencer al rey Carlos de Nápoles, que ya se perfilaba como Carlos III de España al ver a su hermanastro, Fernando VI, sin sucesión directa. El nuevo monarca llegaría a la península al acabar 1759 y, en 1760, ya dio instrucciones para declarar en la Corte de Portugal que, incumplido el Tratado de Límites, lo daba por nulo y esperaba que el Fidelísimo hiciera lo propio, como en efecto sucedió en el mismo año 1760. El 12 de febrero de 1761 se firmaría en El Pardo madrileño el acuerdo derogatorio 2 . Claro que esto tampoco era sencillo de entender: Carlos III defendía os sete povos, sí. Pero renunciaba para ello al portillo abierto en el Río de la Plata con Sacramento. ¿Es posible que ya tuviera tomada la decisión, donosa, de quedarse con todo: con Ibicuy y con La Colonia? En 1756, recordémoslo, los ingleses habían comenzado a guerrear con los franceses en lo que se llamó guerra de Siete Años. Las agresiones de los británicos a buques españoles se sucedieron y Carlos III optó, como dijimos, por abandonar la política de neutralidad de su hermano Fernando VI y por firmar el tercer pacto de familia en 1761, con Luis XV, hecho lo cual declaró la guerra al sajón, procedió a invadir Portugal en previsión de que los británicos lo emplearan como base para venir sobre España y, por lo tanto, el portugués declaró la guerra a Carlos III, que hizo lo propio 3 . En la contienda subsiguiente y 1762, el gobernador español de Buenos Aires, a la sazón don Pedro Cevallos, ocupó Sacramento. Llevaba meses además (desde enero de 1761) instando a los gobernadores y militares portugueses a que abandonaran los territorios 1 Sobre los territorios ocupados a raíz del tratado de 1750, dictamen sin firma, mayo de 1777, y “Usurpaciones hechas por los Portugueses...”, AHN/E, leg. 3.410, exp. 1, núm. 4 y 10. También, ibidem, leg. 4.566, exp. 1, documento sin firma ni fecha donde se indican las fechas de construcción de los fuertes próximos a las fronteras de la Provincia de Buenos Aires (1752-1756) y la de ocupación de Santa Rosa (21 de febrero de 1760). 2 Cfr. BNL/PBA: 635, f. 132-4v, y AHN/E, leg. 3.410, exp. 1, núm. 3 (copia del tratado de 1761). En este último lugar, leg. 4.798, núm. 380: “Relación instructiva del origen y conclusión del Tratado de Límites. Serie de todos los incidentes que ocurrieron y que dificultaron su execución hasta que se pensó en anularle...”, de Wall a Silva Pesancha, 16 de septiembre de 1760. Sobre el futuro Pombal, SERRâO (1982). 3 Texto del Pacto de Familia y memorias de monseñor de Cunha, secretario de Estado portugués, y los embajadores de España y Francia, en BNL/PBA: 635, f. 8-37. La guerra entre españoles y portugueses principió el 16 de marzo de 1762: cfr. memoria de Ayres de Sà a Grimaldi, 6 de enero de 1765, ibidem, f. 40v. LAFUENTE (1883), 131, dice en cambio que comenzó el 18 de mayo. Hay edición facsímil del PACTO DE FAMILIA (1988). Estudio global del mismo de PALACIO (1945). Ejemplares impresos del real decreto de 12 de mayo de 1762 declarando la guerra a Portugal, en AHN/C, lib. 1.535. Por real orden de 15 de junio, se suspendió el comercio con los portugueses y se ordenó el exilio de los que residían en España: ejemplares, en AHN/FC/MºH/SG, lib. 8.022, f. 329-30 y AGM (S), Circulares, 2/4. 249 fronteros de Buenos Aires (Río Pardo y demás) y las islas y territorios de la embocadura del Río Grande que hemos dicho habían ocupado en aplicación del tratado de 1750 y no habían abandonado. Así que la declaración de la guerra lo sorprendió con las armas ya empuñadas para echarlos de allí y así lo hizo en buena media (no en su totalidad) en 1763. Los expulsó en concretó desde el castillo de San Miguel hacia el norte, hasta la ciudad de Río Grande de San Pedro 4 . En cuanto a los territorios de la región de Mojos, en el mismo año 1762 ocuparon los portugueses las minas de Matogrosso y Cuyava 5 , al mismo tiempo en que, sin tener noticia de ello, se daba orden desde España al gobernador de Santa Cruz de la Sierra para que desalojase al portugués de Santa Rosa el Viejo y la orilla oriental del Guaporé. Hasta los jesuitas armaron dos compañías para contribuir a la reconquista. Así que el gobernador español salió a ello en mayo de 1763; pero, cuando llegó a las puertas, el gobernador portugués le dio la noticia de que se había firmado la paz y que valía la pena suspender las acciones para que se arreglase todo por las buenas 6 . Y es que, por la parte española, la solución iba a ser efímera. En 1763, en efecto, Luis XV firmó con los ingleses la paz, y su aliado, nuestro rey, hubo de correr con las costas: tuvo que devolver La Colonia a los portugueses y ceder la Florida al rey de Inglaterra a cambio de obtener la Luisiana de Francia en compensación y de recuperar Manila y La Habana, en tanto que los lusitanos no cumplían su parte del tratado devolver todas las conquistas- y permanecían en Mojos. Carlos III nunca aceptó de grado estos sucesos; desde 1763, desarrolló de hecho la política de guarnecer las plazas americanas, reorganizar la tropa por medio de la introducción de las Milicias Provinciales, también en América, y reforzar la escuadra, todo con vistas a declarar la guerra nuevamente y vencer a Jorge III. Pero, además, devolvió Sacramento al portugués reducida a los límites más restrictivos que permitía la letra del tratado de paz de 1763, esto es: a los de 1713. O lo que es lo mismo: ni aquellas islas indebidamente guarnecidas por los portugueses en la desembocadura del Río Grande de San Pedro ni los territorios cercanos a Sacramento por los que se habían extendido volvieron a las manos lusitanas 7 . 4 Vid. AHN/E, leg. 4.566, exp. 1: las instancias de Cevallos se habían sucedido durante todo el año 1761; el 6 de noviembre le había llegado además la noticia de que se había anulado el tratado de 1750, que contemplaba los territorios del Río Grande, no así los del Río Pardo. El gobernador portugués de La Colonia y los jefes de la tropa instalada en aquellos territorios contestaban a Cevallos que no tenían órdenes de evacuarlos y que además esos terrenos los ocupaban desde 1732-1737, no desde 1750. Cosa que refutaba Cevallos documentalmente: el fuerte de San Gonzalo lo construyeron en 1755; el de Sam Amaro, a orillas del Pacuari, en 1752, igual que el del Río Pardo, uno y otro en una estancia del pueblo de San Luis; el de Yacuy, en 1756. 5 Vid. AMAT (1947), LXXX. 6 Vid. documento sin firma ni fecha, AHN/E, leg. 4.566, exp. 4. Un informe impreso de Amat sobre las providencias que tomó con vistas a la guerra, en AGI/L, leg. 824, núm. 27. Lo de los jesuitas, ibidem, núm. 76, exposición de Amat, 7 de enero de 1766. Resumen de lo que luego sucedió con este territorio, en GUTIÉRREZ (2003), I/IX/5.1. 7 Lo detalla la memoria de Ayres de Sà a Grimaldi, 6 de enero de 1765, BNL/PBA: 635, f. 38. Dice que con eso se incumplen los artículos 21 y 23 del tratado de 10 de febrero de 1763. El artículo 21, que transcribe, decía: 250 Ni siquiera se permitió a los sacramentinos volver a cortar en los bosques cercanos, de jurisdicción española, la madera que les hacía falta para el consumo diario, como habían hecho hasta entonces 8 . Las entradas a La Colonia quedaron bloqueadas por barcos españoles. No había, pues, lugar al contrabando; en Sacramento, y por lo tanto en Río de Janeiro, y consecuentemente en Lisboa, incluso en Londres, se hablaba de una inminente ruina (claro que eran exageradas estas gentes del siglo de que hablamos); habían perdido un renglón principal en sus intercambios comerciales, fraudulentos y todo como eran los del contrabando. Se dice -informa en octubre de 1764 el cónsul español en Lisboa, recogiendo noticias llegadas con un buque procedente de Río- que el gobernador de Buenos Aires, Cevallos, “fortifica más y más las plazas del Río Grande; que no permite que los portugueses vayan a matar ganados, y que se prende a los que encuentran las patrullas españolas, [...]; que el general español tenía totalmente encerrada la colonia del Sacramento, y no ha querido entregar la isla que está en el canal para entrar en ella; que tiene bastimentos armados en guerra que cruzan continuamente desde aquélla a Montevideo, y registran con rigor cuantos bajeles españoles y portugueses van a la colonia y vuelven de ella, [...] sin que haya indulgencia en la confiscación encontrando a su bordo cosa que sea de producto o cosecha de nuestras colonias.” Durante la dominación española de los años 1762-1763, además, se había permitido a los sacramentinos instalarse en Buenos Aires, es decir avanzar en el tráfico hasta el corazón económico del Río de la Plata, y ahora se les dejaba regresar pero sin dinero ni efectos, dejando en la ciudad española todos los caudales y ganados. Algunos intentaron sacarlos fraudulentamente, pero fueron apresados y confiscados sus bienes, “con cuyas aprehensiones -añadía aquel cónsul- quedaron intimidados y escarmentados los demás portugueses para no arriesgar sus fondos, y [dicen] que así queda la colonia en un estado digno de compasión, sin comercio ni libertad “Et al'égard des Colonies Porgugaises en Amerique, Afrique, et dans les Indes Oriantales, s'il y étoit arrivé quelque changement, toutes chôses seront remises sur lemême piéd ou élles étoient, et en conformité des Traités precedens, qui subsistoient entre les Cours d'Espagne, de France, et de Portugal, avant la presente Guerre.” En cuanto al artículo 23, disponía que cualquier territorio conquistado por unos u otros -no decía dónde- que no estuviera comprendido en los demás artículos de este tratado “seront rendûs sans difficulté, et sans exiger de compensation”: cit. ibidem, f. 38v-9. En Portugal, no obstante, pareció mal -no sin razón- que el tratado se negociara sin participación lusitana. El 9 de octubre de 1762, el embajador portugués en Londres había llegado a presentar sobre ello una memoria a lord Egremont, secretario de Estado para el Sur, y no obtuvo respuesta. Los preliminares de la paz entre ingleses, franceses y españoles estaban a punto de firmarse -explicaba el de Portugal- y los británicos no se habían dignado a comunicarlo a Lisboa. Parecían olvidar, sigue, que también ellos eran beligerantes y tenían cosas que decir. Pedía, pues, expresamente que no se firmara nada, ni la paz ni los preliminares, sin acordarlo previamente con el embajador portugués en Londres, a quien se habían dado para ello plenos poderes: BNL/PBA: 635, f. 167-72. Pero no lo lograron, todavía en 1765 (12 de noviembre), Mello escribía a Oeiras que fue misterioso, impenetravel e inaudito el secreto con que se trató la paz de 1763, ocultando a los aliados de Gran Bretaña, particular e injustamente à Coroa de Portugal, incluso los artículos que concernían a ésta: ibidem, 196-6v. 8 Cfr. Ossun, 3 de diciembre de 1764, MAE/CP/E, vol. 541, f. 245. 251 para procurárselo sus habitantes; que por consecuencia el Río-Janeiro [sic] (aunque lleno de mercaderías) estaba en la mayor miseria, porque faltándole la remesa y despacho de ellas para la colonia, se arruinaría y despoblaría enteramente aquella nueva capital del Brasil que no existía sino por el comercio de La Colonia, de que resultaría la ruina de los dueños de las haciendas, [...] respecto de que no son útiles sino para las posesiones españolas” 9 . La ofensiva española de 1762 se había convertido realmente en punto de partida de una verdadera depresión económica que afectaba de lleno al comercio angloportugués 10 . Aparte, al comenzar 1764, Carlos III había dado orden de que, en la Audiencia de La Plata y Gobierno de Santa Cruz de la Sierra, se organizase una campaña militar con gente de la misma Santa Cruz y de las misiones de Chiquitos para recuperar las tierras ocupadas por los portugueses en Mojos; aunque en marzo de 1766, cuando estalló el motín contra Esquilache, todavía no se había podido efectuar la expedición. “Escribieron de Cochibamba con fecha de mayo -dirá un jesuita de la Córdoba tucumana a otro de la península europea en agosto- que ya el señor Pestaña, presidente de las Charcas, había salido con su gente contra los portugueses. [...] “Todo el ejército compuesto de españoles (que así se llaman aquí a todos los que no son indios, mulatos o negros), de indios chiquitos y moxos, llegará a unos once mil hombres; los indios, no sé que lleven armas de fuego, por lo que y por la mucha distancia, no sabemos en qué parará esta expedición. “Según la voz que corría en Cochibamba, el jefe portugués desamparaba el pueblo de Santa Rosa y el río Itente, y querían defenderse en el Matogroso, pues decían que se retiraban en 20 embarcaciones e iban río arriba” 11 . Honores y rencores entre hermanos, más de un siglo después De modo que en Lisboa se había empezado a hablar de reanudar la guerra contra España. Como primera providencia, el rey José I y el ministro Carvalho habían suspendido el restablecimiento de las relaciones diplomáticas, rotas en 1761; decidieron sencillamente no enviar a la Corte española al nuevo embajador, Ayres de Sà; carecía de sentido, explicaron, tratar con un monarca que no cumplía lo que acababa de pactar; el tratado de paz de 1763 le obligaba a devolver todas las conquistas y sólo devolvía el esqueleto, léase La Colonia sin los territorios anejos, ni mucho menos los del Río Grande de San Pedro. El retraso de la llegada del embajador portugués, escribe en julio de 1764 el nuncio Pallavicini -que no termina en realidad de enterarse-, aparece rodeado 9 Sánchez a Grimaldi, 30 de octubre de 1764, AGI/BA, leg. 524. 10 Y que de hecho se acentuó en los años siguientes y se prolongó hasta 1779, según LO SARDO (1989), 315-7, y FISHER (1984), 68-79. 11 De Macháin a Olarte, 13 de agosto de 1766, FUE/AC, 41-39. En realidad, no hubo expedición hasta octubre de 1766 y fracasó por las enfermedades y la falta de abasto. No llegó a haber ataques. Además, el propio rey había ordenado en agosto de 1766 que no los hubiera y que se negociara pacíficamente con el Fidelísimo. La orden llegó a comienzos de 1767 a los expedicionarios: vid. sobre todo esto AMAT (1947), 274-83. Documentación sobre todo esto, en AGI/L, leg. 1.054. 252 de “un aria di mistero” 12 . Y, cuando optaron por mandarlo, ya en el otoño del mismo año 13 , Carvalho comentó que la gestión de Sà iba a ser decisiva: o habría paz duradera y permanente o guerra eterna. El rey de Portugal había decidido enviar a Brasil inmediatamente cuatro naves de guerra con 1.500 hombres 14 y no era esto más que el comienzo. De facto, casi la primera gestión de Ayres de Sà consistió en protestar, primero de palabra y luego con la presentación de una memoria redactada en la Corte de José I 15 , y en reclamar el relevo de don Pedro Cevallos; “están persuadidos -escribe el cónsul en Lisboa- a que mientras aquel general mande en el Río de la Plata, siempre estarán La Colonia y el Janeyro [sic] en la miseria que actualmente” 16 . El embajador portugués no dudaba de que Cevallos era enemigo mortal de su nación 17 . No sabía que su permanencia en Buenos Aires una vez firmada la paz de 1763 había sido expresamente impuesta por Carlos III con la intención de que lo aplicase así, recortando los territorios a lo estrictamente preciso para cumplir la letra del tratado de paz 18 : “[Es] el ánimo del rey -había escrito a Cevallos el bailío Arriaga, secretario de Indias del rey de España, en septiembre de 1764- que V.E. no sólo no restituya ninguno de los fuertes y terrenos recobrados a los portugueses sino es que también solicite demuelan los que a favor del anulado tratado del 50 construyeron en tierras de S.M., y que evacúen éstas” 19 . El envío de aquellos cuatro buques al Brasil -aseguraba el cónsul mencionado- se había hecho sin duda para limpiar el Río de la Plata de nuestros guardacostas y abrir enteramente la comunicación con La Colonia para comerciar: “persuadidos aquí de que conseguida esta libertad, que irán a ella los españoles como antes de la guerra pasada a 12 Pallavicini, 24 de julio de 1764, ASV/SS/S, b. 292, f. 23-23v. Anota además, ibidem, que en Madrid se quiere que el marqués de Almodóvar parta antes de que lo haga el portugués. Sobre la ignorancia de idiomas del embajador Sà, Tanucci a Losada, 30 de diciembre de 1760, apud TANUCCI (1985), IX, 247. 13 Sánchez a Grimaldi, 13 de noviembre de 1764: se ha decidido el envío del embajador y se preparan las instrucciones que ha de cumplir en la Corte española: AGI/BA, leg. 524. Ossun, 3 de diciembre de 1764: el embajador ha llegado; supone que enseguida partirá hacia Lisboa el representante español: MAE/CP/E, vol. 541, f. 244. 14 Cfr. Sánchez a Grimaldi, 30 de octubre y 13 de noviembre de 1764, AGI/BA, leg. 524; Ossun, 3 de diciembre de 1764, MAE/CP/E, vol. 541, f. 245, y Paolucci, 8 de enero de 1765, ASMo/CD/E, b. 83, 2-b. 15 La memoria de Sà, en AHN/E, leg. 4.566, exp. 2, núm. 2, y en BNL/PBA: 635, f. 38-41. Noticia de la presentación de la memoria, en Pallavicini, 15 de enero de 1765, ASV/SS/S, b. 293, f. 19v. Según Ossun, 10 de enero de 1765, las reclamaciones se centraron en las dos pequeñas islas que dejaba en su seno el Río Grande: MAE/CP/E, vol. 542, f. 30v. 16 Sánchez a Grimaldi, 13 de noviembre de 1764, AGI/BA, leg. 524. 17 Roubione, 12 de agosto de 1765, ASTo/I/L, m. 81, 1. 18 Poco después de que se suscribiera el tratado, Cevallos había pedido permiso para volver a la península, huyendo del clima del Río de la Plata, y se le había denegado por considerar necesaria su presencia “para recuperar los terrenos en que se han extendido los portugueses”: Arriaga a Cevallos, 7 de julio de 1764, AGI/BA, leg. 524. 19 Arriaga a Cevallos, 19 de septiembre de 1764, minuta, ibidem. 253 comprar las mercaderías” 20 . La esposa del monarca portugués, Mariana de Borbón, era además hermana del español Carlos III y, mientras viviera la reina madre, doña Isabel Farnesio, no se rompería la paz 21 . Y no era ajeno a ello el hecho de que a José I se le hubiera abierto otro frente en las antípodas, que exigía una excesiva diversión de las fuerzas; en el mismo año 1764, un Alí Kan cualquiera había ocupado las posesiones cercanas a Goa de donde los comerciantes lusitanos extraían la pimienta, y los preparativos militares correspondientes, con vistas a la India, tenían que simultanearse con los encaminados a América: “Todo es desgracias en el reinado de don Joseph 1º”, certificaba el cónsul 22 . No había, pues, peligro de guerra. Pero, por si lo había, Carlos III hacía maniobras parecidas, que eran las que azuzaban el ambiente que ganaría la Corte mucho antes del 23 de marzo de 1766. Por esos mismos días, también el Rey Católico había hecho salir hacia Buenos Aires un batallón completo y 150 oficiales subalternos, éstos para que organizaran las Milicias Provinciales, y su llegada a América en enero de 1765 23 , en plena crisis portuguesa, se interpretó en los medios diplomáticos europeos como verdadera preparación para un enfrentamiento inmediato. Es verdad que la organización de las Milicias no era una medida circunstancial, ni beligerante en sí misma; ya a comienzos de julio de 1764, el secretario Arriaga había enviado a Cevallos las órdenes y el reglamento pertinentes para que las organizara en Buenos Aires, como por otra parte había comenzado a hacerse en La Habana, donde no había peligro próximo de enfrentamientos militares 24 . El batallón, además, respondía también a la petición que el gobernador Cevallos había hecho tras aplicar a su manera el tratado de paz de 1763: le hacía falta, había escrito, para defender el terreno ocupado a los portugueses y retenido tras la devolución de La Colonia 25 . 20 Sánchez a Grimaldi, 30 de octubre de 1764, ibidem. 21 Agustín Sánchez Cabello a Grimaldi, 30 de octubre de 1764, cuenta que “un ministro bien intencionado (el Patriarca)” había insistido en que se enviara al embajador “pero prevaleció el orgullo dominante”: ibidem. Están seguros, añade, “de que mientras viva la Reina Madre nunca tendrá Portugal que temer.” 22 Sánchez a Grimaldi, 30 de octubre de 1764, ibidem. Del mismo al mismo, 13 de noviembre, ibidem: continúan preparándose los envíos de tropa a Río de Janeiro y Sacramento y a Goa, éstas contra Ali Kan (sic). 23 Avisa la llegada del navío Magnánimo y de una saetía con tropa Cevallos a Arriaga, 25 de enero de 1765, ibidem. 24 Cfr. Arriaga a Cevallos, 5 y 7 de julio de 1764, minutas, posiblemente para una misma carta: que regle la tropa y la milicia como se ha hecho en La Habana y se va a hacer en Nueva España y el resto de América; para lo cual se le envía información de cómo llevarlo a cabo. Arriaga a Esquilache, 24 de noviembre, minuta: ha dado instrucciones a Cevallos de cómo hacer el arreglo de la tropa. Del mismo a Cevallos, 1 de diciembre: le envía los estados conforme a los cuales se han arreglado las milicias en La Habana, para que haga lo mismo en Buenos Aires, adaptándolo. Esquilache a Arriaga, 1 de diciembre: se ha nombrado a Cevallos inspector del Cuerpo de Veteranos de Buenos Aires y se les ha enviado una instrucción, que adjunta: todo, ibidem. 25 Cfr. Arriaga a Cevallos, 19 de septiembre de 1764, minuta donde alude a esa carta: ibidem. Cfr. ibidem: se ha dado orden de que dos batallones se pongan en marcha hacia El Ferrol; el problema está en los crecidos costos. Arriaga a Cevallos, 17 y 21 de noviembre de 1764, ib.: se le envía el regimiento de Mallorca y tropa suelta, ésta para la formación de las milicias. En la carta del 17 incluye la de Sánchez a Grimaldi de 30 de octubre. Esquilache a Arriaga, 22 de noviembre, ib.: Carlos III quiere enviar una 254 Pero no era difícil que estas palmas se trocaran en lanzas si llegaba el momento. A Cevallos había que enviarle -sugería no sin ardor el cónsul español en Lisboa, Agustín Sánchez Cabello- una saetía para que acabara de ponerse en estado de defensa, tanto en el Río de la Plata como en el Río Grande de San Pedro; “que ataque la colonia del Sacramento y la destruya hasta no dejar piedra sobre piedra en ella, y que después pase a apoderarse del Río-Janeiro, en donde encontrará los almacenes llenos de las mercaderías que se han remitido desde fines de 1761, que es objeto de muchos millones de cruzados, sin contar el demás butín [sic], para cuya adquisición de ambas plazas se prestarán con gusto y gente los jesuitas del Paraguay por el odio que tienen al Gobierno portugués.” Con esto y el agotamiento sabido de las minas de oro -apostillaba el magnánimo autor de esta preciosa indicación sobre los padres de la Compañía- “quedaría Lisboa tan pobre como cuando la dominó España” 26 . No parece dudoso que, entre estos dos países hermanos que vivían desde 1640 de espaldas (y seguirían en esta posición un par de siglos más) reverdecían viejos rencores filipinos. “Los enemigos [portugueses] son muy cobardes, y traidores -había escrito ya un informador, quizás italiano, del cónsul de Nápoles en Cádiz en 1762, en los días de la guerra-, son salameros en presencia, y de espaldas maquinan traiciones; [...] “Todos los portugueses jamás serán vasallos de nuestro rey, pues son protervos, y muy aficionados al suyo, aunque no pueden tragar a Caravallo, atribuyendo a éste las infelicidades que padecen" 27 . “[...] os vem peor do que negros”, decía por su parte un comerciante portugués preso en Buenos Aires y encarcelado en Cádiz en 1765 por las razones que veremos 28 . La verdad es que se temía también aquel afán expansionista que se percibía en los lusitanos de América. Otros de esos apresados en Buenos Aires, acusados de espías, fueron internados en el Tucumán y obligados a comparecer ante las autoridades locales, y los gobernantes cordobeses -de la Córdoba tucumana- temieron que se hicieran baqueanos y levantaran mapas de la jurisdicción, que era rica en diamantes, y ayudasen a los ingleses a llegar hasta allí. (Tierra Rica en Diamantes, decían los cordobeses que llamaban a Córdoba los de la Nación Inglesa 29 .) Eran problemas locales, es cierto. Pero apuntaban, sin saberlo, hacia una realidad, que era el esfuerzo de Carvalho en poner Portugal y la América portuguesa en instrucción al gobernador de Buenos Aires. Arriaga a Esquilache, 24 de noviembre, minuta, ib.: se han enviado a Cevallos el navío Magnánimo y una saetía con tropa y, ahora, dos batallones de Mallorca. Del mismo a Cevallos, 1 de diciembre, ib.: le envía 2.000 fusiles con bayoneta. Cevallos a Arriaga, 25 de enero de 1765, ib.: han llegado el Magnánimo y la saetía. 26 Sánchez a Grimaldi, 30 de octubre de 1764, ibidem. 27 Informe sin firma, fechado en Almeyda, 20 de septiembre de 1762, ASN/E, fs. 2.445. 28 Anónimo, 1 de agosto de 1765, copia, BNL/PBA: 634, f. 515. La resumo infra. 29 Según representación de Gregorio de Arrascaeta, 19 de diciembre de 1775, AHN/C, leg. 20.373, exp. 1, pieza 11 (Testimonio de la Real Provisión satisfactoria a favor de Don Caietano Therán Quevedo, y Don Joseph Francisco Galarza), f. 50v-1. Se refiere a sucesos de 1766. 255 condiciones de rendir todo lo posible y de defenderse. Desde la paz de 1763, venía desarrollando (y desarrollaría) una política pareja a la que ingleses, españoles y franceses llevaban a buen fin en sus respectivos terrenos: había abordado la reforma del fisco, la de armada y la del ejército, de suerte que el sistema no sólo se autofinanciase, sino que rindiera al máximo a la Corona, y que estuviera en condiciones de hacer frente a los enemigos por sí solo. Lo primero que había hecho era trasladar la sede del gobierno del Brasil de San Salvador de Bahía a Río de Janeiro. Enseguida, comenzar a fortificarla. El ejército empezó a organizarse sobre la misma base que en las Indias españolas y en las inglesas: Milicias Provinciales, o sea autóctonas, y regimientos regulares. Para asegurar las rentas fiscales, emplazó en cada capitanía americana una junta da fazenda, cuyos miembros (gente pudiente de la región) se hacían responsables de la percepción del tributo y de la remisión de una parte a la metrópolis. Para el comercio fue importante la abolición del sistema de flotas (1765) y su sustitución por concesiones individuales 30 . Todo sobre la base de la desconfianza. Incluso en los ingleses. Que, al fin y al cabo, se dibujaban como campeones del mundo si derrotaban al Católico. El viento de la guerra, víspera del motín En suma, no era cierto que los portugueses amagaran sin intención de ir a la guerra. En aquel otoño de 1764, antes de enviar el embajador a Madrid y de presentar la memoria sobre Sacramento, el rey de Portugal no había dejado de pedir el apoyo de Inglaterra 31 a fin de comprometer a la pérfida Albión en favor de los intereses de Portugal. Les recordaba que los ingleses eran los más perjudicados en el comercio, porque suyo era todo el que se efectuaba entre Río de Janeiro y la colonia de Sacramento, “cuyos retornos a Europa subían anualmente a trece o catorce millones de cruzados” 32 . Y, cuando fracasaron las primeras gestiones de Ayres de Sà en Madrid, la petición ya fue formal: se trataba explícitamente -escribió Carvalho a la Corte de Londres en febrero de 1765 33 - “de les appuyer de toute la vigueur, et de tout l'apparât d'une guerre prochaine et decidée [...],” como única manera de eludir la ruina de 30 Vid. Maxwell (1995), 118-24. 31 Los portugueses han optado por pedir la mediación del embajador inglés, que se cree que ha recibido orden de Londres de apoyar en la Corte española la reivindicación lusitana, dice el representante del duque de Módena, Paolucci, 8 de enero de 1765, ASMo/CD/E, b. 83, 2-b. Información de Martinho de Mello e Castro sobre lo tratado con los ingleses entre noviembre de 1765 y abril de 1766, en relación con el incumplimiento del tratado de 1763 por parte de España en lo concerniente a Sacramento, in BNL/PBA: 635, f. 1 y siguientes. Además de la que citamos aquí, se refiere también a la Colonia BNL/PBA: Mass. 77, núm. 6 (documentación de la embajada en Londres, 1762-86). 32 Sánchez a Grimaldi, 30 de octubre de 1764, AGI/BA, leg. 524. Sobre el paso de la capitalidad brasileña de Salvador a Río en 1763 y en relación tanto con el desarrollo minero del sur como con los conflictos con los españoles, en IGLESIAS (1992), 78. En su relación con el gran desarrollo del comercio angloportugués desde el tratado de Methuen, FISHER (1984). 33 Memoria de 16 de febrero de 1765, BNL/PBA: 635, f. 71v. Ibidem, f. 72-83v y 135-44v, sigue otra memoria de la misma fecha y también dirigida por el conde de Oeiras a las autoridades inglesas, más la documentación justificativa. 256 Portugal y el Reino Unido y de evitar también “une guerre cruélle, dont les avantages panchent tous do cotté de Nos Enemis.” Quería ir a la guerra. Durante todo el año 1765, los gobernantes lusitanos se esforzaron en conseguir lo mismo: la movilización militar de Inglaterra contra España, al lado de Portugal 34 . La insistencia era triple: a la vez, Carvalho y los embajadores del rey de Portugal en Madrid y en Londres insistían a los de Inglaterra en Lisboa y Madrid y a los interlocutores del Gobierno de Londres, respectivamente, para que apoyasen su causa. Por el tratado negociado por Methuen en 1703, ya se sabe, portugueses e ingleses se habían comprometido a defenderse mutuamente en caso de agresión. Portugal acababa de ser agredido. Así que el gran Carvalho incitaba explícitamente a los británicos a combatir; quería ir a la guerra... con Inglaterra por delante. Solos, de ningún modo. Era consciente de las fuerzas de cada cual 35 . Pero la carta inglesa la jugaba hasta el límite. Sabía que franceses y españoles se preparaban para luchar en las mejores condiciones; que la guerra era inevitable, por tanto, y que la salvación de Portugal dependía de que no se les diera tiempo a aquéllos para reponerse de la derrota de 1762. En 1765 ni la Hacienda francesa ni el Real Erario español estaban en condiciones de respaldar una contienda (“que aqui nam hávia real nos cofres”, informaba gráficamente Ayres de Sà desde España 36 ). Más tarde, era de temer que sí los hubiera; había que adelantarse y atacar. Por su parte, y por la torpeza irremediable de las comunicaciones entre América y España, el gobernador de Buenos Aires -Cevallos- no podía saber a ciencia cierta lo que se pretendía en cada momento, ni en Lisboa ni aun en Madrid, sino con varios meses de retraso, y su actitud tenía que ser la de hallarse permanentemente dispuesto tanto para la paz como para la guerra. La presencia del navío Magnánimo y de la saetía con tropa que le llegaron en enero de 1765, escribía, podía aumentar la desconfianza de los portugueses, que a lo mejor atacaban, ayudados por los ingleses. Se había informado de que, en octubre del año anterior, arribaron a Sacramento dos navíos de guerra, uno portugués y otro inglés, y después otros seis ingleses, a lo mejor sólo para hacer escala en aquel puerto, como solían, y pasar luego a Oriente; “aunque no deja de dar sospecha, de que 34 Ibidem, f. 145-9v, De Mello escribe al general Conway, 10 de septiembre de 1765, que todo lo antecedente justifica que pidan a los ingleses que cumplan con los secours estipulados en el tratado de 1703; que sitúen los dichos secours en América tan pronto como sea posible. Sigue copia del texto del artículo 5 del tratado de 1703 y unas Remarques sobre la estrategia previsible en los ejércitos francoespañoles: ibidem, f. 150 y 151-163v. E ibidem, f. 164-6v, y 173-200, varias cartas de Martinho de Mello e Castro al conde de Oeiras, todas de 12 de noviembre, sobre la renuencia de los ingleses a intervenir: desde el día 7 -dice De Mello en una de ellas (ibidem, 195-5v)- está insistiendo a Conway, a que quien pasó todos los papeles adjuntos, en la necesidad de una acción lusoinglesa, convencidos como están de que los españoles no sólo quieren conservar sus usurpaciones, sino atacar los dominios de Portugal. Y en otra del mismo día y año: el precis y la deduccào que ha presentado en la Corte de Londres han hecho el mejor efecto. Le han pedido un mapa de la zona. No hay ninguno exacto; porque los que se conocen, franceses o españoles, marcan los límites a capricho: ibidem, f. 197-8. 35 Al comenzar 1762, Tanucci era informado de que las fuerzas portuguesas se reducían a once mil soldados de tierra y catorce buques de guerra: A Carlos III, 19 de enero de 1762, apud TANUCCI (1988), X, 463. 36 Sà, 20 de septiembre de 1765, BNL/PBA: 634, f. 519v. 257 nos quieran invadir aquí, la poca buena fe con que proceden”. Andaban de hecho levantando gente en Brasil 37 . También en esos días se diría que el navío Magnánimo había traído pliegos de España para el gobernador donde se avisaba a Cevallos de que una escuadra inglesa podría estar dispuesta para atacar el Río de la Plata; que se anduviera con cautela 38 . Pero las intenciones de Cevallos no eran más pacíficas que las que recelaba de los otros: de Sacramento, pensaba que lo mejor sería demoler la plaza y el puerto para evitar gastos de guarnición, porque ya era suficiente la que había en la banda occidental del Río de la Plata 39 . No descuidaba, de otra parte, la vigilancia interna. Meses después, en agosto de 1765, corría por la Corte de España la noticia de que Cevallos había creído descubrir “au sujet de la Nouvelle Colonie -explicaba el conde Roubione al duque de Saboya- une forte conspiration” y había apresado a varios miembros de familias portuguesas, diez de cuyos cabezas serían conducidos a España y desembarcados en Cádiz justo por esas fechas 40 , como en efecto sucedió. 37 Está mejorando la vigilancia de las fronteras en la Banda Oriental, dejando en ella buen número de milicianos. Por fortuna no había retirado a todos los que las guarnecían al acabar la guerra; porque “ahora no será fácil hacerles pasar a aquel destino, por la suma repugnancia que tienen de dejar sus casas, especialmente para ir a la otra banda.” Además, el nuevo gobernador de Montevideo, don Agustín de la Roza, vale poco; Cevallos teme que no sepa defender la ciudad, si la atacan. Así que, si la invasión angloportuguesa tiene lugar, necesitará más tropa de tierra y habrá que enviársela de España. 38 En este sentido, el padre Jerónimo Núñez al padre Carlos Ecavaroni, 18 de enero de 1765, FUE/AC, 41/37. 39 Cevallos a Arriaga, 25 de enero de 1765, AGI/BA, leg. 524. 40 Roubione, 12 de agosto de 1765, ASTo/I/L, m. 81, 1. En BNL/PBA: 634, f. 513-6, hay una carta anónima, 1 de agosto de 1765, que es de uno de los portugueses apresados en Buenos Aires y enviados a Cádiz: son diez los presos; el 3 de febrero, Cevallos dictó un bando en virtud del cual todoslos portugueses y los ingleses, casados o solteros, debían presentarse en ocho días ante alguno de los alcaldes de la ciudad para decir dónde vivían y qué profesión ejercían; a las siete de la noche del día 10, sin embargo, lo apresaron a él en su casa, sin que hubiera cometido ningún delito; a otros cuatro, en la misma noche y a otros cinco en los días siguientes; días más tarde, Cevallos ordenó embargar todas las carretas de Tucumán, Córdoba y Santiago del Estero que había en Buenos Aires; fueron más de trescientas; así que pensaron que los llevaría a Tucumán o a Chile. Pero el día 18 hizo publicar otro bando en virtud del cual todos los portugueses debían concentrarse en la plaza del Cabildo para hacerles saber que entre todos tenían que pagar las carretas y que el destino de éstas era llevar a Córdoba o Tucumán a todos los prisioneros de Río Grande, sus familias “e outros portugueses pobres”; también a los ricos, a quienes sin embargo se les dejaba hacer el viaje por su cuenta; por fin, el 19 de febrero, los diez presos fueron embarcados en una lancha y, desde ésta, en una fragata, que los condujo a Cádiz tras 142 días de viaje; llegaron a la ciudad andaluza el 21 de julio; fueron metidos en la cárcel -”acusta da nossa prata”-; pero Arriaga ha ordenado que se les devuelvan a Cevallos en el primer navío que se haga a la mar; han representado a Carlos III contra esto, porque quieren que se les juzgue aquí (en Cádiz); los apoya el embajador portugués y están a la espera de la resolución; sólo han cometido dos delitos: “o primeiro he sermos Portuguezes; e o outro sermos homens de bem, acreditados naquellas Provincias; principalmente eu, que giraba per todo o Reino.” Se refiere a lo mismo, desde Córdoba del Tucumán, el padre Juan de Escandón en carta al provincial del Paraguay, padre José de Robles, 21 de marzo de 1765, FUE/AC, 41/36: “Parece que en Buenos Aires se ha descubierto o se teme una conjuntación de portugueses. Años ha que yo la temía, y aun sin ser profeta la profetizaba, o a lo menos la recelaba de tanta multitud de ellos como en estos dominios de España se permitía. Dije parece que las señas no son de otra cosa; pues se envían a España nueve de ellos prisiones, y centenares de otros van viniendo con escoltas de soldados españoles a esta y otras de las ciudades de arriba, sobre los que ya había en ellas.” 258 Seguía pendiente en todo caso de las órdenes que recibiera, en un sentido u otro. Y optimista. Había dicho que le hacían falta tropas de tierra y se le habían enviado; en los primeros días de septiembre de 1765 llegaron El Diligente y tres de las cuatro saetías que habían partido de España con ese fin; la cuarta se había perdido cerca de Maldonado -en la embocadura misma del Río de la Plata-, pero se había salvado la gente. Cevallos sabía además que se aproximaba El Gallardo. Los portugueses habían llevado, sí, tropas a Sacramento. Pero, si atacan -dice-, se defenderá y, si se le manda atacar, lo hará en cuanto pueda. Y, una vez vencidos aquí, los acometerá en el Geneyro (sic) 41 . El monarca español no deseaba la guerra pero se hizo correr la advertencia de que no tenía inconveniente en llegar al enfrentamiento militar si eso servía para dejar en sus límites justos el territorio de La Colonia42 . Según decía Grimaldi, secretario de Estado, al embajador de Luis XV, estaba dispuesto a “perdre les Indes, plutôt que de ceder un ponce de terrain” más de lo que preveía el tratado de 1763 43 y así se lo haría saber al embajador portugués al responder a la memoria que éste le presentó a comienzos de enero de 1765, nada más incorporarse a la Corte española: Carlos III deseaba la paz; pero no quería por eso que continuara siendo despojada la Corona como lo había sido durante todo el siglo, “en un môt, dépuis le Traité d'Utrecht”, en virtud del cual el portugués retuvo La Colonia y su territorio. Los portugueses habían abusado de España. Para hablar aún más claro -concluía-, se había abusado de la confianza de la Corte española 44 . La Colonia y el territorio cedidos en Utrecht nada tenían que ver con las islas, las orillas, los campos, lagos, puertos y fortalezas del Río Grande de San Pedro, distantes cien y doscientas leguas de Sacramento. Eso aparte de que -a estas alturas- los portugueses no habían cumplido del todo el acuerdo de 1760 de abolir el tratado de 1750. A raíz de éste, algo habían logrado avanzar en los sete povos: por orden del conde de Bobadela, habían construido el puerto de Santo Amaro en aquel mismo año, el de Río Pardo en 1752 y el de Yacuí en 1756 y en ellos continuaban desde entonces, así como en la península de Santa Rosa y misiones de Mojos, donde habían entrado a viva fuerza en 1760 y construido fortificaciones en la costa oriental del Guaporé. Carlos III no sólo no cedía en lo de Sacramento, sino que formalmente pedía al Fidelísimo que le devolviera esto otro 45 . 41 Cevallos a Arriaga, 12 de septiembre de 1765, AGI/BA, leg. 524. 42 En este sentido, Ossun, 3 de diciembre de 1764, MAE/CP/E, vol. 541, f. 245. 43 Ossun, 7 de enero de 1765, MAE/CP/E, vol. 542, f. 26. 44 “[...] pour parler plûs clairement [se ha actuado] à titre d'une confidence et complaisance sans limite de la Cour de Madrid pour celle de Lisbonne”. 45 Respuesta de Grimaldi a la memoria de Sà, 6 de febrero de 1765, BNL/PBA: 635, f. 42-4v, y AHN/E, leg. 4.566, exp. 2, núm. 3. Como se ve, se entendían en francés. A mediados de 1766, todavía Carlos III daba orden al presidente de la Audiencia de Charcas para que no se usara la fuerza a fin de conseguir la restitución de Santa Rosa el Viejo: cfr. Fuentes a Grimaldi, 25 de julio de 1766, AHN/E, leg. 6.551. Más documentación sobre la Colonia en 1764-5, BNL/PBA: 612. 259 Podría discutirse desde luego si se habían cumplido los pactos anteriores -repuso, manifestando su sorpresa por la contestación, el embajador Ayres de Sà de Mello 46 -, pero una vez cumplido el tratado de 1763. Su Excelencia Grimaldi proponía lo contrario: una negociación que podía durar años. No -replicó sin dilación alguna Grimaldi 47 -: el artículo 21 de la paz de 1763 ordenaba restituirlo todo conforme a los tratados vigentes. Bastaba por lo tanto aplicarlos. El mismo día en que se mantuvo esta discusión -el 8 de febrero de 1765- Ayres de Sà escribió al embajador inglés en la Corte española, Rochford, que ya veía que no querían los españoles cumplir el tratado de paz; que lo que pretendían era dominar las dos orillas del Río de la Plata (cosa que sería peligrosa para el Brasil “et d'une facheuse consequence pour l'Angleterre”) y que el único modo de evitar la guerra era que en adelante firmase con él los despachos que enviara al español 48 . El británico le pidió seguridades de que la reivindicación lusitana era justa y se llegó a concluir que todos los mapas que se aportaron al efecto estaban mal trazados, a capricho de cada cual. Al acabar 1765, los ingleses seguían dando largas 49 . La guerra no interesaba a nadie pero nadie podía confiarse. Al comenzar 1766 las noticias sobre la partida de barcos de la armada portuguesa hacia el Brasil, que se repetían desde la misma firma de la paz de 1763, se recibían en España y el Río de la Plata con el mismo recelo con el que se acogían en Lisboa las nuevas de que un navío español con hombres de armas había salido de Cádiz. No se sabía si atravesaba el océano con intenciones de comenzar la guerra, o sólo para amedrentar, o con un derrotero totalmente distinto del que llevaba a Sacramento50 . En la propia Londres (recordemos: revuelta por entonces con el asunto de Manila y con el de las Trece Colonias y el belicismo antiespañol de William Pitt), entrado ya 1766, cundían las voces de que los españoles querían hacer la guerra al Portugal y había incluso quien afirmaba que ya habían ocupado el Brasil. En las gacetas inglesas se había comenzado a hablar de aquella posibilidad con insistencia y preocupación y de que la Corte de Lisboa había ya pedido a la de Londres que la socorriera. El embajador español intentaba desmentir la especie por medio del general Conway, que formaba parte del Ministerio británico y que, igual que con él, trataba con los representantes 46 A Grimaldi, 8 de febrero de 1765, AHN/E, leg. 4.566, exp. 3, núm. 7, y BNL/PBA: 635, f. 65. 47 A Sà, 8 de febrero de 1765, BNL/PBA: 635, f. 66-6v, y AHN/E, leg. 4.566, exp. 3, núm. 6. 48 BNL/PBA: 635, f. 67-7v. 49 Rochford a Sà, 9 de febrero de 1765: para firmar con él los despachos ha de consultar a los de su corte; aunque le adelanta que ha recibido órdenes expresas de apoyar sus gestiones: ibidem, f. 68. Sigue memoria del conde de Oeiras al gobierno de Londres, 16 de febrero, adjuntando documentación y pidiendo explícitamente que les apoyen para ir a la guerra, que sería mejor ahora que luego: cfr. ibidem, f. 69-71v. 50 Documentación sobre los coetáneos movimientos de tropas españolas en América, remitida por el conde de Cunha -virrey y capitán general del Brasil- a Mr. de Mendoça, secretario de Estado de la repartición de la Marina y Ultramar, fecha Río de Janeiro 2 de marzo de 1765, ibidem, f. 48-57. Antes, Roubione, 15 de abril de 1765, ASTo/I/L, m. 81: el regimiento de Lisboa se embarcará en Cádiz hacia América; va muy armado. 260 extranjeros, de manera que podía hacer correr la verdad por todas las Cortes, además de la inglesa 51 . El problema estribaba en que el propio Rochford, el embajador inglés en Madrid, y el de Portugal en Londres –don Martim de Mello- informaban de que, por lo menos, las apariencias eran contrarias: de movimientos de tropas españolas en la frontera portuguesa y con destino a América, de acopio de víveres y municiones y cosas semejantes (esto a finales de febrero de 1766 y entrado marzo, o sea poco antes del motín de Madrid). Temían expresamente que se atacara Portugal de un momento a otro o que, como mínimo, se estuvieran haciendo preparativos que permitiesen hacerlo en cualquier instante 52 . Y los españoles, como contrapartida (y siempre en los días últimos de febrero de 1766), temían que los portugueses estuvieran tramando una alianza defensiva con la Corte de Turín 53 . No era cosa baladí, ni ceñida a hermanos. En Inglaterra se temía que la guerra podía empezar entre Portugal y España y acabar por meter en liza todo el continente europeo, hasta la propia Rusia 54 . La raíz estaba a la postre (y se veía así con claridad y se decía expresamente) en el cambio de dinastía de principios de siglo: al entronizar un Borbón, España había girado hacia Francia y era toda la Europa, no tan sólo Inglaterra, la que se sentía amenazada 55 . Carlos III no tenía -era cierto- dinero, pero no era manco el ejército con que ya contaba; antes de que acabase 1765, Rochford calculaba que la caballería española oscilaba entre los 18 y los 20 mil jinetes: lo que era suficiente para entrar con éxito en Portugal; que la infantería no era tan buena pero tenía varios regimientos en buen estado y completos: lo bastante para poner en campaña de inmediato a unos 40.000 hombres efectivos; en fin, que la armada debía rondar los sesenta navíos, a los dos lados del Atlántico, aunque escaseaban los hombres preparados y tendría dificultad para equipar debidamente treinta buques 56 . Y aparte estaba el miedo a que, además de Francia, se movilizase la emperatriz María Teresa de Austria, si es que había un tratado suscrito entre las tres potencias, como se decía insistentemente 57 . Al comenzar diciembre de 1765 se había presentado ante Ayamonte -en el extremo sur de la frontera europea entre Portugal y España- el regimiento de Vitoria; antes de que acabara el año, Carvalho, conde de Oeiras, informaba al embajador en Londres con 51 A Grimaldi, 14 de febrero de 1766, AHN/E, leg. 4271, caja 2. Sobre las inmediatas conversaciones con Conway, despacho de 21 de febrero, ibidem. 52 En este sentido, a Grimaldi, 23 de febrero de 1766, AHN/E, leg. 4271, caja 2. Se insiste en ello en despacho a Grimaldi del 27 de febrero y 7 de marzo, ibidem. 53 Vid. otro despacho a Grimaldi también de 23 de febrero de 1766, AHN/E, leg. 4271, caja 2. Sobre lo mismo, otro de 14 de marzo, ibidem. 54 En este sentido, recogiendo la opinión del duque de Grafton, el embajador español a Grimaldi, 27 de febrero de 1766, AHN/E, leg. 4271, caja 2. 55 En este sentido, a Grimaldi, 7 de marzo de 1766, AHN/E, leg. 4271, caja 2. 56 Cfr. Sà, 20 de septiembre de 1765, BNL/PBA: 634, f. 519. 57 En este sentido, Sà, 14 ó 24 de octubre de 1765, BNL/PBA: 634, f. 525, quien atribuye ese temor a los ingleses. 261 tonos perentorios y asustados que habían sido deportados a Chile los portugueses e ingleses que se habían instalado en Buenos Aires en virtud del tratado de 1763; Cevallos no quería tener enemigos en casa. Cierto que, finalmente, Carlos III había aceptado su dimisión como gobernador bonaerense. Mas lo había sustituito por Francisco de Paula Bucareli, que era uno de los mejores oficiales del ejército español; además, el rey de España había firmado la paz con los moros (se refería sin duda a Marruecos), lo que venía a cubrir las espaldas de la Península, para atacar a Portugal con las manos libres; se hacían nuevas levas en Cataluña; se sabía lo de Ayamonte... y que el ejército portugués no se bastaba para defender aquel enorme territorio que era el Brasil. Era ya indispensable que los ingleses enviaran siete u ocho buques de guerra, bien pertrechados, con destino público a la América septentrional pero en realidad a Río de Janeiro; el rey de Portugal haría lo mismo y, entre unos y otros, atacarían el Río Grande de San Pedro, destruirían aquí los establecimientos castellanos, rendirían seguidamente Maldonado y Montevideo, de manera que librarían de españoles la banda septentrional del Río de la Plata, y, si además podían saquear Buenos Aires para cubrir los gastos de estas expediciones, mejor que mejor 58 . Mientras, en aquellos días finales de 1765 y comienzos de 1766, las noticias de movimientos de tropas españolas se sucedían de manera amenazadora: se sabía de movimientos hacia Extremadura y en diversas zonas de la frontera lusohispana, en Sevilla y en Badajoz; que el 21 de enero salían hacia América doce saetías catalanas, un navío del rey, otro danés y otro más holandés, éstos dos últimos con arboladura; aquéllos, con tropa y municiones: unos 1.600 hombres; que se fortificaba Cádiz; que habían llegado de Francia varias piezas de artillería y munición y se esperaba que atacasen Gibraltar... El cónsul británico en Cádiz mismo opinaba que no: que los españoles no se hallaban en condiciones de ir a la guerra y que la razón de desplazar la tropa hacia la costa era la de abastecerla más fácilmente y a mejor precio, dada la situación del trigo, “surtout ayant été informé qu'un certain grand Ministre a la cour de Madrid est considerablement interessé dans le contrat” 59 . A últimos de 1765 y primeros de 1766 se hablaba también con insistencia de que el rey de Portugal estaba en tratos con la Corte de Turín, por medio del conde de Viry, para trabar una alianza defensiva, que, en caso de una guerra con España, llevaría a los saboyanos a atacar Parma e incluso Nápoles, a fin de divertir las fuerzas de Carlos III. Claro que eso dejaba al de Saboya a expensas de Francia, que era país frontero y pasaría así a ser su enemigo, por el pacto Borbón de familia 60 . El embajador Rochford, de hecho, estaba tranquilo, incluso imperturbable: pasaría tiempo antes de que los españoles se encontraran en disposición de atacar; “ils n'ont ni argent, ni troupes, ni marines;” 58 Cfr. a Mello, 17 de diciembre de 1765, ibidem, f. 533-6. 59 Hardy, 5 de febrero de 1766, ibidem, f. 615. Sobre los diversos movimientos de tropa que mencionamos, ibidem, f. 537-621v. 60 Cfr. a Grimaldi, 7 de enero de 1766, AHN/E, leg. 4271, caja 2. 262 y lo que se hace aquí se hace tan lentamente -añade-, que cualquier proyecto se inutiliza 61 . Pero tanta seguridad no alcanzaba a Carvalho. Todavía el 18 de febrero de 1766, insistía al embajador portugués en Londres en que había que adelantarse; que la propia Inglaterra corría un gran peligro 62 . En marzo, por su parte, el secretario de Estado de Carlos III, Grimaldi, comentaba que los debates que a la sazón habían tenido lugar en el Parlamento de Londres podían obligar a los gobernantes británicos a declarar la guerra a España 63 y que, para evitarlo, tenía que dar por no escuchadas las impertinencias inglesas (“dem englischen unanständigen Verhalt”, traducía el embajador del Imperio 64 ). Faltaban solamente tres semanas para que estallara en Madrid el motín contra el secretario de Guerra, Esquilache, y ya vemos que -Portugal por Sacramento y el Reino Unido por Manila- ambos contribuían a enrarecer poderosamente el ambiente 65 . ¿Se entiende ahora mejor que el anónimo autor o los autores del papel De la Corte, varias veces citado, fecha 28 de marzo de 1766, no tan sólo clamaran por la pérdida de las Indias sino también por la precariedad del ejército hispano, que dependía de don Leopoldo de Gregorio? 61 A Hay, 11 de febrero de 1766, ibidem, f. 624. 62 Cfr. ibidem, f. 620-1v. La respuesta de Mello a Oeiras, ibidem: 611, f. 311-384. 63 Copia sin fecha, conservada junto a otra copia de 1 de marzo de 1766, de Grimaldi a Rochford, en que le dice que ya ha leido al rey su carta del 8 de febrero: MAE/CP/E, vol. 545, f. 182-9. Ossun a Choiseul, 11 de marzo: los de la Corte británica insisten en que los españoles paguen, y los de la Corte española en que no pagarán; Rochford ha vuelto a insinuar la posibilidad de ir a la guerra, Ossun supone que sólo para quedar bien ante su propia nación y el Parlamento; porque la dureza la ha empleado el inglés, ante Grimaldi, de palabra; por escrito ha sido bastante más suave. Más sobre el asunto y la posibilidad de la guerra, del mismo al mismo, 17 de marzo, ibidem, f. 202-4. Choiseul a Ossun, 18 de marzo: las pretensiones de los ingleses en relación con lo de Manila son absurdas: ibidem, f. 208-9. 64 Lebzeltern, 17 de marzo de 1766, BERICHTE (1972: III), 334 (= VELÁZQUEZ [1963], 49). 65 Sin embargo, el motín español de marzo de 1766 no sólo no fue aprovechado por Carvalho y el rey para apurar a Carlos III sino que los monarcas lusitanas -su hermana y su cuñado- enviaron un correo expreso para ofrecerle toda la ayuda que fuera necesaria: cfr. Ossun, 14 de abril de 1766, MAE/CP/E, vol. 545, f. 282v-283, y BUSTOS (1987). 263
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